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Anarcosindicalismo
Leyendas y mitos de una CNT al descubierto: el caso Scala y los convulsos años de la Transición
Ni la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) era tan fuerte en la Transición, ni el Caso Scala acabó con ella a finales de la década de 1970, ni estaba perforada por infiltrados y traidores en aquellos años. Esta es la tesis que defiende Héctor A. González Pérez, autor del libro El Caso Scala y otras leyendas del anarcosindicalismo durante la transición (Catarata, 2023). La publicación echa por tierra los mitos que siempre rodearon a la organización anarcosindical sin dejar de atender al empuje que cientos de militantes realizaron en un tiempo en el que creían que la revolución era posible.
El transcurso de los años, en los que la memoria personal, evocadora, ocupa todo el relato, deja paso a la historia. Esa historia es la que ha escrito González a través de un documentadísimo trabajo en el que han tomado parte decenas de militantes que engrosaron las listas de la CNT en algún momento de su vida. Después llega el contraste: los recuerdos subjetivos de unos se enfrentan a los documentos y actas objetivas de la organización, el análisis pormenorizado de los hechos. Como en tantas ocasiones, no todo es como nos gustaría que hubiera sido.
“La historia es necesaria para que avance el sentido crítico de las personas respecto a su propia memoria. Tenemos que comprender el pasado para entender el presente”, introduce el historiador. El pasado, en este sentido, se retrotrae hasta los años de la transición española. “La CNT es una organización que practica el sindicalismo revolucionario, que pretende cambiar la sociedad desde sus raíces con unos militantes que creen que pueden hacerlo. De verdad creían que estaba en sus manos el poder hacerlo”, recalca el autor de la obra.
Fotografía
Memoria sindical El álbum de fotos de CNT en la Transición
La grandilocuencia con la que a menudo se describe a la organización anarcosindical en aquellos años, quizá viciada por una romantización de su pasado y papel determinante en el devenir de la revolución social de 1936 y la Guerra Civil, choca frontalmente con lo explicitado por González: “Era una organización pequeño-mediana con algunos polos donde hay una presencia real y notable y otros donde la presencia es anecdótica y testimonial. Se ha llegado a decir que la CNT era el tercer sindicato de la Transición y eso no es cierto. No pasa nada, la organización tuvo presencia en conflictos muy importantes, pero no era el tercer mayor sindicato”, explica.
La realidad supera los deseos
“El mito de la traición” es como el historiador denomina a uno de los mayores efectos de esa memoria todavía no sometida a la historiografía que solo llega con el devenir de los años. “La CNT formaba parte de la izquierda radical, desde donde siempre se decía que si no se había sido capaz de llevar más allá la democracia o implantar medidas socialistas, o incluso hacer la revolución, había sido culpa de la CIA, los sindicatos mayoritarios, el PCE o Felipe González”, rememora el propio González.
“Quizá si no fueron a más los avances del sindicalismo revolucionario es porque no se supo hacer o porque realmente no existía en España el caldo de cultivo necesario para ello”, opina Héctor A. González Pérez
El investigador, ahora, quita ese maquillaje impostado durante el paso del tiempo para defender que, igual que la izquierda radical y la CNT evolucionaron en sus planteamientos, también lo hicieron las demás organizaciones a lo largo de los años 70 y 80. “Esto lo que hace es plantear que si algo no se pudo conseguir fue por culpa de los demás. Quizá si no fueron a más los avances del sindicalismo revolucionario es porque no se supo hacer o porque realmente no existía en España el caldo de cultivo necesario para ello”, determina. Se podía haber ido más lejos pero, parafraseando los términos del autor, no se puede culpar a las organizaciones fuera de la izquierda radical de no querer hacer lo que la izquierda radical quería.
El Caso Scala no terminó con la CNT
La CNT, además, se opuso a los Pactos de la Moncloa. El 15 de enero de 1978, tras una manifestación en Barcelona en contra de estos acuerdos, comenzó a arder la Sala Scala. “Aquello fue un montaje policial, pero no sé a qué nivel, si desde la Policía o el Gobierno. Lo que no hay dudas es que fue un episodio de guerra sucia contra la CNT”, aduce el investigador. Su sensación, en este sentido, apunta más a elementos policiales que gubernativos. La respuesta por parte del Estado no se hizo esperar: fueron detenidas más de una decena de personas y algunas de ellas se enfrentaron a importantes penas de cárcel siendo inocentes.
Lo novedoso del Caso Scala y que sale a relucir en este libro es que, al contrario de lo que en tantas ocasiones se ha esgrimido, este montaje policial no destruyó a la CNT. “Eso es muy sencillo echarlo por tierra. Si nos vamos a las actas de los plenos y plenarias de verano de 1978, la organización llega a su pico de afiliación. Esas colas de gente esperando para borrarse del sindicato tras el Caso Scala que supuestamente se dieron, nunca ocurrieron”, sentencia González.
Según sus cálculos, la Confederación podía tener unos 100.000 afiliados en aquel enero en que murieron cuatro trabajadores por el incendio del Scala para llegar casi a los 130.000 en verano del mismo año. Entonces, ¿por qué el declive de afiliación? “Porque la CNT también está afectada por dinámicas generales del movimiento sindicalista español. Les ocurre lo mismo a UGT, CC OO y USO, que pierden gran parte de su militancia”, responde el historiador.
Anarquismo autónomo y defensa incondicional de los presos
Este conflicto desencadenó la aparición de lo que González considera otro mito: el del anarquismo autónomo. “Con el Caso Scala aparecen algunas interpretaciones que vienen a decir que la CNT había dejado tirados a los presos, como defiende uno de ellos, Xavier Cañadas, quien dice que la organización quiso sacar rédito sindical de lo ocurrido”, aduce el autor de la monografía. No le falta razón. El propio Cañadas explica en El Caso Scala. Terrorismo de Estado y algo más (Virus Editorial, 2008) que, en un momento dado, los acusados decidieron actuar por su cuenta y no según los abogados de la Confederación, por lo que en abril de 1978 la CNT habría dejado de pagar sus defensas.
González lo niega: “Todo esto me suscita una primera reflexión. ¿Qué rédito puede sacar una organización por decir que tiene a cuatro compañeros presos por tirar unos cócteles molotov y que murieron otros cuatro trabajadores, también afiliados a la CNT, en el incendio?”. Y continúa: “Si consultamos las actas de las plenarias posteriores, aparecen facturas de los pagos a los abogados, incluso quejas de la CNT a los letrados porque no les informaban de cómo se desarrollaba el proceso judicial. La CNT, además, participó activamente de las campañas a favor de los presos cuando llegó el juicio”.
Esto condujo al debate sobre la defensa incondicional de los presos, otro de los aspectos que González aborda en su libro. Se trataba de dirimir qué hacer con aquellos militantes que participaban en acciones consideradas como delictivas y que luego pedían a la CNT que asumiera su defensa judicial. Finalmente, la posición que sobresalió es aquella que actualmente defiende la organización sindical: apoyan a cualquier preso que ha sido encausado o encarcelado por mor de la actividad del sindicato, y se analizan individualmente todos los demás casos para decidir si se asume su defensa y cómo.
A la caza del infiltrado y traidor
El último de los mitos que este especialista en movimiento obrero y memoria social asturiano describe está íntimamente ligado con lo que siempre se han considerado como infiltrados y traidores, algo que para González no sería tal. “La Confederación tuvo algunos infiltrados y confidentes durante la Transición y en cuanto se les detectaba, los expulsaban. El problema vino al catalogar como tal a algunas personas con ideas algo diferentes o por haber tenido una trayectoria previa durante la dictadura en el sindicato vertical”, describe el investigador.
Cuando esas personas defendieron posiciones más moderadas que las demás, en muchos casos fruto de la edad, opina González, automáticamente se les acusó de infiltrados. El caso más paradigmático fue lo que sucedió con el cenetista Diego Abad de Santillán, de quien se dijo que había sido traído por Martín Villa desde el exilio para llevar a la CNT por un camino reformista. “Tenemos que tener un poco de responsabilidad en estas acusaciones”, esgrime el especialista.
Martín Villa es el nombre propio de uno de los últimos capítulos que aborda González. Pensado como “la bestia negra del anarquismo”, el mismo franquista le afirmó al investigador que la CNT apenas preocupaba al Gobierno durante la Transición.
El anarquismo fue incapaz de tener discusiones sanas en su fuero interno y de aceptar la discrepancia, concluye González. Bien conocedores de esta dinámica arrastrada durante años entre las organizaciones anarcosindicalistas de la actualidad, la CNT, la CGT y Solidaridad Obrera suscribieron hace unas semanas un acuerdo de acción conjunto. “En el momento en el que alguien es acusado de infiltrado o traidor, se acaba el debate con argumentos”, finaliza el propio González.