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Antimilitarismo
Extremadura, ¡deserta!
“Si cobarde vuelves la espada, no vuelvas jamás a mi casa, ni te acuerdes nunca de tu madre”.
Eso dicen en el Diario de Badajoz que le dijo la suya a uno de los paisanos alistado en el Batallón de “Honrados Voluntarios de Mérida”, hacia junio de 1808, cuando 1.170 desgraciados, que por arma habían tenido solo el zacho y no sabían qué cosa era Francia, abandonaron la ciudad para defender al Rey, la Religión y la Patria, una patria que, como escribió Víctor Chamorro, no era la suya, porque la suya era la patria del polvo y del surco sin fin, la del pan de centeno cuando lo había y la de las bestias de carga.
De aquel soldado ya no se acuerda nadie, porque del borrego que va al matadero para alimentar la despensa del señor no existen crónicas en la Historia. Sí las hay de Ciríaco Gata León, corneta del Regimiento Castilla de Badajoz y natural de la misma ciudad, que desertó en diciembre de 1892 y no dio la consigna trompetera al amanecer, librándose del bulto de los 2.500 extremeños muertos después en la Guerra de Cuba, defendiendo los intereses de la plutocracia, que eran la esclavitud y la rapiña.
También hay crónicas de José Brocca, maestro de profesión, fundador de la Orden del Olivo, grupo pacifista integrado en la Internacional de Resistentes a la Guerra, quien anduvo nada más comenzar la Guerra de España de 1936 por la provincia de Cáceres, haciendo, como escribió en una carta a H. Runham Brown, secretario honorario de la IRG, todo lo que pudo de palabra y hecho, pero sin participar en actos violentos, en beneficio de la causa antifascista y dentro de las organizaciones proletarias. Fundó escuelas donde no las había y acogió a la población refugiada sin distinción de bandera. La médica anarquista Amparo Poch y Gascón le ayudó en esta labor.
Después, pasado lo peor de la noche negra española, donde solo se alumbraba hambre y garrote, vinieron las traiciones de los partidos demócratas, la campaña contra la OTAN, con los encierros y las huelgas de hambre, la gran manifestación en Badajoz del 2 de marzo de 1986. La semilla dio sus frutos: insumisos al servicio militar, desertores a los cuarteles, prófugos de la justicia por no reconocer a los tribunales que pretendían juzgar la conciencia y presos por ejercer la desobediencia civil tiñeron de esperanza y de pacifismo las calles de Extremadura.
Ahora que vuelven a sonar tambores de muerte y miseria, merece la pena echar la vista atrás y aprender de nuevo a decir:
¡NO A LA GUERRA!
Con convicción, con fuerza.
Amech Zeravla.