Cine
Comedia social, espionajes, vampiros y casinos del capitalismo para gozar de otros cines políticos

Las últimas obras de Neus Ballús, Kiyoshi Kurosawa y Paul Schrader, junto con el debut de Just Philippot, observan la historia y el presente desde prismas cinematográficos alejados de las convenciones del drama social.
‘La nube’, drama social fantástico y terror ecológico
‘La nube’, drama social fantástico y terror ecológico.
31 dic 2021 11:50

A lo largo del año, las salas comerciales del Estado han proyectado muy buenos ejemplos de obras cinematográficas vinculadas con los caminos más establecidos de lo que se suele considerar como la rama principal del cine político: el drama social. Libertad, de Clara Roquet, o Mi mejor amigo, de Ferit Karahan, han evidenciado la vigencia perdurable de este género.

Roquet, guionista de 10.000 km, aludió a las diferencias sociales por motivos de clase y de origen a través de la historia de la amistad (¿difícil, imposible?) de una adolescente de buena familia y de la hija de la empleada doméstica de la casa. Karahan usó un mecanismo habitual del audiovisual crítico del presente que mantiene una relación dificultosa con la censura, el uso de niños como protagonistas, para un drama con componentes de historia contrarreloj al estilo de los hermanos Dardenne de Dos días, una noche. Y Las mil y una, de la realizadora argentina Clarisa Navas, fue un ejemplo de vitalísimo drama LGTBQ+ atento a la problemática múltiple de su protagonista: mujer, joven, homosexual y originaria de un barrio popularísmo. Navas se adentró en la vida de una joven de Corrientes a través de un dispositivo estético que prima la proximidad.

En otro pilar del relato fílmico del mundo, el cine documental, se han visto propuestas tan estimulantes como La primera mujer. La nueva película de Miguel Eek fue principalmente un retrato de la persona protagonista: Eva quiere recuperar su soberanía individual y lo que considera una vida normal después de años de adicciones y problemas de salud mental que condujeron a un internamiento en dependencias psiquiátricas. El optimismo y la energía casi sobrehumanos de esta mujer madura puede hacer que la audiencia se pregunte qué se exige a las personas que han sido institucionalizadas para recobrar su soberanía individual.

El músico y cineasta Miguel Ángel Blanca también optó por la observación lacónica, sin dispositivos periodísticos ni comentarios explícitos, en ese retrato de quienes viven todo el año en una localidad orientada al turismo: la sugerente Magaluf ghost town habitada por hijos de restauradores con visiones contradictorias sobre el sector o camareras de habitación que establecen amistades imprevistas.

Otras propuestas, como la espectacular mezcla de ensayo histórico y observación del presente Luz por todas partes, parecen condenadas a vivir en la gran pantalla solo en pases específicos normalmente vinculados a festivales cinematográficos y encuentran su espacio en las plataformas de streaming más sensibles al cine de autor.

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Más allá de estos exponentes del drama social y del documentalismo que captura el presente con una mayor o menor intención crítica, el 2021 audiovisual también nos ha dejado interesantes ejemplos de películas que abordan realidades incómodas desde los códigos del cine de género.

Neus Ballús ha abordado un problema de gran calado como la exclusión del migrante, como una cierta xenofobia practicada desde la base de la pirámide social clasista, a través de la comedia

Kiyoshi Kurosawa ha optado por hacer memoria del Japón genocida a través de una calmosa historia de espías ambientada en la II Guerra Mundial. Neus Ballús ha abordado un problema de gran calado como la exclusión del migrante, como una cierta xenofobia practicada desde la base de la pirámide social clasista, a través de la comedia. La nube sugiere que la necesidad de dinero puede sacar a un mad doctor de cualquiera de nosotros. Y El contador de cartas explica una historia sobre la posibilidad de que te toque la pedrea en la lotería del capitalismo, siempre que aceptes un espacio secundario en su casino.

La mujer del espía: moroso thriller sobre los horrores del pasado imperial japonés

El veterano Kiyoshi Kurosawa (Pulse, Tokyo sonata) recibió el León de Oro en Venecia con este magnífico thriller de resistencias por motivos humanitarios, de dudas en la relación con la patria y con el cónyuge. Un comerciante en buena situación económica parece vivir una doble vida en el Japón de la II Guerra Mundial. Su esposa, que sospechaba de un posible romance, debe enfrentarse con una revelación que le impactará: su marido intenta hacer llegar a las fuerzas aliadas una documentación que atañe a los letales experimentos científicos de guerra bacteriológica con prisioneros y con población civil cometidos por el ejército nacional en Manchuria.

La propuesta de Kurosawa puede remitir a ejemplos militantemente antiespectaculares de la narrativa de espías, como la rohmeriana ‘Triple agente’

La mujer del espía es una artesanal reconstrucción de época capturada con avanzadas cámaras digitales. El resultado se sitúa un paso más allá de las mejores traducciones a imágenes, a veces agradablemente meditativas, de obras escritas por John Le Carré. La propuesta de Kurosawa puede remitir a ejemplos militantemente antiespectaculares de la narrativa de espías, como la rohmeriana Triple agente. La propuesta no solo puede resultar contrahegemónica por su alejamiento de las inercias del cine de geopolíticas falleras y pop.

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Kurosawa también trata del incómodo pasado imperial de crímenes de guerra contra las naciones del entorno y choca con las visiones autocompasivas del recuerdo de la II Guerra Mundial desde el audiovisual japonés. Y lo hace con sutileza, sin imágenes de heroicas batallas y de violencias supuestamente empoderantes. El recorrido acaba con imágenes de llamas y gritos lejanos: el horror militarista es castigado por una soberbia aliada que deriva en masacres cometidas mediante bombas incendiarias y atómicas.

Seis días corrientes: comedia agridulce sobre exclusiones y frustraciones

La realizadora de La plaga o El viaje de Marta, Neus Ballús, se había preguntado públicamente por qué el cine social tenía que ser deprimente. Su tercer largometraje parece surgir, en parte, de esta reflexión. Ballús opta por la comedia para acercarse a las exclusiones cotidianas que sufre la población migrante… y a los miedos y las frustraciones de esos otros personajes secundarios del capitalismo que también juegan al juego de querer excluir. Un lampista de una pequeña empresa de reparaciones no quiere que su compañero se jubile, y encaja de malas maneras que la persona que hace la prueba para sustituirlo sea un hombre marroquí. Durante una semana, Valero hará la vida imposible a Moha.

Seis días corrientes se sitúa muy lejos de la astracanada. Su autora ha empleado las herramientas del documental de creación, y se nutre de las vidas y las personalidades reales de sus no-actores, lampistas de profesión, para ir modelando la ficción. La abundancia de humor, incluido el humor físico, no conduce a un visionado complaciente con la audiencia.

Como en la anterior El viaje de Marta, Ballús puede usar unas formas más o menos accesibles, pero parte de una mirada afilada a los desafíos sociales de nuestro tiempo que puede provocar alguna herida por arma blanca fílmica la audiencia. Por una parte, se opta por la ternura y también por el deseo de escenificar acuerdos y alianzas posibles que abren la puerta a una cierta esperanza. Ya lo hizo Ballús en su anterior filme, donde las pequeñas apuestas individuales por la comprensión mutua matizaban el posible desconsuelo ante problemas sociales (como el neocolonialismo económico o la xenofobia) de gran magnitud y de imposible resolución inmediata. Con todo, el visionado y disfrute del filme nos puede hacer plantearnos preguntas incómodas. ¿De qué nos reímos? ¿Qué lugar ocupamos dentro de la cartografía social de las opresiones?

La nube: el monstruo es la necesidad de capital

Una mujer ha iniciado un proyecto de granja de langostas destinadas al mercado de las harinas animales que hace aguas. Ante la idea de una quiebra que socavaría el bienestar propio y las oportunidades de sus hijos, Virginie descubre que el negocio requiere de su sangre (literalmente) para ser rentable. Esta estirpe de rentables langostas vampiro resultará, por supuesto, progresivamente amenazante y exigirá sacrificios cada vez más difíciles de llevar a cabo.

‘La nube’ es un ejemplo de película que se muestra bastante cómoda dentro del campo de juego del cine de género pero que, a la vez, se muestra dispuesta a rehuir algunas de sus inercias y lugares comunes

El realizador francés Just Philippot debutó en la dirección de largometrajes con una nada disimulada metáfora sobre las miserias de la clase trabajadora y de la economía productiva sometida al capitalismo de casino. La nube es un ejemplo de película que se muestra bastante cómoda dentro del campo de juego del cine de género pero que, a la vez, se muestra dispuesta a rehuir algunas de sus inercias y lugares comunes. Su autor, por ejemplo, rehuye los peajes del terror ‘sustocéntrico’ y se muestra más apegado al retrato de personajes con trasfondo alegórico. A cambio, ofrece al público aficionado al fantástico unas imágenes de horrores de los cuerpos que pueden recordar a las pesadillas de David Cronenberg (Videodrome), pero sustituyendo el ciberpunk tecnológico por el horror agrario 100% orgánico.

El contador de cartas: ganarse la vida renunciando a vivir

En calidad de guionista de Taxi driver o Toro salvaje y de realizador de Hardcore, un mundo oculto, Paul Schrader es un histórico de eso que se ha dado en llamar el Nuevo Hollywood. Después de algunos años embarcado en proyectos problemáticos o que han cosechado una visibilidad reducida, el éxito crítico del austerísimo drama El reverendo volvió a situarle en un primer plano. Y su autor vuelve a aplicar un tratamiento muy parecido a una historia ambientada en un entorno bastante diferente: pasamos de un pastor protestante en una crisis múltiple de fe y de salud a un exconvicto veterano de la ‘guerra contra el terrorismo’, reconvertido en anonimísimo profesional del blackjack, cuyo encuentro con el hijo de un antiguo compañero le despierta conflictos internos.

El contador de cartas es, como El reverendo, otro retrato de hombre atormentado muy característico de su autor. Con todo, ambos filmes tratan de la fricción con el mundo circundante, sea a través del horror ante los abusos medioambientales o de la participación en la war on terror. Como noir contemporáneo (y lacónico, y austerísimo) que es, el nuevo filme de Schrader también parece elevar su propio comentario sobre la vivencia del capitalismo. Es algo habitual en un género negro que suele ser terreno abonado para los relatos de vidas extremadamente sometidas al deseo (o la necesidad) de dinero.

En ‘El contador de cartas’, Schrader opta por adentrarse en parajes psicológicamente turbios y pantanosos. Su antihéroe sacrificial ha optado por ganarse la vida y castigarse simultáneamente

También en este aspecto, Schrader opta por adentrarse en parajes psicológicamente turbios y pantanosos. Su antihéroe sacrificial ha optado por ganarse la vida y castigarse simultáneamente: se ha autocondenado a vivir una vida de desarraigo en espacios de tránsito, en habitaciones de hoteles de carretera, en pasillos y mesas de casinos. Una persona a la deriva, con la memoria ejercitada después de años de entrenamiento en la prisión, puede ganar la pedrea del capitalismo cosechando modestas ganancias en el blackjack. Siempre que permanezca en el rincón discreto reservado a los individuos de su clase, siempre que no gane la atención del casino y su banca llevándose beneficios ‘excesivos’.

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