Coronavirus
El confinamiento y la caída de las remesas amenazan la economía en África occidental

Casi la mitad de las familias gambianas, y una de cada cuatro en Senegal, reconocen que dependen del dinero que les envía un familiar desde el extranjero. En España, muchos migrantes pierden su empleo y con ello la opción de hacer llegar remesas a sus familiares, una dificultad añadida para la supervivencia de miles de personas en sociedades que viven al día y donde el confinamiento se hace más difícil.

“¿Cuántos blancos han muerto por el coronavirus?”. Moussa J. espera la respuesta con media sonrisa de satisfacción. Lanza otra pregunta para confirmar su tesis: “¿Y cuántos negros?”. Que no hubiera apenas casos en África mientras el virus avanzaba imparable en Europa —a 1 de abril más de 22.000 personas han muerto ya solo entre España e Italia—, llevó a algunos africanos a deducir que la escasez de positivos en el continente era consecuencia de una inmunidad de los negros ante el virus. Si bien el incremento de infectados en África Subsahariana obligó a añadir variables a la teoría defendida por una parte de la población —que los muertos en el continente no son negros, sino europeos que estaban de visita, por ejemplo—, el rumor puede resultar nocivo en países con sistemas sanitarios muy limitados y poco accesibles: según la Fundación Mo Ibrahim, solamente diez países del continente tienen una sanidad universal y gratuita. 

estado o religión, ¿quién manda?

La epidemia ha permitido poner sobre la mesa, una vez más, la escasa credibilidad que la población otorga a los Estados. En Senegal, el Estado tiene el poder militar y jurídico, pero la autoridad está, en gran medida, en manos de los líderes religiosos. El Gobierno decidió suspender a mediados de marzo las oraciones colectivas de los viernes en toda la región de Dakar para evitar contagios, pero la situación del primer viernes mostró que, para algunos senegaleses, la palabra del imam tiene más valor que la del presidente.

La prohibición del Gobierno senegalés de celebrar oraciones colectivas para evitar contagios mostró que, para parte de la ciudadanía, la palabra del imam tiene más valor que la del presidente

Ante la prohibición del gobierno, un imam decidió salir igualmente a liderar la oración, como cualquier otro viernes. Tras la intervención de la policía para detener al imam, cientos de jóvenes salieron a la calle a protestar como respuesta. La concentración multitudinaria fue la peor manera de empezar la fase de prevención contra el coronavirus, y un dejà vu de una situación vivida previamente: el gran foco de contagios, al margen de Dakar, es en Touba, ciudad de peregrinación donde una plegaria colectiva acabó con 25 infecciones.

Las dudas desde el púlpito no han sido algo exclusivo de Senegal. En Gambia un imam consideró que el coronavirus era un castigo contra la homosexualidad, idea repetida por sus homólogos cristianos en Uganda y Kenia. La mezcla definitiva de poder y autoridad moral desafiando al virus vino desde Tanzania. Durante una misa en Dodoma, el presidente John Magufuli dijo que no era el momento de cerrar los lugares de culto, ya que era precisamente allí donde Dios se encontraba: “El coronavirus no sobrevivirá en el cuerpo de Cristo y arderá”. Su teoría fue recibida con aplausos entre los cristianos que asistían a la misa.

La respuesta senegalesa

El virus, sin embargo, avanza con la misma tendencia que anteriormente siguió en China, Italia y España. Senegal, hasta el martes, podía presumir de haber curado a 28 pacientes y de no contar con ningún muerto, pero un anuncio mediático rompió la tendencia. El primer muerto por coronavirus fue Pape Diouf, periodista reconocido por haber sido presidente del Olympique de Marsella, uno de los clubes de fútbol más importantes de Francia, entre 2005 y 2009. El país se acerca a los 200 casos, y la celebración del 60 aniversario de la independencia, el 4 de abril, ha sido suspendida.

La mayoría de los casos se concentran en Dakar, donde vive el 25% de la población del país. En la vecina Gambia, han bastado cuatro positivos confirmados para tener el primer muerto, un predicador religioso de Bangladesh. La gran incógnita es con cuánta gente contactó el predicador bengalí infectado. Por otro lado, el país internó en cuarentena a 14 pasajeros que llegaron al aeropuerto de Banjul hace un par de semanas, pero a los dos días todos se escaparon del hotel en el que estaban encerrados temporalmente.

Poco después del primer caso, la ciudad de Banjul vive los primeros cambios: aunque la gente sale a la calle, el ritmo de actividad económica ha bajado. Las puestos de venta están donde siempre, pero con menos fruta. Un taxista protesta porque son las 7 de la tarde y hoy no ha tenido ningún cliente. Y alguno de los autobuses comunitarios, las furgonetas que trasladan a los gambianos por toda la ciudad, se presentan completamente vacíos. En la televisión gambiana, un joven dice que el coronavirus es un invento de los europeos para arruinar a los africanos cuando les cobren las vacunas.

Mientras presidentes como Paul Kagame o Macky Sall publican vídeos mostrando a sus compatriotas la forma correcta de lavarse las manos, 300 millones de africanos no disponen de agua corriente

La capital se intenta adaptar a la nueva situación, pero los déficits del día a día son difíciles de tapar: la cadena de restaurantes la Parisienne obliga a los clientes a lavarse las manos con jabón desinfectante antes de entrar, pero en sus lavabos no hay agua corriente. Es una dificultad añadida a la que las campañas de concienciación no están prestando mucho atención: mientras presidentes como Paul Kagame o Macky Sall publican vídeos mostrando a sus compatriotas la forma correcta de lavarse las manos, 300 millones de africanos no disponen de agua corriente.

Economías y confinamiento

Otro de los retos será el de la gestión de los hogares. Mariama J. vive en una casa en Busumbala Market, en la capital gambiana, junto a una decena de personas que dependen casi en exclusiva de las remesas que les llegan desde Barcelona. Cada domingo va al mercado de Brikama y compra el pescado y las verduras que servirán para alimentar a la familia —integrada prácticamente en exclusiva por mujeres— durante toda la semana.

Mariama tiene un esquema rígido: no puede gastar más de 150 dalasi (unos tres euros) al día para no superar el presupuesto mensual. Más del 80% de sus ingresos procede del exterior, principalmente de su marido que vive en Barcelona. La situación de Mariama no es una excepción: casi la mitad de las familias gambianas reconocen que dependen del dinero que les envía un familiar desde el extranjero.

Más del 80% de los ingresos de Mariama procede del exterior, principalmente de su marido que vive en Barcelona

A nivel macroeconómico, Gambia se encuentra actualmente en la lista de países con problemas de endeudamiento según el Fondo Monetario Internacional. Los planes de ajuste estructural obligaron al país a reducir su déficit presupuestario con recortes en sanidad y educación, y ahora su sistema sanitario tiene problemas para lidiar con cualquier tipo de enfermedad. Un médico que trabaja para la administración reconoce que, al no contar con los medicamentos más básicos, tiene que recetar fármacos menos efectivos pero que sí se pueden encontrar en las farmacias.

Con una deuda creciente y una moneda débil, Gambia solo tenía dos armas para hacer frente a los pagos de los créditos: la exportación de cacahuetes y el turismo. El primer mercado se caracteriza por una fluctuación constante de los precios —y por una caída de los mismos cada vez que los productores deciden aumentar la oferta—, el segundo, por una dependencia total de los turistas de los países ricos.

Días después del primer caso en Gambia, el gobierno seguía sin cerrar el aeropuerto: hacerlo significaba perder definitivamente las últimas divisas de la temporada

Esta temporada turística ya había sido floja: las turbulencias económicas presentes antes del coronavirus y el hundimiento de Thomas Cook hicieron que la llegada de visitantes fuera más baja que la de años anteriores. A mediados de marzo, los restaurantes de la zona turística apenas tienen clientes. Días después del primer caso en Gambia, el gobierno seguía sin cerrar el aeropuerto: hacerlo significaba perder definitivamente las últimas divisas de la temporada. A cambio, no cerrar el aeropuerto aumentaba las posibilidades de contagios en el país.

Lejos de Dakar: expectación y respeto

El gobierno senegalés ha tomado medidas desde el anuncio del primer caso de coronavirus: los ciudadanos no pueden salir a la calle después de las 8 de la tarde, el transporte público entre ciudades está muy restringido y las fronteras están cerradas. Sin embargo, sigue habiendo excepciones.

En Fodecounda, un pueblo en la frontera oriental de Gambia con Senegal, el paso de un país a otro lo marca un árbol y no hay ningún tipo de control policial. El pueblo cuenta con menos de 800 habitantes entre sus dos principales distritos, Bayocounda y Signatecounda, y de momento el coronavirus es una enfermedad aún lejana: el 50% de los casos del país se encuentran en Dakar. Sin embargo, hay motivos para la preocupación. “Si vas a la capital de la región, Tambacounda, verás que la gente hace vida normal, como siempre”, protesta Eladji Signaté, “Qué pasará si llega un solo caso?”, se pregunta.

Eladji es un ejemplo de las decenas de migrantes del pueblo que han quedado atrapados por culpa del coronavirus. Trabaja en un almacén de un gran supermercado catalán en la Llagosta (Barcelona), pero la situación actual le impide retornar a Catalunya. Ousmane Signaté se encuentra en una situación parecida, aunque es empleado en el sector de la construcción, mucho más volátil: “Cada vez que hay una crisis en España, los de la construcción son los primeros en caer”, comenta, y recuerda que ya sufrió una situación parecida con la crisis de 2008. Entonces, se marchó a París a trabajar; ahora dice que si pierde el empleo se quedará en Fodecounda.

El pueblo es la viva imagen del Senegal rural, completamente ignorado por el gobierno del país. En Dakar están los mejores hospitales, los mejores campos de fútbol, los ministerios, el parlamento y todos los instrumentos del poder político y económico del país. Fodecounda tiene un modesto centro médico, una escuela y dos mezquitas. La cooperativa agrícola de mujeres, que usa la energía solar para extraer agua del pozo, espera dinamizar la vida económica del pueblo gracias a la venta de varios productos en los mercados regionales: allí los pocos servicios que hay los ha puesto en marcha la comunidad, impulsada por el dinero y la inversión que han hecho los migrantes que trabajan en España.

Si en Gambia la mitad de la población depende del envío de dinero de un familiar, en Senegal la cifra es del 25% de la población, pero en pueblos como este la cifra es muy superior a la oficial

Si en Gambia la mitad de la población depende del envío de dinero de un familiar, en Senegal la cifra es del 25% de la población, pero en pueblos como este la cifra es muy superior a la oficial. La demografía de Fodecounda está influida completamente por la cuestión migratoria: los hombres del pueblo viven en el extranjero y solo vienen de visita, las mujeres, los viejos y los niños se quedan en Fodecounda. Los inmigrantes que tienen la nacionalidad española registran a sus hijos en la embajada española para que también la tengan. Esos niños, cuando crezcan, seguirán el mismo camino de sus padres.

¿Qué pasaría si las remesas desaparecieran?

Moussa Bayo sonríe antes de responder a la hipotética situación de que los ciudadanos dejaran de recibir remesas de familiares que trabajan en Europa y que se pueden quedar sin empleo por la crisis. “¡La gente no comería!”, sentencia. Este empleado de jardinería envía cada mes unos 250 euros para alimentar a sus familiares, que van más allá de su mujer y sus cinco hijos. En Fodecounda la ayuda familiar se extiende a abuelos, primos y tíos, con lo cual las personas que dependen del dinero pueden llegar, tal y como reconoce Eladji Signaté, hasta las 20 personas.

Con poca tecnología para trabajar el campo y con temperaturas que superan los 40 grados a diario, Fodecounda forma parte de los pueblos más afectados por el cambio climático. Con temporadas secas más largas y menos lluvia, la economía agrícola lo tiene más complicado para conseguir la autosuficiencia. E incluso si el virus no llegara al pueblo, una pérdida de las remesas sería catastrófica para sus habitantes. Pero el panorama que se abre al otro lado tampoco es esperanzador: ni Ousmane ni Moussa ni Eladji pueden volver a España por las medidas fronterizas. Esperan, dicen, que la situación del coronavirus acabe pronto para regresar a Europa y seguir enviando dinero a sus familias. 

En Banjul, y en toda el África urbana, son días de contradicciones. Un confinamiento total es, para muchos, una utopía: si no se trabaja no se gana dinero, y sin dinero no se come. El resultado es un parón parcial que, tal y como se ha demostrado en Europa, no es efectivo para contener la expansión del virus. Y aunque toda la familia se quede en casa, si uno de sus miembros va a trabajar al mercado cada día puede infectar —y convertir en estéril el confinamiento— a sus familiares.

En Banjul, pocos días después del primer caso de coronavirus, una mujer se convertía en el ejemplo de todas las dificultades. Atenta a las necesidades del mercado, la mujer vendía guantes protectores y gel para lavarse las manos. Sin ningún tipo de protección ni mascarilla para ella misma, se arriesgaba al contagio para ganar 25 dalasi (unos cincuenta céntimos de euros) por los guantes y 200 dalasi (unos cuatro euros) por el gel. Y los coches pasaban de largo.

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