Editorial
Madrid sin malos humos

“Colapso” es uno de los términos más utilizados para hablar de la puesta en marcha del plan en una ciudad que, entre atascos y fallos en los trenes de cercanías, colapsa cada mañana en sus vías de entrada.

La 'boina' de Madrid por la contaminación
La 'boina' de Madrid por la contaminación. David F. Sabadell

Una zona de bajas emisiones (ZBE) en Madrid. La reclamación de parte de asociaciones vecinales y ecologistas, movimientos sociales y todo tipo de colectivos llevaba décadas sobre la mesa en una ciudad que ha sido amonestada por la Comisión Europea en repetidas ocasiones por sus malos humos. Tras décadas construyendo una urbe para el coche y no para las personas, la medida, parece, al fin —y con sus limitaciones—, cercana. Pero corre peligro.

La reducción de un 20% del tráfico y del 40% de las emisiones de NO2 —el principal problema de contaminación atmosférica en la capital— en la almendra central, ofreciendo prioridad residencial y una mayor movilidad peatonal, parece aún a día de hoy un imposible en la ciudad del coche por antonomasia Pero el envenenado ecosistema mediático, que da cobertura a la oposición de derechas y a ciertos intereses gremiales y empresariales, apuesta por desacreditar y paralizar un proyecto que, sin duda, redundará en la calidad de vida y la salud de los cientos de miles de personas que residen y hacen vida en las 472 hectáreas que engloba la ZBE.

“Colapso” es uno de los términos más utilizados para hablar de la puesta en marcha del plan en una ciudad que, entre atascos y fallos en los trenes de cercanías, colapsa cada mañana en sus vías de entrada.

Dicha presión ha llevado a sucesivos retrasos, el último a petición de la Confederación de Empresarios de Madrid, para no perjudicar al Black Friday, una de las fiestas del consumo, a lo que el Ayuntamiento ha accedido. Ciudadanos y Partido Popular piden o frenar directamente el proyecto o más “diálogo” para rebajar una iniciativa que funciona en ciudades mucho más avanzadas en materia de movilidad, como son los casos de Estocolmo, Oslo y Helsinki, y que lleva sonando en los medios madrileños desde 2015.

Con sus limitaciones —permite la entrada de vehículos diésel, así como la de coches sin etiqueta de la DGT, los más contaminantes, hasta 2025 y de vehículos con etiquetas B y C de los invitados de residentes—, Madrid Central es una oportunidad histórica para rebajar la presión automovilística en el centro, mejorar la calidad del aire, dar más espacio al peatón y eliminar ruidos. En definitiva, renovar al menos en parte, el espacio vital de cientos de miles de personas.
A punto de cumplirse cuatro años de gobierno de Ahora Madrid, y aunque se han producido avances, los esfuerzos para transformar la movilidad madrileña han quedado lejos de la apuesta inicial. El vehículo privado a motor de hidrocarburos sigue siendo el rey, se mantiene el castigo endémico contra el transporte público —caro, colapsado, insuficiente y sin inversiones ni mejoras sustanciales a corto plazo— y es evidente la dificultad del Ayuntamiento para modular la invasión de las aceras del centro ciudad por ‘vehículos de movilidad personal’ privados —patinetes y dispositivos similares—.

Madrid Central no admite más retrasos ni rebajas. Así lo han dejado claro en una carta entregada a la alcaldesa Manuela Carmena representantes de 1.400 organizaciones sociales, vecinales, médicas, ecologistas y educativas. En materia de malos humos y salud, ni un paso atrás.

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