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Cine
Más muescas en la estirpe de los Kennedy
El escándalo Ted Kennedy (2017) sigue el camino de Jackie (2016) indagando en lo más parecido a una familia real que ha existido por tierras yanquis.
No hay Kennedy sin trauma, o al menos así se ha perpetuado su leyenda. Todo son conjeturas desde el 22 de noviembre de 1963, cuando John Fitzgerald fue asesinado en Dallas siendo aún presidente de Estados Unidos. Un reloj del anuncio de Hertz, en la azotea de un almacén de libros de texto, marcaba las 12:30 de aquel viernes. El primer disparo estremeció a quienes merodeaban la plaza Dealey; un tiro fallido que precedió a otros dos balazos certeros.
El 35º POTUS, el más joven de la Historia, se desangraba sin freno en el asiento trasero de una limusina Lincoln, descapotada por el día soleado. A su lado, un vestido rosa de Chanel se teñía de rojo para desgracia de su portadora. Nacida como Jacqueline Bouvier, Jackie Kennedy fue la primera damnificada por este magnicidio, más célebre que el de Abraham Lincoln al ser televisado.
Ahí la estirpe quedó señalada, cual maldición egipcia. Porque antes de transcurrir una década, el clan quedó descabezado tras el asesinato de Bobby Kennedy el 5 de junio de 1968 y la muerte de su padre, Joseph Kennedy, el 18 de noviembre de 1969 a causa de una apoplejía. Y entre medias, otra calamidad les sacudió en la isla de Chappaquiddick (Massachusetts) por culpa del senador Edward M. 'Ted' Kennedy y su propia soberbia.
La película Chappaquiddick (en España, El escándalo Ted Kennedy) revisa el accidente de tráfico que tuvo el senador junto a Mary Jo Kopechne, antigua secretaria de su hermano Bobby. Es verano de 1969 y Ted, que ha bebido durante una fiesta, se descuida mientras conduce y cae a un lago desde un viejo puente. Él consigue zafarse de los hierros del coche, pero la vida de Mary Jo corre serio peligro todavía bajo el agua.
Un desliz, muy bien recreado por el director John Curran, que paraliza la carrera de Ted hacia la Casa Blanca. Y entonces la maquinaria de los Kennedy se pone en marcha, ocultando pruebas para entorpecer a la Policía. Protagonizado por Jason Clarke en el papel de Ted, junto a Kate Mara haciendo de Mary Jo, este filme es una sólida estampa de cómo alguien poderoso no rectifica a tiempo ya que nunca le han cantado las cuarenta.
Pero la historia carece de fulgor; no entra en los detalles sórdidos de una fiesta convertida en tradición veraniega, donde seis hombres casados y mayores de 30 años pasan el rato con seis veinteañeras solteras. Cuatro botellas de whisky, tres de vodka, dos de ron y un par de 'packs' de cervezas en una cabaña donde se discute la opción presidenciable de un Kennedy.
Ed Helms, auténtico robaplanos
Ed Helms se desenvuelve de maravilla interpretando a Joseph Gargan, consejero del senador y también pariente suyo. Lejos de su habitual vis cómica, inmortal en Resacón en Las Vegas (2009), Helms es un auténtico robaplanos en esta peli bien contemporizada. Él se desvive por Ted y solo recibe migajas de afecto, por lo que se toma el accidente como algo demasiado personal.
El reparto se completa con el veterano Bruce Dern, en una aparición estelar como el patriarca de la saga. Es un Joseph Kennedy ya postrado en silla de ruedas, mudo y con el lado derecho de su cuerpo paralizado; eran los efectos de un derrame sufrido en diciembre de 1961, colofón a una vida llena de desenfreno capitalista y ausente de escrúpulos.
Chappaquiddick es otra muesca en el linaje de los Kennedy, lo más parecido a una familia real que ha existido por tierras yanquis. El anterior reflejo de Hollywood había sido la película Jackie (2016), en la que Natalie Portman interpreta con excelente soltura a la primera dama que vio el cráneo de su marido tiroteado aquel 22 de noviembre de 1963.
Este filme, dirigido por el chileno Pablo Larraín, es un sutil drama que se centra en la figura de la señora Kennedy durante los cuatro días siguientes al asesinato de JFK. Así, las repercusiones públicas y las connotaciones privadas de la tragedia reciben otro matiz si su narrador es el testigo más cercano al cadáver presidencial.
Larraín busca el instantáneo retrato de una mujer abatida mentalmente, sin dejar de lado ninguna de sus facetas, que son analizadas hasta el extremo e incidiendo en su condición humana. Y es que Portman da vida a un alma en pena, que impugna cada aspecto de sí misma desde que un exmarine llamado Lee Harvey Oswald matase a su esposo por motivos aún discutidos.
Un vestido convertido en símbolo
La charla en exclusiva con un periodista, encarnado por el siempre infravalorado Billy Crudup, libera la voz rota de Jackie Kennedy. Tenue, machacada por el trauma, pero que no duda en alzarse si alguien maquilla para los libros de Historia lo que captaron las cámaras; ni ella ni su ego lo permitirán. El vestido de Chanel se ha convertido en un símbolo que debe acompañar también con elegancia en la actitud.
El guion de Jackie formula un paralelismo. Por un lado, la solemne viuda rememora cómo se produjo y qué supuso el magnicidio, con la complicidad del periodista; por otra parte, el recuerdo de Jacqueline Bouvier se desmorona entre cigarrillo y cigarrillo a la vez que habla con un sacerdote de confianza. Ese cura está interpretado por el inglés John Hurt, en uno de sus últimos papeles antes de fallecer a los 77 años.
La peli es un deleite por y para Natalie Portman. Las presencias de Crudup o de Hurt, y hasta la de Peter Sarsgaard como Bobby Kennedy, solo son complementos bien elegidos. Piezas que no desentonan sobre un escenario de perspectivas amplias, donde el director escoge transiciones lentas desde el plano entero hasta el plano medio corto. Los primeros planos se reservan para el rostro de la actriz, cuya languidez es energía para la pantalla.
Gotas de sangre en la mejilla; abultado peinado, cuasi perenne. Características aprovechadas por una actriz que iconiza, más si cabe, al icono por antonomasia de la Casa Blanca. Tan formidable está Portman que ese año logró nominación al Oscar, tercera tras optar a mejor secundaria por Closer en 2005 (se lo llevó Cate Blanchett por El aviador) y tras haber ganado el de protagonista en 2011 por Cisne negro.
Mostrar a esta Jackie, en estado de 'shock', requería sosegar un temperamento innato. Portman lo borda y ensalza la labor de Larraín, que dispone una historia con amplitud de miras y estrechez de miramientos. Su esmero lo ha convertido en una de las apuestas más seguras entre cineastas iberoamericanos, con títulos en su currículum como Tony Manero (2008), No (2012), El club (2015) y Neruda (2016). Figuras de un continente plagado de sagas y tramas tan tortuosas como la isla de Chappaquiddick.