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Crisis económica
Algunas reflexiones sobre la crisis del 2008. Parte II: La financiarización.
La financiarización de la economía
ha sido un proceso de recuperación
de la redituabilidad del capital después
de un período de descenso de la tasa de ganancia;
un dispositivo exterior a los procesos directamente
productivos para acrecentar la redituabilidad del capital
(Marazzi, 2009: 32)
La crisis desatada por la debacle de las hipotecas subprime desveló el falso espejismo de los intelectuales ortodoxos neoliberales herederos de la Sociedad Mont Pelerin, acerca del crecimiento perpetuo sin perturbaciones (La Gran Moderación). La irresponsabilidad de las autoridades políticas y económicas que promovieron la banca en la sombra mediante la desregulación, garantizó tanto la crisis como la recesión y las medidas de austeridad que la agravaron aún más. Empero, Eugene Fama, Premio Novel en 2013, padre de las finanzas modernas según la Universidad de Chicago, y defensor a ultranza de la hipótesis de los mercados eficientes sin ningún tipo de regulación, se lavó las manos durante la crisis afirmando que desconocía las causas de las recesiones y que no era macroeconomista. “Ni siquiera sé qué es una burbuja” (Ash; Louça, 2019: 127)
Para reflexionar sobre este proceso llamado financiarización como causa estructural de la crisis del 2007-8, traeremos a colación varios trabajos de algunos autores del autonomismo italiano condensados en la obra La gran crisis de la economía global. El primero de ellos, Christian Marazzi hace una distinción entre las crisis financieras del siglo XIX y XX y el proceso de financiariación postfordista. Mientras las crisis financieras se producían al final de un ciclo económico por la caída de la tasa de ganancia industrial que producía el agotamiento de las bases tecnológicas, la economía financiera actual es invasiva y se expande a lo largo de todo el ciclo económico (Marazzi, 2009:30).
De esta manera, desde comienzos de los años ochenta, la base primordial de la burbuja financiera es el crecimiento tendencial de la ganancia no acumulada, es decir, la no reinvertida en los procesos directamente productivos (capital constante y capital variable) sino en la compra-venta de activos financieros como acciones, bonos, deudas y derivados que cotizan en bolsa. En conclusión, la financiarización de la economía ha sido un proceso de recuperación de la redituabilidad del capital después de un período de descenso de la tasa de ganancia. Carlos Vercellone le pone un nombre a dicho proceso, el devenir renta de la ganancia. “La renta se presenta como un título de crédito o un derecho de propiedad sobre recursos materiales e inmateriales que dan derecho a una porción del valor desde una posición de exterioridad respecto a la producción” (Vercellone, 2009: 74).
La tesis que aquí defienden estos autores es que la financiarización no es una desviación improductiva/parasitaria de porciones de plusvalor sino la forma de acumulación del capital en paralelo a los nuevos procesos de producción de valor. Esto significa que en los últimos cuarenta años ha tenido lugar una transformación de los procesos de valorización que exceden de los límites de la fábrica y que entran directamente en la esfera de la circulación de capital, es decir, en el ámbito de la reproducción y la distribución hasta el punto de transformar al consumidor en un auténtico productor de valor económico (Marazzi, 2009: 40-41).
Según Marazzi, la crisis asiática de 1997-99 marcó un cambio de régimen en el orden financiero internacional desde el momento en que los países del sudeste asiático comenzaron a acumular reservas en divisas para protegerse contra el riesgo de crisis distributivas implícito en el sistema monetario. De esta manera se pasó de un modelo de crecimiento remolcado por la demanda interna a uno basado en las exportaciones lo que conllevó el tránsito de la posición de deudor a la de acreedor, en dólares, de EEUU. Con este objeto de acumular divisas los países asiáticos recurren a fuertes devaluaciones y a políticas deflacionistas para competir mejor en el mercado internacional. Esta tendencia junto a la entrada en escena de China explica la deflación tanto de salarios como de los bienes industriales. Tras la crisis de la burbuja de Internet (1998-2000) la Reserva Federal de Alan Greespan auspició una política monetaria expansiva para controlar el riesgo de deflación manteniendo tasas de interés reales negativas favoreciendo el desendeudamiento de las empresas y el endeudamiento de las familias. Es entonces cuando los bancos desarrollan toda una ingeniería de instrumentos financieros y la titularización para aumentar el volumen de crédito. Por lo tanto, entre 1998 y 2007, las grandes empresas experimentaron grandes aumentos de la parte de ganancias no reinvertidas en la producción de forma paralela al aumento del consumo tanto por la reducción del ahorro familiar como sobre todo por su endeudamiento (Marazzi, 2009: 48-49).
Lo que hay según Marazzi es una crisis de gobernanza de las autoridades monetarias estadounidenses que fueron incapaces de gestionar los efectos de la afluencia de liquidez proveniente de los países emergentes. Esta crisis de gobernanza se manifestó cuando la Fed en 2004 comenzó a subir las tasas de interés del dinero para frenar los primeros síntomas de la crisis inmobiliaria. Sin embargo, la afluencia de liquidez desde el exterior volvió vanas dichas medidas monetarias prosiguiendo el aumento de la burbuja hasta agosto de 2007 cuando las agencias de calificación decidieron desclasificar los títulos (tóxicos) emitidos sobre el crédito. Desde mediados de 2006 ya se habían detenido los precios inmobiliarios y a los pocos meses empezaron a bajar. Este desfase temporal es lo que explica la crisis de gobernanza de las autoridades bancarias, desvelando además la no correspondencia entre el ciclo económico y el ciclo monetario. La crisis comienza en el momento en que un aumento inflacionista de los precios termina induciendo un aumento decreciente de la demanda. Es decir, la demanda crece cada vez más lentamente porque la actualización del flujo de réditos futuros ya no justifica el aumento irracional de los precios de los bienes sobre los que se concentra la burbuja.
A diferencia de los autores que profesan la visión ricardiana de la economía, es decir, la que trata de restablecer el buen funcionamiento de la ley del valor del tiempo de trabajo contra las distorsiones de las finanzas, esta escuela del post obrerismo italiano interpreta las crisis financieras y su solución de una forma distinta. Tanto para los neokeynesianos como para los marxistas ortodoxos en general, la crisis del 2008 se explica por el conflicto entre la vocación del capitalismo financiero por la renta y entre el buen capitalismo productivo que promueve el crecimiento de la producción y del empleo. De esta interpretación, de acuerdo con Vercellone, se desprende hoy la propuesta de un tipo de compromiso neo-ricardiano entre asalariados y capital productivo con el poder de las finanzas. Este compromiso debería permitir restablecer la hegemonía del capitalismo gerencial de la época fordista y las condiciones de un crecimiento cercano al pleno empleo (2009: 64). Para Vercellone (2009) esta lectura no es correcta por cuatro razones, a saber:
1) Se equivoca respecto al significado de la renta al considerarla como una categoría externa a la dinámica del capital y opuesta a la ganancia.
2) Esta visión de la renta está desconectada del análisis de las transformaciones acaecidas tras la crisis del fordismo ligada al crecimiento de la dimensión cognitiva e inmaterial del trabajo.
3) Elude la relevancia de la evolución que ha determinado el agotamiento del papel hegemónico de la lógica industrial en la acumulación de capital y que conducen a una vocación rentista y especulativa del propio capitalismo productivo.
4) Finalmente, no captan la naturaleza invasiva de las finanzas a lo largo de todo el ciclo económico que hace prácticamente imposible distinguir claramente entre economía real y financiera. (p: 65)
Lo que Carlos Vercellone quiere decir es que la articulación entre el salario, la renta y la ganancia ha sufrido una mutación en el pasaje que va del capitalismo industrial al cognitivo. Una mutación que ha convertido a la ganancia en renta, es decir, en una valorización improductiva del capital. En la época industrial y fordista la ganancia estaba bien delimitada respecto de la renta. La ganancia era fruto directo de la explotación de la mano de obra industrial y de la inversión en bienes de equipo como capital fijo. Salía por tanto de la tasa de plusvalor generado por el trabajo no pagado al asalariado, el plustrabajo en términos marxistas. La renta financiera era marginada y vista como una actividad parasitaria al igual que la renta de la tierra en los inicios del capitalismo.
De acuerdo con Fumagalli (2009), con el advenimiento del capitalismo cognitivo, el proceso de valorización no es medible en función del tiempo de trabajo necesario para la producción de la mercancía. Esto significa que la ley del valor-trabajo entra en crisis como sistema de medida y por consiguiente también el concepto de ganancia, es decir, la diferencia entre los beneficios y los costes. Los mercados financieros se convierten en el lugar de la determinación del valor de las mercancías (Fumagalli, 2009:104-105). De esta manera como afirma Vercellone, la gran empresa se ha convertido en un lugar de negocios y no de creación industrial. La financiarización es por tanto el resultado de una mutación endógena en la estrategia de valorización del capital de los grandes grupos industriales que ha conducido a un modelo de ganancias sin acumulación de capital (Vercellone, 2009: 87).
En conclusión, el significado político del crash financiero no se deriva tanto del afán rentista de la oligarquía financiera global en connivencia con los conglomerados industriales, sino que las crisis financieras son la característica permanente de la actual fase del modo de producción. Un modo de producción donde lo financiero ha dejado de ser una actividad externa para convertirse en interna desde principio a fin y donde el valor de las mercancías no se mide ya por el tiempo de trabajo socialmente necesario sino entre el valor futuro esperado y el actual. Un valor incierto e inestable pero que condiciona y determina lo que ocurre en la economía real, es decir, en la división internacional del trabajo definida por las ventajas comparativas que tiene cada región en el proceso de valorización global. En los países tecnológicamente avanzados el plusvalor es extraído no tanto en la fábrica manual (que ha sido trasladada a Asia) sino en el saber inmaterial del común como sociedad a través de mecanismos de renta que posibilita el régimen de propiedad intelectual vinculado a las empresas de servicios de consumo, digitales y financieros. En los países dependientes, el valor se produce en las plantas industriales tayloristas orientadas a la exportación constituyendo la verdadera base de la economía real global en cuanto a la producción de bienes de consumo.
Empero, (y esta es la crítica que se le podría hacer a los post obreristas italianos), ambas regiones se complementan dialécticamente porque el capital al globalizarse, juega a esa doble banda buscando la mayor rentabilidad posible en función de las ventajas comparativas que les permite el no establecimiento previo de una tasa mundial de explotación del trabajo. De ahí que los estados-nación, aunque hayan perdido soberanía, aún jueguen un rol muy importante en las relaciones internacionales porque son los que en última instancia regulan la relación de su territorio con el mercado mundial. La crisis del 2008, -así como la actual detonada tanto por la Pandemia Viral como por la Guerra en Ucrania-, lo que saca a la luz son las contradicciones de un mercado mundial no regulado mediante una dirección políticamente unificada que pueda planificar de forma equitativa la producción, y la distribución de bienes y servicios incluyendo a la tasa de explotación laboral y a los salarios de la clase trabajadora. En este sentido, el estado-nación resulta ser un gran obstáculo para armonizar el potencial productivo global así como las necesidades sociales ya que funge como un actor beligerante en la escena internacional con intereses nacionalistas que además no suelen coincidir con los de su propia mayoría social sino con los de sus clases dominantes. He aquí uno de los elementos clave del porqué la crisis hegemónica de la globalización liberal ha derivado -luego del fracaso relativo del movimiento social de las Primaveras árabes y los Indignados- en el posicionamiento de los populismos en los países dominantes como salida nacionalista a la crisis sistémica desde la derecha.