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Fiestas populares
Los banquetes navideños
Mejor no darle vueltas al escatológico sentido de estas fiestas, si no quiere que se le atragante el banquete.
La celebración del nacimiento de Jesucristo sustituye a otros cultos más antiguos del solsticio de invierno y, al extenderse el cristianismo por el mundo, las costumbres son variadas y variopintas. La nuestra, además de intercambiarnos regalos, es comer opíparamente si es posible. En familia y con amigos y amigas, cenas de empresa… Hay quienes no dan abasto. Tengo un amigo que estos días anda cogiendo aviones para asistir a las comidas de Navidad que organizan las varias empresas en las que es consejero-delegado: Madrid, Bilbao, Barcelona, A Coruña, Málaga… Vuelve a casa desmoralizado: es consciente de que trae unos kilos de más en su cuerpo y tanto avión tampoco es bueno para el clima. Pero es bueno para el comercio y el consumo y aún le espera familiares y amigos… El iluminado de calles y plazas le enciende. El clima puede esperar. Es un caso extremo, supongo.
El iluminado de calles y plazas le enciende. El clima puede esperar.
Los políticos siempre tienen alguna idea o propuesta o chorrada que “poner sobre la mesa” (es su expresión favorita), pero hay quienes no tienen ni mesa ni familiares ni con quien festejar el nacimiento de Jesús y acuden a los comedores de servicios sociales. Deben andar aún más desmoralizados y deseando la segunda venida de Jesucristo que los libere de la necesidad y el hambre: la parte escatológica del Adviento, el fin del mundo.
El comer es, pues, inicio del proceso escatológico y cuando Luis XIV, el llamado Rey Sol, se acercaba al retrete los cortesanos le seguían para testimoniar lo humano del poder absoluto. Los emperadores chinos eran más sofisticados: evacuaban en bacinillas de oro y la escatología se la daban a beber y comer a sus sirvientes como manjar divino. La Última Cena es el ejemplo más sublime de la humanidad de Cristo. Tal vez la dificultad de ocultar esta basura corporal le llevó a pensar a Giovanni Papini en Gog que la necesidad de ingerir alimentos debía realizarse en solitario. Y Buñuel en El fantasma de la libertad ofrece una escena que completa el círculo virtuoso de la naturaleza: unos diplomáticos alrededor de una mesa repleta de manjares, sentados sobre tazas de water donde evacuar. Principio y fin. Uno de ellos sale al excusado y, en vez de hacer allí sus necesidades, se pone a comer. ¿Surrealismo?
En cualquier caso, es sabido que en estas reuniones, donde la cultura se enfrenta a lo escatológico, se hablan idioteces, se sueltan impertinencias, se emborracha la gente, se desatan celos y rivalidades y los comensales acaban devorándose entre sí. Tal ocurre en muchas de nuestras comilonas navideñas y por ello las empresas prohíben que en ellas se hablen de política y otros temas polémicos.
La redención del mundo, que es lo que se celebra, no suele estar incluida en el menú.