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Impacto diferenciado del trabajo sobre hombres y mujeres

La falta de estudios sobre salud laboral de las mujeres dificulta la prevención.

Trabajadora limpieza
Una trabajadora de limpieza en un edificio del centro de la capital. David F. Sabadell
7 mar 2014 12:54

Basta una simple búsqueda en internet para comprobar que los estudios que relacionan salud, trabajo y mujeres están casi exclusivamente orientados a la protección de la salud reproductiva de éstas. “Como en toda rama de la medicina, las mujeres hemos sido visibles primero por esta dimensión. Me ha costado 20 años explicar que las mujeres son algo más que un útero con patas”, explica la doctora Carme Valls, directora del programa Mujer, Salud y Calidad de Vida de la Red CAPS, Red de Mujeres Profesionales de la Salud.

 “No hay una visualización de estos riesgos porque seguimos una lógica muy masculinizada”

Al pensar en “riesgos laborales” seguimos imaginando hombres en andamios, levantando grandes pesos, manejando maquinaria... Ahí el riesgo es visible y evidente, y establecer medidas de prevención también lo es. No nos viene a la cabeza la imagen de una limpiadora que con sus  movimientos repetitivos acaba desplazando a lo largo del día una tonelada de peso, o que está en contacto con productos químicos nocivos  durante largos periodos de tiempo, o de la cuidadora, que tendrá que levantar o mover un cuerpo adulto que la supera en peso sin ayuda de  ninguna herramienta. “No hay una visualización de estos riesgos porque seguimos una lógica de riesgos muy masculinizada”, explica Antonio Costas, profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social y miembro del Laboratorio-Observatorio sobre Condiciones de Trabajo desde una Perspectiva de Género (LAOGEN).

Mientras que construcción o industria han sido sectores mayoritariamente masculinos, las mujeres estamos presentes en sectores altamente feminizados como hostelería y comercio, limpieza, sanidad o enseñanza. “Las enfermedades profesionales que se han estado estudiando son las que afectan a los hombres, pero aquellos riesgos que tienen que ver más con actividades prolongadas y continuadas están muy poco investigados. A veces no salen a la luz o se terminan reconduciendo a enfermedades comunes”, denuncia Costa.

Es el caso de las limpiadoras, que si bien no tienen que levantar sacos de cemento o utilizar maquinaria de riesgo, sufren problemas musculoesqueléticos y por contacto con los productos de limpieza fruto del trabajo continuado. “Puede ser que la persona no perciba que ese dolor que siente tenga relación con sus condiciones de trabajo, porque no lo notará en seguida. Pero también porque cuando vaya al médico éste tampoco lo relacionará con sus condiciones de trabajo”, explica la doctora Valls. Unas consecuencias para su salud difíciles de probar y  difíciles de indemnizar, aún recurriendo a los tribunales.

“Las mujeres con menos recursos económicos financian la conciliación con su propia salud”

Incluso ocupando puestos de trabajo similares, hombres y mujeres se ven afectados de forma diferente por los riesgos a su salud. Es el caso de algunos agentes químicos. Los valores límites ambientales para productos químicos —VLA— se revisan continuamente a la baja y están calculados en base al nivel de reacción en muestras de hombres jóvenes, a pesar de que, al tratarse de sustancias que se acumulan en las células grasas, su efecto no es el mismo sobre el cuerpo de una mujer, que tiene un 15% más de grasa. La falta de investigación se traduce en falta de prevención y en una menor percepción de riesgo. Solo el 17,6% de las mujeres perciben que están expuestas a agentes químicos frente al 27,5% de los hombres, según el Informe sobre Encuestas de Condiciones de Trabajo en España y Andalucía desde una Perspectiva de Género, de 2013, del profesor Antonio Costas. La falta de investigación se traduce en falta de formación y de prevención, y finalmente en una menor percepción de riesgo. Las medidas de prevención tenderán a aplicarse en el sector industrial antes que en  sectores como la hostelería o la limpieza, donde el contacto es en cantidades menores pero más prolongado en el tiempo.

La invisible carga psicosocial

Las estadísticas muestran que las mujeres ocupan empleos con mayor carga emocional (de cara al público, de atención a personas dependientes...), con mayor carga psicosocial (menos cualificados, peor remunerados, menos reconocidos, más precarios) y más repetitivos y monótonos. Establecer una relación entre esas condiciones de trabajo y la salud de las mujeres es una tarea pendiente, como lo es tener en cuenta el impacto de lo que se ha llamado “doble jornada” sobre la salud, es decir, de la desi­gual distribución de las responsabilidades familiares.

Según las estadísticas, ellas dedican dos horas diarias más que ellos al trabajo doméstico y cuidado familiar, pero no sólo se trata de una cuestión de cantidad sino también de estrés generado. Un 86% de las mujeres consideran que si faltan algún día en casa, las tareas domésticas que realizan se quedan por hacer, frente a un 47 en el caso de los hombres, según el Informe sobre Encuestas de Condiciones de Trabajo en España y Andalucía desde una Perspectiva de Género de 2013. Representativo también que el 83,3% de los hombres nunca piense en las tareas domésticas o familiares cuando está en la empresa, frente al 50% de las mujeres.Estudios realizados en Catalunya y en Euskadi han mostrado que este efecto negativo de la carga del trabajo doméstico se limita a las trabajadoras con menos recursos económicos, lo que introduce el factor de clase como determinante junto al de género. “Este hallazgo sugiere que las mujeres de clases pudientes, cuando intentan conciliar la vida laboral y familiar pueden costearse los recursos para hacerlo; en cambio, las menos privilegiadas parece que ‘financian’ la conciliación con su propia salud”, explica la doctora Lucía Artazcoz, directora del Institut de Serveis a la Comunitat de la Agència de Salut Pública de Barcelona.

Carme Valls ha llevado el caso de un grupo de limpiadoras que desarrollaron cuadros de fatiga crónica y fibromialgia a consecuencia de haber fregado tras el uso de un insecticida aplicado en un hotel. “Suerte que las hemos podido diagnosticar, si no se hubieran creído que estaban todas locas”, comenta. “Ellas simplemente se encontraron mal y basta. Si no llegan a dar con una médica que les dijo ‘esto se debe a lo que ha pasado’ nunca se hubiese considerado un accidente laboral ni se las hubiera indemnizado”, recalca Valls.Aunque la mayoría de los expertos reconocen que los efectos sobre la salud no dependen de un único factor, en materia de indemnizaciones, los textos legales siguen aceptando exclusivamente explicaciones unívocas. “En el caso de estar expuesto a múltiples factores de riesgo, algo que sucede en muchos empleos femeninos, es poco probable conseguir una indemnización por enfermedad”, denuncia la investigadora Karen Messing, autora de El trabajo de las mujeres. Comprender para transformar. Por su parte, Valls denuncia que hay sentencias “que dicen que se debe a que [la afectada] ‘es mujer’, como en el caso de los nódulos en la garganta de las maestras”.

No estudiar el impacto de todos estos factores sobre la salud significa no sólo invisibilizarlo, sino también impedir que se establezcan medidas efectivas de prevención y se compense de forma justa a las personas que han visto afectada su salud. “Lo invisible ha de ser investigado”, sentencia la doctora Valls.

Un equipo pionero en Quebec
“Lo invisible que hace daño” es un equipo multidisciplinar formado por las tres principales centrales sindicales de Quebec y un grupo de investigadoras, que ha analizado desde múltiples ángulos la invisibilidad del trabajo de las mujeres y sus consecuencias sobre la salud y los derechos de las trabajadoras. En el equipo destaca la jurista Katherin Lippel, que ha demostrado cómo conseguir una indemnización para una mujer por cuestiones de salud laboral siempre es más complicado que para un hombre, o la investigadora Karen Messing, pionera en la investigación de las relaciones biológicas diferenciales aplicadas al trabajo.
El equipo llegó a desarrollar una metodología para investigar grupos de trabajadores y trabajadoras y demostrar que, en los mismos puestos, ellas y ellos realizaban tareas distintas y, por tanto, para investigar los riesgos laborales a los que estaban expuestos había que bajar a observar las tareas concretas que realiza cada persona.

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