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La Colmena
Somos clase trabajadora. No tenemos nada que ver con ellos
Manuela Barragán y Dolores Domínguez, de 12 y 14 años, hacían todas las madrugadas a pie los dos kilómetros que separaban su domicilio en Fregenal de la Sierra (Badajoz) de la fábrica Conte Hermanos, industria corchotaponera. Corría noviembre de 1906 y una implacable lluvia acompañaba el camino de las dos niñas obreras.
Hacia mediados de mes Manuela y Dolores sufrieron una paliza a manos de Pepe Casa, encargado de la fábrica. El motivo fue que tanto una como otra equivocaron la saca donde debían vaciar unos tapones. Pepe Casa, al servicio los Conte, les pegó hasta que hizo manar la sangre por sus narices. Así lo narró en el periódico Tierra y Libertad un obrero que fue testigo, en la sección Buzón del obrero.
Aquel fue el detonante por el que la Sociedad Obrera La Unión, de Fregenal, fue a la huelga, a la que se unió la sociedad del mismo nombre de Fuente de Cantos, al otro lado del río Ardila. En apenas unos meses la industria corchotaponera de la zona se quedó sin mano de obra, a pesar de la presión de los patronos y de la Guardia Civil. Cercana la temporada de la aceituna, la huelga amenazaba la recogida, mientras se reclamaba una subida del jornal para vareadores y apañadoras. Finalmente, los hermanos Conte tuvieron que ceder, mejorando tanto las condiciones de trabajo como el salario. Dado el éxito de la Unión, el asunto incluso llegó al Congreso de Los Diputados, donde se trató en la sesión del 24 de noviembre de 1906.
Todos a una, como en Fuenteovejuna, fueron contra los señoritos y sus esbirros. Conscientes de la clase a la que pertenecían, que era la clase trabajadora, marcaron las lindes que separan a los ricos de los pobres, a los amos de los esclavos, a los patronos de los obreros. En poco tiempo extendieron el boicot hacia quienes protegían los intereses de los dueños de la fábrica y de los olivares, hasta el punto de que nadie cruzó palabra con ellos y no hicieron uso de sus servicios ni compraron en sus tiendas, tal y como se proponía en un llamamiento hecho a través de un panfleto de la Sociedad La Unión.
Sigue habiendo muchos Pepe Casa por el agro extremeño y por el resto del pellejo español. Se les nota en el aliento a facha y en la manera en que alimentan sus sueños de señorito, mientras desprecian sus orígenes, que es el de sus abuelos y abuelas, quienes jamás se descubrieron por gusto ante la presencia del amo.
Ahora sus huesos tiemblan de rabia y de vergüenza bajo la tierra, al ver que muchos de sus nietos y nietas babean por cambiarse la gorra que ellos no se quitaron.
Amech Zeravla.