Historia
Después de Ohnesorg

La situación actual de España no es la misma que la de Alemania en 1967, pero esta puede dar detalles de los caminos posibles.

Benno Ohnesorg
Foto del asesinato de Benno Ohnesorg en Berlín Oeste en el año 1967.
16 nov 2019 06:27

Las herencias en ocasiones se parecen más a lo que cuentan las películas de lo que estamos habituados. Las herencias suelen ser visibles y seguir una línea más o menos continua entre familiares directos y cercanos: de abuelos a padres, de padres a hijos, etc. Pero a veces, como de improviso, aparece un familiar que en los sesenta se fue a Alemania, y que, por lo que sea, no tuvo descendencia. Y ahora, a la vejez, la herencia de aquel que hizo “fortuna” en Hamburgo o Berlín se disputa entre un número insondable de sobrinos y primos. Si se disputa es porque “por derecho, nos pertenece”, pero se aplica de igual manera a las deudas y taras genéticas que acarrean y que no suelen ser herencia bienvenida.

Somos deudores de nuestros abuelos, sin duda, pero España hoy acarrea herencias menos visibles, menos claras (tal vez de apellido Schumacher, o Adenauer), las cuales pueden definir mejor qué está pasando hoy y por qué.

A diferencia de lo que muchos voceros de la derecha barritan, como el infame Jiménez Losantos, España no se encuentra actualmente repitiendo paso por paso lo ocurrido en el 36, con las mismas abominables consecuencias. No se puede evitar que se mantenga cierta tradición hispánica inclinada al “pronunciamiento” y al “grito”, pero es cierto que ya nos encontramos dentro de las coordenadas de la democracia liberal europea, con los pesos y las vejeces que acarrean. En este caso, España se parece más a Alemania que a sí misma, con el doble enlace constitucional por una parte, y socio-histórico por otra. Las analogías incluyen un engaño de base, por eso, salvando las distancias, nuestra situación actual tiene más que ver con la Alemania de los años 60 que con la España del 36. Y todo gira en torno al artículo 155 de la Constitución española.

Este artículo es una copia casi literal del artículo 37 de la Ley Fundamental para la República Federal Alemana, su actual constitución. Esto no es algo escondido u oculto: la propia sinopsis del artículo lo explica y da cuenta de la herramienta de “coerción federal” disponible en un momento de excepcionalidad para que el ejecutivo federal llame al orden a algún Land revoltoso.

En España, carentes de un Estado federal pero con un autogobierno amplio basado en las autonomías, simplemente se traslada de una figura a otra. Lo que no se suele explicitar es que, a su vez, el artículo 37 es una copia del artículo 48 de la Constitución de Weimar de 1919, el mismo artículo que creó el estado de excepción que le permitió a Hitler la obtención de plenos poderes. Pero aquí no toca hablar de los nazis, aunque es el telón de fondo fundamental para entender el contexto de la Alemania de los años 60.

LA POST-SALA DEL FASCISMO

La Alemania de posguerra seguía siendo la Alemania de entreguerras, sólo que con el peso de la conciencia del desastre en sus espaldas. En lo que concierne a la República Federal Alemana (RFA), la Alemania occidental, por lo general, seguía siendo una sociedad conservadora que se volvió hacia la democracia burguesa que quiso ser en Weimar pero que no pudo materializarse, y en cierto sentido siguió donde ésta lo dejó.
La formación política de la juventud contestataria alemana de los años sesenta fue la lucha en primero en la Universidad, por una institución democrática, y después en las calles

Ayudó bastante la existencia del bloque soviético: la República Democrática Alemana (RDA) ejerció un peso considerable sobre toda la izquierda y sobre la configuración de las fuerzas políticas en la RFA. La izquierda comunista o marxista revolucionaria vio en la RDA la utopía soñada, y muchos abandonaron Occidente por la esperanza, al mismo tiempo que eran empujados con la ilegalización del Partido Comunista en la parte occidental. Los que quedaron, en un contexto de amenaza por el Este y de necesidades electorales, moderaron su discurso con el objetivo de representar una alternativa de izquierda democrática a la Unión Soviética. Hasta tal punto llegó la moderación que en 1959 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) abandonó el marxismo, la lucha de clases, y se pasó de una reluctancia hacia a OTAN a ser uno de sus principales defensores —en el llamado programa de Bad Godesberg, la repetición como farsa de Gotha—, con el objetivo de abrirse hueco entre las clases medias. No hubo resistencias. Todo esto ya empieza a sonar familiar.

En 1960 el canciller Konrad Adenauer saca la propuesta de legislar el artículo 37 a través del proyecto de ley “Para el caso de un estado de emergencia”, conocidas popularmente como Leyes de emergencia. Estas leyes permitían al ejecutivo proclamar prácticamente de forma unilateral el estado de excepción ante la amenaza tanto interna como externa, y recogía la supresión de las libertades de prensa, de reunión y asociación, o incluso de ciencia y arte. Recordaba terriblemente a lo ocurrido con el artículo 48 de la Constitución de Weimar en 1933. Sin embargo, a pesar de que la sociedad seguía siendo esencialmente la misma sociedad conservadora del 33, ahora sabían lo que era el Terror nazi y se barruntaban la dictadura roja, por eso se encontraba más dispuestos a aceptar esas excepciones como momento de salvaguarda de la sociedad.

Pero había una diferencia. Los menores de 30 años, nacidos durante la Segunda Guerra Mundial o después de ella, no habían conocido el Terror, habían crecido bajo el manto del “milagro económico alemán”, y las informaciones que llegaban de más allá del Telón eran escasas y muy manipuladas por la prensa. Los jóvenes radicales de izquierda, aunque se formaron a la sombra del Muro de Berlín, tenían otras fuentes, ya no enmarcadas por la Revolución de octubre, sino por los movimientos descolonizadores y la crítica al capitalismo y a su expresión política en la democracia liberal como formas de tolerancia represiva.

Había mucho Mao, mucho Ché Guevara, mucho Fanon, y mucha Escuela de Frankfurt (aunque después a estos lo repudiaran), pero, fundamentalmente, la formación política de la juventud contestataria alemana de los años sesenta fue la lucha en primero en la Universidad, por una institución democrática, y después en las calles. No tenían paraguas político institucional alguno. Veían en los conservadores a los mismos que habían llevado a Alemania al desastre, y en el SPD una parodia de partido de izquierdas que cada vez más se preocupaba en bailarle el agua a los democristianos al mismo tiempo que mantenía unas muy moderadas luchas sindicales a propósito de la codecisión (empresas y sindicatos) o el aumento salarial. Este grupo se llamó “oposición extraparlamentaria”, y se denominó a sí misma “izquierda no respetuosa”, no respetuosa con el establishment, y carente de la organización de los movimientos obreros tradicionales.

ALEMANIA 1967

Se empezó a organizar esta oposición extraparlamentaria con la aparición de la propuesta de leyes de excepción, pero en los años sesenta el milagro económico comenzó un periodo de declive y a las protestas por las leyes y por la colaboración de Alemania en la Guerra de Vietnam, se le unió la creciente recesión. A pesar de la actitud generalmente conservadora de la sociedad alemana, ciertos sectores obreros carentes de representación institucional se empiezan a mover junto con los estudiantes. En 1966 se tuvo que conciliar precisamente en el contexto de crisis económica y movilización social por el descontento con la entrada de Willy Brandt y otros socialdemócratas en el gobierno bajo la cancillería de Kurt Georg Kiesinger.
Para Ulrike Meinhof, el asesinato de Benno Ohnesorg es cuando se cruza la línea de la protesta a la resistencia

Esto se presentó a los socialdemócratas como un triunfo después de la marginación durante años. Así se llega a 1967 con huelgas mineras en el Ruhr, con los sindicalsitas del “ala obrera” descontentos por las concesiones del SPD en el gobierno y la renuncia a la codecisión, el impago de las prestaciones a los jubilados, o la represión de los estudiantes en Berlín. A esto hay que añadirle la presión sobre la información y la comunicación a través del grupo Springer, mayor propietario editorial de la RFA y, en cierto sentido, órgano informativo del establishment.

Dos figuras destacan entre la izquierda no respetuosa. Rudi Dutschke, uno de los líderes políticos de los estudiantes berlineses, habla del “rechazo organizado”: “Sin armas, sólo con nuestra razón educada, nos oponemos a las partes más inhumanas de la maquinaria, no hacemos el juego, e intervenimos, por el contrario, consciente y directamente en nuestra historia”.

Dada la ineficacia de la oposición política en las democracias occidentales, los jóvenes toman la alternativa por otros medios. Para Ulrike Meinhof, periodista, se convierte en una portavoz informal de las reivindicaciones de los colectivos que no se sienten representado institucionalmente y que ha sido reprimidos por el gobierno: “los estudiantes han aprendido que la porra de la policía es revelación de un poder intrínseco al sistema en el que viven, no simple defecto, sino columna del sistema”.

Meinhof, mayor que Dutschke, había formado parte del ilegalizado Partido Comunista, pero su escasa actividad clandestina la mueven hacia posiciones más radicales que, en el marco de la RFA, ella entiende como simplemente actitudes y acciones democráticas, porque no ve diferencia entre la Alemania de 1933 y la de 1967: “en las luchas salariales se trata de los salarios, en el asunto de la codecisión se trata de la codecisión, cuando se lucha contra las leyes de emergencia se está defendiendo la democracia”.

El 2 de junio de 1967, con motivo de la visita del Shah de Persia Reza Pahlavi, hay una gran manifestación frente a la Ópera Alemana en apoyo a los presos políticos y contra la opresión del gobierno del Shah. La manifestación estaba siendo pacífica, hasta el momento en que los miembros de una contramanifestación en apoyo al Shah atacan a los manifestantes. La policía no actúa hasta que los manifestantes responden a sus agresores. Entonces deciden cargar para disolver la manifestación inicial. Es cuando ocurre lo de Benno Ohnesorg. Según se dice, era la primera vez que iba a una manifestación. En un callejón, el Landespolizei Karl-Heinz Kurras le pega un tiro en la cabeza. Él aduce defensa propia. Fue absuelto en dos juicios posteriores. Este evento dispara la violencia.

Para Ulrike Meinhof, el asesinato de Benno Ohnesorg es cuando se cruza la línea de la protesta a la resistencia: “Si digo que tal o cual cosa no me gusta estoy protestando. Si me preocupo además de que eso que no me gusta no vuelva a ocurrir, estoy resistiendo. Protesto cuando digo que no sigo colaborando. Resisto cuando me ocupo de que tampoco los demás colaboren”. Es el momento de la radicalización, un proceso que culmina en abril de 1968, cuando Rudi Dutschke sufre un atentado perpetrado por un joven ultraderechista llamado Josef Bachmann. Dutschke recibe tres disparos en la cabeza, pero sobrevive al atentado, con graves secuelas que son las que le apartan de la lucha política.

En 1968 se constituye, con motivo de la escalada de violencia estatal, el grupo que en el futuro se conocerá como Rote Armee Fraktion (Facción del Ejército Rojo) o Baader-Meinhof Bande

Al mismo tiempo, el tercer proyecto de ley sobre el estado de emergencia se presenta en 1967, con el SPD integrado ya en el gobierno, y son aprobadas por la Gran Coalición en mayo de 1968 (con varios añadidos en junio a la Ley Fundamental en el artículo 115 sobre la defensa). Las dificultades de años anteriores se salvan con una relajación de las medidas represivas que podía ejercer el gobierno sin el refrendo del parlamento y saltando por las libertades constitucionales en un contexto de excepción.

Se relajan las medidas represivas, pero no se eliminan. Ese mismo año, en septiembre, se legaliza el Partido Comunista, y en el 69 Willy Brandt se convierte en Canciller. La sociedad se ha moderado hacia la izquierda, la promesa de bienestar social crece, y, por tanto, las protestas se apaciguan. Con el doble movimiento de que la aparición de los peores años de la Internacional terrorista tienen lugar. Pero eso no elimina el hecho de que las leyes de emergencia fueron aprobadas.

DE LA PROTESTA A NINGUNA PARTE

Mientras todo esto ocurre, aparece la radicalización de parte de la juventud, que, como decía Ulrike Meinhof, pasa de la “protesta” a la “resistencia” —ella incluida—. En 1968 se constituye, con motivo de la escalada de violencia estatal, el grupo que en el futuro se conocerá como Rote Armee Fraktion (Facción del Ejército Rojo) o Baader-Meinhof Bande (Banda Baader-Meinhof, por los dos líderes, Andreas Baader y la propia Ulrike Meinhof). En 1970, en el proceso del traslado de Andreas Baader por una atentado, Ulrike Meinhof, que estaba realizando una serie de entrevistas a miembros del grupo para elaborar un libro, le ayuda a huir y se une a la RAF.

Decide seguir la doctrina de la radicalización de la sociedad a través de la opresión gubernamental: las acciones represivas realizadas por parte de la policía de años anteriores han sido suficiente para llevar a parte de la población, que se manifestaba pacíficamente, a radicalizarse. Se llegó incluso a atacar y quemar grandes almacenes o centros del grupo Springer, y las medidas represivas fueron todavía mayores. Esto llevó a muchos a entrar en grupos como la RAF o el Movimiento 2 de Junio (en memoria de Ohnesorg). Conciben que una escalada en la represión como respuesta a los actos violentos hará que la población se radicalize aún más.

Sin embargo, ocurre todo lo contrario. El ciclo revoltoso a nivel mundial que tuvo su punto álgido en 1968 a partir de entonces se modera para gran parte de la población y se integra en la sociedad de nuevo gracias a la acción política que es capaz de apaciguar a la ciudadanía (excepto a una minoría que opta por la violencia).

Historia
Mayo de 1968: y la utopía cayó sobre nuestras cabezas

De París a la plaza de las tres culturas de Tlatelolco, las revueltas del año 68 definieron los límites de la contestación al capitalismo en todo el mundo. En España, la falta de una masa crítica para propiciar un cambio de régimen no impidió que el franquismo desarrollara un plan represivo para contener al movimiento obrero y estudiantil.

En el caso de Alemania, a la aprobación de las leyes de emergencia le siguió la legalización del Partido Comunista, la distensión con el bloque soviético, y el acuerdo con los sindicatos de rebajar la presión de las reivindicaciones en aras de un gobierno de concentración estable que pueda hacer frente al descontento y acometer reformas sociales.

Esto lo hicieron los socialdemócratas en el gobierno, que habían renunciado a cambiar el sistema, y sólo aspiraban a reformarlo. Además, la población ya estaba cansada y temía una mayor escalada de violencia: los jóvenes que cinco años antes encabezaban las manifestaciones ahora probablemente tienen trabajo y familia, y no van a arriesgarlo todo en las calles. Fue un momento genuinamente revolucionario que las democracias liberales supieron encauzar.

El resultado por ambos lados es un viaje a ninguna parte. Las leyes de emergencia fueron aprobadas, el apoyo de la RFA a los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam continuó, los salarios no subieron de momento, etc. Las protestas civiles no llegaron a ninguna parte, y, tras el descabezamiento de la oposición extraparlamentaria y la legalización del Partico Comunista, pareció que la carencia de representación institucional había sido satisfecha y minimizada, con un partido de escaso volumen electoral.

La violencia, como es lógico, también espantó a la gente. Sobre todo cuando se volvió demasiado peligroso, cuando el terrorismo se volvió una amenaza para la propia ciudadanía alemana. Porque, esa es la siguiente parte, la RAF no consiguió nada. Todo el peso policial y judicial cayó sobre ellos como antes cayó sobre los estudiantes, con la diferencia de que la RAF asesinó en atentados. En lugar de alimentarlo, el Terror político contrarrestó el Terror gubernamental, lo desvió de la población civil hacia los terroristas. Esto modificó la opinión de la gente, para lo cual también ayudó el atentado de Munich del 72 contra el equipo israelí durante las olimpiadas.

Decir que todo esto fue aprovechado por el Estado alemán occidental para afianzar su poder es una frivolidad. Sin embargo, no está lejos de la realidad. El repliegue civil conlleva un reforzamiento del Estado como monopolio del poder. No se puede decir que el SPD aprovechara el descontento social para subir electoralmente, aunque le ayudara; lo que sí le benefició fue entrar en el gobierno en el 66, porque esto le hizo parecer un partido digno de ostentar el ejecutivo. Y, al mismo tiempo, el Estado encontró otro aliado para mantener el estado favorable de las cosas, como sucediera en 1914 o en 1919.

La llegada al poder fue una especie da pacto tácito, según el cual el Estado permitía que se acometieran con mesura algunas reformas de tipo social siempre y cuando la estructura del sistema no fuera modificada. El SPD fue capaz de sacar a la luz su olvidada herencia proletaria para empujar el espíritu de reforma y no de revolución frente a la violencia, al mismo tiempo que daba al Estado plenos poderes en caso de emergencia para actuar como creyera conveniente. Tal vez, al fin y al cabo, la sociedad simplemente se asustó, la economía estaba remontando, y el 68 había sido en general demasiado convulso para la mayoría.

ESPAÑA 2019

A pesar de lo que escribiera Ulrike Meinhof —que las luchas contra la leyes de emergencia se está defendiendo la democracia—, la democracia liberal europea y su Estado del bienestar siguió adelante al menos 10 años más, en el declive hacia las posiciones neoliberales. El Estado no se valió de las leyes de emergencia para imponer su criterio, pero tampoco le hizo falta. Fue el único beneficiado de todo el proceso. Por ello, es interesante pararse a reflexionar sobre estos hechos y buscar los posibles paralelismos con la actualidad, porque, parece, todo momento revolucionario o aparentemente transformador esconde en su seno un reforzamiento de los aparatos de represión del Estado.

La diferencia entre la represión de tiempos previos a los posteriores a la Segunda Guerra Mundial, es que, aunque vayan acompañados de violencia y brutalidad policial, muchas veces las acciones represivas no tiene por qué ir acompañadas de una eliminación material de derechos. Para quien tiene una visión de conjunto, es fundamental desviar la mirada del público a la violencia mientras se maquina detrás de los focos.

Medio siglo nos separa del proceso del 68, y parece todo muy diferente. Sin embargo, muchas analogías se dejan atrapar porque, por suerte o por desgracia, nos parecemos mucho a una democracia desarrollada —con lo que eso supone para las democracias desarrolladas, dadas las circunstancias—. La situación actual de España no es la misma que la de Alemania en 1967, pero esta puede dar detalles de los caminos posibles.

Las semejanzas, si nos remontamos al proceso que comienza en 2008 con la crisis económica, se encuentran en toda la estructura del sistema, más difícil de ver en sus concreciones o desarrollo directo. El fin del milagro económico alemán y el rechazo a la herencia “conservadora” que se entendía substrato de la sociedad que llevó al nazismo, junto con sensación de falta de representación política en los partidos tradicionales por parte de la juventud, se asemeja al proceso del 15M y los indignados, que juntan el descrédito político y la inestabilidad económica a una relectura del relato de la Transición, en tela de juicio por se ve como una continuación de las formas franquistas bajo un velo democrático.

La respuesta política de los partidos tradicionales es su reforzamiento en el plano institucional frente a lo que se considera aventurismo político, como un repliegue hacia el poder establecido. En el caso del Partido Socialista Obrero Español, como partido que a estas alturas es más “partido de gobierno” de lo que era el SPD en el 66, maneja esa misma dialéctica como partido derrotado en 2011 entre el impulso reformador pero dentro de los límites del Estado como estructura de poder, no como concreción constitucional.

La estabilización termina en cierto momento con la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional en 2015 con el voto favorable de la Gran Coalición informal de PP y PSOE (así como la Ley de Protección de Seguridad Ciudadana, conocida coloquialmente como Ley Mordaza, aunque en este caso sí con la oposición del PSOE). Es, en resumen, la democracia liberal en crisis lo que se despliega.

Las diferencias son de distintas índoles. La indignación sin representación homologable a la oposición extraparlamentaria alemana, con una composición similar donde destaca la juventud, es más tarde en España canalizada en mayor o menor medida institucionalmente con la irrupción de Podemos, cuyos éxitos electorales, al menos, fueron mayores que los del Partido Comunista de Alemania tras su legalización.

Toda protesta corre el riesgo de convertirse en rebelión para un Estado que ya no ve problemas políticos diferentes, sólo amenaza a su sistema

Sin embargo, esta irrupción no se traduce en una marea arrolladora que cambie el sistema, pero tampoco en su momento medió una violencia exacerbada como para llamar a una respuesta mayor (si se exceptúa Plaza Cataluña), al mismo tiempo que la situación económica no ha mejorado substancialmente y las leyes de emergencia fueron aprobadas sin oposición pública como sí tuvieron otras leyes.

De la misma forma, ni los disturbios ni la represión policial, a pesar de haberla, y de existir una agitación ciudadana importante (de los pensionistas a los servicios sanitarios, de los mineros a los estudiantes), llega —no ha llegado todavía— al nivel de represión y violencia de la Alemania de los sesenta (tal vez incluso por el hecho de que la esperanza de representación llegó antes). Aunque, como se está viendo en Cataluña, parece que eso está al borde de la insurreción real (y no como el circo judicial ha pretendido hacer ver).

El problema político con Cataluña dista mucho de los problemas sociales y políticos por los que pasaba Alemania en los años sesenta, pero tiene en común con ellos la carencia de una guía política clara, la resistencia del Estado central al diálogo y a las soluciones políticas a favor de un uso de la fuerza policial, y el uso partidista del conflicto con la finalidad de afianzar posiciones mientras fuera de cámara se presentan y se aprueban medidas reaccionarias (caso de la “mochila austríaca”).

En Cataluña se está dando un problema que la política tradicional de Estado no está sabiendo traducir a sus términos, que la democracia liberal no contempla, y por eso la forma de responder es a través de la represión de todo lo que se concibe como ajeno a la norma de Estado. Este peligro nos lleva más allá de los disturbios intitucionales de la Alemania de los años sesenta. Y no es algo que se vaya a solucionar con la entrada del PSOE en el poder como el SPD fue capaz de apaciguar al electorado. Esto es algo que no afecta sólo a Cataluña. Existe una agitación global que no termina de romper pero que está latente, y en Cataluña, con el particular del procés, la situación está siendo llevada al límite por una política incompetente que está deseando sacar a la calle la Ley de Seguridad Nacional, que pretende sustituir con la fuerza a la política.

Toda protesta corre el riesgo de convertirse en rebelión para un Estado que ya no ve problemas políticos diferentes, sólo amenaza a su sistema. Y eso puede llevar a muchos a tomar un camino que se abandonó en 2011.

Hoy, tras las elecciones del 10N y con el pre-acuerdo de investidura y gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, se hace sencillo pensar en un partido “de Estado” con tintes de conservadurismo institucional que permite la entrada de un partido socialdemócrata en el gobierno para apaciguar a la sociedad e implementar ciertas reformas que no modifiquen en los puntos clave el sistema pero lo suficiente como para acometer ciertas medidas necesarias (y se ve con dificultad que, en esta conyuntura, UP pueda transformar significativamente los modelos represivos estatales).

Y esto abre la posibilidad de que, como en Alemania, en cuatro años la socialdemocracia “real” pueda conseguir el gobierno individualmente. Pero los retos que se presentan siguen ahí, y la tensión en una sociedad parcialmente polarizada se mantienen a pesar del anuncio (tanto a la ultraderecha como en Cataluña).

Todavía no ha llegado nuestro Ohnesorg, y esperemos que nunca llegue, porque todas las salidas posibles a ese evento dejarán un camino de sufrimiento para los que no tenemos otros cuarenta de espera para la “concordia”. Es peligroso llegar a la situación de Ohnesorg, porque, como bien concibió Ulrike Meinhof, una vez se pasa ese límite, la situación subsiguiente se puede volver incontrolable: ya se está en el punto de la resistencia ante un Estado que está forzando sus límites y prerrogativas. Seguimos pareciéndonos más a la Alemania de los sesenta que a la España de los treinta, y mejor seguir esperando a Ohnesorg como quien espera a Godot y que nunca llegue.

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