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Literatura
Máquina de lecturas divergentes
Una suma de afrentas que en ocasiones resultan imperceptibles por asumidas y apenas cuestionadas, aunque cada vez menos, colabora para que la atenta escucha de quien esto comenta, más que contar, se deslice como una canica en plano inclinado rumbo a un océano contaminado, magma donde muy bien podrían aflorar nuevas estrategias. En este caso de lectura, mirada y acción. La fotógrafa Graciela Iturbide, absorbida desde los once años entre la luz y la paciencia, comprendió y compartió que siempre hay tiempo para captar la imagen buscada. Coreemos que también hay infinitud para agarrar ese futuro que junto al deseo de cambios profundos y sistémicos vamos concretando.
En en esta época de incertidumbre viral entre mascarillas, vacunas y pérdidas, no cifras sino personas con nombres y apellidos cuyas historias se truncan y expanden dolor, podrían asaltarnos por sorpresa algunas páginas de novelas, ensayos, poemarios, otras hibridaciones teñidas con su verdad y su verosimilitud, indicarnos mediante sus humores distintos por dónde seguir leyendo, qué voz de voces escuchar, hacia qué deriva comunicacional dirigirnos con la confianza de que en el mapa que consultamos la flecha y la cruz destacan el acceso al claro del bosque zambraniano. De vez en cuando conviene repostar, llenarse del combustible que mezcla justicia, razón y poesía.
Esta máquina de leer traga demasiado, resulta inevitable que tergiverse obras ajenas de cuyas palabras se impregna y regurgita a su conveniencia, hoy en forma de citas procedentes de conciencias que ejercen de faros.
“He vivido mi vida con contradicciones, no conozco otra forma de hacerlo. Siempre he sido consciente de mi culpa en todo. Por todo eso soy un celador insomne. Soy en la alta noche quien cuenta las sílabas del día. El incierto futuro, los pacientes muertos, la miseria política, la asignación de responsabilidades, el dolor de los humanos atados a las camas (los he atado yo), mi condición de expedicionario, de testigo”. (Diario de un celador insomne, de Pedro Sáez Serrano, La Vorágine, 2020).
“La voracidad del capitalismo sanitario se revela en otras facetas del interés público, consideradas como reductos a conquistar, desde la educación a las pensiones. Escaparates, descripción de los objetos, lista de deseos, carritos de la compra, medios de pago, todos ellos se diseñan como una sucesión que conduce al clímax propietario, que logra darnos una imagen estable y apaciguadora del capitalismo” (Cuarto de derrota, Víctor Sombra, La moderna, 2020).
“No es que haya que saber para contar, sino que hay que contar para llegar a saber, para conocer lo que buscamos. Me importa y me preocupa que el país haya dado por terminada su transición cuando yo voy todavía por la guerra y lo único que quiero ahora es cruzarte, atravesar territorios que he sabido agotar para llegar no sé adónde, como el país que fue blanco y que no sabe bien adonde está llegando, pero celebra la devastación”. (Lejana y rosa, Rosario Izquierdo, Editorial Comba, 2021).
Este mes de abril libros también mil, dicta el capital que se publicita malherido, no para lectores mil sino para clientes cualquieras sin distinción, así que suma y sigue, violencia contra violencia. No seamos clientes sino personas que disfrutamos de tantas lecturas al alcance de nuestras particularidades. En la gesta por el discurso, al igual que en la lucha de clases, valen todas las palabras. El campo semántico al descubierto va retratando esta máquina de lecturas divergentes, párrafo sobre párrafo.
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Los libros y la lectura han sido mi pasión toda la vida.
En mis páginas he podido encontrar desde restauradores hasta fantásticos guardaespaldas que daban la vida por los demás.
En mi vida hay una cosa: los libros.
Nadie me los podrá arrancar.
Hüòvîtämärtrésöm.
¡Läî!
Lo triste es que ya no sabemos ni leer. Como mucho leemos en diagonal, como decía un viejo amigo.