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Ecuador
Por la lucha contra las violencias hacia las mujeres en Ecuador: ninguna violencia más, ni una menos
¿Cómo se articulan las desigualdades de género con la idea de clase, raza y nacionalidad? y ¿cómo estas relaciones afectan a la vida de las mujeres? ¿Cuál es el rol de los estados-nacionales en este contexto? ¿Es posible hablar de patrones transnacionales de dominación de las mujeres o resistencias que van más allá de las fronteras?
Con motivo del 25 de noviembre, día destinado, a nivel global, a la visibilización de la lucha contra las violencias hacia las mujeres, desde CAPAS Colectiva Antipatriarcal sumamos nuestro grito de indignación y re-existencia antisistémica como un soplo de aire que se suma al vendaval feminista anticapitalista que, con firmeza, desde el Ecuador, pasando por toda América Latina y llegando a todos los rincones del mundo, continúa apagando las fogatas de la violencia patriarcal, que todavía una vez fueron incendio pero que apostamos a que mañana sólo sean cenizas nomás.
En el día de hoy, queremos que nuestra voz, nuestro mensaje, aporte a esta gran almáciga colectiva que es la memoria feminista. En nuestro ejercicio de deconstrucción paradigmática, hemos de situar sobre el “tapete” una reflexión vital que marcó el nacimiento de nuestra colectiva.
Al proponer un debate amplio y público sobre el carácter estructural de las violencias de género, CAPAS se preguntaba: ¿cómo se articulan las desigualdades de género con la idea de clase, raza y nacionalidad? y ¿cómo estas relaciones afectan a la vida de las mujeres? O sea, ¿cómo se generan situaciones de vulnerabilidad, en las cuales la subordinación socio-económica y el status de reconocimiento se mezclan con territorio y cuerpo? Y ¿cuál es el rol de los estados-nacionales en este contexto? ¿Es posible hablar de patrones transnacionales de dominación de las mujeres o resistencias que van más allá de las fronteras?
Nuestra propuesta surgía de un senti-pensar concreto y doloroso: el asesinato brutal de Diana Carolina Ramírez Reyes en manos de su pareja en enero de 2019. De este repudiable hecho deriva la interpelación que originó el proceso colectivo de CAPAS.
Al imponer una homogeneidad ficticia –de clase, raza y grupos étnicos–, la Convención de Belém do Pará oculta el carácter estructural de las múltiples violencias de género
En aquél entonces, ya nos generaba cierto ruido la propuesta de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, que consiste en el desarrollo de mecanismos de protección y defensa de los derechos de las mujeres. Esta convención fue ratificada por el Estado de Ecuador el 15 septiembre 1995 y defiende que: “[la] violencia contra la mujer trasciende todos los sectores de la sociedad independientemente de su clase, raza o grupo étnico, nivel de ingresos, cultura, nivel educacional, edad o religión y afecta negativamente sus propias bases”.
Una afirmación hermosa en sus objetivos, pero totalmente ajena a la realidad de los grupos sociales más afectados en el país por esa misma violencia de género que, dependiendo de muchos otros factores igual de esencializantes, termina no siendo tan misma. Al imponer una homogeneidad ficticia –de clase, raza y grupos étnicos–, la Convención de Belém do Pará oculta el carácter estructural de las múltiples violencias de género que se configuran y varían en su intensidad en tanto que entroncan con otras violencias, dejando desatendido el hecho de cómo las desigualdades son distribuidas y reforzadas por estructuras socio-económicas que se asientan en la expropiación de las riquezas, tierras y territorios.
Una expropiación que se sustenta en el control de la fuerza de trabajo y de la reproducción, en la legitimación de la apropiación en nombre de la propiedad privada, para mantener intactos los privilegios de una élite que, si bien, por un lado, goza del beneficio del capital simbólico que le otorgó la blanquitud a lo largo de los siglos, por otro lado, se siente amenazada por las palpables transformaciones sociales de la última década. La arremetida contra el cuerpo-territorio femenino constituye, por consiguiente, una reacción que denota el nivel de brutalidad que puede llegar a alcanzar la maquinaría del despojo colonial, racista y patriarcal.
La violencia contra las miles de mujeres, niñas y guaguas que se levantaron a lo largo del #Paro Nacional de octubre de 2019 es un ejemplo elocuente de esa rígida primacía por salvaguardar la acumulación capitalista, que en tiempos de neoliberalismo autoritario, recrudece y se traduce en la violencia más cruda y arbitraria contra los cuerpos rebeldes de las mujeres que osan luchar por la vida y contra la desposesión. Contra los cuerpos que imponen un límite a la voracidad ilimitada del capital e inscriben otros sentidos frente a la narrativa única del poder financiero transnacional.
La violencia contra las miles de mujeres, niñas y guaguas que se levantaron a lo largo del #Paro Nacional de octubre de 2019 es un ejemplo elocuente de esa rígida primacía por salvaguardar la acumulación capitalista.
No es una coincidencia que la fecha del #25N se fijara en honor a las hermanas Mirabal -Minerva, Patria y María Teresa-, quienes fueron asesinadas por la dictadura de Rafael Trujillo en la República Dominicana. No es una coincidencia que hoy, tras casi 60 años, nos veamos obligadxs a seguir haciendo memoria de este día, recordando a todas las hermanas que fueron masacradas desde entonces, desde México hasta Argentina, desde Chile hasta Brasil, en callejones oscuros o de día en la casa, en el carro, en la tienda, en el transporte. Y más aún por estos tiempos violentos en la región, en medio de las hordas racistas y misóginas alimentadas por el plan golpista en Bolivia, en la interminable guerra que recrudece en Colombia en manos de un gobierno acólito del paramilitarismo, el narcotráfico y el expolio territorial, en Chile con las infinitas violaciones a los DDHH y especialmente los abusos sexuales a las mujeres.
En el Ecuador, mujeres fueron detenidas, heridas y una mujer asesinada en manos de la policía en el marco de las protestas del #Paro Nacional de Octubre de 2019. Todas ellas encarnan la evidencia de una violencia explícita en contextos álgidos, comúnmente cincelados de altas dosis de misoginia y racismo, que no puede disociarse de todo un continum de múltiples violencias silenciadas que siembran el terreno para el control de los cuerpos de las mujeres, en cuanto que objetos deshumanizados con valor de cambio en el mercado: el aborto inseguro y criminalizado en el Ecuador desde 1837 —cuyas causales para la despenalización, que permanecen detenidas desde 1938, pudieran ampliarse, próximamente, en virtud del fallo del Tribunal Constitucional, para que, como mínimo, el aborto sea legal en los casos en los que la salud de la mujer corra peligro y/o el embarazo sea fruto de una violación— produce cada año innumerables lesiones irreparables y muertes de niñas y mujeres. No es casualidad, tampoco en este caso, que desde 2015, según datos gubernamentales, ya se hayan abierto causas a 378 mujeres por motivos relacionados con el “aborto no espontáneo”; como así tampoco parece un misterio irresoluble el hecho de que la mayoría de las mujeres que caen en el radar de la criminalización del aborto se encuentren en una condición de profunda precariedad.
La faceta represiva del estado neoliberal en el octubre rojo deja en evidencia el vínculo entre los feminicidios y la vorágine de las fuerzas del orden y su complicidad con el proyecto imperialista patriarcal: una vocación para la muerte, en lugar de la vida.
Mientras el estado neoliberal continúa, insistentemente, rechazando su responsabilidad en los 95 feminicidios que ocurrieron desde el 1 de enero al 18 de noviembre de 2019 en el país, su faceta represiva en el octubre rojo deja en evidencia el vínculo entre los feminicidios y la vorágine de las fuerzas del orden y su complicidad con el proyecto imperialista patriarcal: una vocación para la muerte, en lugar de la vida.
Desde CAPAS nos pronunciamos precisamente por la vida y aportamos a la construcción de una memoria subjetiva, una memoria que es radicalmente antipatriarcal, anticapitalista, anticolonial, antirracista, antifascista y antifundamentalista y que nace, precisamente, desde un sentir inequívocamente político, sin miedos ni complejos para posicionarnos por favorecer la reivindicación de lxs olvidadxs, oprimidxs, explotadxs, en desmedro de quienes ya tuvieron suficiente con imponer, por siglos, el relato con el que legitimar su violenta maquinaria de dominación. Y lo hacemos desde el permanente movimiento, cuestionando, desnaturalizando, interseccionando, uniendo, y es —entendemos— la única forma de alcanzar el ansiado desarme de un histórico mecanismo de acumulación de plusvalía y de poder tiránico.
En el actual contexto, repudiamos profundamente todas las formas de violencia y nos comprometemos en la apuesta permanente a transformar nuestras condiciones de existencia desde los saberes pero fundamentalmente desde las cuerpas que encarnamos subjetiva y colectivamente desde nuestras tierras y territorios.