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Pesca
Dani Soler: “Los yates traen dinero e interesan, los barcos pesqueros sobramos”
Tras 14 años en la mar, Dani Soler asegura que la profesión ha cambiado mucho en Barcelona. Muchos jóvenes desertan como pescadores porque a penas se recogen frutos a raíz del bajo precio del pescado y que en el puerto de la ciudad se está potenciando la presencia de yates y cruceros.
Suena el despertador a las 04:45. Es esa hora donde aún no han puesto las calles, pero Dani Soler se levanta. Su bisabuelo era pescador, su abuelo, su padre y su tío, también. Como los otros hombres de la familia, Dani ha heredado esta profesión. Su progenitor posee una embarcación y los dos salen a navegar cada día con ella. “Mi padre siempre me ha traído al mar y al tener barco, pues empecé con él”. Da igual que haga frío o calor, solo la mala mar impide que no salga a trabajar. La jornada es larga y finaliza a las 17:00 con la venta del pescado.
Desde que se inició, ya han llovido catorce primaveras. Ahora, es patrón barco. Llegar hasta aquí no ha sido fácil: años de estudio y práctica. Para ser marinero raso, se requieren los títulos de contraincendios, supervivencia y de competencia marinera. Además, Dani dispone el de patrón de yate, patrón polivalente (para pesca) y el de patrón portuario (para las golondrinas, interior del puerto o remolcadores).
Pero Dani ha escogido una profesión que está amenazada y cada vez es más complicado vivir de ella. “Es difícil ser pescador en Barcelona porque en el puerto no interesa. Los yates es lo que da dinero. Los barcos de pesca somos cuatro y no interesan”, resalta Dani.
Según datos de la Cofradía de pescadores del Puerto de Barcelona, hay 39 embarcaciones de pesca censadas en la ciudad, que dan trabajo a 324 personas: patrones (59), mecánicos (37), prácticos de pesca (2), rederos (2) y marineros (224). Por contra, este cerca de 840 cruceros atracaran en Barcelona, publica el rotativo La Vanguardia.
Ahora bien, aunque las embarcaciones dedicadas al turismo generan más beneficios, Dani recuerda las adversidades que también conllevan para la ciudad. “Estos yates contaminan más. Es una cadena: traen mucho turismo, tienen unos motores muy grandes y los motores más grandes necesitan más combustible”, argumenta. Agrega: “Como eso es lo que da dinero, parece ser que es lo que interesa. En cambio, los barcos que traen alimento parece que molestamos o sobramos”.
Pero, además, los marineros no solo deben de lidiar con la contaminación que dejan estos barcos, sino también con la que producen las grandes empresas que vierten productos en los ríos; la depuradora del Llobregat, que deja salir unos líquidos o la de las personas que ensucian y, por ejemplo, lanzan toallitas al mar, remata el patrón.
Otras adversidades para la profesión
Con la globalización, el mercado del pescado también se ha internacionalizado y esto afecta al precio del producto. “Hay mucho pescado de fuera: de Marruecos o Irlanda. Hoy en día lo ponen en cajitas de porexpan y en un día lo tienen”, explica Dani. Los intermediarios compran más barato en estos países y, así, pueden jugar con el precio cuando lo venden en España.
Otro de los grandes contratiempos para los pescadores son las piscifactorías, donde los peces viven encerrados en jaula y se alimentan con pienso. “Yo no lo he probado, pero no debe de ser muy bueno un pescado que debe de ir salvajemente nadando en el agua y está encerrado comiendo pienso”, reflexiona.
Todo esto contribuye que al pescador se le pague menos por lo que trae de alta mar, mientras que los intermediarios inflan los precios, aclara Dani. De hecho, explica que un pescado que en la lonja de Barcelona se vende por unos cinco euros, después llega a costar 25 euros en un restaurante. Otro ejemplo que resalta es el del pulpo roquero, popularmente conocido como el pulpo a la gallega. “Se vende a siete u ocho euros el kilo y cuando vas a un restaurante te encuentras un trozo (de unos 100 gramos) a 25 euros”, asegura.
De hecho, en la lonja de Barcelona la subasta es a la inversa. En una grada se sientan las personas que trabajan de intermediarios para supermercados o comercios. Desde ahí observan el pescado, que se coloca en unas bandejas azules y desfilan por una pasarela mecánica. El producto sale a un precio y este va bajando hasta que uno de los intermediarios decide adquirirlo. “Hay muchas manos que especulan con el precio y eso habría que controlarlo más”, subraya el patrón.
Pero también existen otras amenazas para la profesión y es que resulta muy cara. En un día normal, Dani y su padre pueden vender alrededor de 600 euros de pescado, es decir, unos 3.000 euros a la semana en cinco jornadas laborales. Una cifra que parece elevada, pero no lo es. A esto le debes de restar el precio del combustible. Una embarcación estándar como la que pilota este patrón tiene 13,5 metros de eslora, un motor de 300 caballos y gasta unos mil litros de gasolina a la semana, que se traduce en 500 euros semanales.
También tienen que abonar las reparaciones del barco frecuentes por el uso diario de la embarcación, la seguridad social (muchos de los pescadores son autónomos o pequeños empresarios), el sueldo del trabajador que tienen contratado y su seguridad social. Además, en invierno muchas veces no pueden salir a navegar por las lluvias o el mal tiempo. Una jornada sin mar, es un día sin cobrar.
Para este pescador, la solución es compleja. Primero, cree que las autoridades tendrían que promocionar el pescado del litoral catalán y fomentar que la gente lo consuma a través de subvenciones a este producto. Esto no solo haría que la actividad fuera sostenible, sino también que las personas locales consumieran un “pescado más fresco”, de mayor calidad y del día, porque no lo tendrían que importar de otros lados del planeta. También propone que haya más ayudas a la hora de adquirir el combustible, con menos impuestos, para que fuera más económico.
Desde que Dani empezó la actividad hace 14 años, unas cinco barcas han dejado de salir a la mar. “Los hijos no han querido continuar con el oficio, se han buscado otro trabajo o tienen presiones de fuera”, expone.
A él, es de los que le gustaría poder seguir con esta profesión, pero con las condiciones actuales, seguramente, no se lo podrá permitir. Por eso, cree que cuando su padre se jubile y venda la barca dejará este oficio. “A mí, me gusta ser pescador. Siempre me ha tirado la mar y ser pescador, tener un barco propio y trabajar para mi; pero hoy en día, con los impedimentos de fuera, te lo hace pensar”, concluye.