Cecosesola Venezuela
La red de cooperativas Cecosesola, en Barquisimeto, Venezuela, engloba a 50 cooperativas urbanas y rurales.

Movimientos sociales
Movimientos en la pandemia: desobedecer en tiempos de cuarentena

La red de cooperativas de Barquisimeto (Venezuela), los proyectos de apoyo mutuo en las favelas de Río Janeiro (Brasil) y las experiencias frente a la virus en las comunidades del norte del Cauca (Colombia) son los escenarios de esta nueva entrega de “Movimientos ante pandemia”, una serie realizada por el periodista y analista uruguayo Raúl Zibechi. 

14 may 2020 06:00

“Estamos más y mejor organizados que antes”, asegura Teresa Correa, evaluando la experiencia de la red Cecosesola (Central Cooperativa de Servicios Sociales de Lara) durante estos meses de pandemia y cuarentena. “Nuestro propósito fundamental es el proceso educativo”, agrega Lizeth, “para irnos transformando desde la reflexión colectiva”.

Cecosesola, establecida en Barquisimeto, sur de Venezuela, es una red de 50 cooperativas urbanas y rurales, una funeraria y un centro de salud. Abarcan las áreas agrícola, de pequeña producción industrial, ahorro y crédito. Cuentan con 17 puntos de venta entre ellos tres grandes mercados con 300 cajas y una red rural integrada por 280 pequeños productores.

Cecosesola, en Barquisimeto, sur de Venezuela, es una red de 50 cooperativas urbanas y rurales, una funeraria y un centro de salud. Son más de 20.000 asociados y 1.300 trabajadores que reciben el mismo ingreso y funcionan en unas 300 asambleas anuales, sin dirigentes ni estructura directiva

Son más de 20.000 asociados y 1.300 trabajadores que reciben el mismo ingreso y funcionan en unas 300 asambleas anuales, sin dirigentes ni estructura directiva. La red de producción y distribución de alimentos y artículos de limpieza moviliza más de 10.000 toneladas mensuales, con precios 30% inferiores a los ofertados en el mercado. En ellos se aprovisiona el 40% de la población de una ciudad de 1,2 millones de habitantes.

“En situaciones difíciles nos reinventamos”, dice Gustavo Salas, uno de los fundadores del movimiento, “porque en plena pandemia es más difícil reunirnos”. Destaca que se han saltado la cuarentena en varias ocasiones, “pero el Gobierno nos ha respetado porque hicimos lo que debía hacerse”.

Jorge Rath asegura que se han venido preparando mucho tiempo para situaciones como esta, a través del diálogo y ahora del cuidado mutuo. “Sobre todo cuidamos el ámbito comunitario, que consiste en no separarnos aunque haya que mantener distancia física”. En opinión de los miembros de Cecosesola, comunidad y separación son tan opuestos como dirigentes y dirigidos.

“A los profesionales de la salud se nos está presentando la oportunidad de cambio, desde la jerarquía y lo convencional, porque en este momento se demandan soluciones creativas”, es la reflexión del doctor Carlos Jiménez, que forma parte del Centro Integral Cooperativo de Salud. La red de salud popular atiende a más de 220.000 personas al año. Son cinco consultorios, cuatro laboratorios y un centro cooperativo que integra la medicina convencional y la tradicional.

El Centro de Salud, un edificio de tres plantas diseñado por las cooperativas en debate con los arquitectos, tampoco tiene gerentes ni dirigentes y la gestión depende de la asamblea semanal donde participan todos los trabajadores, desde enfermeras y cocineras hasta médicos y el personas de mantenimiento.

“Una cosa que aprendimos es cómo manejarnos con el poder”, reflexionan desde la red de cooperativas Cecosesola. “Cuando una ley o un decreto no van con nuestras necesidades, desobedecemos pero sin ir al enfrentamiento. No pedimos permiso"

“Una cosa que aprendimos es cómo manejarnos con el poder”, reflexiona Gustavo. “Cuando una ley o un decreto no van con nuestras necesidades, desobedecemos pero sin ir al enfrentamiento. Nos violamos las leyes, como ahora que nos seguimos reuniendo a pesar de que no se puede, y buscamos la forma de seguir adelante para mantenernos unidos. No pedimos permiso”.

Lograron imponer sus criterios pasando por encima del toque de queda, “porque una feria que atiende por día 7.000 personas no puede adaptarse a horarios restringidos”, explica Gustavo. “Después de varias semanas la gobernadora nos felicitó y nos dio salvoconductos las 24 horas, porque hay que empezar a recoger a la gente a las cuatro de la madrugada”.

De ese modo, la red consigue el respecto de la comunidad y del gobierno. “Y transformamos el sistema, porque no actuamos según su lógica”, remata Gustavo.

Teresa explica algunos de los cambios notables que se están produciendo durante la pandemia: “No hay combustible. Eso nos llevó a reorganizar todo. Los médicos iban en sus coches al trabajo, pero ahora dependen de los camiones que hacen una ruta recogiendo a todos los trabajadores. Y ahí está lo bonito. El cardiólogo se tiene que subir al camión con todos los demás compañeros, en una forma de integración colectiva que antes no se daba”.

Médicos en el camión junto a vendedoras o limpiadoras, una dinámica que suena a revolución cultural, sin la cual no hay cambios profundos ni duraderos. “Las respuestas a la situación actual refuerza, algo del nosotros que es la coherencia, que nace en la conversación permanente que nos transforma en un cerebro colectivo”, remata Jorge.

*  *  *

En esta situación tan difícil, me parece necesario poner el foco en las luces que brillan entre los sectores populares. Tengo claro que el sistema se está reforzando, que oscuros nubarrones nos amenazan —desde el crecimiento de la desigualdad y el poder del 1%, hasta la represión y el control digital—, pero nada ganamos si nos apegamos solo a los que nos oprime. Mi punto de partida es el Ya Basta! colectivo y comunitario, como nos enseñan los pueblos originarios de Chiapas.

Las favelas de Rio de Janeiro cargan con el estigma de la violencia y el narcotráfico, porque es el modo que los poderosos —desde los medios hasta las academias— encontraron para camuflar la pobreza que genera este sistema. Sin embargo, allí crece la resistencia y la organización, superando enormes dificultades.

Inessa es militante del Movimiento de las Comunidades Populares que completó 50 años y está presente en diez estados de Brasil. Vive en la comunidad Chico Mendes, en el morro de Chapadao, en la zona norte de Rio de Janeiro. “Estamos aquí desde 1994. Comenzamos con deporte comunitario y crecimos con una escuela jardín, para niños y niñas de la comunidad. Con la pandemia la cerramos desde el 21 de marzo”.

También trabajan con adultos, gestionando empleo e ingresos de forma autónoma, con una tienda y una barraca de materiales de construcción, que gestionan colectivamente. Reciclan aceite con el que fabrican productos de limpieza y tienen un grupo de compras colectivas con casi 20 familias. Quizá el área más potente sea el Grupo de Inversiones Comunitarias (GIC), un banco popular donde cientos de vecinos aportan dinero todos los meses y pueden pedir préstamos sin acudir al banco ni al mercado financiero. Con los intereses, ayudan a las familias que necesitan, aportan a funciones sociales como la salud y una parte va al Movimiento.

Durante el cierre provocado por la pandemia, vendedores y empleadas domésticas de la comunidad quedaron sin ingresos, además de diez personas que trabajan en la guardería del movimiento y en el transporte infantil. En base a una red previa de amigos y profesores “que apoyan este proyecto y respetan nuestra autonomía”, realizaron colectas para comprar cestas de comida para la comunidad y mantener al personal de la guardería. Cincuenta personas reciben cestas de comida gracias al trabajo de trece militantes.

Gizele es comunicadora e integra el Frente de Movilización de la Maré, creado hace apena seis semanas por un grupo de comunicadores comunitarios que venían actuando en la favela desde hace 15 o 20 años. “Nace cuando el aislamiento social se hace obligatorio en toda la ciudad y nuestra preocupación era la forma como los gobiernos se dirigen a la favela. Pensamos en un plan de comunicación para poder trabajar en base a las necesidades y en el lenguaje de la favela”.

La Maré es un complejo de dieciséis favelas con 140.000 habitantes, muy cerca del aeropuerto internacional de Rio. Mientras en barrios de la burguesía como Leblon la tasa de letalidad es de apenas el 2,4% de los infectados, en la Maré trepa hasta el 30,8%

La Maré es un complejo de dieciséis favelas con 140.000 habitantes, pegada a la bahía de Guanabara y muy cerca del aeropuerto internacional. Tiene los peores índices de letalidad por coronavirus. Mientras en barrios de la burguesía como Leblon la tasa de letalidad es de apenas el 2,4% de los infectados, en la Maré trepa hasta el 30,8%, según datos de O Globo.

Alquilaron un carro de sonido explicando las medidas elementales como lavarse las manos, no formar aglomeraciones, limpiar la casa —aunque casi no hay agua— y localizar los hospitales más cercanos. “Estamos haciendo 30 pancartas por semana que colgamos en las comunidades, haciendo hincapié en la solidaridad porque el abastecimiento de agua es precario y debemos compartirla en base a la ayuda mutua, porque del gobierno no llegada nada”, dice Gizele.

Además confeccionaron 5.000 carteles, todos a mano, que colocaron en comercios, iglesias y asociaciones de vecinos con recomendaciones sobre higiene. “Empezamos con cuatro comunicadores y hoy tenemos diez colectivos integrando el Frente de Movilización de la Maré y 50 vecinos. La gente se va sumando a la movilización y a la búsqueda de alimentos y de materiales de limpieza. Es todo un desafío lidiar con una nueva realidad, la falta de agua, de dinero, la internet que no funciona bien”.

Crear organización en una favela es casi imposible, porque los activistas están atenazados entre las tremendas carencias y la suma de policía militar, milicias paramilitares, narcotraficantes e iglesias pentecostales, que echan para atrás a la persona más aguerrida.

“Operaciones policiales, militarización, tanques de guerra, hambre, falta de agua, y ahora lo estamos viviendo todo junto y nos organizamos porque nadie conoce mejor de nuestras necesidades”, dicen desde las redes de solidaridad de las favelas de Rio de Janeiro

“Esta semana empecé a pensar que si la gente está luchando con la pandemia dentro de la favela, con apoyo mutuo y solidaridad, después de la pandemia podemos hacer la revolución”, se entusiasma Gizele, que nunca había vivido tanto entusiasmo y organización entre sus vecinos. “Operaciones policiales, militarización, tanques de guerra, hambre, falta de agua, y ahora lo estamos viviendo todo junto y nos organizamos porque nadie conoce mejor de nuestras necesidades”.

Timo nació en Alemania, se graduó como geógrafo y desde hace diez años vive en la Maré, en el morro de Timbau. Con un pequeño grupo de amigos gestionan un espacio que elabora cerveza artesanal y ofrece cine para niños. “Los trabajos previos son los que ahora consiguieron reaccionar ante la situación. Aquí en Timbau hay una antigua fábrica de cemento convertida en viviendas y ahí trabajamos con los niños, en una campaña de movilización para identificar las familias con más necesidades”.

Hay 4.000 familias censadas que necesitan ayuda en alimentos, solo en esa favela. Consiguieron donaciones para 2.000 canastas que elaboraron y entregaron un grupo integrado sobre todo por mujeres. “Son los pequeños grupos que ya venían funcionando lo que permite conseguir ayuda y contactar a los que necesitan en base a un censo de solidaridad de los pobladores de la favela. Aquí el trabajo no puede ser individual, las respuestas que demos deben ser colectivas”.

*  *  *

Hay mucha más información para compartir. Por ejemplo, la tenaz resistencia de las comunidades del norte del Cauca, en el “Proceso de Liberación de la Madre Tierra”. Las comunidades de la zona y la Guardia Indígena detuvieron a 31 soldados y policías y decomisaron tres fusiles por “atentar contra la liberación de la Madre Tierra” al atacar la finca la emperatriz, recuperada por el pueblo nasa.

La asamblea de las comunidades decidió entregarlos a una comisión integrada por la Defensoría del Pueblo y el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). El Estado se comprometió a no volver a reprimir y a crear una comisión para resolver los conflictos entre comunidades y fuerza armada.

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14/5/2020 13:18

"Los médicos iban en sus coches al trabajo, pero ahora dependen de los camiones que hacen una ruta recogiendo a todos los trabajadores. Y ahí está lo bonito. El cardiólogo se tiene que subir al camión con todos los demás compañeros, en una forma de integración colectiva que antes no se daba”. Qué bonito cuento. O cómo la ideología pinta de colores la miseria que provoca. Sólo les deseo, señoras, señores, que sus hijas e hijos experimenten en sus propias carnes, algún día, sus bonitos adjetivos. Menudos intelectuales... Un saludo.

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