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Música
Cecilia: la mirada del descontento
Especialista en huir de los cánones de cantautora que pesaban sobre ella, Cecilia se erigió en los años 70 en una gran autora pop inflamada por un contexto social retrógrado y machista.
Los años 70 en España fueron proclives a la hora de sacar a la luz a músicos que transitaban de la canción protesta al caramelo pop con pasaporte autorizado. Al igual que ocurrió en su momento con Vainica Doble, en el caso de Cecilia ambos mundos confluían en una sola dirección.
Avezada en huir de los cánones de cantautora que pesaban sobre ella, Cecilia se erigió como autora pop inflamada por un contexto social de mentalidad retrógrada y machista. A través de esfuerzos titánicos como Cecilia 2 (1973), aireó las miserias ocultas y el subconsciente sombrío soterrado en películas como las de Carlos Saura y Jaime de Armiñán.
Fue por medio de sus dotes como observadora, y de quien no entiende de mordazas en la palabra, de donde surgió un ramillete de temas que definen el franquismo y las voces apagadas en la vergüenza y lo indecoroso a los ojos de aquella primera mitad de los años 70, ataviada por la progresiva agonía dictatorial.
Cecilia propinó una serie de bofetadas tan duras como las que más, siempre teñidas de esa falsa inocencia angelical
A diferencia de Luis García Berlanga en películas como Calabuch (1956) y Los jueves, milagro (1957), Cecilia no entendía de sutilezas para evadir la censura. A cambió, propinó una serie de bofetadas tan duras como las que más, siempre teñidas de esa falsa inocencia angelical que hizo famosa a un ser tan extraordinario como Jeanette.
En base a las perspectivas que únicamente proporcionan los actos creativos nacidos de la ambición y el descontento, tanto personal como social, recogemos tres miradas distintas sobre su obra, a su vez retratadas en una terna de filigranas pop como “Cuando yo era pequeña”, tema escogido por la periodista Sara Morales.
“Su semblante de guerrera literaria y amazona de la música protesta en una España que comenzaba a despertar hizo de Cecilia la más dulce embajadora de las causas sociales a principios de los 70”, considera Morales.
Sin embargo, también apunta que “en mitad de ese ovillo de poemas convertidos en canciones con los que materializó su perenne defensa al medio ambiente, su crítica feroz al primitivo papel de la mujer de la época en pro de su evolución social y el anhelo de ver remontar al país y sus gentes de la oscuridad de la dictadura, encontramos una perla que nos muestra la faz más entrañable de la cantautora violeta”.
Para la periodista, se trata de una composición que, sin desvincularse de su habitual estadio sonoro conformado por una guitarra y pequeños arreglos de percusión, “esta vez revierte la mirada sobre ella misma, sobre su niñez, su infancia, el principio de todo. La etapa que presume de marcar el carácter futuro, de conducirnos por la vida atados a aquel tiempo ingenuo donde las trabas no acechaban porque no existían”.
“Cuando yo era pequeña” pertenece a Cecilia 2, su cumbre artística, forjada a base de críticas de una dureza impropia de la liturgia pop, donde temas como el suicidio son abordados sin filtro ni divagaciones. Contemplado desde un activismo feminista sin medias tintas, tal como se deduce de las investigaciones llevadas a cabo por Jose Madrid para su exhaustivo libro Equilibrista. La vida de Cecilia, el título original pensado para el álbum era Me quedaré soltera, con una foto de Cecilia embarazada. Ni que decir tiene que su propia compañía de discos, CBS, le paró los pies. Donde no pudieron hacer nada fue en el resto de un trabajo sin miramientos para con los buenos modales y el verbo domesticado.
Entre los objetivos favoritos de Cecilia, la Iglesia fue abordado con especial sutileza, aunque no por ello amable. “Hay muchas maneras de marcar distancias con la religión”, comenta Paco Tamarit, miembro de San Francisco y Serpentina, sobre “Don Roque”. En su opinión, se puede “lanzar un improperio, una crítica mordaz, una parodia sangrante o, como en el caso de Cecilia, acercarse a sus símbolos con empatía y cariño, echando mano de puñados de costumbrismo para acabar convirtiéndolos en elementos del paisaje tan diminutos y entrañables que resulta imposible volver a encajarlos en el contexto de la Historia Sagrada, de los grandes dogmas, quedando estos últimos igualmente empequeñecidos, fosilizados”.
“Don Roque” abriga un modelo de acción habitual en Cecilia: encariñarnos con un personaje que, indefectiblemente, acabará sepultado por el peso de un destino trágico. Tal como prosigue Tamarit en su análisis: “Esto se ve muy claro en los primeros versos de la canción, ‘Tañe la campana vistiendo sus faldones, murmurando oraciones, flota pasillo abajo, de la alcoba al Sagrario, su camino diario, Misa de siete, Rosario de nueve’. Es a partir de la tercera estrofa cuando destapa su lado más humano: ‘Fue buen catador del vino de su tierra, jugador del mus y el dominó en la taberna, y, al calor del casino, charla con sus amigos sobre la guerra y los tiempos perdidos’”.
Y justo cuando nos hemos encariñado con el personaje, entiende el músico, cuando nos han entrado ganas de conocerle e irnos de vinos con él, “llega la cuarta estrofa: ‘Se le apagan las luces de bendecir cruces y lo sacan con los pies palante. A este cura, Caballero, a este santo arrepentido que bajo el manto de la Virgen se ha dormido’”.
“No hay canción más punk, lamento más emocionante, reivindicación más incorrecta y sin embargo necesaria ahora mismo que ‘Mi querida España’, de Cecilia”, comenta Julio Valdeón
“Don Roque” forma parte de Un ramito de violetas (1975), tercer y último LP de Cecilia, donde también se incluyen himnos como la titular del álbum y “Mi querida España”. “No hay canción más punk, lamento más emocionante, reivindicación más incorrecta y sin embargo necesaria ahora mismo que ‘Mi querida España’, de Cecilia”, comenta Julio Valdeón, autor de ensayos sustanciales como American Madness y colaborador habitual en Efe Eme. “Fue censurada en su momento por el franquismo, que no toleraba esta ‘España viva, esta España muerta’, ni tampoco ‘nueva’ o ‘vieja’, y hubo que escribir ‘mía’ y ‘nuestra’”.
“Cecilia llegó a cantar la letra original. Fue en directo, en un festival, medio año antes de la muerte de Franco. Hay vídeo”, recuerda Valdeón, para quien en el contexto actual, “con media España convencida de que lo más progresista sería trocear el país en una panoplia de naciones políticas fundadas en rasgos culturales, o sea, naciones de índole romántica e identitaria, en esta España, sí, sorda al patriotismo constitucional de Habermas, resulta explosivo, y también reparador, y por supuesto melancólico, pararse a escuchar este himno ingenuo y dulce, pero también duro y, por supuesto, machadiano”.
El 2 de agosto de 1976 un accidente de coche acabó con la vida de Cecilia, el estandarte más reconocible del feminismo oprimido por la dictadura. El Caballo de Troya para introducirse en la mentalidad de una generación programada bajo unos códigos de conducta que, uno a uno, fue aniquilando en su demoledor cancionero, siempre disfrazado de tersa vaina de terciopelo.