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Música
Claustrofobia, música para desheredados
Como bien decía el periodista Juan Cervera en una de sus aportaciones en la lista que la revista Rockdelux confeccionó de los cien mejores discos nacionales del siglo XX: “La música de los barceloneses Claustrofobia sigue siendo uno de los grandes secretos mejor guardados de los años 80. En su momento, pasaron casi de puntillas por una escena que los ignoró o no los tuvo suficientemente en cuenta, pero ellos consiguieron dar brillo a su pequeño reinado con canciones apasionadas y memorables”.
Fue desde el núcleo central de su producción discográfica, entre 1984 y 1992, cuando la formación comandada por Pedro Burruezo impuso el desprejuicio como jaque mate al canon pop reinante de la época. No en vano, desde sus primeros pasos en su fórmula brotan reminiscencias que van de Golpes Bajos (tan presente en cortes como “La princesita feliz”) al bolero, pasando por New Order o el pálpito mozárabe. Incluso, la presencia de Robert Wyatt se hace tan presente que llegó a colaborar con ellos en el disco Repulsión (música para desheredados) (1987), su obra más reivindicada.
A través de tan libérrimo caleidoscopio pop jugaron con las raíces de músicas latentes en la Península durante siglos. Las mismas que llevaron a renovados marcos expresivos como los fraguados en clásicos a redescubrir como Un Chien Andaluz (1989) y, precisamente, Repulsión.
“En mi humilde opinión, a principios de los 80, el panorama pop ibérico estaba marcado por las sectas”, explica Pedro Burruezo. “O eras rocker, o punk, o postpunk, o siniestro, o heavy, o mod, o tecno, o vanguardista, o pop, o… Y luego estaban las otras músicas: el flamenco, los cantautores, las rancheras, la música latina, el jazz, las músicas de raíz, la clásica, etc. Nunca me gustaron las sectas. Siempre consideré que escuchar solo un tipo de música y renegar de todo lo demás era muy infantil. En el 87, con Repulsión, creo que fuimos el primer grupo que se atrevió a interpretar muchos géneros muy diversos y diferentes entre sí: desde un pasodoble a una bossa, pasando por una rumba, folk, jazz, música africana, etc. Y sin dejar de ser muy claustrofóbicos. Creo que esta fue nuestra más decisiva aportación a la música popular ibérica: ser capaces de interpretar muy diferentes géneros y seguir sonando a nosotros mismos. Nosotros, y yo especialmente, escuchábamos muchas músicas en un momento en que todo el mundo presumía de pertenecer a un único gueto”.
Claustrofobia siempre fue un grupo de culto. A pesar de que resulta difícil encontrar parentescos con una personalidad tan intransferible como la suya, grupos como los desaparecidos Extraperlo o Los Hijos del Trueno, de alguna manera, bebieron de su perspectiva irrespetuosa con los códigos de comportamiento establecidos. Pero ¿dónde se encuentra el verdadero germen de Claustrofobia en el pop español? “Creo que nuestra aportación más definitiva fue el hecho de que si un artista o grupo se atrevía con varios estilos a la vez ya no era una rareza ‘claustrofóbica’, sino algo normal en el panorama. Esto fue algo muy nuestro, muy personal. Pero también fue algo muy nuestro, que compartimos con más artistas, las ansias de romper las fronteras del pop convencional y darle aires y acentos diferentes a los convencionales, acentos procedentes de culturas no anglófilas. Y ahí está todo lo étnico, lo flamenco, lo mediterráneo. Hay que decir, hablando claro, que en aquellos años mucha gente que ahora dice ser fan total de Gato Pérez, Los Chichos, Lole y Manuel, Vainica Doble, Cecilia, Serrat… detestaban todo aquello. A mí me encantó desde siempre. Quizás no tanto Serrat, pero sí todo lo demás. Esa reivindicación de lo propio, a la que todo el mundo ahora se apunta, también era muy nuestra y muy insólita en la época”.
Dentro de la rama flamenca, Claustrofobia introdujo una serie de maridajes tan atrevidos e impetuosos que llamaron la atención de Mario Pacheco, que los fichó para Nuevos Medios tras la publicación de Repulsión. En esta vía, arrecian cantos ocultos de la evolución sin bastón-guía como “Algo en el amor tiene un sabor tan amargo!”, “Rito gitano” y “Andalusí errante”. Flores extrañas que ellos regaron con la introducción del elemento tecnológico. “Cosa que vemos ahora en Rosalía y que a todo el mundo le parece muy nuevo, pero en los 80 nosotros ya hacíamos ese tipo de cosas: sin producción, sin conocimiento, pero sí con atrevimiento y con valentía”, comenta Burruezo. “Yo diría, ahora mismo, que la reivindicación de las raíces andalusíes, en lo que trabajo ahora, como una propuesta más de futuro que de nostalgia medieval, será algo completamente normal dentro de unos años. Y esto ya estaba presente en los 80, aunque era muy intuitivo, muy naíf, sin conocimiento de la técnica”.
De esta actitud ciertamente nacida de una especie de deslocalización teórica y geográfica de la mentalidad british postpunk, surgió un microuniverso sin fronteras que redefinió conceptos como “canción mediterránea”. Con el paso del tiempo, Burruezo fue relegando el impacto anglófilo a la mínima esencia. No en vano, como el mismo reconoce: “Escuchábamos cosas muy distintas. Yo me preocupaba de estar atento a nuevas sonoridades, armonías, ritmos, melodías, etc. En aquellos tiempos, escuchaba mucho a Om Kultum, Héctor Lavoe, Gardel, Morente, Fernando Terremoto, Bola de Nieve, etc. Desde hace mucho tiempo, pienso que el pop convencional es restrictivo. Siempre utiliza las mismas escalas, ritmos, armonías… Esto empobrece la música. Ya en aquel entonces hacía todas las maniobras posibles para salir de los estándares”.
De dicha postura contra las metodologías limitadoras se fue haciendo un camino que, tras la disolución de Clasutrofobia en los años 90, ha desembocado en el proyecto personal de Pedro Burruezo, desde el que sigue hoy sigue tendiendo puentes entre el pasado y el futuro, entre Oriente y Occidente y entre la tradición y la transgresión. “A algunos acólitos claustrofóbicos no les extraña mis pasos en los últimos años con Burruezo & Nur Camerata, pues ya veían, en aquellas piezas y conciertos de los 80, retazos de una búsqueda del trance, del éxtasis, más allá de los estupefacientes y todo eso, que nunca me ha interesado en absoluto. Luego, leí a los grandes místicos/as, especialmente del islam, del sufismo, y aquí estamos. Pero ahora ya no son tiempos para grandes fenomenologías espirituales: mantenerse un poco centrado en este mundo de locos… eso ya es un milagro. Yo escuchaba cosas muy diferentes, dejaba que me emocionaran… Y luego lo llevábamos a nuestro terreno. Y ahora sigo haciendo lo mismo. Lo primero, la emoción. La emoción, la intuición, el desapego… son básicos”.