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Opinión
Del 25 de abril al 1 de mayo: ¡no hay antifascismo sin anticapitalismo!
Todavía no se han apagado los ecos de las grandes manifestaciones del 25 de abril, aniversario de la liberación de Italia del nazi-fascismo y fiesta nacional de la República italiana, y ya se ha precipitado la fecha simbólica de la liberación obrera, de la autonomía de clase, del sentido de la dignidad del trabajo, esto es, el 1 de mayo. Y se trata de una proximidad feliz, porque por fin las reflexiones que surgen espontáneamente son las que versan sobre las grandes cuestiones. No sólo de Italia, sino de la era digital.
En el sitio www.ilpost.it, al día siguiente de la gran manifestación de Milán con motivo del 25 de abril, el escritor Giacomo Papi observaba que entre las miles de voces que se alzaron en el desfile de 200.000 personas, muy pocas, por no decir ninguna, eran voces que se expresaban sobre la explotación del trabajo y la miserable condición del empleo juvenil en Italia. Añadió que las banderas palestinas eran el «único verdadero pegamento simbólico e identitario de la protesta juvenil». Nosotros, operaisti empedernidos, pensamos inmediatamente: pero, ¿cómo pueden afirmar estos jóvenes que luchan por los derechos de los demás mientras se olvidan o no quieren saber nada de luchar por sus propios derechos? Entonces alguien nos sugiere que la cosa es más compleja. Estos jóvenes se sienten identificados con el pueblo palestino, sienten que comparten con él un similar destino. ¿Y cuál es ese destino? No poder esperar un futuro.
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Es cierto que la catástrofe climática ha contribuido a reavivar la vieja obsesión del no future, pero sería un error subestimar el peso que la cuestión del «trabajo» puede haber tenido en la producción de esta desesperación. Porque también estamos en este aspecto más allá de la precariedad, de la gig economy, del trabajo pésimo, dado que hemos entrado en un sistema en el que el concepto de «trabajo» ya no está ligado a un proyecto de vida, a una identidad profesional, mientras la existencia social de la humanidad se reduce cada vez más al mero consumo. Pero entonces alguien nos tira de la chaqueta y nos dice: «Inútil repetir estas cosas, miremos a nuestro alrededor. El trabajo estaba allí en la plaza ¡y de qué manera!, estaba allí detrás de la pancarta de Filcams CGIL, repleta de mujeres y hombres empleados en el comercio, la restauración, el turismo, ocupando el lugar que en la década de 1970 ocupaban los monos blancos de la Pirelli o los monos azules de la Breda».
¿Cómo no pensar en Giorgio Armani vendiendo bolsos de 5.000 euros fabricados por fuerza de trabajo china retribuida con unos pocos euros la hora?
Absolutamente cierto, esta es la fuerza de trabajo del Milán de hoy, el Milán de las cocinas de los restaurantes, de los repartos a domicilio, de los eventos (acaba de cerrar un Fuorisalone cada vez más escuálido), el Milán de los que en un año no consiguen ni cinco días de trabajo cotizados. Es el Milán de los estudios profesionales, incluso de arquitectos de nombre, donde te mantienen en prácticas y te hacen firmar planos con datos falsificados para obtener permisos de obras. De los empleados municipales, de las empresa municipalizadas, que con un sueldo bruto mensual de 1.800 euros no llegan a final de mes. Este es el Milán de las grandes marcas de distribución, Auchan, Carrefour, Coin, Decathlon, Despar, Esselunga, Ikea, Leroy Merlin, Metro, OVS, Pam, Panorama, Rinascente, Zara, ¡que esperaron hasta el 22 de abril para firmar un convenio colectivo que había expirado en diciembre de 2019! Y que mientras duró la pandemia hicieron trabajar a la gente bajo convenios caducados y si los trabajadores y trabajadoras accedían a volver a sus puestos de trabajo les prometían una miseria, algo así como 70 euros, para aguantar un año más sin firmar el convenio....
Contempladas de cerca, estas historias nos dan una imagen tan miserable del empresariado y de la gestión empresarial que rigen este capitalismo que la palabra «antifascismo», que en estos momentos está calentando los ánimos, parece casi de cómic, porque, ¿cómo pronunciarla y luego no pensar en las tres muertes diarias en el puesto de trabajo (datos del Istituto Nazionale per l'Assicurazione contro gli Infortuni sul Lavoro (INAIL) presentados en el Día Mundial de la Seguridad en el Trabajo)? ¿Cómo no pensar en Stellantis, en la familia Elkann, que está despojando a Italia de todo un sector estratégico como es el sector del automóvil? ¿Cómo no pensar en Giorgio Armani vendiendo bolsos de 5.000 euros fabricados por fuerza de trabajo china retribuida con unos pocos euros la hora? ¿Cómo no pensar en los grandes nombres de la logística internacional (Geodis, DHL, La Poste), que subcontratan a pseudocooperativas y sociedades de responsabilidad limitada, que no pagan ni IVA ni cotizaciones al Istituto Nazionale della Previdenza Sociale? La evasión fiscal en Italia depende más del trabajo irregular que de los ingresos no declarados.
Así que, volviendo al discurso inicial, sólo podemos concluir diciendo: la bandera palestina ha producido antagonismo, deseo de rebelión. Es necesario, es urgente, transformar esta cólera en lucha por las condiciones de trabajo. Porque una vez más, como en 1945, se trata de salvar al país, a nosotros mismos, de la destrucción civil y económica. Y tal vez así esos jóvenes tendrán un futuro.