Opinión
El dilema subalterno y el otoño catalán

¿Tiene que traducirse nuestro apoyo al derecho a decidir en un seguidismo de la apuesta binarizadora de las fuerzas del procés?

Raúl Sánchez Cedillo

Participa en la Fundación de los Comunes

14 sep 2017 07:36

Se habrán dado cuenta, mirando el decurso tardío de este Reino bajo el rajoynato, de que las cosas se pudren y todo se va llenando de abscesos inquietantes. Los atentados del 17 de agosto en Cataluña nos han mostrado cómo se legitima y se refuerza el 'Estado abatidor' contra las elementales garantías de las personas, en loor de indepes y españolistas al unísono.

Vale la pena preguntarse qué significa, para una comunidad política, decir “No tenemos miedo”, mientras esa misma comunidad se encomienda a la misma policía que no tiene límites aparentes en la represión de las luchas emancipatorias. ¿Es el mismo “No tenemos miedo” que desde las plazas abrió en canal las entrañas del presente régimen?

No perdamos tiempo en contestar obviedades. Nos toca ahora considerar si, en este otoño catalán, el régimen del 78 entra en la UVI, y entonces a qué tipo de proceso y de conflictos políticos puede dar lugar; o bien si, como algunos dicen, en Cataluña se está gestando la última batalla del intervalo destituyente de la Segunda Restauración. Intervalo que se abre, claro, el 15 de mayo de 2011 y que, no hace falta decirlo, está, algunos municipalismos aparte, bastante neutralizado y, lo que es peor –o precisamente por eso está neutralizado– abunda en desorientación, división, amargura.

Al grano: para que el otoño catalán se convierta en un boomerang letal para el rajoynato no basta que se celebre la votación del 1-O, ni que el 'sí' sea abrumador. No hay que ser muy sagaz para comprobar que la apuesta del Govern y sus aliados de las CUP pasa por provocar la represión desmedida del Gobierno y de la judicatura. Como bien ha visto Anna Gabriel, se trata, otra vez, del juego del gallina. Se trata también de que los indecisos dejen de serlo, de que razones éticas o políticas les lleven a tomar partido sin cambiar nada en el contenido y las reglas del juego. ¿Es probable que de esta manera se abra la crisis definitiva del régimen y, de paso, se termine el bloqueo de la autonomía política catalana? En estas condiciones, lo más probable es que no.

En primer lugar, porque ante la represión sólo cabe la desobediencia civil pacífica. Cualquier otra respuesta es dar por perdida la batalla. En segundo lugar, porque excitar el miedo y la indignación ante una España criptofranquista, cuya máscara se pretende hacer caer, mientras se acusa a los demócratas y soberanistas indecisos de inquietantes complicidades con ella, no parece el mejor proceder para una revolución democrática victoriosa. El modo en que las fuerzas del procés están tratando a los comuns, por ejemplo, recuerda mucho más a la derrota histórica del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), en el cierre de la transición postfranquista, que a una apuesta hegemónica seria, capaz de aislar a las fuerzas del supuesto régimen criptofranquista.

El comportamiento de las CUP no está siendo ajeno a ello. Las gentes de las CUP son complejas y variadas, pero los valores medios de su composición nos entregan algunos rasgos determinantes: una composición poco metropolitana, un voluntarismo romántico e idealista y un populismo nacional dominado por la idea-proyecto de una clase media de pequeño municipio, culta y reconciliada en sus contradicciones internas, de propiedad, de grupos de edad y de género. Nada, por cierto, que quepa encontrar como valores medios en Barcelona o en su área metropolitana. Ahí están las razones de la probable derrota de su apuesta binarizadora: así es imposible convencer al área metropolitana barcelonesa.

Ante cualquier dilema político hemos de preguntarnos: ¿qué se juega en él para las y los subalternos? Lo hemos tenido con el Brexit, y vemos las consecuencias; lo hemos tenido con Trump, y hoy el mundo vive bajo el terror pánico de la destrucción completa. En ambos dilemas, se nos ha dicho que 'la clase obrera' –se suele olvidar lo de 'blanca' y subjetiva y socialmente 'descompuesta'– ha respaldado ambos resultados. Mientras, la inmensa mayoría y variedad de los subalternos ha visto cómo se imponían sus peores enemigos.

El órdago del 1-O es una apuesta derrotada. La división que ha creado en las fuerzas emancipadoras no la colmará la solidaridad antirrepresiva

Así que apliquemos el dilema al otoño catalán. ¿Tiene que traducirse nuestro apoyo al derecho a decidir en un seguidismo de la apuesta binarizadora de las fuerzas del procés? Sería lo peor que podríamos hacer, vistas las circunstancias. La división de las fuerzas soberanistas y democráticas ya está dada y, como hemos dicho, la apuesta del 1-O asume que solo ante el peligro de un golpe de Estado será posible que los indecisos sigan a las fuerzas del procés. Bienvenidas al desierto de lo real, queridas fuerzas del procés: el golpe ya ha sido, y es europeo, atlántico, planetario. Artur, Mas-Colell, Puig, Boi Ruiz: los teníais dentro.

Así, pues, tratemos de resumir algunas conclusiones: el órdago del 1-O es un juego del gallina de una apuesta derrotada. La división que ha creado en las fuerzas emancipadoras no la colmará la solidaridad antirrepresiva, como no lo hizo con el MLVN. Una respuesta en exceso represiva del gobierno de Rajoy podría suponer su final, sin duda, pero no cambiará las relaciones de fuerzas fundamentales. Tras el 1-O, la ansiada república catalana estará igual de lejos que lo ha estado desde que el procés quedó subordinado al etnonacionalismo.

Las personas que tienen una nación sin Estado son, por ello, subalternas. Pueden ser millones, pero si no hacen común su subalternidad con las que tienen Estado, pero no casa, sanidad, ingresos dignos, papeles o seguridad frente a la violencia de género o la xenofobia, su subalternidad nacional separa. No compone un multitud abigarrada, capaz de actuar en concierto y, por ello, capaz de vencer. Otra lección que nos deja el intervalo 15M, y van ya unas cuantas, mientras tratamos de escapar del déjà vu.

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Llobregat
14/9/2017 21:37

Querer y no poder, sobre todo convencer, porque el amanuense dice tener todas las claves para el paraíso terrenal, incluso su manada pregona que son los que más propuestas han hecho en los asientos del Parlamento, pero no se preguntan cuantas han salido adelante, os diré, ninguna. Esa debe ser la propuesta definitoria de quien se ha escondido a la hora de sacar el cuajo de propuestas emancipadoras. Se habrá preguntado que granito de arena han puesto para lograr esa supuesta unidad, salvo poner palos en las ruedas, que cómo bien decía ayer alguien de su entorno, para que vamos a apoyar el 10 si no sabemos si se va a celebrar. A otro perro con ese hueso de la confusión, en gran medida proveniente de esa sumisión a un estado construido con represión, del que no se han sabido deslindar. Salud.

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Autodidacta femenina
15/9/2017 22:01

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Madre autodidacta
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Kaneda
14/9/2017 19:28

Interesante artículo. Gracias.

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#56
14/9/2017 9:12

Claro, porque el 15M venció y, sobre todo, convenció... Por favor, disimulad un poco vuestro apego al método lampedusiano y dejad de instrumentalizar a las que luchan. Ah y ya de paso, probad a daros una vuelta por los barrios de Barcelona (Sants, Poblenou, Nou Barris o Sant Andreu, por ejemplo... por no hablar de ciudades como Sabadell o Badalona), igual por ahí encontráis militantes de la CUP o de la EI con "valores medios del área metropolitana". El artículo rezuma ceguera, distancia y politiqueo parlamentario... Esperaba más de El Salto, la verdad.

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Jose
14/9/2017 12:14

ok anonima, según dices el articulo rezuma ceguera, distancia y no se que más, pero me puedes explicar ¿como vaís a destruir el capitalismo y el patriarcado con la independencia? como dijo un diputada de la CUP el otro día en el parlamento.

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