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Opinión
“Me quito el velo” o la lógica neoliberal de los discursos del sufrimiento
“Esto no es un debate, solo es un comunicado (…). He decidido quitarme el velo”. Así empieza el último vídeo de la rapera e influencer Imane Raissali, conocida como Miss Raisa, que cuenta con cerca de 700.000 vistas en TikTok. Efectivamente, el hecho de que una mujer decida cubrirse o no, no debería ser motivo de debate. Sin embargo, más allá de la decisión personal, el análisis del discurso utilizado puede ayudarnos a reflexionar sobre lo que está en juego con este tipo de confesiones públicas, tanto en los debates feministas como en los antirracistas.
El comunicado se presenta bajo un prisma emocional: “el vídeo más importante (…) y el más impactante para vosotros”, “es de lo más difícil que he hecho en mi vida”; y desde un punto de vista individual: “mi ser”, “mi persona”, “mis verdaderas virtudes”. Todo ello sirve como introducción para anunciar que ha decidido quitarse el velo debido a la presión de la comunidad musulmana, que aparece retratada como mayoritariamente violenta, intransigente y dogmática: “muchos esperan un pequeño fallo para atacarte”, “estos últimos años de mi vida he sentido una persecución masiva por parte de algunos musulmanes”, “aquellos mismos de los que recibí y recibo amenazas e insultos”; e hipócrita: “al mismo tiempo existe una cantidad de hipocresía increíble”, confirmando, así, la visión dominante (negativa) del islam.
Otra de las causas evocadas es el peso que supone la exigencia constante de ejemplaridad por parte de esa misma comunidad: “señalándome que yo no era digna de usar un velo”. Así, se opone la libertad individual para decidir quitarse el velo: “por primera vez en mi vida solo me importa lo que pienso y siento yo”, frente a una imposición colectiva de unos estándares conservadores y machistas: “siempre se me ha reducido a un trozo de tela, como si fuera lo más valioso de mi persona”, “llevo toda la vida siendo servicial, siendo obediente, haciendo lo que se espera de mí”. Al mismo tiempo, afirma que no es una prenda que la represente y no siente que la identifique.
Medios de comunicación, instituciones, extrema derecha, ciertos sectores de la izquierda y del feminismo ilustrado defienden las tesis culturalistas, esto es, que las culturas de las personas migrantes son esencialmente patriarcales
En otras palabras, evoca una dimensión sociológica y política del velo, como “símbolo de identidad”, vaciado de cualquier dimensión espiritual, “que te coloca en unas responsabilidades que no eliges, como representar a una comunidad”. Paradójicamente, denuncia que el velo (y por extensión la comunidad musulmana) reduce a las mujeres musulmanas a su dimensión religiosa, cuya supuesta consecuencia es la marginación del resto de la sociedad: “solo quiero ser reconocida como un buen ser humano, con buenos valores”. Se trata de la visión dominante, vehiculada por los medios de comunicación, utilizada por las propias instituciones e instrumentalizada por la extrema derecha, por ciertos sectores de la izquierda y del feminismo ilustrado, que defienden las tesis culturalistas, esto es, que las culturas de las personas migrantes son esencialmente patriarcales y misóginas debido al islam, como una prolongación de las lógicas coloniales. Es decir, son las propias mujeres musulmanas con velo las que se marginan al aceptar una religión que las oprime. Quienes sufren discriminación pasan a ser, entonces, responsables de su propia discriminación.
Como hemos visto, se trata de un discurso centrado en el ‘yo’, en la experiencia personal, que se utiliza como fuente de verdad por ser una voz “auténtica”, invisibilizando, así, la complejidad y diversidad de experiencias, que son subjetivas por definición. Tal y como señala la socióloga Chi-Chi Shi, “el uso del sufrimiento individual responde a la lógica del neoliberalismo y la individualización, que ha surgido de este, ha sustituido las ideas de emancipación por una exigencia de visibilidad y de deconstrucción de estereotipos de las personas oprimidas”(1). En ese sentido, las reacciones negativas que ha provocado el comunicado ponen de relieve una pugna desigual por el control de la representación. La falta de referentes positivos, que dignifiquen al colectivo musulmán, oprimido y precarizado, y que contrarresten los prejuicios contra el islam, puede explicar, en parte, la exigencia de ejemplaridad hacia las influencers (en definitiva, hacia individualidades). Esta tiene que ver con la necesidad de suplir la falta de organización colectiva, de proyectos políticos autónomos de emancipación.
Quienes insultan, amenazan, anatematizan a una mujer concreta por quitarse el velo, acusándola de buscar únicamente un interés personal o de aprobación social, en realidad, han comprado el marco ideológico de la extrema derecha
Por otro lado, quienes insultan, amenazan, anatematizan a una mujer concreta por quitarse el velo, acusándola de buscar únicamente un interés personal o de aprobación social, en realidad, han comprado el marco ideológico de la extrema derecha. Reproducen sus lógicas al denigrar a las personas que defienden el feminismo, los derechos civiles, el multiculturalismo y los derechos LGTB, a las que acusan de ser Social Justice Warrior. Ahora bien, como afirma la periodista Louisa Yousfi, debemos ser conscientes de que el mercado instrumentaliza la figura de la musulmana “moderna”, “emancipada”, “empoderada”, que pasa a ser un objeto de consumo: “¿Cómo es posible no darse cuenta de la manera en la que nos presentan como mujeres con glamur, que nos propulsan como embajadoras de la ‘cultura urbana’ en la industria del entretenimiento, ofreciendo al público, en general, soportes de identificación más abiertos y más atractivos? Y eso, a costa, incluso, de nuestra autenticidad. Una no vende su cultura impunemente. No se trata, en este caso, de apropiación cultural sino de explotación cultural: invertimos una energía impresionante en construir una parte de visibilidad, en fundirnos en lo universal. Lo universal se empacha y nos escupe inmediatamente después”(2).
En conclusión, debemos tener cuidado con el efecto paralizante que puede provocar la expresión del sufrimiento personal, si está desvinculado de las luchas colectivas, ya que nos encierra en una identidad de víctima, como si nuestras opresiones nos definieran, lo que nos acaba despolitizando, al impedir que imaginemos un futuro diferente. La denuncia del sufrimiento personal no debe hacernos perder de vista que las opresiones responden a lógicas de dominación sistémicas y que no se trata de simples prejuicios que desaparecerán mediante la inflación de imágenes positivas (una rapera con velo que denuncia el racismo que sufre, una estudiante que saca las mejores notas de selectividad o un atleta que nos trae una medalla). Debemos apelar a la responsabilidad de los colectivos discriminados para que se organicen políticamente y trabajen en pos de una autonomía colectiva, intelectual y material.