Opinión
Queremos que desaparezcan las personas gordas
A principios de junio conocíamos que los científicos responsables de la creación de Ozempic, el fármaco para la diabetes que promete acabar con la obesidad, ganaban el premio Princesa de Asturias 2024 a la Investigación. El galardón quiso reconocer a estos endocrinólogos el haber sentado las bases para mejorar la vida de millones de personas en el mundo que sufren de diabetes y obesidad. Siguiendo la lógica del premio, parece que lo que, como sociedad, queremos poner en valor es la posibilidad de acabar con la obesidad.
Existe un futuro posible en el que hay menos gente obesa, menos gente gorda y enferma, y esto nos parece algo bueno, deseable
Existe un futuro posible en el que hay menos gente obesa, menos gente gorda y enferma, y esto nos parece algo bueno, deseable, y por tanto, científicamente encomiables todos los avances que caminen en esa dirección.
Pero se encierra en ese deseo una pregunta sobre las personas gordas que va mucho más allá del medicamento en cuestión que promete cambiar sus vidas. ¿Queremos que desaparezcan las personas gordas? ¿Qué futuro les espera a las que no quieran dejar de serlo? ¿Es ser gorda siempre algo malo?
Imaginemos que sí. Vamos a pensar por un momento que efectivamente las personas gordas son algo intrínsecamente negativo e indeseable para las sociedades del futuro. Imaginemos que tener sobrepeso fuera tan negativo como cualquier otra enfermedad grave de nuestro tiempo. En ese futuro, Ozempic sería un medicamento que en España tendría que prescribir de forma muy económica y urgente el Sistema Nacional de Salud a través de la atención primaria. Y mucho antes que eso, quizás debería existir una especialidad médica contra la obesidad, un lazo de un color que todos nos ponemos un día al año para concienciarnos, una Estrategia Nacional, un plan director, un político que cuenta que ha superado la enfermedad.
En los colegios harían lo posible por evitar que nadie fuera obeso. Prohibición de los azúcares y grasas saturadas, desgravación fiscal de los gimnasios. Comer grasa sería como fumar tabaco. Si fuera una enfermedad, supongo que no sería normal insultar a las personas gordas. Ver a un gordo sería como ver a alguien que ha perdido el pelo por un tratamiento de quimioterapia. Creo que no puede haber dos pulsiones sociales más alejadas.
No parece que nada de esto esté cerca de suceder. Preguntémonos pues si es deseable o no que existan personas gordas, si es una enfermedad, si queremos como sociedad acabar con ello, si es simplemente una elección o la falta de esfuerzo de quienes tienen esta condición —supongo que nadie diría de alguien que tiene cáncer que lo tiene porque no se ha esforzado lo suficiente—. Es imposible responder a estas preguntas sin tener presente que, como ese dolor crónico para el cual se comercializaron muchos opiáceos de diseño que han supuesto una epidemia de adicción, pobreza y muerte en muchos países del mundo, el sobrepeso resulta también del estilo de vida que produce la economía neoliberal y la forma en la que nos obliga a vivir.
Son múltiples y complejos los factores que se entrelazan para explicarlo, y van desde los cambios en las formas de trabajo, ahora sedentario y precario, que impide tener tiempo para otras ocupaciones; en la forma de comer, ahora rápida, llena de grasas saturadas y azúcares, siendo más barato y sencillo comerse una hamburguesa que un guiso de verduras; o incluso en la forma de relacionarnos y pensar, donde las pantallas, las redes y la inmediatez lo han mediado todo, haciendo que el capital estético tenga al menos la misma relevancia ya que los demás.
¿Vamos simplemente a asumir que hay una serie de cuerpos incorrectos para financiar con ello el enésimo negocio de las farmacéuticas?
Lo gordo no es una causa sino una consecuencia de una sociedad que tiene problemas estructurales cuyos síntomas se reflejan en un agotamiento crónico del planeta, de nuestros valores y nuestras democracias. El premio a una industria farmacéutica que promete acabar con la enfermedad que resulta padecemos las millones de personas en el mundo que tenemos sobrepeso es una pieza más del puzle. La fotografía es más amplia. No es posible afirmar que una persona sea mejor o peor por pesar más o menos kilos. Ni desde un punto de vista ético, ni médico, ni estético, ni político.
Que no nos convenzan de que es un problema en lo económico. Si el sobrepeso es siempre un problema, los medicamentos que lo evitan deben ser financiados de manera prioritaria para evitarlo. De lo contrario, estaremos asumiendo que la delgadez es otro privilegio social más, como quien hoy en día puede pagarse una hipoteca en España o un seguro médico en Estados Unidos. El derecho a la vivienda o a la salud parecen ser consensos aún a este lado del Atlántico. Pero ¿y el derecho al cuerpo? ¿Vamos simplemente a asumir que hay una serie de cuerpos incorrectos para financiar con ello el enésimo negocio de las farmacéuticas? Quizás el problema de las sociedades del futuro no sea lo gordo, sino el neoliberalismo.
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