Cuatro mitos sobre la teoría queer (y II)

Cuando algunas teóricas queer dicen que el sexo es una construcción social o cultural, no afirman que la biología no importe. Defienden que la forma en que se ha leído la biología no es neutra, sino interpretada mediante constructos sociales.

19 jun 2020 09:20

El artículo fue publicado en catalán en el semanario ‘El Temps’.

Este artículo es la segunda mitad de una serie que desmiente los principales mitos sobre la teoría queer que blanden algunos colectivos feministas en España para excluir del movimiento a las mujeres trans. El primero, acompañado de una explicación del contexto actual, se puede encontrar aquí.

“La teoría queer defiende que el sexo es una construcción social”

El feminismo transexcluyente afirma que la teoría queer considera que el sexo no se basa en rasgos biológicos y que, por lo tanto, niega que las mujeres estén oprimidas a causa de su condición de hembras humanas. Cuando algunas teóricas queer dicen que el sexo es una construcción social o cultural, no afirman que la biología no importe. Defienden que la forma en que se ha leído la biología no es neutra, sino interpretada mediante constructos sociales.

Uno de ellos es el binarismo sexual, es decir, la idea que existen dos sexos biológicos, macho y hembra. Anne Fausto-Sterling explica en Cuerpos sexuados que esto ha afectado el tratamiento recibido por las personas intersexuales, las que tienen genitales, gónadas o cromosomas que no encajan en las representaciones que se asocian a ser macho o hembra. Fausto-Sterling cuenta que, al nacer, los bebés con características intersexuales son operados para que sus genitales se ajusten a uno de los dos sexos. Si bien algunas intervenciones se realizan para evitar futuros problemas de salud, en otros casos no es así. A lo largo de su vida, muchos intersexuales se someterán a procesos hormonales para acabar de cuadrar en la categoría sexual asignada, y se intentará que vivan con el género que más encaja con sus genitales. En muchos casos, no les supone un problema, pero hay bastantes intersexuales que reivindican un modelo médico que tenga en cuenta su voz y su identidad.

Uno de los ámbitos donde la lectura cultural del sexo biológico es más evidente es en el deporte. Para definir quién puede competir en las categorías masculinas y femeninas, se han establecido criterios biológicos para delimitar claramente quién es cada cosa. A pesar de que han ido cambiando a lo largo del tiempo (cromosomas, hormonas), nunca han sido definitivos. Casos en los ochenta como el de la española María José Martínez Patiño, con cromosomas XY, o actuales, como el de la sudafricana Caster Semenya, con niveles de testosterona más altos que la media entre las mujeres-hembras, demuestran que no existe un indicador definitivo para establecer quién es macho o hembra, y mucho menos hombre/mujer. Es más, algunas características asociadas al sexo están interpretadas con un prisma étnico: si bien se considera que los machos tienen más pelo, hay etnias en Asia, Sudamérica u Oceanía cuyos machos humanos tienen poca cantidad de pelo, hasta el punto de que hay hembras caucásicas con más vello corporal que ellos.

Por todo ello, Anne Fausto-Sterling concluye que cada individuo tiene que ser visto como un sistema de desarrollo propio, un resultado, en constante evolución, de la combinación de la crianza, la cultura, la historia, la experiencia y la biología. Una afirmación que encaja con las ideas de muchas feministas, como Angela Saini, que analizan los discursos que se han empleado en medicina para justificar la inferioridad de las mujeres, o que generan sesgos que han llevado a que las mujeres reciban una atención sanitaria peor que la recibida por los hombres.

La segunda aportación de la teoría queer sobre la interpretación cultural del sexo biológico es la elaborada a partir del pensamiento de Judith Butler. La forma más sencilla de explicarlo es así: cuando a una mujer (o a un hombre trans) embarazada le preguntamos por el sexo del feto, en realidad estamos pidiendo su género. Es decir, si nos respondiera que su bebé es macho, hembra o intersexual, no acabaríamos de crear una imagen en nuestra cabeza sobre él. En cambio, si nos dice “es niño” o “es niña”, la imagen del futuro bebé es mucho más clara. Así, Judith Butler concluye que el discurso, el género, hace que el cuerpo tenga una existencia definida.

No solo esto. Butler explica que actuamos como si ser hombre o mujer fuera una realidad interna, cuando en realidad es algo que se produce y se reproduce constantemente y que, por lo tanto, es performativo. Añade que nadie es un género desde cero, y que por eso hay instituciones y prácticas destinadas a asegurar que cada individuo se comporta en función de las convenciones sobre el género asignado. Pone como ejemplo a los niños afeminados (sissy) y las niñas marimacho (tomboy) y el acoso que sufren por tener expresiones de género que no encajan con una idea de performtividad de género determinada por el sexo biológico (hembra-mujer-femenina; macho-hombre-masculino).

“La teoría queer quiere crear más géneros, el feminismo quiere abolirlos”.

No es necesariamente cierto ni en la teoría queer ni en el feminismo. Judith Butler considera que el género también puede ser un espacio de agencia y libertad. Isaias Fanlo añade que, para una mujer cis, los zapatos de tacón “pueden simbolizar la opresión machista que obliga las mujeres a cosificarse y a sufrir para encajar en unos determinados estándares de belleza para gustar al hombre. Para una mujer trans, los mismos zapatos pueden significar una liberación”. Añadiría que no todas las mujeres trans lo ven así. De hecho, las hay que han triunfado en dominios identificados claramente como masculinos y altamente misóginos. Es el caso de Sasha Hostyn, conocida como Scarlett, campeona canadiense de videojuegos.

Además, estudiosos queer como Nael Bhanji, Afsaneh Najmabadi o Dean Spade, así como entidades como la Guerrilla Travolaka o Generem, han denunciado que las instituciones religiosas, legales y médicas han creado un discurso estandarizado sobre el hecho trans orientado a reforzar un binarismo de género que ha dejado fuera la mayoría de experiencias vivenciales y procesos corporales de las personas trans, en países tan diversos como Irán, los Estados Unidos o España. Y es que buena parte de la teoría queer, o las teorías queer, como reivindica Fanlo, se ha dedicado a estudiar las experiencias que diluyen las fronteras de los géneros.

Por otro lado, no todas las teorías feministas tienen como objetivo abolir el género. De hecho, resulta contradictorio que las mismas que piden abolir el género, las feministas transexcluyentes, sean las que se esmeren tanto en delimitar quién está incluida en el género mujer en base a unas características biológicas. Si nos fijamos en la vertiente del género más vinculado a la apariencia y los roles, raramente estos postulados feministas van acompañados de la lucha por una sociedad andrógina. En todo caso, lo que a menudo han pedido los feminismos es la despolitización del género, en el sentido de suprimir las discriminaciones y privilegios asociados a cada uno de ellos. Sin embargo, no está claro que esta despolitización implique la desaparición total del género. Hay corrientes feministas que no lo ven así. El xenofeminismo hace suya la idea de Butler de que es muy difícil interpretar un cuerpo sin un discurso (género) previo, y por eso proponen que florezcan una multitud de géneros, en función de las experiencias de cada cual, de forma que, al final, el género ya no tenga importancia como base para una jerarquía social.

Finalmente, la afirmación que el feminismo “quiere abolir el género” puede pecar de eurocéntrica y blanca, a pesar de que hay feministas españolas racializadas que también lo defiendan. El colonialismo y el racismo han estigmatizado prácticas realizadas por mujeres no blancas, como los rituales de belleza de las mujeres afrodescendientes en Europa o Estados Unidos, cuyo arte capilar se considera sucio o barriobajero por la sociedad blanca. Otro ejemplo son las formas de crianza de las mujeres gitanas, quienes han tenido que luchar contra políticas de esterilizaciones forzadas realizadas por las sociedades payas en algunos países europeos, como Eslovaquia, República Checa, Suecia, Suiza o Rumanía. Así pues, ha habido feminismos no blancos que han reivindicado prácticas socialmente propias del género femenino. La diversidad de feminismos en el mundo, y la concepción que tienen de ser mujer, es tan diversa que es difícil establecer que el feminismo quiere abolir el género.

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