Opinión
Los descartes
Hay enormes zonas de intersección entre la lucha de las mujeres y de las personas no binarias, y la lucha de la clase trabajadora.

Cada semana, la última página del suplemento de Negocios de un diario nacional anuncia: “¿Y si pudieras recuperar la energía y la vitalidad de hace diez años?”. A continuación, promesas: optimizar los biomarcadores relacionados con la edad, prevenir enfermedades neurodegenerativas, cardiovasculares, oncológicas. Y la oferta de un equipo médico multidisciplinar que, con la aplicación de la Age Management Medicine, “te ayuda a conseguir los objetivos”.
Contaba Christopher Lasch cómo el capitalismo se fue apropiando de todas las esferas: sacó la producción de la casa y la puso bajo su supervisión, hizo lo mismo con las habilidades de las personas trabajadoras mediante el “management científico” y extendió su control sobre las vidas privadas con especialistas varios ocupados de supervisar la intimidad y la crianza. Lasch no llegó a ver los biomarcadores del cuerpo dirigidos por un equipo de management. Sería cómico si no fuera también lucha de clases. El anuncio pertenece a un centro de medicina privada: los clientes pagarán con dinero, es decir, con tiempo extraído sobre todo de personas cansadas cuyo desvalimiento en una sociedad desigual les hará padecer dolor y enfermedad en circunstancias inhóspitas.
La socióloga Isabel Benítez menciona en una entrevista que decir “somos clase trabajadora” es también enunciar la posibilidad de luchar por un destino común. Y habla de su preocupación ante la capacidad del concepto “precariado” para dividir mediante la distinción, separando a quienes por tener estudios superiores se considerarían mejores que quienes trabajan desde los 16 años. Así la acción colectiva, dice, quedaría fracturada: de un lado los personas trabajadoras y del otro las personas precarias “con vocación y estudios”.
En alusión al reaccionario artículo donde Javier Marías defendía el carácter exclusivamente individual de la violencia machista, Carmen G. Magdaleno tuitea: “La violencia machista son crímenes personales y la explotación laboral son cositas del contrato de cada asalariado con su empresa. Ajá”. Y añade: “Ni los ‘maltratadores’ son locos ni las muertes en el puesto de trabajo son ‘accidentes’”.
Es probable que la cita sobre el precariado haya generado recelo entre quienes imaginen que quiero emplear categorías marxistas. Y que la cita de Magdaleno lo haya hecho entre quienes piensan que el feminismo es una batalla de tal envergadura que no debe mezclarse con otras. Los seres humanos tenemos una extraña manera de pensar. Vamos detectando bandos dentro de los bandos. Al menos, así me pasa a veces: busco desacuerdos menores debido, acaso, a la necesidad de nuestro cerebro de etiquetar y simplificar. No podemos leerlo todo, no podemos analizarlo todo; de manera que vamos descartando y agrupándonos en parcelas más pequeñas y asumibles, pero también más reducidas y pobres.
Sin embargo, el daño arrecia: no tenemos tiempo para tantos descartes. Hay enormes zonas de intersección entre la lucha de las mujeres y de las personas no binarias, y la lucha de la clase trabajadora. Las hay entre las personas precarias y las paradas, y las explotadas anualmente.
Mientras los suplementos de Negocios siguen anunciando desigualdades, no dejemos que nos separen de nuestra fuente de fuerza construida con la solidaridad. Sin ella, el ímpetu se extingue. Claro que los matices cuentan. Pero no dejemos que nos desmenucen quienes nos prefieren aisladas en nuestras intemperies distinguidas, en vez juntas arrostrando el peligro y la languidez.
Relacionadas
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!