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Sexualidad
BDSM: Sexo con ataduras
Las siglas BDSM esconden una serie de prácticas y cargan con una mochila de tabús y mitos. Una dómina y un socio de un local de BDSM nos introducen en estas prácticas.
Entramos a una casa de las afueras de Pamplona. Su dueña nos recibe atentamente y nos invita a pasar al sótano. La luz tenue de unas velas alumbra el descenso hasta una sala poco convencional. Una cruz, una silla con arneses, objetos para amordazar, espejos y consoladores conforman el atrezo de esta mazmorra de BDSM.
Las siglas BDSM corresponden a bondage, dominación/sumisión y sadomasoquismo, prácticas alternativas de sexualidad que pivotan sobre las relaciones de poder consensuadas entre dos adultos. La dómina que visitamos se inició hace un par de años a través de una familiar.
Se dedica a la dominación y humillación “convencional”, aunque reconoce que de vez en cuando hace alguna dinámica de internamiento 24 horas—se cobran cerca de 800 euros por sesión—. “Es algo que compensa”, señala. Trabaja de dómina por las mañanas, y solo su marido y amigos más cercanos saben a qué se dedica.
Ni ella ni su familiar, también dómina, practican el contacto sexual con el cliente “bajo ningún concepto”, algo común en estos servicios. “Hay gente que se confunde, así que lo especificamos muy claramente en la página web, les hacemos firmar unos protocolos y tenemos una conversación previa”, cuenta. Reconoce que, a pesar de todo, algunos clientes le han pedido sexo y lo ha rechazado, pero nunca ha tenido una mala experiencia. Su familiar, por otro lado, afirma que “el erotismo puede entenderse más allá del sexo”, una visión en gran parte “influida por el porno”. “Sin ir más lejos, muchas personas sienten unas sensaciones increíbles ante la negación de sensorialidad”, añade, y señala que existen muchos prejuicios hacia este tipo de prácticas sexuales “no ordinarias”. Cuenta que el propio manual psiquiátrico lo catalogaba como “parafilia”, aunque la última edición ya trata al BDSM como “sexualidad alternativa”.
El perfil de la clientela es muy variado. A la mazmorra de Pamplona acude gente de Navarra, la Comunidad Autónoma Vasca, Cantabria, sur de Francia e, incluso, Madrid. Ambas mujeres explican que no faltan los usuarios con alto poder adquisitivo y con personal subordinado en su trabajo —altos directivos— que acuden para desahogarse invirtiendo sus roles cotidianos. “La mayoría de ellos están casados y ninguno pide sexo porque ya lo tienen con su pareja. Quieren algo que nadie les pueda ofrecer”, relata. No obstante, el perfil es diverso en cuanto a clases sociales, edades o fantasías. La asiduidad de una parte de la clientela —recibe menos de 20 personas al mes—, hace que sea cada vez más conocedora de la vida personal de sus clientes, algo que le aporta confianza. La única vez que este conocimiento más íntimo le ha supuesto un perjuicio fue con un cliente: tras conocer qué hacía en su trabajo, redujo las sesiones con él.
COMUNIDAD BDSM
Más allá de los intercambios económicos —la punta del iceberg del BDSM— la mayoría de estas prácticas sexuales se llevan a cabo en la intimidad de la pareja o en comunidades de amigos. En Pamplona, un grupo de personas tiene alquilado un local adaptado. Según relata Javi, uno de sus miembros, lleva abierto tres años, aunque antes ya existían antes otros espacios. Además del uso para socios y de algún curso de formación, como por ejemplo de shibari (uso de cuerdas), cada seis semanas suele celebrarse una fiesta a la que acuden unas 30 personas en las que se puede adoptar roles de dominante, sumiso/a o switch (intercambiable). Sin embargo, y salvo que sean de estricta confianza, quienes quieran asistir tienen que pasar por una entrevista previa. “Hay que tener cuidado con quién viene al local, porque en internet hay mucho descerebrado”, reconoce. “Una vez tuvimos un problema con uno que se pasó con el alcohol y le dijimos que no viniera más. Tampoco permitimos que la gente se drogue”, añade.En Euskal Herria, los dos puntos mas activos para la práctica del BDSM —y que cuentan con locales para fiestas— son Bilbao y Pamplona, donde se juntan personas con un abanico de edades muy amplio y sin ningún perfil concreto, ya sean hombres, mujeres, solteros o en pareja. “La verdad es que nos lo hemos montado bien; hay gente que se sube desde Madrid y que nos dice que tenemos un local mejor que muchos de los que hay por allí”, afirma. Además de la estancia principal —con jaulas, cruces, potros, sillas con cadenas y otros artilugios— hay una sala contigua con barra y sofás, y para relacionarse tranquilamente antes de pasar a la acción. Javi afirma que no han recibido quejas del vecindario aunque reconoce que “hubo alguna protesta la tarde que estuvimos montando el mobiliario”.
Si el BDSM ha alcanzado algo más de notoriedad en los últimos años, ha sido gracias al fenómeno de la novela erótica 50 sombras de Grey, trilogía de la que reniega la mayoría de miembros de esta comunidad. “Ha popularizado un poco el tema, pero más bien de postureo”, denuncia Javi, que se indigna porque “se ha tratado de manera incorrecta”. “Me parece denigrante la centralidad de los traumas infantiles en la caracterización del protagonista, cuando la mayoría de las personas que lo practicamos sólo buscamos divertirnos de manera alternativa”, comenta. Una idea que comparte la dómina entrevistada, que va más allá y afirma que 50 sombras de Grey “es el manual completo del maltratador: él presiona a la chica y lo que hacen no es consensuado ni consecuente, mientras que el BDSM solo puede practicarse desde la confianza y el intercambio consciente de poder”. Un fallo de la cultura mainstream al intentar reapropiarse de las prácticas sexuales alternativas en las que los roles no son una reproducción de la cotidianeidad.