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Televisión
De arte, concursos de EITB y precariedad
Después de la cocina, la alta costura, la música, el baile, el modelaje, la superviviencia, la forja... ahora es la pintura la disciplina en la que compiten ocho artistas en una serie de pruebas, más o menos ocurrentes, para elegir al “mejor pintor amateur de Euskal Herria”. ¿Qué podría salir mal?
Un talent show sobre arte en Euskal Telebista? Si no fuera cierto, podría sonar a sketch de Vaya Semanita, pero Arimaren Margolariak (Pintores del alma), estrenado en octubre de 2019, es realmente una suerte de MasterChef en euskera para pintores amateurs. Después de la cocina, la alta costura, la música, el baile, el modelaje, la superviviencia, la forja... ahora es la pintura la disciplina en la que compiten ocho artistas en una serie de pruebas, más o menos ocurrentes, para elegir al “mejor pintor amateur de Euskal Herria”. ¿Qué podría salir mal?
La televisión vasca, ya se sabe, siempre pendiente de lo que se cuece en las grandes cadenas generalistas privadas españolas. Y como los productos originales, siempre bordeando la línea de lo chabacano aunque, eso sí, aliñando sus propuestas con ese toque étnico con la sana intención de aliviar la vergüenza ajena de los telespectadores. Todo en la línea del mítico Basetxea, aquel Gran Hermano en folclórico baserri, o de El Conquistador, el castizo reality de aventura con el que tan buenos resultados de audiencia ha cosechado.
Medios de comunicación
Pintar sin alma
Arimaren Margolariak es el título de un concurso que ETB emitió en el último trimestre de 2019. En él se reproducen una serie de clichés que reducen la práctica artística a la caricatura, en un panorama de precariedad y escasez de oportunidades.
Pero ni siquiera el formato es original, ya que Work of Art: The Next Great Artist, un programa similar emitido en EE UU y conducido por la actriz Sarah Jessica Parker —y que luego han imitado otros en el ámbito anglosajón: Painting the Nation, Artist of the Year, The Big Painting Challenge, etcétera—, es nada menos que de 2010… En fin, lo curioso, pues, no es tanto lo tardío de este último ejemplo de “política artística” en nuestra televisión pública, dado que acudir con retraso a la novedad forma parte del modus operandi habitual en un medio provinciano y poco dado a las audacias creativas. Lo singular del caso, para mal, es que se pretenda fabricar espectáculo y obtener réditos en la cuota de pantalla con un lábel vasco (de medio pelo) empleando un formato que con tal mal gusto condensa los síntomas de la degradación del arte y del gremio artístico, uno de lo más desregulados y precarizados.
Se cumplen diez años de la realización del I.P.A. (Índice de Precariedad Artística) por parte del artista navarro Fermín Díez de Ulzurrun en el proyecto Presupuesto 6 euros: prácticas artísticas y precariedad —curado por el colectivo Cabello/Carceller en el Espacio OFF Limits de Madrid—. “Un estudio rápido y algo impreciso sobre la situación económica del entorno del artista”. En aquel trabajo se comparaban “los exiguos ingresos de los artistas por su actividad con indicadores como el umbral de la pobreza en España, el salario mínimo interprofesional o el salario medio”, lo cual “permitía visualizar de manera gráfica la situación económica de los artistas de nuestro entorno”. Igualmente, en aquella investigación “se intentaba, con técnicas de ciencia de datos, averiguar o predecir cuántos años de actividad artística eran necesarios para que un artista pudiera subsistir”. La dramática conclusión: “imprescindibles más de 15 años de profesión con ingresos inferiores al salario mínimo interprofesional”. Diez años más tarde, se ha retomado la investigación para el proyecto A la mesa / Mahaira —curado por Maria Ozcoidi Moreno dentro del programa Uholdeak del Centro Huarte—, y con el objetivo de llevar a cabo un análisis más amplio y detallado de la realidad artística, formulario mediante. Los resultados se presentarán en 2020.
Es de suponer que las nuevas conclusiones, después de la gran crisis, y si hay algún artista que haya sobrevivido a ese túnel de 15 de años ejerciendo como el “artista del hambre” de Kafka, serán todavía más desalentadoras. Y este programa con ínfulas culturales al ritmo de trikititxa, simpática anécdota con la que se banaliza la precariedad de los titiriteros del arte, no va a contribuir a mejorar la situación, sino a degradarla un poquito más. Mientras, entre la promoción del más rancio amateurismo y la meritocracia de andar por casa, el arte en el país de Oteiza y Chillida no levanta cabeza.
En una cosa, eso sí, podemos decir que se ha dado un paso de gigante: ya nadie espera que el canto de sirena de las “industrias culturales” prêt-à-porter venga a remediarlo. Guggehngeim, Tabakalera, Alhondiga, EITB... ni están ni se les espera: son zonas muertas concebidas para el consumo compulsivo de la mercancía artística. El gremio, sin embargo todavía no ha encontrado el momento para alzar la voz, ni tan siquiera para señalar, educadamente y en en voz baja, que el rey está desnudo. Pero, bueno, no perdamos la esperanza, porque si hasta las kellys y los riders de Glovo se organizan, no hay que descartar que, más pronto que tarde, se monte un sindicato de artistas con ganas de liarla y con voluntad de permanecer en el tiempo.