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Televisión
Drogas y sexualidad en series para adolescentes: tus hijos no quieren moralismos, quieren ver diversidad
Al entrar en Tik tok, la red social por excelencia de la generación Z —personas con edades comprendidas entre los 13 y los 27 años, aproximadamente— es bastante posible topar, en algún momento del scroll, con una referencia a Euphoria: filtros para determinar qué personaje de la serie eres, elaborados maquillajes inspirados en las protagonistas, recortes de escenas… Euphoria ha sido la segunda producción de HBO más vista en los últimos 18 años, solo por detrás de Juego de Tronos, y su audiencia es principalmente gente joven. Hay algo que comparte con el resto de denominadas teen series de éxito, como lo fueron en su día Compañeros (1998), Skins (2007), Física o Química (2008), Élite (2018) o Sex Education (2019), entre otras: son historias de chavales y chavalas de instituto, hay amor, sexo, drogas, fiestas y alcohol; pero existe una diferencia: la perspectiva desde la que se aborda.
La idea de que los comportamientos sociales representados en estas series puedan influir negativamente en los jóvenes —o sea, que quieran en su realidad lo que perciben en la ficción— es una cuestión que ha preocupado a los progenitores desde tiempos inmemoriales. Pero María José Masanet Jordà, doctora en comunicación social, hace un primer apunte: las series juveniles, o lo que se muestra en ellas, pueden incidir en las personas adolescentes, pero la incidencia está totalmente condicionada por “el contexto, la experiencia y el capital social y cultural” que se tiene en la adolescencia, una etapa “en la que se mata la infancia, en la que se inicia la búsqueda del ‘yo’”. Para construirse a una o uno mismo, prosigue, se necesitan referentes, y estos se pueden encontrar en muchos espacios: en la familia, en la escuela… y en los medios. “Las series adolescentes siguen siendo muy atractivas porque suponen un espacio de referencia donde encontrar modelos aspiracionales o de rechazo, ya que en ellas se comparten temas de interés: las primeras experiencias amorosas, con el alcohol o las drogas; la relación con los padres, los amigos…”. Son, resume la investigadora, un reflejo de las preocupaciones que tienen los adolescentes.
Y aunque hay preocupaciones compartidas a lo largo de las generaciones, los contextos cambian. Y las productoras audiovisuales son conscientes de que no es lo mismo ser adolescente en los años 90 que ahora. Alberto Rey, crítico de televisión en la sección Asesino en serie de El Mundo, aporta un matiz clave: “La ficción es un reflejo de la sociedad, sí; pero no tanto un reflejo de lo que la sociedad es como de lo que la sociedad permite”. ¿Qué permite ahora la sociedad que no permitiera antes?
Nuevos arquetipos
Como aspecto clave en la adolescencia, la sexualidad es explorada en la ficción de diferentes formas, y la manera de hacerlo ha ido evolucionando. En su investigación Análisis del comportamiento sexual y el consumo de drogas en la ficción española de producción propia: el caso de Compañeros y Física o Química, Anna Marchessi Riera determinaba, entre otras cuestiones, que mientras todas las conductas sexuales que había en los capítulos de Compañeros que analizó se producían entre parejas, en Física o Química aparecía algún acto entre más de dos personas y se referenciaba la masturbación. Mientras en la primera de estas series la totalidad de relaciones representadas eran heterosexuales, en la segunda (diez años después) había presencia de parejas homosexuales. Para Masanet, el cambio fue progresivo: “Empezaron a introducir personajes LGTB que eran los amigos de los protagonistas, igual que se hizo en su momento con las personas racializadas, pero estos personajes LGTB tenían narrativas muy complejas”.
Pedro, como espectador, opina que el avance no es tanto que haya personajes diversos, sino que la trama de esos personajes no gire en torno a su diversidad, algo que ha empezado a percibir solo en las producciones de los últimos años: “En la mayoría de series, mientras los personajes cishetero tienen todo tipo de movidas, el personaje LGTB —porque además suele ser ‘el’, en singular— solo tiene la movida de ser LGTB”. En la comparativa que hace entre Skins y Élite —donde también hay una década de diferencia en la fecha de lanzamiento—, Anna, periodista y consumidora de series teenagers, percibe algo similar: “No quiero usar la palabra ‘normalizado’ porque me parece chunga, pero creo que en Élite la historia de la pareja homosexual va más allá de que sea homosexual”. Cecilia, quien también ha visto varias de las series adolescentes mencionadas, introduce no obstante el factor temporal de las producciones: “Me parece lógico que antes las historias de los personajes gays versaran sobre el drama de serlo, porque lo era; y aunque no digo que ya no siga siéndolo [por la homofobia], en aquel momento se hablaba de la orientación sexual con mucha menos libertad y había menos referentes”.
Alberto Rey apoya esta tesis: “Todo esto es una evolución de cosas que siempre han existido, antes era impensable poner a un alumno gay, lesbiana o trans porque entre los años 80 y 90 ya se encargaban esas personas de que su identidad no fuera visible, así que para qué la iba a visibilizar la ficción; en el momento en el que las nuevas generaciones o generaciones antiguas dan el paso y deciden mostrar lo que son, a mucha gente le resulta violento en la realidad y, sorprendentemente, también le resulta violento en la ficción”. El analista considera por eso más transgresora la interpretación de José Conde de un médico homosexual en Médico de Familia (1995), que llegó a muchos hogares, que el estreno de series LGTB como Looking dos décadas después. De hecho, expone, no es casual que se ponga el grito en el cielo hablando de “adoctrinamiento” solo en producciones verdaderamente mainstream: “A la gente le puede parecer fenomenal que tú tengas una serie de HBO con cuatro superheroínas a cada cual más bollera o más trans, el problema es que les metas una en Los Vengadores, en Batman o en Harry Potter”.
Pedro añade otra cuestión: los personajes homosexuales suelen acabar mal. Es algo que confirma Masanet cuando habla de los arquetipos y clichés reproducidos en las series. Del mismo modo que se utilizan narrativas de sobra conocidas por la audiencia, como el arquetipo de la bella y la bestia —chica responsable se enamora de chico “malote” y le “convierte en príncipe azul”— o el del amor imposible que todo lo puede, se emplean otros como el “síndrome de la lesbiana muerta”, una tendencia narrativa en el que los personajes homosexuales sufren un fatídico final. Pero en las últimas producciones, adelanta Masanet, se ha dado una vuelta a esto: por ejemplo, invirtiendo los roles, modelando los arquetipos o evitando ciertas narrativas. En una de sus últimas investigaciones, analiza el personaje de Jules en Euphoria, interpretado por la actriz Hunter Schafer: “Tenemos un personaje trans que no está hablando de su proceso de tránsito, ni del trauma que supone o de las violencias que vive; no las obvia, pero va mucho más allá de eso y se construye como sujeto de amor de otro personaje que se enamora de ella, y no es un amor fetichista o escondido como el del primer capítulo, es un amor puro que se construye dentro de la narración”.
En Élite, el personaje de Rebeka, que en las primeras temporadas había mantenido relaciones heterosexuales, empieza en la penúltima con una chica sin que se aborde su bisexualidad en la narrativa. Tampoco se dedica nada del guion al lesbianismo de la protagonista de Euphoria; los personajes viven sus relaciones sexoafectivas como las viven las parejas hetero. Alberto Rey, no obstante, advierte que faltan narrativas por reflejar: “Me gustaría que alguna serie abordara cómo sería la vida de esa adolescente si fuera lesbiana en un pueblo, porque las cosas pintarían de otra manera, y esa historia también debe contarse porque a veces cuando la ficción le está dando la realidad a un discurso de ‘todo esto se ha conseguido’ me dan ganas de que de alguna manera haya ficción adoctrinante”. María Teresa Donstrup, investigadora en la Universidad de Sevilla y autora de varios estudios alrededor de la ficción adolescente y la perspectiva de género, recuerda en este sentido que, si bien el principal objetivo de las series de televisión es el entretenimiento, “este puede ir acompañado de valores y no limitarse a la evasión”. Tras analizar las actitudes sociales de los adolescentes en las series televisivas, esta investigadora concluyó que, aunque hay aspectos que no han cambiado con respecto a las series de hace dos décadas —como el escaso uso explícito del preservativo en relaciones sexuales— hay cuestiones fundamentales que responden a las demandas de la lucha feminista: identificación de todos los tipos de agresiones sexuales, no caracterización de las chicas sexualmente activas como ‘malas chicas’ y discusión y rechazo entre los personajes cuando las mujeres son degradadas como meros objetos sociales o de placer por parte de compañeros de instituto. Otras investigadoras aluden a la pérdida de visibilidad de preceptos del amor romántico en este tipo de series a favor del deseo de experimentar la sexualidad.
Alberto Rey considera que algo que explica estos cambios de paradigma, sobre todo los más transgresores, es que mientras antes la televisión buscaba llegar al mayor número posible de personas con el menor coste, “en un mercado de nichos en el que cada serie tiene su público, las producciones pueden permitirse despreciar a otros públicos a los que pueden molestar esas narrativas”. El analista vincula la libertad creativa de las últimas producciones con el auge de las plataformas de vídeo bajo demanda, que han permitido la producción de series “sin las interferencias de los anunciantes o de gente que financia el producto”. No obstante, como espectadores, Pedro y Anna encuentran unos motivos en la inserción de la diversidad que va más allá de lo genuino, divulgativo o ético: “Al final las series no dejan de ser marketing, buscan personajes con los que la audiencia se sienta identificada para venderlas”. Pedro es más explícito al señalar “un interés capitalista en apropiarse de los discursos LGTB” e identificar pros —“más visibilidad y por tanto más oportunidad de profundizar en eso”— pero también los contra ya que “no hay que olvidar que esto es el capitalismo apropiándose de eso y diciéndote: ‘vamos a daros esto para que os calléis un poquito, y mientras yo me estaré llevando el beneficio’. Porque además, en lo mainstream, ¿dónde quedan la contracultura y la protesta?”, reflexiona el joven.
Adicciones: nuevas drogas, ¿mismos enfoques?
Existen multitud de investigaciones académicas que abordan la representación de las adicciones en las series de televisión. Tal y como sintetiza Donstrup, en la mayoría de estos productos audiovisuales el consumo de drogas se “encuentra normalizado y por lo general no conlleva consecuencias negativas”, tanto en el caso de las legales como ilegales. El análisis cuantitativo de Marchessi expone en cifras cómo la representación de las drogas legales ha ido en detrimento de las ilegales: 22 escenas de consumo de tabaco en los capítulos analizados de Compañeros; cero en Física o Química. Una escena de consumo de cannabis en Compañeros; once en Física o Química.
Para Rey, el abordaje de las drogas en los años 80 no era coherente con la realidad; había muy poca representación de la cocaína cuando “era el combustible de muchos trabajos”. Algo le decía a los productores audiovisuales, teoriza, “que según cómo se mostrara eso, o simplemente por mostrarlo” en las series “podría ser un problema”. En una encuesta realizada en el marco de un estudio sobre la narrativa audiovisual española en series teenagers publicada en 2019, la opinión de las personas encuestadas estaba bastante dividida entres quienes pensaban que estos productos ayudaban a visibilizar los riesgos de las drogas —50%— y quienes pensaban que animaban a su consumo —42%—, siendo minoritario —8%— el porcentaje que consideraba que no influía en los hábitos del espectador.
Es indiscutible que, a nivel de representación del consumo de drogas, Euphoria ha supuesto un antes y un después en las series de este género, incluso por encima de lo que implicó Skins en su momento. Euphoria tiene como personaje principal a una protagonista, interpretada por Zendaya, adicta a las drogas. En contra de los primeros personajes drogadictos de la ficción, representados a menudo de forma naif como yonquis de barrio, el origen de la adicción de la protagonista de Euphoria no es casual ni el proceso resulta sencillo. No es por salir mucho de fiesta, no es por vivir en una familia desestructurada, no es porque sea la rebelde del instituto: es consecuencia de un consumo temprano de psicofármacos por varios trastornos que le diagnosticaron de pequeña para explicar su comportamiento. Más tarde, cuando su padre enfermó de cáncer, comenzó a consumir de sus opiáceos. Posteriormente fue ampliando y diversificando las drogas que tomaba. No es común que se aborden las adicciones haciendo alusión a las drogas legales, aunque posteriormente el foco de la serie se ponga en otro tipo de drogas. Para Anna, la cuestión no es banal: “Vivimos en un contexto en el que mucha gente joven ha tomado o va a tomar en algún momento ansiolíticos y antidepresivos y, si se representara bien, ayudaría a las personas a las que recetan este tipo de medicamentos a estar más informadas sobre los riesgos y derribar estigmas”.
Alberto Rey destaca otro aspecto fundamental que diferencia a Euphoria de otras producciones en lo que a consumo de drogas se refiere: los matices. “Hemos pasado de esa etapa casi bochornosa de hace una década donde se defendía que las drogas están bien. Las drogas son divertidas pero pueden convertirse en un problema muy jodido”. Para él, es importante diferenciar entre consumo y adicciones: “Perder dos kilitos está muy bien, pero un trastorno de la conducta alimentaria es un problema”, ilustra. “Consumo y adicción son cosas muy diferentes y hasta hace muy poco no había esa distinción, no se jugaba con los matices”.
Catalina Gil Pinzón, oficial de Programas del Programa Global de Política de Drogas de la Open Society Foundations en Colombia, organizó recientemente un debate en el que aunó voces expertas en la reforma de las políticas del consumo de drogas con personas vinculadas al mundo audiovisual. Entre las conclusiones, si bien la representación de la complejidad en el consumo de drogas y el reflejo de otros consumos no problemáticos les parecieron acertadas, piensa que todavía hay camino que recorrer para “dar acceso a una información veraz y caminar hacia una reforma de las políticas de drogas” a través de la ficción. Además, recuerda que frente a la representación de las drogas ilegales, “en la narrativa audiovisual se omite el cigarrillo y el alcohol como si no fueran sustancias psicoactivas y se obvia que muchos de los problemas en países como Estados Unidos derivan del consumo de medicamentos legales”. Pedro percibe este fenómeno como un reflejo de la vida real: “Muchos padres advierten a sus hijos de no fumar porros, pero no tienen problemas con que se vayan frecuentemente de botellón; creo que el alcoholismo es algo socialmente aceptado y de lo que a menudo se obvian las consecuencias”.
Probablemente condicionado porque las consecuencias del consumo de drogas —tanto legales como ilegales— mostradas en estas series han sido mayoritariamente positivas (desinhibición, relajación, diversión, expresar sentimientos…), tal y como señala Donstrup en sus investigaciones, el estreno de Euphoria vino acompañado de un amplio debate sobre si romantizaba el consumo de drogas o, por contra, su crudeza y complejidad narrativa disuadían de él. Donstrup reconoce que sentía sorpresa “al leer en redes sociales que romantizaba el consumo, porque según avanzaba mi investigación veía que las consecuencias negativas que producen en los protagonistas son, en muchos casos, devastadoras”. Mientras Cecilia reconoce que Euphoria va más lejos que otras series mostrando cómo afecta la adicción más allá del individuo —a la familia, a los amigos—, lo cual no percibe en producciones anteriores como Skins, admite que le chirría que “una serie tan visualmente perfecta” disuada del consumo de drogas. Alberto Rey descarta que la producción protagonizada por Zendaya romantice esta cuestión, pero sí pone una pega: “Tengo mis dudas de hasta qué punto ficciones como Skins o Euphoria no están entendiendo que muchos de sus espectadores son sustancialmente más jóvenes que los personajes de la serie”.
Aunque Masanet asegura que entiende que a muchos padres y madres les preocupe que sus hijos e hijas vean Euphoria, tanto por lo explícito de su contenido como por la forma “tan dura que tiene de representar la adolescencia”, rechaza frontalmente cualquier tipo de censura de su visionado. “Creo que la serie plantea multitud de temas intentando no ser moralizante, y eso para mí es fundamental porque expone dilemas que seguro que son debatidos en los grupos de WhatsApp o en los recreos, temas que los adolescentes quieren y necesitan debatir”.
¿Cuál es, entonces, la solución? Para ella, pasa por llevar estas discusiones a entornos más formales, como son la escuela o la familia, “sentarse con tus hijos a ver la serie en actitud receptiva, preguntándoles su opinión acerca de los temas que se plantean, qué les parece una actitud o por qué les gusta ese personaje, porque todo lo que digan va a hablar de él o ella misma, porque cuando una persona juzga está hablando de sí mismo”. Alberto Rey incide en el mérito de la ausencia de paternalismos y afán moralizante en la producción de HBO y ubica ahí su éxito: “El espectador ya no los acepta, ya está muy resabiado, ha visto muchas cosas y no quiere que le llamen idiota, y una manera de llamar idiota a la gente es decirle que este personaje es así y lo que tienes que pensar de él es esto”.
Un final abierto
Las series adolescentes siempre se han relacionado con el sexo, el alcohol y las drogas. A la vista está que no es tan simple. Pero falta, a juicio de los expertos, muchas realidades por abordar en estas producciones. Masanet empieza por los aspectos de producción, y apuesta porque haya un enlace “entre la industria y las personas que trabajamos analizando estas series en la academia” para debatir sobre el tipo de narrativas, del mismo modo que considera positivo integrar a los adolescentes “en el proceso de producción de estas series, como colaboradores de guion” para representar de forma más ajustada sus inquietudes y “evitar perpetuar la mirada adulta representando la vivencia adolescente”, aunque entiende que son planteamientos que no responden a la búsqueda de beneficio económico de las producciones.
De hecho, para Anna, la gran asignatura pendiente de las series teenagers si quieren ser una representación real de la adolescencia es aportar perspectiva de clase. Dice verlo más en Élite, que se desarrolla en un colegio privado donde los alumnos sin recursos económicos son becados y compaginan sus estudios con empleos, y enfrentan situaciones derivadas de su condición económica, pero considera que aún queda mucho trabajo por hacer. Para Alberto Rey, este fenómeno se explica porque a menudo la gente que crea estas narrativas no conoce esos contextos, porque “la carrera audiovisual requiere de mucha red de seguridad financiera para llevarla a cabo, y no se suele conseguir trabajando diez años en el McDonalds, sino a través de patrimonio familiar”. Y aunque “contar las historias de los pobres es muy tentador porque son muy fotogénicas”, narrarlas desde el privilegio las distancia de la realidad.
Falta, valora el experto, hablar más y mejor del dinero en la ficción, porque supone “el principal factor de identidad en el mundo occidental: si tú tienes todo el dinero del mundo nadie pone en duda tu sexualidad, tu identidad de género o de raza”. Por eso apuesta por una historia que narre que a La Veneno le toca la lotería. Y aunque al analista le gustaría también que las productoras apostaran por insertar realidades infrarrepresentadas en la ficción —personas con discapacidad, personas asexuales, personas no binarias, personas de más de 80 años…— reconoce que, si bien la función de las series no sea entretener, es inevitable que los productos de éxito tengan efectos en la sociedad. En ese punto identifica dos cosas: que la urgencia está en aquellos colectivos que todavía concentran mayores cuotas de odio y que la magia se encuentra precisamente en no saber por dónde debería ir el futuro de la producción audiovisual dirigida a adolescentes: “Es interesante reconocer que no sabemos por dónde se debería avanzar porque hay realidades sociales que sencillamente no estamos viendo”.
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El artículo es muy interesante y se agradece que esté bien documentado.