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Violencia machista
Alaíde Ventura Medina: “Muchas personas aprendimos a querer con agresiones”
Alaíde Ventura Medina (Xalapa, México, 1985), escritora y antropóloga, toma prestada su propia voz para reflejar en su nuevo libro ‘Entre los Rotos’ (Tránsito, 2021) una de las caras más silenciadas de la violencia patriarcal: la que sufren las niñas y los niños. Según los datos del estudio ‘Menores y Violencia de Género’, elaborado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, uno de cada cinco menores españoles ha estado expuesto en repetidas ocasiones a situaciones de violencia directa de su padre o de la pareja o expareja de su madre. En México, según datos de Unicef, dos de cada diez mujeres reportan que sus esposos o parejas ejercen o han ejercido violencia física contra sus hijas o hijos en las mismas circunstancias. Ventura ha puesto rostros a estos datos a través de los dos personajes principales de su nueva novela, dos hermanos hijos de una mujer maltratada y víctimas directas del maltrato de su padre. Una violencia que no cesa con el fin de los golpes, sino que arrastrarán toda su vida. Una novela, ambientada en Veracruz, que recibió el Premio Mauricio Achar en 2019 y que llega ahora a España de la mano de la editorial Tránsito.
Tu libro habla sobre la violencia patriarcal desde un enfoque poco habitual, la violencia que sufren los niños y niñas ¿Por qué está tan invisibilizada?
Pues creo que siempre ha sucedido pero en el interior de cuatro paredes. A partir de que otras escritoras empiezan a hablar de las infancias, de las maternidades, del ámbito doméstico, de pronto resulta que había una historia compartida, que no sabíamos que compartíamos. Yo pertenezco a la generación de las escritoras nacidas en los 80 en México y entre mis mejores amigas también hay grandes escritoras. De pronto nos dimos cuenta de que aunque seamos de geografías distintas y clases sociales distintas, vivimos lo mismo. Si estaba invisibilizado, ahora al contrario, se ha convertido en la normalidad.
¿Por qué no centraste tu relato en la violencia machista que estaba experimentando la madre?
Porque tomé prestada mi voz como ejercicio narrativo de arranque, como detonador de la historia y con esa voz pude alcanzar un flujo de narración conectado, como eslabones, que no se podían romper. Yo ese libro lo escribí de una manera muy vertiginosa. Salió, así, sin parar. Cambiar la focalización tal vez habría dado como resultado a una obra distinta, que en ese momento yo no estaba lista para contar.
Entonces en este libro hay mucho de ti. ¿Duele verlo?
Sí, hay mucho de mí. Y sí, duele verlo. Al principio cuando gané el premio, en mi primera presentación pública, que fue antes de la pandemia, me di cuenta de que yo no había vuelto a revisar el libro desde la última edición. Y cuando lo volví a leer, ya con algunos meses de distancia, fue una experiencia muy interesante porque era muy dolorosa pero ya por fin lo estaba concibiendo como un artefacto artístico. Ya no como una bitácora mía, sino como algo externo. Y poco a poco ese alejamiento ha ido creciendo. Ya puedo leerlo en voz alta, al principio casi no podía, se me quebraba la voz.
Pero la protagonista no soy yo del todo. Es un juego de posibilidades. Es un yo hipotético. Lo que tiene mío es mi voz, mi razonamiento y muchas de mis confesiones pero la historia familiar no fue como la mía. Aunque hay una resonancia, tiene un aire a mi vida. Pero es como un mundo paralelo.
Nosotros estamos en una situación de violencia extrema que, por desgracia, hemos normalizado porque ha sido tan constante que ya ni siquiera la vemos. En México asesinan a diez mujeres al día y muchas de ellas son niñas.
Volvamos al tema principal que tratas, que es la violencia patriarcal sobre las niñas y niños y llevémoslo a la actualidad. En España no se empezaron a contabilizar los menores asesinados a manos de sus padres hasta 2013, porque antes no se consideraban víctimas de la violencia machista y ya van 43. ¿Cómo está la situación en México?
Terrible. Nosotros estamos en una situación de violencia extrema que, por desgracia, hemos normalizado porque ha sido tan constante y tan avasallador que ya ni siquiera la vemos. En México asesinan a diez mujeres al día y muchas de ellas son niñas. Tenemos una tasa altísima de violencia por todos lados: violencias derivadas de la trata, derivadas del narco y también lo que antes se conocían como crímenes pasionales, que ahora están tipificados como feminicidios.
El problema aquí en México es que las niñas son víctimas de abuso muy pronto. Son víctimas antes de ser ciudadanas. Y no solo en el ámbito doméstico, son frecuentes los secuestros y la trata sexual de menores.
¿Por qué no le damos la misma importancia a la violencia que sufren las y los menores que a la que sufren las madres?
En México a veces estamos más preocupados por los problemas visibles, porque parecen más urgentes, que por las causas que van dejando secuelas que se van a ver a largo plazo. Somos un país inestable, un país donde la gente vive al día. No solo en términos económico; no tenemos una perspectiva de futuro clara.
Entonces pensamos en resolver los problemas de hoy. Y las secuelas de la violencia patriarcal en las mujeres son más visibles porque hay denuncia y hay una cierta concienciación. Mientras que las secuelas de las violencias que experimentan los niños y niñas tardan años en aparecer, sobre todo las que causan los abusos emocionales y verbales.
Y esto es lo que sucede en el libro con la voz que narra, mientras que ella ve toda la violencia física que sufre su hermano la de ella está un poco soterrada. Ella incluso llega a convencerse de que puede superarla por arte de magia, cambiando de contexto. Ese tipo de secuelas son más lentas y más silenciosas. Y cuando nos damos cuenta, ya estamos en el mismo barco, ya somos adultas y, de pronto, estamos reproduciendo hábitos, relacionándonos con otras personas de forma extraña y cuestionable. Ahí comienza un trabajo que casi siempre es individual y un poco tabú. Los más afortunados pueden acudir a terapias.
Los recuerdos de la primera infancia pueden convertirse en cargas pesadas en la edad adulta. Y no existe la curación por decreto. No podemos reconfigurar nuestro pensamiento
Los protagonistas de tu libro sufren importantes secuelas psicológicas. Diría que son hasta más importantes que las físicas pues les marcan la vida ¿Cómo lo ves?
Sí, esas heridas se van cocinando lentamente, que es una cosa de la que ahora mi generación está hablando mucho. Los recuerdos de la primera infancia pueden convertirse en cargas pesadas en la edad adulta. Y no existe la curación por decreto. No podemos reconfigurar nuestro pensamiento. Los patrones que traemos dentro son los que nos conducen. Somos mitad voluntad, mitad costumbre.
¿Se podría decir que la violencia patriarcal marca la vida de una persona?
Claro, sí, sin duda. Porque muchas veces, sobre todo de pequeñas, no sabemos qué es violencia. Si nos dicen que es una forma de amor, de cuidado o de educación, lo aceptamos como viene porque los conceptos no los tenemos muy claros, los estamos formando. Muchas personas aprendimos a querer con agresiones, con amenazas. Y si así es como lo aprendimos así es como lo vamos a reproducir.
Tu libro está lleno de silencios. Y yo diría que también de rotos. Capítulos cortos, casi como retales ¿Tiene alguna intencionalidad?
Sí, la sintaxis está cuidada para que esté rota y está fragmentado a posta. Yo quería emular como piensa la mente cuando la realidad está frente a ti y quieres escapar de ella. La narradora quiere escapar mirando unas fotografías que muestran sus recuerdos e intenta que su memoria no la ponga en ese lugar doloroso. Pero no hay forma, es demasiado fuerte lo que está presenciando.
La fragmentación obedece a eso, a esas ganas de escapar. Es una mente galopando derivado del shock de revivir el trauma.
Entonces podría ser una catarsis. ¿Es una manera de sanarte a ti misma?
Es una catarsis obligada. Y sí, es una manera de sanarme.
Para la narradora es una exhibición: abrir la entraña y sacar las vísceras para ver el diagnóstico. Pero la salvación no creo que esté ahí. La sanación vendría después pero ya no forma parte del libro. Lo que sí creo es que no había manera de evitar que esa herida se abriera. Se iba a abrir tarde o temprano.
Las emociones se aprenden también. Son como los conceptos intelectuales. Podemos aprender que el amor es controlador y agresivo o que eso no es amor.
Lo que queda claro tras la lectura de este libro es que no acabaremos con la violencia patriarcal hasta que no la cortemos de raíz, desde la más tierna infancia. Porque, si no, se irá reproduciendo.
Sí, y esto va a tomar muchas generaciones porque estamos muy hechos a ese hábito. Y los patrones tardan mucho en romperse. Si a nivel individual tarda una vida escapar de esos patrones a nivel social nos va a tomar años.
Pero creo que podríamos lograrlo. A mí me gusta pensar eso porque, pese a lo que parezca en el libro, en el fondo soy optimista.
Porque no nacemos sabiendo amar, a amar hay que aprender.
Sí claro, las emociones se aprenden también. Son como los conceptos intelectuales. Podemos aprender que el amor es controlador y agresivo o que eso no es amor.