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Argentina
“Somos hijas de genocidas. Es muy fuerte decirlo así pero es la verdad”
Hablamos con Analía Kalinec y Liliana Furió, integrantes del colectivo Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía. Un grupo pionero que surge para sumar su voz a la lucha por los derechos humanos en Argentina, en un momento en el que el revisionismo y el olvido parecen ser parte de la política del nuevo Gobierno.
Dice Analía Kalinec que las fechas son importantes y, añade Liliana Furió, que también las paradojas. En este mismo lugar, la sede de la revista cooperativa La Vaca, se reunieron por primera vez varios hijos de genocidas de la última dictadura militar argentina para compartir su historia y organizarse.
Fue un 18 de junio.
“Cuando fuimos sumando gente montamos un grupo de Whatsapp y vimos que teníamos que poner una fecha de encuentro, y decidimos hacerla el 18 de junio”.
“Hasta que alguien dijo: '¡Es el día del padre!'. E igual nos juntamos el día del padre. Éramos como 20 personas, duró como ocho horas. Fue muy catártica”.
Hoy, Analía, Laura, Lorna, Pablo y Liliana han vuelto a la redacción de La Vaca convocadas por un mensaje de Whatsapp. Desde ayer a última hora de la tarde, la noticia de la posible aparición del cadáver de Santiago Maldonado impregna cada rincón del país con una mezcla de ruido mediático y silencio resignado. Por eso ellas han decidido verse hoy, para abrazarse y pensar en común y en voz alta. Para, una vez más, romper el silencio.
Las fechas, decíamos, son importantes.
Un 2 de septiembre del año 2003, el presidente argentino Néstor Kirchner promulgó la anulación de las leyes de Obediencia debida y Punto Final. Entre la debilidad y la amenaza militar, en 1986 y 1987 el presidente Raúl Alfonsín había aprobado esas leyes que paralizaban los juicios y dejaban sin efecto las condenas anteriores.
Durante 16 años los familiares de los 30.000 desaparecidos y otras víctimas del terrorismo de Estado de la dictadura cívico-militar (1976-1983) sumaron a su tragedia la falta de justicia. Mientras tanto, los responsables gozaban de su vida en libertad.
Un 12 de mayo de 2017 en la revista argentina Anfibia apareció el testimonio de Mariana D. “D” era su apellido desde hacía un año, hasta entonces Mariana arrastraba como una condena un Etchecolatz que la emparentaba con uno de los personajes más oscuros de la dictadura argentina: Miguel Etchecolatz, su padre.
Unos días después, Erika Lederer, hija del segundo jefe de la maternidad clandestina de Campo de Mayo, publicaba otro artículo en la misma revista. Su padre, Ricardo Lederer, se suicidó en 2012 de un disparo en la boca horas después de anunciarse la identidad del nieto recuperado número 106. En la documentación aportada por Abuelas de Plaza de Mayo aparecía su firma. Y esa prueba le implicaba en la apropiación y entrega ilegal de Pablo Javier Gaona Miranda, tras el secuestro de sus padres, María Rosa y Ricardo.
El artículo de Mariana D., en el que contaba cómo había sido el proceso por el que rompió con su apellido y por qué decidió manifestarse contra su padre, y el de Erika, un llamado a la unión de los hijos de genocidas en la lucha por la memoria, la verdad y la justicia, eran su respuesta a un hecho que había llevado a miles de argentinos a la calle y al Gobierno de Mauricio Macri a pedir perdón y dar marcha atrás.
El 3 de mayo de 2017, la Corte Suprema de Justicia de Argentina había aplicado a Luis Muiña el 2x1, un beneficio por el cual los días de prisión se reducían a la mitad a partir del segundo año. Muiña, condenado a 13 años por secuestro y torturas en el Hospital Posadas, quedaba así en libertad.
Varios genocidas solicitaron el mismo beneficio tras el fallo. Entre ellos Miguel Etchecolatz, el padre de Mariana D.
¿Qué sentiste cuando salió el fallo del 2x1?
Analía Kalinec (hija de Eduardo Kalinec, condenado en 2010 a prisión perpetua): Fue angustiante. Yo llegué a mi psicóloga llorando. No solo porque involucre a mi papá. Excede eso. Como parte de una sociedad, no es justo. No puedes pensar que tus hijos vivan en una sociedad que avala eso. Con lo que nos costó que cumplan condena, que sean juzgados por tribunales ordinarios, que estén presos, y ahora, que vuelvan a circular por las calles… Más en mi caso, con la certeza de que no se arrepiente de lo que hizo y sé que lo volvería a hacer.
En algún punto, la verdad llegó para nosotras también gracias a las condenas. Yo supe que mi papá había sido un genocida gracias a la anulación de las leyes de Obediencia debida y Punto final. Porque esto era algo vedado al interior de la familia. No habría podido tener acceso si no se hubieran reabierto los juicios. No se podía permitir que eso terminara así.
Ya habíamos advertido, con el cambio de Gobierno, cierta actitud negacionista. Cosas como poner en duda que fueran 30.000, escuchar hablar a altos funcionarios del "curro [robo] de los Derechos Humanos" nos habían puesto en alerta. Y ese fallo del 2x1 fue el punto de inflexión.
Ahí se produce el surgimiento nuestro. Al vernos tan interpeladas en algo tan íntimo salimos a hacer declaraciones en las redes sociales. Y eso hizo que nos encontráramos entre nosotras que hasta ese momento cada una pensaba que era una posición personal y que a nadie le estaba pasando lo mismo.
* * *
Analía Kalinec y Liliana Furió fueron juntas a la marcha de Plaza de Mayo contra el 2x1. Conocían el caso de otros hijos de genocidas, pero hasta ese momento solo habían tenido algunos contactos puntuales. Su relación, en cambio, desde hacía meses era muy cercana. Algo que ayudó a Analía, que a diferencia de Liliana, nunca contó con el apoyo de sus hermanas en la denuncia de los delitos de su padre.
¿Es la marcha contra el 2x1 es el detonante de Historias Desobedientes?
Liliana Furió (hija de Paulino Furió condenado a prisión perpetúa en 2012): Cuando sale el 2x1, Analía y yo salimos a marchar. Después salen la nota de Mariana D y la de Erika y Analía me llama enseguida para contarme. Llamamos a Erika inmediatamente y nos reunimos en la esquina de su casa, y ella escribió a Mariana D. Mientras tanto, Analía iba leyendo los comentarios a las dos notas. Se leyó todos e iba contestando cuando veía un caso similar al nuestro. A los pocos días ya éramos seis reunidas en mi casa. Y eso fue iniciando el colectivo.
En esa misma reunión Analía cuenta que tiene una página de Facebook que se llama Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía. A todas nos encantó ese nombre, porque es significativo y poético a la vez. Es como una ruptura del mandato. Hay dos pactos que se rompen ahí: el pacto castrense y el pacto patriarcal, machista. Un machismo que en estos sectores, en el Ejército, es exacerbado, casi una caricatura; el paroxismo del machismo.
También destacaría del 2x1 la paradoja que se da: esta administración viene con el libreto de olvidar, de reconciliarse, de bastardear memoria, y con la primera medida que toman sale un millón de personas a la calle a decirles “No, este es nuestro límite”. Y encima nace esta confluencia de hijos de genocidas diciendo “no, nosotros tampoco queremos esto”.
¿Por qué Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía?
Analía Kalinec: Había una página que yo había montado como un lugar para subir mis propias reflexiones personales. Cuando todo se vuelve tan abrupto y empiezan a llamar los medios, comento que existe esta página y queda instalado lo de Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía.
Yo ahí escribí un texto —“De colita de algodón, Obediencia debida y otras cuestiones”— en el que hacía una analogía. Como maestra siempre contaba a los chicos historias en las que los protagonistas son desobedientes o no cumplen con los mandatos. Y una amiga, que tiene un familiar desaparecido, me comentó: “Qué buenas esas historias desobedientes”. Eso me quedó grabado.
Y hay un segundo escrito, “Soy maestra y tengo faltas de ortografía”, en el que reflexiono sobre los mandatos familiares —el qué se puede y el qué no se puede— y a la vez sobre ese doble sentido de faltas, de las cosas que faltan.
Lo de las faltas de ortografía es algo sintomático también, que se repite en muchos de los que formamos el grupo. Y yo lo relacionaba con esa tendencia a no acatar normas. Empezando por las de la ortografía. Que quizá, siendo chiquitita, eran el único lugar de escape.
Las mujeres han sido siempre las primeras en la lucha por los DD HH...
Liliana Furió: Muy mayoritariamente las denunciantes hemos sido mujeres. Ahí tienes a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, evidentemente. Yo creo que tiene que ver en gran medida con que, por un lado, la mujer ha sido doblemente oprimida. Y se da esa paradoja de que, si bien el feminismo reniega de esa figura sagrada de que la mujer es solamente respetable como madre y esposa fiel, esa impronta está. Después también está el amor genuino de madre, si hay algo que nos va a salvar son los vínculos afectivos.En ese sentido me parece que la mujer tiene esa sensibilidad a flor de piel que al hombre le ha sido cercenada, porque el machismo al hombre le elimina esa faceta que a la mujer le exacerba. Eso hace que no haya manera de que puedas admitir horrores de esta naturaleza. Te impide concebir que ningún ideal se use como excusa para asesinar, torturar, violar... Desaparecer personas, que es lo más cruel. La involución del ser humano.
El 3 de junio de 2017 el colectivo, que ya contaba con más de una decena de miembros, decide aparecer públicamente. Fue en la marcha del #NiUnaMenos. Su pancarta incluía, bajo el nombre de Historias Desobedientes, el eslogan Hijas e Hijos de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Recuerda Liliana Furió que “eso sí se discutió de puertas para adentro. “Hijas e hijos de represores íbamos a poner”. Y una de las compañeras dijo: “No, represores son todos los que están hoy, en la Fuerza Aérea, en el Ejército, etc. Somos hijas de genocidas”. Es muy fuerte decirlo así pero es la verdad. Fue muy impactante, ese momento de la marcha”.
Tras la avalancha mediática que siguió a aquella aparición, y a algunos artículos desafortunados que provocaron discusiones y replanteamientos en el grupo, el colectivo decidió permanecer un tiempo fuera del foco. Actualmente, aunque más de 50 hijos de genocidas de Argentina y otros países se han puesto en contacto, el grupo se compone de unos 20 miembros activos.
¿Cuál es vuestra situación ahora y qué objetivos tenéis?
Analía Kalinec: Dentro del grupo hay mucha singularidad. Piensa que hay padres violentos, padres amorosos, hijos que nacimos en dictadura, otros que eran adolescentes, hijos que tenemos a nuestros padres presos y condenados por delitos de lesa humanidad, otros con padres libres e impunes... Un abanico de historias con un denominador común, que es sabernos hijos de genocidas, de padres que estuvieron involucrados en los peores crímenes.
Tampoco queremos generar falsas expectativas, nosotras no tenemos mucha información que aportar. Venimos a decir que aquí hay una lógica intrafamiliar, patriarcal, que tiene que ver con las instituciones militares, con las fuerzas de seguridad, que hace que esto permanezca oculto. Y nosotros, como sociedad, necesitamos abrir eso y que salga la verdad. Como sociedad tenemos 30.000 detenidos desaparecidos, familias que no pudieron velar a sus muertos, un plan sistemático de robo y apropiación de bebés, más de 400 argentinos que circulan por la vida sin conocer su verdadera identidad. Entonces, decimos, hay que empezar por romper con esta lógica de silencio.
También somos conscientes que somos algo inédito, que no surgió en otros países, y que viene de la mano con un montón de cosas inéditas en materia de derechos humanos en este país. Nosotros somos otro eslabón más en esa cadena, producto de esta sociedad. Somos en parte fruto de esa lucha, nunca habríamos tomado conciencia o nos habríamos animado si no fuese también por ese trabajo incansable de las Madres, de las Abuelas, de los sobrevivientes, de los familiares. De esa lucha por visibilizar lo que otros tanto se empeñan en ocultar y en invisibilizar.
Dos historias desobedientes
Analía Kalinec
En 2005 empieza mi historia. Cuando a mí me llama por teléfono mi mamá y me dice: “Papá está preso, quedate tranquila, son todo cuestiones políticas, esto va a pasar, él no hizo nada”. Al principio, actúe como el resto de la familia: solidarizándome con mi papá, entendiendo que todo esto era injusto; sin entender, también. Las familias militares y policiales son un círculo muy cerrado. Y vives sumida en una lógica de la cual es muy difícil salir.Yo lo empecé a visitar más a mi papá y, a la vez, a estar más atenta a estos temas. Claro, conocía la lucha de las Madres, la lucha de las Abuelas, pero dentro de la lógica en la que yo vivía, y con tantos años de impunidad, era muy poco lo que sabía. Con la asunción del Gobierno de Néstor Kirchner y el cambio en las políticas de derechos humanos ya empecé a tener otra idea. Claro, también tenía otra edad, me había casado, tenía un hijo, estudiaba psicología… Empecé a hacer un recorrido interno.
Y en 2008, cuando elevan su causa a juicio oral, ahí dije: “Chau, lo que me esta diciendo mi papá no es verdad, tengo que saber qué está pasando”. Empiezo a preguntar. Era un tema bastante tabú; ni siquiera podías dudar de él. Era “lo que dice él es lo que pasó”.
Y yo empecé a permitirme dudar.
Pero, ¿cómo te vas a permitir dudar, con todo lo que hizo por ti? Porque, a diferencia del de otros compañeros, mi padre en casa era un hombre amoroso.
Después, hay un punto de inflexión, cuando yo le enfrento y le digo: “Mira, sos mi papá, pero lo que hiciste es terrible”. Y empiezo una búsqueda dentro de la familia, para saber qué había pasado. Y me topo con una muralla de silencio.
En mi casa nadie más me habló, no me querían ni ver. Me encuentro con una expulsión de la familia. Algo así como un autoexilio; porque no me quedaba otra: si yo seguía ahí tenía que ser guardando silencio o acatando, y yo ya no podía. Para salvarme tenía que salir. Quedarme era como ir en contra de mi propia naturaleza.
Y mi reacción casi compulsiva fue salir a hablar.
* * *
Cuenta ahora Analía Kalinec, en una popular pizzería junto a la Plaza de Flores en Buenos Aires, que era tal su necesidad de hablar, de contarlo, que terminaba relatando su historia a quien se sentaba a su lado en el colectivo.
Ella, psicóloga y maestra de escuela, es la hija de Eduardo Kalinec, conocido como Doctor K. Entre 1976 y 1982 su padre formó parte del circuito que funcionaba en Atlético, Banco y El Olimpo. Tres espacios de detención y tortura que en realidad eran uno solo, por los que los detenidos-desaparecidos —cuando no eran asesinados— y los represores iban moviéndose. Su padre, que hoy cumple cadena perpetua por delitos de lesa humanidad, integraba la patota encargada de los secuestros, y algunos testigos lo ubican en las sesiones de tortura.
Esa necesidad de hablar de Analía y el silencio familiar impuesto le llevaron a hacer público su testimonio. Primero en Miradas al sur, una revista en la que trabajaba la hermana de una compañera de facultad, y después en una serie de entrevistas que formarían un capítulo del libro Voces de los 70.
Liliana Furió, realizadora de documentales y activista lesbofeminista, leyó ese libro —publicado siete años después, en el 40 aniversario del Golpe de estado de 1976— y sintió la necesidad de comunicarse con ella. De encontrarse.
Fue el primero de muchos encuentros. Al principio, recuerda ahora Liliana en un ático del barrio porteño de Almagro, Analía y ella participaron en algunas reuniones con otros hijos relacionados de un modo u otro con el terrorismo de Estado.
Pronto comenzaron a desconfiar. La iniciativa, organizada por las periodistas que habían publicado el libro Voces de los 70, en el que apareció el testimonio de Analía, tal vez ocultaban un propósito distinto.
Liliana recuerda ahora que todo les resultaba muy extraño. Esa suma tan ecléctica de hijos de represores y de víctimas, con objetivos, ideas, y visiones de lo acontecido tan distintas. Pero, sobre todo, advertían cierto carácter reconciliador que les hacía desconfiar y alejarse cada vez más.
“Esas periodistas yo creo ahora que no tenían mala intención, no se daban cuenta del objetivo final. Dentro de la política macrista uno de los objetivos más marcados es poner un manto de olvido sobre todo aquello que tuvo que ver con nuestro pasado reciente. Y estaban buscando una foto; decir: “Esto ya está zanjado”.
“Cuando nos cae la ficha, al darnos cuenta, salimos a reconocerlo y a pedir disculpas. Era un reconocimiento y una denuncia. Un “no queremos formar parte de una foto que es además mentirosa. ¿Qué olvido y qué perdón vas a vender si esos cerdos están reivindicando todavía el horror que cometieron? Pudrite en la cárcel y sigamos buscando a los responsables judiciales y empresariales, que es a donde no quieren llegar”.
Analía Kalinec afirma que su necesidad de hablar era algo casi sintomático, casi como una forma de exorcizarse. Al contrario de otros hijos de represores que durante un tiempo necesitaron guardar silencio y ocultar todo lo relacionado con el papel de sus padres en la dictadura, ella salió a hablar compulsivamente.
A Liliana Furió las ideas también le brotan en torrente. Para contar su historia pone sobre la mesa todos los actores y elementos que entraron en juego para que el terror militar marcara la política de su país y el sur y la región en la segunda mitad del siglo XX. El entrenamiento militar de la Escuela Francesa y de Las Américas, la entrada silenciosa y la imposición de las ideas liberales de los Chicago Boys, Argelia, Chile, EEUU, Martínez de Hoz y “el brujo” López Rega... Y, para retomar el inicio de su respuesta, cierra los ojos y mueve lentamente los objetos de la pequeña mesa que tiene al frente.
La juventud de Liliana —a diferencia de la de Analía que nació en 1979— transcurrió durante la dictadura y en un ámbito exclusivamente militar. Su padre, Paulino Furió, era el jefe del G2 —la división de inteligencia del ejército— en Mendoza. Su barrio era un barrio militar y sus amigos y conocidos hijos de militares o militares. Con 19 años se casó con un vecino, y hasta los años 90 se dedicó a criar a sus tres hijas y encontrar el ocio en los clubes del ejército.
Liliana Furió
Hasta casi los 30 años no había salido de ese ámbito. Yo tengo la palabra "paradoja" siempre en la boca, porque la existencia es una paradoja. Los 90 fueron espantosos: la banalización brutal, la instauración del neoliberalismo extremo… Una cosa espantosa. Y a la vez se da esa cosa de la libertad y de la salida del closet masiva de un montón de colectivos de gays y lesbianas. Fue posible repensarse. Y ahí, el empezar a aceptar mi lesbianismo —que salió a borbotones porque había sido reprimido durante años— me llevó a caminos de militancia. Primero desde el lesbofeminismo. Y ese espacio de reflexión me fue llevando a otros lugares y otras lecturas y me hizo darme cuenta de tantas cosas a nivel cultural, político, social….
Después hubo otras salidas de closet. Poder leer las declaraciones de otras personas que habían sido prisioneras, torturadas y desaparecidas, y ver que mi viejo había sido responsable… Yo estaba completamente convencida de que todo había sido un horror y repudiaba El Proceso y a los milicos. Me parecía un espanto, pero no había indagado concretamente. Y como vivíamos en Buenos Aires era más fácil estar al margen de las denuncias y los escraches. La primera vez que lo llevan a juicio, en Mendoza en 2008, fue tremendo. Porque yo antes no había podido pasar de la primera página del Nunca Más [primer informe donde se relatan los crímenes de la dictadura].
Yo quería creer que en Mendoza no había sido tan bestia, que él no había participado en el trabajo sucio. Una necesitaba esa negación.
La situación ahora es difícil. Mi padre está con demencia senil y cumple su condena en su casa. Yo he de admitir que mi mamá ha sido muy amorosa y mi papá, pese a los enfrentamientos, paradojas de la vida, siempre ha sido muy respetuoso de las diferencias ideológicas con sus hijos.
Por eso, para algunos hijos, que queremos a nuestros padres, es doblemente difícil tomar esta decisión de salir a dar la cara y poner voz y denuncia de este horror.
Para mí es tremendamente difícil y me da mucha culpa. Culpa por no haberles podido enfrentar más jóvenes. Eso no me habría generado tanto dolor, porque ahora sé que están en una situación de extrema vulnerabilidad.
Pero yo cada día estoy más segura de que nuestra denuncia es necesaria, pese a los riesgos y las pérdidas. Porque si bajamos los brazos ante nuestras luchas y nuestras utopías, ¿qué nos queda?
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