Mi traje de hombre

Si hago memoria y me retrotraigo a mi infancia, llego a la conclusión de que nunca me sentí cómodo con el traje de hombre que se me asignó nada más nacer y con el que he tenido que convivir, a veces a regañadientes.

patio colegio
Ione Arzoz Niños y niñas juegan en el patio de un colegio.

Miembro de la Asociación de Hombres Por la Igualdad de Género (AHIGE) de Andalucía.

3 abr 2019 10:36

Me crié en una época gris de este país donde la religión, la hipocresía y la falsa moral lo llenaban todo. Los niños teníamos que ser niños y comportarnos como niños, sin la más mínima distracción o veleidad femenina. Es más. Diría que, a veces, la exigencia era tal que se nos imponía la obligación de ser adultos y actuar como el hombre que aún no éramos, para el que se nos educaba y al que quizás nunca querríamos parecernos. Pero ese era el sino de todos los que nacíamos con cuerpo de varón.

Mi incomodidad derivaba de una falta de identificación con las normas de pensamiento y comportamiento que ese modelo conllevaba. Nos formaron, al igual que a todos los niños de la época, en una cultura de la violencia, donde la fuerza física, la competitividad y nuestra superioridad sobre las niñas, formaron parte de esa ideología dominante que a todos nos metieron en la cabeza y que desafortunadamente naturalizamos y normalizamos hasta la identidad. Ello nos llevó a muchos a no gozar de nuestra infancia y juventud en libertad, sin complejos ni miedos, así como a llevar durante mucho tiempo una sexualidad frustrada y reprimida, hasta que alcanzamos una madurez en la que nos mostramos como hombres orgullosos de nuestra masculinidad.

Educamos a los niños y a los jóvenes en la cultura de la violencia, la superioridad y las jerarquías de poder

Lo que me perturba de todo esto, no es el pasado y sí el hecho de que ese modelo en el que nos educaron aún pervive... con matices, de una forma más soterrada y subliminal, pero manifiesta y evidente. Educamos a los niños y a los jóvenes en la cultura de la violencia, la superioridad y las jerarquías de poder. En los colegios aún se asignan roles y se reproducen estereotipos de princesas y enfermeras, bomberos, policías y científicos. Llorar, mostrar sensibilidad y debilidad es patrimonio de las niñas; ser fuerte, listo y protector, de los niños. La timidez no es un valor positivo en los jóvenes y el descaro, las poses varoniles y las expresiones violentas y malsonantes, sí. A ellos les decimos que tienen que protegerlas y a ellas, que tienen que cuidarlos, que cuanto más grita él es mejor y que cuanto más tímida y sumisa se muestra ella, más querida y deseada será.

Nos enseñaron que para resolver los conflictos hay que actuar de forma violenta, las guerras en la historia de la humanidad, provocadas, gestionadas y protagonizadas por los hombres, son un buen ejemplo de esa educación. Conducimos de forma agresiva, hablamos de forma agresiva, pensamos de forma agresiva...

Pero lo grave de todo esto es que los jóvenes y los hombres seguimos pensando que eso es normal, que así es como deben de ser las cosas, que es el orden natural, identificando a los hombres con ese mensaje y modelo violento y sexista, con el que el patriarcado y el poder controlan y dominan el mundo a través de la masculinidad. Porque ellas están preparadas biológicamente para el hogar, los afectos y la crianza y nosotros para el trabajo duro, la protección y el poder. Porque la fortaleza es propia de nuestro sexo y la ternura del de ellas. Este imaginario se lo seguimos transmitiendo a nuestros hijos de una forma natural, a través de la cultura, las imágenes, los modelos de comportamiento, las ideas, sin que seamos capaces de desmontar toda esta maliciosa realidad, artificialmente construida: ser hombre es ser macho y todo lo demás son gente que reniega de su sexo. Es nuestro deber comenzar a educar en igualdad, alejados de los roles y géneros. Por eso es tan necesaria una asignatura de Feminismo en las escuelas, una visión de género en todas las materias.

Los hombres, todos, tenemos una enorme responsabilidad en el futuro y en la educación de las nuevas generaciones. Es obligatorio, si somos mínimamente decentes, que al menos nos detengamos a pensar si queremos seguir defiendo un modelo violento, egoísta, machista y patriarcal, que discrimina y cosifica a las mujeres, construye y posibilita una sociedad agresiva y desigual o decididamente optamos por una educación libre, feminista, igualitaria, respetuosa, pacífica y amable que nos conduzca a un mundo y un futuro mejor. Es nuestro turno nuevamente.

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