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No solo se tratará de un “gobierno de derecha y extrema derecha”, como recogía el francés Le Monde, sino que el FPÖ tendrá bajo su control algunas de las carteras más importantes, como Interior (Herbert Kickl), Defensa (Mario Kunasek) o Exteriores (Karin Kneissl). Esto significa en la práctica que la gestión y el control del Ejército, la Policía y los servicios de inteligencia se encontrará en manos del FPÖ.
Kickl –redactor de los discursos de Jörg Haider y autor de lemas de campaña como 'Abendland in Christenhand' (Occidente en manos cristianas)–, declaró a la prensa que “no había nada que temer”. La izquierda extraparlamentaria, los sindicatos y organizaciones de la sociedad civil recuerdan no obstante cómo en 2013 un político del FPÖ, Johann Gudenus, declaró que si el FPÖ entraba en el gobierno eso significaría “sacar las porras del saco para todos los peticionarios de asilo falsos, delincuentes, inmigrantes ilegales, islamistas criminales e izquierdistas gritones”.
Desde hacía días circulaba por las redes sociales una convocatoria de manifestación de protesta frente a la sede de la presidencia en la capital para “el día X”. El presidente del FPÖ, Heinz-Christian Strache, de 48 años, será a partir del lunes vicecanciller en el gabinete de Kurz, quien con 31 años se convierte en el jefe de gobierno más joven de Europa.
La normalización de la ultraderecha
El nuevo gobierno, que sustituye a la gran coalición entre socialdemócratas y conservadores, no encontrará problemas para aprobar sus propuestas legislativas, ya que contará con una mayoría de 113 de los 183 escaños del Nationalrat (Parlamento). Los tres pilares del programa de coalición –la reducción de impuestos, el crecimiento económico y la lucha contra la inmigración ilegal– revelan el carácter retórico del populismo del FPÖ.No se trata de la primera vez que el FPÖ entra en el gobierno. En 1999 Jörg Haider consiguió que el partido fuese la segunda fuerza más votada, con el mismo porcentaje que los conservadores (un 26,91%), pero un mayor número de votos (1.244.087 frente a 1.243.672). El entonces candidato cristianodemócrata, Wolfgang Schlüssel, decidió romper un tabú y pactar con la ultraderecha. Haider optó por ceder el título de canciller a Schlüssel para evitar un escándalo internacional, aunque no sirvió de mucho: la Unión Europea optó por castigar a Austria –que había entrado en el bloque solo cuatro años atrás– con la reducción de relaciones bilaterales, lo que en la prensa fue presentado como “sanciones”. A la medida se sumaron Canadá, Israel, Noruega y la República checa, que entonces no formaba parte de la UE.
Es sintomático que los medios de comunicación no hayan recibido la noticia con la misma preocupación que entonces. Dos cabeceras conservadoras, la alemana Frankfurter Allgemeine Zeitung y la italiana Die Stampa, destacaron por ejemplo la rapidez con la que ÖVP y FPÖ habían alcanzado un acuerdo de gobierno en comparación con las negociaciones entre partidos en Alemania. También expresaron su alivio cuando Strache manifestó su renuncia a un referéndum sobre la permanencia en la UE y garantizó la orientación proeuropeísta del nuevo gobierno, aceptando el acuerdo de libre comercio entre Canadá y la UE (CETA) o las sanciones contra Rusia, para las que el FPÖ ahora defiende su “relajación” y se ofrece como mediador.
El secretario general de la organización patronal de industria, Christoph Neumayer, elogió el sábado “las inteligentes y racionales soluciones” esbozadas en el programa de gobierno “para mejorar las condiciones para los trabajadores y empresas, así como el futuro de Austria en general”.
Programa reaccionario
Desde los socialdemócratas hasta las ONG ecologistas han protestado por el futuro programa de gobierno, que incluye, entre otras, una modificación del reglamento de ÖRF (radiotelevisión pública) “para asegurar una cobertura objetiva e independiente”; aumentar el límite legal de horas en la jornada laboral –hasta doce al día y sesenta a la semana–; recortes en ÖBB (ferrocarriles); un mayor control de los refugiados –sus comunicaciones podrán ser intervenidas por las autoridades para verificar su origen e identidad–, se recortarán las ayudas económicas y se enviará a sus hijos a escuelas especiales (lo que dificultaría su integración), además de prever una reforma restrictiva del derecho de asilo–; un endurecimiento del código penal; una política cultural orientada a “los resultados” o que las escuelas “no sean utilizadas como instrumentos para la promoción de modelos opuestos a la sociedad” (un concepto que no se especifica, pero con el que el FPÖ acostumbra a referirse a la comunidad LGTB). Austria, que ocupa la presidencia de turno de la UE en 2018, también adopta como política oficial bloquear la entrada de Turquía en el bloque comunitario, aunque las negociaciones bilaterales estén actualmente congeladas. La reforma para introducir consultas populares y vinculantes en Austria queda aplazada hasta finales de la legislatura.
En este sentido, el caso de Austria presenta similitudes con el de Finlandia, donde el presidente del Partido de Centro, Juha Sipilä, formó una coalición de gobierno con la Coalición Nacional (conservadores) y el Partido de los Finlandeses (derecha nacional populista), antes conocido como Verdaderos Finlandeses. Una de las primeras medidas del gobierno de Sipilä fue anunciar la aprobación de medidas de austeridad y la reducción de los costes salariales reclamadaS por Bruselas.
El mensaje es claro: mientras abandone su “populismo” y acepte el orden económico, la ultraderecha no es un problema en un gobierno europeo. Sus políticas sociales o de inmigración son una cuestión secundaria, cuando no permiten a otros estados –teniendo en cuenta la particular división del trabajo a escala europea– “subcontratar” en estas áreas un trabajo sucio que en París o Berlín podrían pasar factura política a sus promotores. El tándem Kurz-Strache representa como pocos a la ultraderecha como porra del neoliberalismo.
Por recuperar una metáfora del dramaturgo alemán Heiner Müller, el problema de tener un perro de presa en la periferia europea es que la cuerda que lo mantiene atado se puede romper en algún momento. La derecha radical cuenta a pesar de todo con una agenda propia, organización y voluntad política. La pregunta es si se contentará con la entrada en las instituciones y los réditos políticos y económicos –sobre todo esto último– que de ello obtenga o, por el contrario, se convertirá en un factor de tensión en la UE.
¿Un bloque austrohúngaro?
Aunque existen otros gobiernos similares en la UE, Austria tiene una economía e influencia política de la que otros carecen. Una de las primeras implicaciones europeas del futuro gobierno austríaco es la derrota de los verdes, que ahonda en su crisis. Van der Bellen, elegido presidente en unas elecciones contra Norbert Höfer (FPÖ) que contuvieron el aliento a Europa, tendrá que jurar el cargo a un gobierno con seis ministros y dos secretarios de Estado de ese mismo partido –incluyendo el propio Höfer, que asumirá la cartera de Infraestructura– mientras su propio partido, Los Verdes, se ha convertido en extraparlamentario tras perder los 24 escaños que tenía en el Parlamento en las pasadas elecciones. Van der Bellen, a quien la constitución permite derecho de veto sobre el futuro gobierno, puso como única condición que el gobierno resultante fuese “proeuropeo”.La segunda es de mayor calado, ya que Viena podría liderar un “bloque austrohúngaro”. A finales de octubre el partido populista ANO ganó las elecciones en la República checa, donde el particular gobierno en minoría de Andrej Babiš cuenta con el apoyo, o al menos la tolerancia, del presidente Miloš Zeman y de la mayoría del resto de fuerzas: tanto de los conservadores euroescépticos del Partido Democrático Cívico (ODS) como la ultraderecha del partido Libertad y Democracia Directa (SPD) de Tomio Okamura o el Partido Comunista de Bohemia y Moravia (KSČM), unidos bajo el denominador común del recelo hacia las políticas de Bruselas.
Con la victoria de Babiš, el Grupo Visegrád (V4) – formado en 1991 por Polonia, Hungría, República checa y Eslovaquia para mejorar las relaciones e integración de estos estados de Europa Central– podría convertirse en un bien articulado lobby regional en el seno de la Unión Europea en la defensa de una política migratoria más restrictiva, el mantenimiento de ayudas económicas y una mejora de las relaciones con Rusia. Hay indicios para ello: la futura ministra de Exteriores de Austria, Karin Kneissl, calificó en el Kronen Zeitung al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, como un “césar bruselense”, y en las páginas de otro diario, Die Presse, afirmó que un 80% de los refugiados son varones jóvenes, lo que conduciría a un “exceso de hombres” que superaría a los que hay “en China e India”, con todos los problemas sociales que supuestamente resultan de ello.
Si el FPÖ consigue hacer valer sus intereses dentro del gobierno –que el entendimiento entre Sebastian Kurz y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en materia migratoria facilita–, Viena podría ponerse al frente de V4 sin entrar formalmente en él y formar una suerte de “bloque austrohúngaro”. El resultado a corto plazo sería probablemente un nuevo quebradero de cabeza para Angela Merkel, y a largo plazo, un fortalecimiento de la derecha radical en toda Europa.
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Muy buen artículo, pena que llame "radical" a la extrema derecha o ultraderecha. Radical es quien va a la raíz del problema, extremista es quien lleva las cosas al extremo. Ejemplo: "Todos los de fuera roban" (porque unos pocos han robado una gallina). LO LLAMAN RADICAL Y NO LO ES, ¡NO LO ES! ES ULTRADERECHISTA !, ESO ES, ESO ES !!