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Coronavirus
Consideraciones sobre el origen de la pandemia
Exploramos las hipótesis actuales sobre el origen de la pandemia, para llegar a la conclusión que aceptar una u otra resulta indiferente a efectos prácticos
El 27 de marzo el servicio de inteligencia de los Estados Unidos revisó su declaración sobre el origen de la pandemia producida por el SARS-CoV-2, que originalmente atribuía a una causa natural, para reflejar que también podía deberse a la liberación accidental del patógeno desde un laboratorio de investigación.
Aunque a nadie se le escapa el interés que hasta ahora ha mostrado la administración presidida por Trump en desviar la atención sobre su gestión de la pandemia hacia alguien externo a quien poder culpar de lo ocurrido ¿y quién mejor que China?, conviene dejar esto al margen para centrarnos en los hechos.
Zoonosis
El nuevo virus causante de la actual crisis sanitaria es similar a otros que aparecieron también recientemente como el SARS y el MERS. Se ha probado que ambos infectaron a seres humanos desde un huésped no humano, en el caso del SARS un murciélago, y en el caso del MERS camellos y dromedarios.
Por otro lado, dos tercios de los primeros 41 casos conocidos habían tenido exposición a animales vivos que eran vendidos en un mercado de Wuhan, la ciudad en la que se originó la pandemia.
Los científicos barajan dos hipótesis al respecto de cómo podría haberse dado este salto, una de las hipótesis postula que un ser humano se habría infectado de un murciélago y el virus habría mutado por selección natural en este huésped hasta ser altamente infeccioso. La otra plantea la existencia de un animal intermedio, que podría ser el pangolín, dado que en este animal se han encontrado virus similares al SARS-CoV-2 en su forma de unirse a las células del organismo humano. El SARS-CoV-2 presenta un 95-96% de similitud a otros virus que se sabe se encuentran de forma natural en murciélagos y pangolines.
El caso podría cerrarse si se encuentra un virus idéntico al SARS-CoV-2, o casi idéntico, en la naturaleza, pero ese proceso, en el caso del SARS y el MERS, llevó diez años de investigación. Otra posibilidad sería encontrar al paciente cero, algo que en este momento no parece posible, especialmente dada la opacidad de la administración china.
Biolab de Wuhan
Cerca del mercado de animales vivos alrededor del cual comenzó la pandemia se encuentra un laboratorio de investigación de virus de la máxima categoría en cuanto a seguridad. Ya se han detectado varios casos, en EEUU, en los que fallos de seguridad han provocado infecciones. Basta que un trabajador se contagie por error, y se vaya a casa, para que comience una cadena de transmisión.
Sabemos que este laboratorio está capacitado para realizar polémicos experimentos, que se denominan Gain-of-Function (ganancia de función), que consisten en modificar virus naturales, con el fin de descubrir qué características pueden hacerlos más infecciosos (y por tanto más peligrosos para los seres humanos).
También sabemos que el SARS-CoV-2 no ha sido modificado genéticamente. Esta edición genética es rastreable, ya que se parte de ciertos patrones conocidos, que se modifican quitando y pegando otras partes. Es como si modificásemos El Quijote cortando y pegando trozos de otros libros, aún así sería fácil reconocer que el punto de partida es el libro de Cervantes nada más leer “En un lugar de La Mancha…”
Sin embargo, a veces estos experimentos de Gain-of-Function no recurren a la edición, sino a un método mucho más artesanal, que es dejar evolucionar el virus de forma natural, como lo haría en la naturaleza, en animales como los hurones. Se infecta un hurón, y al cabo del tiempo se toma una muestra de virus y se selecciona alguna mutación. Se infecta con esta mutación a otro animal, y se va repitiendo el proceso, hasta que aparece un virus con una característica que nos interesa estudiar.
No hay pruebas de que estos experimentos se estaban realizando en Wuhan ¿quizás ocurrió el accidente antes de que el equipo de investigadores publicase los resultados de sus experimentos? Muchas casualidades, pero no debemos descartar casualidades improbables, al menos mientras no haya pruebas irrefutables en su contra, sino pensar en sus consecuencias prácticas.
Consecuencias prácticas de aceptar alguna de las dos hipótesis
En primera instancia parecería que ambas hipótesis nos llevan por caminos totalmente divergentes, si se trata de una zoonosis la prevención pasa por mantener la biodiversidad, conservar e incluso regenerar los ecosistemas. Como dice Fernando Valladares “la vacuna del coronavirus ya la teníamos y nos la hemos cargado”. Por el contrario, si se trata de un problema de seguridad, la respuesta debería ser un mayor control sobre los experimentos y la tecnología biológica.
La divergencia sin embargo es aparente, una vez se toman en consideración todas las circunstancias. Suponiendo que realmente el origen se encuentra en un fallo del biolab de Wuhan, no podemos olvidar que la investigación sobre los coronavirus es relevante porque en dos ocasiones precedentes uno de estos virus provocó una epidemia, que por escasas diferencias en su transmisibilidad o en su mortalidad no se convirtió en un problema global de salud. Y en ambas ocasiones está probado que fue una zoonosis.
En realidad, gran parte de las nuevas enfermedades emergentes son zoonosis. Su ritmo de aparición se está incrementando (con un pico provocado por la extensión del VIH y la inmunodeficiencia creada en la población).
Su aparición sigue patrones espaciales a lo largo del territorio. Se correlaciona de forma muy estrecha con la densidad de población, por eso son más frecuentes en Europa o la costa este de Estados Unidos, pero también aparecen con mucha frecuencia en el centro de África, sudeste asiático o América del Sur. Lugares donde no existen laboratorios biológicos.
Por último, no debemos olvidar que incluso si se trata de un fallo del biolab de Wuhan, el desarrollo del virus se realizó mediante un proceso “artesanal”, que imita lo que ocurre en la naturaleza, en la que el virus va mutando de forma natural en su hospedador, hasta infectar a otro huésped. Por tanto, se trata de un proceso que si no ha ocurrido de forma natural en la naturaleza (lo cual es altamente probable), en cualquier caso, podría haber ocurrido, y es bien probable que siga ocurriendo en el futuro.
Si bien el debate sobre los riesgos y beneficios de los experimentos de “Gain-of-Function” no debería evitarse, si nos quedamos en ese punto estaríamos mirando el dedo, y no donde señala el dedo. La vacuna está en la biodiversidad, en ralentizar, y en un futuro llegar a frenar todo lo posible el salto de patógenos desde el mundo natural hacia el ser humano.
Sin zoonosis es innecesario investigar los mecanismos para protegernos de ellas, y por tanto no hace falta velar por la seguridad de los laboratorios. Ese es el camino de la resiliencia, y conviene comenzar cuanto antes a transitarlo.