Crisis económica
Roma: la caída de un imperio turístico

Doce de cada cien euros que se mueven en la capital de Italia están amarrados a la industria del turismo, la hostelería y el sector cultural. La pandemia ha acabado temporalmente con ese monocultivo. 

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La Piazza Navona, parada obligada para turistas, semivacía este verano por el covid-19. Marco Mastrandrea

Via Campo Marzio, a unos pasos del Palacio Montecitorio, la casa del Parlamento italiano. El corazón de la ciudad histórica, el centro vital de la metrópoli. Anno domini 2020, nacido bajo el signo de covid-19. La pandemia es una presencia incómoda en estas calles. Alessio, camarero de un conocido restaurante de la zona, es consciente de esto. “Los romanos tienen miedo de salir y no hay rastro de extranjeros. No hay señales de recuperación”, dice de pie frente a la entrada del restaurante. Alessio se explica: “Hay poca gente por Roma. La ciudad está vacía, no hay turistas. Trabajamos al 30% de nuestras posibilidades y no sabemos qué nos traerá el futuro. Será difícil volver a como era antes y recuperar lo que hemos perdido”.

El turismo es el motor económico de la capital italiana. En los años anteriores a la crisis sanitaria, miles de personas llenaban diariamente las calles empedradas de la antigua Roma: en 2019 ─ según datos procesados por el Instituto Nacional de Estadística (ISTAT)─ la ciudad registró 29 millones de visitantes, que abarrotaron el espacio entre las Murallas Aurelianas y el cinturón Gianicolense. Las cifras equivalen al 12% del PIB de la metrópoli y a un volumen de negocios de nueve cifras. Un sector en expansión, definido como el “petróleo de Italia”, cuyas ramificaciones —la red comercial, el mundo de la restauración y de las industrias culturales— han configurado la fisonomía de barrios enteros.

La crisis, en primer lugar, será pagada por los trabajadores, los actores más débiles de toda la cadena de suministro“, dice Elena Schifino, secretaria de la Filcams Cgil Roma-Lazio

La molécula Sars-Cov 2 barajó las cartas sobre la mesa. Era 9 de marzo cuando el primer ministro, Giuseppe Conte, anunció a los italianos el cierre de las actividades de producción no esenciales y el distanciamiento físico para contener la expansión del virus. Hoteles, restaurantes, comedores y pensiones cerraron las puertas. Sin embargo, desde el 4 de mayo las medidas restrictivas se han aflojado y algunas compuertas han vuelto a abrir. Pero con muchas dificultades, porque el contagio sigue afectando al país y la recesión económica es inminente. “Llevo tres meses esperando la Cassa Integrazione [el equivalente italiano de los ERTE]. No he recibido ninguna ayuda de las instituciones. Solo promesas. Vivo en Roma en una habitación alquilada”, dice Alessio.

Ahora, en uno de los rincones más visitados de Europa, el pórfido de los adoquines ─oculto habitualmente por el indistinto flujo de cuerpos y rostros─ contrasta con la blancura de los monumentos, y las vitrinas brillan solitarias a la luz del sol de verano.

Según las previsiones de la Oficina de Estudios del Enit-Agencia Nacional de Turismo, los barrios de Roma serán atravesados por un 42,5% menos de turistas respecto a los de 2019. Alrededor del 95% de las instalaciones de alojamiento de la ciudad están actualmente cerradas. Según el Observatorio Permanente de la Cámara de Comercio, de una selección de 500 empresas representativas del tejido económico de la ciudad y la provincia, el 30,5% “prevé una reducción permanente de los flujos turísticos” y el 50,9% prefigura “un empobrecimiento general” de la metrópoli. Unos 50.000 negocios podrían quedarse con los candados en la puerta y 80.000 puestos de trabajo evaporarse.

“Hoy el gran enfermo es el turismo. El covid-19 ha revelado las contradicciones de un sistema de producción frágil, atormentado por el trabajo precario y la liberalización de la oferta. No existe un plan estratégico nacional para la gestión de un sector tan importante para nuestro país. Y la crisis, en primer lugar, será pagada por los trabajadores, los actores más débiles de toda la cadena de suministro“, dice Elena Schifino, secretaria de la Filcams Cgil Roma-Lazio, la mayor confederación sindical de los trabajadores del comercio, del turismo y de los servicios. “La externalización de ramas enteras de la empresa y la proliferación de diferentes tipologías de contratos han marcado el desarrollo del turismo en Italia. La riqueza acumulada no ha garantizado un trabajo digno. Hoy estamos pagando las consecuencias”, dice la sindicalista.

A. prefiere que su testimonio permanezca anónimo. Tiene muchas dudas sobre el futuro. Se considera a sí mismo como un “extra”: un trabajador a demanda. Desde 2008 trabaja 13 días al mes limpiando suelos para un hotel de lujo en el centro de Roma. Unos 900 euros al mes por ocho horas de trabajo al día. Luego, llegó la pandemia y el bloqueo de actividades. “Durante el periodo de cierre no recibí los beneficios extraordinarios presentados por el Gobierno porque no estoy clasificado como trabajador de temporada”, dice. “Tuve derecho a subsidios mensuales de desempleo durante un breve periodo. Pero pronto terminará y me quedaré sin dinero”.

A. cuenta que los turnos estaban programados según un “esquema de producción” y, basándose en el número de habitaciones reservadas, la empresa cuantificaba la carga de trabajo. “Como en una cadena de montaje dentro de una fábrica”, señala.

Roma, ciudad “de gente sin casas y casas sin gente”

Roma es un hotel extenso. Hoy está completamente vacío. Descensos abruptos en las reservas y cancelaciones repentinas han acompañado el coronavirus. En 2019, solo Airbnb, la plataforma reina de los alquileres breves, tenía 29.436 alojamientos. Según la web Inside Airbnb, más de la mitad eran apartamentos enteros. 18.843 casas fueron sustraídas al mercado de alquiler ordinario y entregadas a millones de turistas.

A lo largo de los años, esto ha dado lugar a un desequilibrio en el ecosistema de los alquileres y a un proceso de sustitución progresiva de una población permanente por otra temporal. Especialmente en las zonas centrales: en el barrio de Trastevere y en el barrio de Esquilino hay una cama en Airbnb por cada dos habitantes. Sarah Gainsforth, investigadora y periodista independiente, que en su último libro Airbnb: ciudad mercancía (publicado por DeriveApprodi) analiza cómo los algoritmos de San Francisco han transformado el aspecto de las ciudades explica que el monocultivo del turismo ha trastornado el tejido social y las relaciones económicas de amplias zonas de Roma.

“La variedad histórico-cultural que hace que la ciudad sea viva y habitable se ha perdido. El cierre ha desmantelado la retórica imaginativa sobre los beneficios del turismo masivo, mostrando la desertificación de los valiosos suburbios de Roma. Este modelo de turismo es hijo de un paradigma económico insostenible que homologa la metrópoli y la convierte en una especie de parque de atracciones”, dice esta experta.

El cemento y la desesperación son la base con la cual se ha construido la metrópoli italiana. Alrededor de 57.000 familias sufren de problemas de vivienda

Según Gainsforth, los alquileres por días y el advenimiento de las plataformas han funcionado como un “propagador social de desigualdades”: ganancias desproporcionadas para quienes tienen propiedades entre las ruinas de la capital italiana. El nacimiento de un verdadero negocio, con dueños que manejan docenas de alojamientos. De ahí la consecuente contracción del número de viviendas disponibles para su arrendamiento y el aumento general de los precios del alquiler, a fin de intensificar la “polarización entre el centro y la periferia”.

Roma es una ciudad “de gente sin casas y casas sin gente”, decía Giulio Carlo Argan, historiador del arte y alcalde de la metrópoli entre 1976 y 1979. Según el último censo del ISTAT, Roma tiene 1.681.451 hogares. Hay 34.750 casas sin utilizar. El cemento y la desesperación son la base con la cual se ha construido la metrópoli italiana. Alrededor de 57.000 familias sufren problemas de vivienda. El alto coste de la vida y la recesión económica son factores que han empeorado la crisis. “Una emergencia que ha estado ocurriendo durante 30 años no es una emergencia. En Italia, la problemática de la vivienda es un fenómeno estructural, con más de 650.000 familias que sufren esta precarización”, afirma Massimo Pasquini, secretario general de la Unión de Inquilinos, la organización más importante para la defensa del derecho a la vivienda.

Según los datos comunicados por el Ministerio del Interior italiano, en 2018 se emitieron en Roma 7.780 sentencias de desalojo y se ejecutaron 2.150. Hoy, para hacer frente al fuego de artillería de la pandemia, el Gobierno suspendió las ejecuciones hasta el 31 de diciembre de 2020 y asignó 140 millones de euros para el fondo de alquiler. Una cantidad insuficiente según la Unión de Inquilinos. En Roma ha habido 49.000 demandas enviadas al Departamento de Políticas de Vivienda para reclamar el bonus de renta.

“Después de haber elogiado el turismo de masas y los beneficios de los ingresos de los bienes inmobiliarios, vamos contra un gran tsunami social. Deberíamos definir políticas de vivienda adecuadas para refundar una idea igualitaria de la ciudad y proteger a las familias que están al final de sus vidas”, afirma Massimo Pasquini.

SOS obras en curso

“Cuando llega la crisis económica, los trabajadores del turismo y de los bienes culturales son los primeros en quedarse en casa, ya que con mayor frecuencia están empleados con contratos temporales u otros todavía más precarios. A menudo no reciben ninguna forma de protección o apoyo a los ingresos y se quedan sin trabajo al instante. Además, son extremamente pobres porque cuando trabajan reciben salarios de hambre y a veces irregulares, y solo pueden recurrir a las medidas de emergencia que se aplican de vez en cuando”, dice Marta Fana, investigadora y autora del libro ¡No más salarios de hambre! (publicado por Editori Laterza) que investiga el fracaso de la evolución salarial en Italia.

El covid-19 ha influido también en el sector del patrimonio cultural y en las profesiones que han surgido en torno a su preservación. Ha entrado en los pasillos de los museos y de las galerías de arte haciendo tabla rasa. Piazza di Spagna, Piazza Navona y la Via dei Fori Imperiali apenas recuerdan el flujo de personas que recorrían kilómetros para disfrutar de las formas de mármol de la historia romana.

En 2019, los museos estatales recaudaron 365 millones de euros. Con una tendencia de incremento exponencial de las visitas: desde 2010 preludio del boom turístico cada año, de media, han cruzado las puertas del patrimonio artístico italiano unos 1,7 millones más de visitantes que el año anterior. Al principio de la pandemia se asumieron pérdidas de 20 millones de euros al mes. En mayo, el ISTAT estimó una falta de 78 millones de euros en las tesorerías culturales y 19 millones de visitantes menos. Un golpe duro que sanciona el colapso de un mundo: la cultura absorbe el 6,1% de la fuerza de trabajo del país y es la imagen más elocuente del soft power italiano.

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El Panteón de Agripa. Marco Mastrandrea

M. es guía turístico desde 2015. Roma es su vida cotidiana. Ha estudiado innumerables tomos para lograr su objetivo y aprobar oposiciones antes de obtener la calificación para ejercer su profesión. Es un autónomo y ha trabajado para algunas agencias privadas que organizan tours entre las atracciones más sugerentes de la capital. “No había ninguna baja por enfermedad o vacaciones. Si no trabajas, no ganas dinero. Todos los guías turísticos son freelance”, dice.

En su testimonio, el pasado es una necesidad. A las primeras señales de covid-19, M. recibió una comunicación lapidaria: “Desde hoy hasta la fecha que se indique, todo está parado”. Casi tres meses atrincherada dentro de la casa. “Aunque las medidas restrictivas se han relajado, no estoy trabajando porque no hay turistas. He solicitado subsidios del Gobierno y sigo esperando”, dice M.

Así es como funcionaba el trabajo: en enero, las agencias elaboran un programa de turnos. Los meses que hay que marcar son los de la temporada alta, desde mayo a agosto, cuando Roma es tomada por los turistas. De acuerdo con la disponibilidad concedida, cada guía tiene un programa preciso que respetar. M. dice que, trabajando con agencias reconocidas, fue capaz de recaudar 50 euros brutos por hora. Normalmente un tour dura tres horas, así que 150 euros de facturación. Otras agencias pagaban entre 30 y 45 euros por una visita guiada completa. 

Las agencias tienen el monopolio de la oferta cultural de la capital italiana. Eligen el sitio al que canalizar las masas de visitantes, fijan el precio de las visitas y los salarios de los trabajadores. Dinero que la crisis sanitaria ha desintegrado con pérdidas de casi el 70% de la facturación total. “Algunas agencias quieren reducir la tasa y el coste de nuestro trabajo para hacer frente a la emergencia. Nosotros, como guías, tememos que esto cree un precedente peligroso con el que devaluar aún más nuestro trabajo”, denuncia M.

G. también es una guía turístico, hizo el mismo cursus honorum que su colega M. Habilitación a ejercer desde el año 2015 e inmersión en el pantanoso sector del turismo. “Algunas agencias también han organizado tours con 45 clientes. Es extenuante: tengo que ser cautivador, ingenioso e interpretar un papel para 45 personas. Y mi salario es siempre el mismo. ¿Se me rompe el tobillo? ¿Tengo algún problema con mis cuerdas vocales? A nadie le importa”, afirma.

Esta guía dice que existe una especie de ranking digital para evaluar el rendimiento de cada trabajador. Un mecanismo “al que todos estamos sometidos” que determina los parámetros de satisfacción de los visitantes. Y por lo tanto la posibilidad de mantenerse a flote y trabajar con un clic. “Un algoritmo examinaba mi valor y mis habilidades. Cinco estrellas y estoy bien. Dos estrellas y estoy fuera”, dice G. “Después de todo, soy un engranaje en una industria que pretende maximizar los beneficios, a veces degradando lo que soy”. Un profesional del patrimonio cultural.

Capiteles y estucos cuya historia milenaria está esclavizada a la cantidad de billetes que se imprimen. Barrios homologados por los servers de las plataformas, homogeneizados para cumplir los deseos de los visitantes. Explotación y alienación entre las brillantes vitrinas del centro histórico. Un ejército de reserva de trabajadores precarios y mal pagados al margen de la sociedad. Entidades financieras que engrosan su cartera.

El turismo y sus muchas caras. El “petróleo de Italia” es un derrame de oro negro sobre la ciudad. Una burbuja de dinero y falsos mitos que el covid-19 ha explotado, y cuyos líquidos inflamables ya son claramente visibles entre los escombros de Roma.

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