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Editorial
La Navarra sin medalla
La Navarra de abajo, anónima y colectiva, ajena a oropeles institucionales, sigue trabajando con pico y pala, y soñando que el gobierno del cambio le traiga unos presupuestos más sociales.

Tres de diciembre, festividad de San Francisco Javier, patrón de Navarra. Día grande, como diría Ricardo Feliu, para el navarrismo pop. Y más este año, en el que la parroquia anda agitada por la concesión de la Medalla de Oro a Arturo Campión. ¿Era un fascista y un integrista, o un padre de la patria y eukaltzale adelantado a su tiempo? Fascinante enigma para una tertulia. Bien mirado, resulta enternecedor que se conceda tan alto honor a una terna de venerables patricios por la hazaña de diseñar un cuadrado rojo, el Malévich foral.
Bromas aparte, la mirada feminista ya ha advertido del sesgo de género y clase del premio, puesto que las medallas son concedidas invariablemente a varones de clase media alta, nunca a mujeres. ¿Tiene sentido seguir concediendo galardones tan patriarcales y monárquicos, como esta Medalla de oro de Navarra o el Príncipe de Viana, a prohombres destacados? Parece que la cuestión es que preferimos rumiar sobre nuestras esencias y símbolos —de nuevo una bandera en disputa— antes que afrontar los conflictos de fondo y saludar propuestas alternativas para la gente.
El martes pasado, la Carta de Derechos Sociales de Euskal Herria y el Parlamento Social volvían a reclamar en el Labrit sus clásicos quincemayistas de fin de año: cambio estructural en las políticas públicas para poner la vida en el centro, reforma fiscal profunda para que paguen más quienes más tienen, presupuestos participativos y con perspectiva de género, derecho a tomar en Navarra las decisiones sobre el modelo social y económico... Obviamente, ninguna de estas propuestas va a concretarse en esta legislatura y, menos aún, como propone el Parlamento Social, la auditoría de la deuda y el impago de la deuda ilegítima de Navarra, estimada en 171 millones de euros. Quien se atreviera a poner esa pica en Madrid —sin temor al 155— sí que merecería una medalla... olímpica.
Entre tanto, la Navarra sin medalla, la de abajo, anónima y colectiva, ajena a oropeles institucionales, sigue trabajando con pico y pala, y soñando que el gobierno del cambio le traiga, con el nuevo año, unos presupuestos más sociales. Y el lunes habrá preferido, antes que himnos y fanfarrias, irse de excursión a Urbasa a tirarse unos bolazos de nieve.