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Mary y la flor de la bruja guarda algo especial en su concepción: está dirigida por Hiromasa Yonebayashi, uno de los herederos naturales del aclamado Studio Ghibli, responsable de películas como El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o La Princesa Mononoke, entre muchas otras. No es este estudio el que la produce, aunque indirectamente se podría decir que sí lo hace. La productora es Studio Ponoc, una empresa creada en 2015 por Yoshiaki Nishimura con el objetivo de dar continuidad al estilo de Ghibli y a sus trabajadores, pues un año antes el estudio fundado por Hayao Miyazaki e Isao Takahata detuvo su actividad por falta de solvencia económica. Así pues, muchos de sus trabajadores y artistas se unieron a Ponoc, lo que ha derivado en este largometraje comandado por Yonebayashi y que pretende transmitir toda la esencia que ha hecho único y reconocible a Studio Ghibli en todo el mundo.
Basada en la novela The little broomstick de la británica Mary Stewart, la trama del film gira en torno a Mary, una adolescente que es enviada durante las vacaciones de verano a la casa de campo de su tía. Allí todo es muy aburrido, por lo que Mary intenta buscar algo divertido que hacer en el bosque cercano. Lo que encuentra es una misteriosa flor a la que atribuyen poderes mágicos. Esto hará que una serie de fenómenos extraños sucedan en el pueblo e involucren a Mary en una aventura extraordinaria.
Mary y la flor de la bruja es una película que tiene todos los ingredientes para gustar al público, tanto al habitual del anime como al casual. Es un largometraje infantil pero disfrutable por cualquier tipo de espectador, que se apoya en un apartado visual detallado, colorido y espectacular. Si bien su guion no es lo más original del mundo y su previsibilidad es inevitable, cumple su cometido. Puede que su mayor fallo sea querer ser “demasiado Ghibli”, pues las referencias son continuas a las películas más conocidas de la compañía, pero siempre es agradable reencontrarse con este estilo de animación tradicional tan cuidada, y aún más en pantalla grande.
Relevo generacional
Hiromasa Yonebayashi es un animador que se formó enteramente en Studio Ghibli desde 1996, al que se unió encandilado por la película Susurros del corazón (1995), de Yoshifumi Kondô. Tras muchos años realizando labores de animación, y cuando el estudio buscaba un relevo generacional a los ya veteranos Miyazaki y Takahata (que murió hace escasos cinco meses), decidieron darle la alternativa para dirigir Arrietty y el mundo de los diminutos (2010), una película en la que contó con la ayuda del propio Hayao Miyazaki, que la supervisó y de la que escribió el guion. Estaba claro que querían hacer de Yonebayashi una opción continuista a un Studio Ghibli que ya le empezaba a costar sobrevivir sin las obras de sus fundadores.
Yonebayashi también dirigió la úlima película de Ghibli hasta la fecha, El recuerdo de Marnie (2014), esta vez bajo su completa responsabilidad. No tuvo el suficiente éxito como para reflotar la compañía y, tras ella, se procedió al cese temporal de su actividad. Era evidente que el director estaba en el momento clave de su carrera y el parón de la empresa para la que había trabajado siempre era un duro golpe para él. Trabajo no le iba a faltar, pero decidió seguir haciéndolo del modo en el que sabía. Junto con el productor Nishimura, son las dos personas claves tras el Studio Ponoc que ha sacado adelante Mary y la flor de la bruja con cierto éxito en Japón.
Studio Ponoc, ¿el sucesor de Ghibli?
Sí y no. Sí es una alternativa a Studio Ghibli, pues son sus mismos trabajadores los que lo han puesto en marcha; pero no es ni un sucesor directo, ni comparten exactamente la misma filosofía. De hecho, Ponoc nace de la mano de personas más jóvenes y con una visión de la industria cinematográfica y del anime distinta. No pretenden revolucionar nada y, por supuesto, quieren seguir haciendo lo que les han enseñado a hacer. Pero tampoco quieren ceñirse a muchos de los arcaicos sistemas de producción y explotación que tenían el productor Toshio Suzuki, de la mano de Hayao Miyazaki, el cual desesperaba a muchos de sus empleados para lograr el resultado final deseado.
Con ello pierden el espíritu romántico del cine de animación que tiene Ghibli heredado de una vieja escuela irrepetible; pero ganan en un modelo más acorde con los tiempos actuales. Por supuesto, sin la genialidad de Miyazaki. No se puede esperar de ellos más que una calidad técnica impecable y un estilo visual brillante, pero nunca algo parecido a Miyazaki, porque a los genios puedes copiarles la superficie, pero no el fondo. Yonebayashi ha demostrado ser un director solvente e interesante, pero aún sin una personalidad propia definida que distinga a sus trabajos, así como no ha sido capaz de imprimirle una especial profundidad a sus guiones, algo de lo que adolece Mary y la flor de la bruja. Pero que no sea Miyazaki no quiere decir que no sea bueno. Yonebayashi seguro que tiene mucho que decir en el futuro de la animación japonesa.
Aparte de todo, cabe recordar que Studio Ghibli sigue estando activo, y actualmente ya prepara la nueva película de Hayao Miyazaki tras abandonar su enésima retirada, y que debido a su avanzada edad se tomarán con calma: su estreno está previsto para el año 2021 ó 2022.
Mientras, seguro que Studio Ponoc nos ofrecerá obras destacables. Mary y la flor de la bruja lo es, aunque su inevitable comparación con la casa de la que salen sus ideólogos y trabajadores, siempre desmerecerá de algún modo su trabajo. Hay demasiadas voces buscando un “nuevo Miyazaki”, pero eso no existe ni existirá jamás. A los genios es imposible replicarlos, porque son únicos. Los nuevos genios que vengan lo serán por tener un estilo propio y no heredado directamente de otro. Disfrutemos de Mary y la flor de la bruja como se merece y por sí misma, con sus virtudes y sus defectos. Porque su enemigo no es la comparación con Studio Ghibli, sino el sobrevivir en un contexto en el que la industria del anime agudiza sus crisis creativa, y la animación en general se dirige hacia la invasión casi total del CGI (gráficos generados por ordenador), convirtiendo la clásica animación tradicional en una rareza que sobrevive particularmente en Japón. Por eso nunca está de más apoyar este tipo de cine en peligro de extinción.