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En principio todas las personas que necesitamos trabajar para vivir somos trabajadoras (asalariadas o por cuenta propia) y tenemos algunos intereses comunes frente al gran capital. En la práctica en nuestra sociedad las diferencias abismales de salarios provocan gigantescas diferencias en el nivel de consumo, los estilos de vida y las prácticas culturales. Buena parte de los trabajadores (con trabajo o sin él) lo está pasando cada vez peor en España y requiere soluciones urgentes, mientras que otro sector vive desahogadamente y no parece tener las mismas prioridades.
El aumento de la desigualdad afecta a muchos países de Europa. En los países del sur, donde la crisis y las reformas de “austeridad” llegaron de forma más brutal, alcanzamos en su momento a ver de dónde venía el problema y hubo una cierta alianza contra unos enemigos comunes. En países más ricos como Francia o Reino Unido, donde la decadencia ha sido más lenta y confusa, llegaron con más fuerza los oportunistas especializados en el resentimiento. Según estos oportunistas, no existe un interés común de los trabajadores, sino que la penosa situación de muchos es culpa de los trabajadores de otros orígenes o culturas, de los poderes extranjeros, de las feministas y los enemigos de adentro. Lo que sea con tal de no señalar a los poderosos que se han hecho cada vez más ricos a nuestra costa. Por mucha retórica que le pongan, su programa económico consiste en proteger a los grandes empresarios del país, reducir los impuestos a los más ricos y tratar como criminales a los más pobres. Así lo ha hecho Trump. Así planea hacer Bolsonaro, reduciendo el impuesto a los más ricos del 27,5% al 20%. O Vox, con su propuesta de IRPF único al 21%.
Los oportunistas se aprovechan de las prácticas de distinción de unos trabajadores frente a otros. Según el sociólogo Pierre Bourdieu, cada grupo social se diferencia de los demás por su nivel económico (“capital económico”), su acumulación de relaciones sociales y enchufes más o menos favorables (“capital social”) y también por tener unos conocimientos culturales más o menos elitistas (“capital cultural”). Las personas con un capital económico, social y cultural parecido tienden a comportarse de modo similar. Pero además, la cultura es un vehículo de comunicación y los grupos sociales más acomodados la utilizan para distinguirse de los que se sitúan por debajo en la pirámide social. Las personas que se encuentran en mejor situación que otras aprovechan a menudo sus conocimientos culturales (o como dice Bourdieu: su proximidad con la cultura legítima) para mostrarse superiores. Esto ocurre en las prácticas diarias, la expresión de puntos de vista, las actitudes y puede pasar hasta en el activismo.
A partir de los años sesenta, muchos trabajadores habían alcanzado un bienestar suficiente como para ocuparse de asuntos más variados que la supervivencia económica y los movimientos sociales se diversificaron. Surgieron o ganaron fuerza las reivindicaciones ecologistas, feministas, homosexuales, transexuales, antiespecistas, etc. Al igual que el movimiento sindical, los nuevos movimientos sociales intentan obtener concesiones de parte del Estado. Pero no suelen luchar contra el grupo social que concentra el poder económico y político en nuestra sociedad. Casi nadie pone nombre ni rostro al enemigo común. En su lugar, tratamos de lograr derechos, un cambio de mentalidad en la sociedad y un reconocimiento por parte del Estado. El gobierno intercede otorgando derechos como concesiones para apaciguar los ánimos y mantener un cierto consenso social. Pero los gobernantes neoliberales se esfuerzan por reconocer “diferencias” y ocultar desigualdad. Y la desigualdad sigue aumentando.
Hoy en día es mucho más “sexy” y llama mucho más la atención de los medios de comunicación un movimiento que se centra en un problema muy específico y busca reconocimiento para un grupo muy concreto de personas, que un movimiento que denuncia la explotación que afecta a mucha más gente. Lo triste de esto es que las opresiones suelen combinarse: las mujeres son más explotadas en el trabajo y soportan más precariedad, los homosexuales pueden ser demasiado pobres para adoptar hijos y el destrozo del medio ambiente afecta en primer lugar a las personas más humildes, por poner sólo algunos ejemplos. Podríamos por supuesto centrarnos en nuestros problemas comunes y a partir de ahí mostrar cómo afectan a cada cual según su situación particular. Pero el neoliberalismo nos inocula una mentalidad ultra-individualista que nos lleva a preferir las reivindicaciones con las que exhibimos nuestra diferencia al mundo. Las redes sociales se convierten así en escaparate de expresiones identitarias supuestamente activistas y cada vez más sofisticadas. Son cada vez más sofisticadas porque sirven en parte para distinguirnos de aquellos que son demasiado simples (paletos, cuñaos) para entender nuestras demandas.
Reconocer nuestra diversidad es necesario para vivir con libertad. Pero deja de ser subversivo cuando se pierde de vista un objetivo compartido, cuando ya no existe más que una constelación de grupitos aislados que compiten entre sí por más visibilidad en el espacio público. Cuando se reclaman cambios discursivos más que cambios materiales, o se cae en poses ultra-radicales que son imposibles de comunicar fácilmente a alguien fuera del “mundillo”. Los medios de comunicación y las redes sociales favorecen las demandas más estrafalarias de reconocimiento, incluso aunque no reflejen reivindicaciones reales del movimiento social. Porque lo más llamativo genera ventas, atrae visibilidad y entretiene.
Hay formas muy fáciles de escapar a la atomización neoliberal del movimiento social. Podríamos cada vez preguntarnos ¿hay una pose en esta reivindicación? ¿Estamos hablando en un lenguaje incomprensible para mis abuelos? ¿Cómo pediré a mis abuelos que se unan a la lucha si lo expreso en un lenguaje incomprensible? ¿De qué forma beneficia esta reivindicación a la mujer con dos hijos a punto de ser desahuciada? ¿La estoy teniendo en cuenta entre mis prioridades? ¿O condiciono mi solidaridad con ella a que ella me apoye primero?
Para resumir: no necesitamos juegos de distinción.
Necesitamos luchar contra la desigualdad y la miseria.
Si no lo hacemos, los oportunistas del resentimiento llegarán para dividirnos todavía más. Nos venderán discursos con los que machacan a nuestras hermanas y amigos emigrados en París, Londres o Berlín. Encandilarán a algunos prometiéndoles una alianza con los poderosos, y nos hundirán a todos muchísimo más en el neoliberalismo y la miseria. A todos, todas y todes les trabajadores. Aunque empiecen por los de afuera.
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Tuve un "camarada", hijo de un humilde trabajador de la EMT, que se prejubiló bastante antes de sus 60.
Nunca supe porqué le atrajo el MC pero hizo "buenas relaciones" con los sinvergüenzas del PcE y ccoo donde trabajaba, y recibió el premio correspondiente : una prejubilación de lujo.
Creo es un ejemplo de distinción. Hoy en su dorada 3ª Edad no le hables de participar en la lucha porque te dirá que tiene cosas mejores que hacer como comerse una lamprea en la playa.
Los capos reformistas siempre utilizaron distinciones para comprar trabajadores... al tiempo que pueden matar a disgustos a quienes no aceptan. También conocí a alguno como Juanjo Azcona, usuario de las Black-Card
http://insurgente.org/malabares-mediaticos-para-no-decir-fascista-video/
Van a ser los nuevos Podemos, los sacan en todos los mass media
Aprendamos de nuestros abuelos y abuelas en su lucha por pensiones dignas.
http://insurgente.org/gabriel-delacoste-algunos-apuntes-para-pelear-contra-el-fascismo/