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Opinión
El truco de la fe
Los alquimistas empeñados en sus recónditos y húmedos cubículos, mezclando, disertando, recitando oraciones, para intentar encontrar la manera de convertir el plomo en oro, descubrir la panacea universal, o encontrar la piedra filosofal. ¿Y si hubieran girado la cabeza más a menudo, apartándola de sus experimentos, observado a un lado y a otro de la sociedad? ¿Se habrían cambiado al bando de las oscuridad, o hubieran preferido el de la luz, siempre más problemático y peligroso? Nunca sabremos si quien eligió abrir los ojos no escuchó bien los beneficios de mantenerlos cerrados. Fueron tantos los que murieron asesinados o fueron relegados al ostracismo por intentar usurpar aquello que las instituciones eclesiásticas consideraban suyo: El truco de la fe.
La fe era la piedra filosofal
La fe nos encauza a un entramado que recorre todas las fibras de la sociedad, creando costumbre y tradiciones, impuestos que pagamos sin siquiera creer en sus dioses, y sin que como sociedad actual tengamos la autoconceptuación de estar sometidos a ellos. Pues en el marco del respeto a las creencias, que me parecen muy bien, nos imponen respetar también su imposición, y de lo que ellos promueven, como la misoginia, el robo, el latrocinio, la pederastia, el sentirse rebaño, en no protestar, la supresión del pensamiento crítico visto como ataque personal, los juicios morales, el inmiscuirse gravemente en las relaciones interpersonales, etc.
Le has resultado tan fácil que nadie les podría culpa de ladrones. Si los alquimistas se hubieran acercado al poder dentro de las religiones con alma científica, hubieran aprendido con qué facilidad se manipulan las creencias irracionales de la gente, principalmente el miedo aprendido a la muerte y el inherente al sufrimiento, para mantener la sumisión más perfecta que existe, la de la costumbre, en la que se puede obviar la fuerza y, si hubiera que aplicarla, la mayoría entendería el escarnio y la defenestración de la oveja negra.
El camino difícil desgraciadamente, siempre ha sido el contrario: el estudio de la naturaleza, el conocimiento, la filosofía, la química, la astronomía, la física, la medicina, la bioquímica, etc. Poco oro procura al que se enfrasca en sus estudios. Pero la fe mueve montañas, o nos hace creer que se mueven. No se mueve nada, todo se queda en su sitio, lo que sí se mueve es el oro de manos en manos en sentido ascendente por la ladera.
Nunca le estaremos tan agradecidos a las alquimistas como a los próceres del mandato divino en la tierra, que no hacen nada por nosotras, pero por lo visto nos guían hacia la salvación y nuestra recompensa es para ellos. Que no les falte de nada. Y contradecirles, lo justo. Tienen la piel muy fina.
Y en esas andamos todavía, en estos tiempos en los que se ha estancado la lucha contra las instituciones religiosas. Convivimos con la lucha social y la desigual entre la constancia del que no conoce y entablar una relación con un dios a través de una jerarquía, unas tradiciones que le adocenan, y los pocos que intentamos recapacitar, entender, alejarse de los estándares repetidamente establecidos para investigar el mundo y sacarle un sentido en el interior de sus cubículos alejados de la masas adocenadas y las dictaduras de los usos y costumbres. Las instituciones religiosas son especialistas en convertir la fe en oro. Da igual cuál sea la religión, todas se han movido por el mismo camino, han creado tradiciones que la gente cree muy suyas y eternas, y que mataría por ellas. Recaudan o directamente agarran el dinero en nombre de la deidad que aparentemente reina en el otro mundo pero es ávida de los placeres y riquezas materiales de este.
Para que no se les escape el chollo usan sus argumentos quirúrgicamente, recogiendo sueños para que nunca se produzcan, enmarañando con los conocimientos para hacérnoslos parecer no tan importantes
Para que no se les escape el chollo usan sus argumentos quirúrgicamente, recogiendo sueños para que nunca se produzcan, enmarañando con los conocimientos para hacérnoslos parecer no tan importantes, criticando, cuando no atenazando los avances en derechos sociales, sobre todo los de las mujeres, sembrando esos sentimientos de culpa y perdón tan contraproducentes y que tanto daño hacen necesariamente.
Aunque también han cometido errores los transformadores de la fe en oro, el principal es que no patentaron sus métodos, no tuvieron esa previsión, no pensaron que habría otras instituciones tan viles como ellos. Les han copiado sin su permiso, aunque sí, al tiempo, con su beneplácito. Supieron cambiar de piel a tiempo para mantenerse, y estar cerca de quienes usan sus tretas. Son cama-leones, se meten en las camas de los niños y niñas y atacan como leones sus tiernas infancias intrincando sus plegarias con los que robaron sus métodos, uniendo sus fuerzas con los ladrones, creando híbridos terroríficos como dictaduras religiosas, o democracias consumistas.
Iglesia católica
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Hoy el truco lo practican las televisiones, los medios propagandísticos ocultos en las redes sociales, que no inoculan las ideas que debemos adoptar para sentirnos plenas, el camino que debemos recorrer produce oro, se venden al mejor postor sin dejar la moral-carcel, han entrado en la rueda implacable, administran los miedos, suministran las ideas poco a poco, dirigiendo la mirada hacia los temas que les interesan, para cuando nos saben convencidos introducirnos por la vereda como dóciles corderillos a los lugares de engorde.
El truco de la fe está muy consolidado. Creer es nuestra característica fundamental aunque vivamos en sociedades rodeadas de tecnología y grandes avances gracias a l@s alquimistas. Nos gana más una mentira(llamada verdad), adornada de mitos ya destituidos de credibilidad que una realidad palpable altamente certificada. La fe ha horadado tantas cavernas en nuestra carne que la respiramos, la necesitamos, hasta la persona más subversiva tiene aprensión por luchar contra ese yo más intimo cargado de supersticiones. Los grandes monopolios de la fe, nos han rociado de temor, nos secuestraron la voluntad, y ahí siguen con su poder intacto.
El negocio de la fe sigue en alza, produce oro suficiente para ahogarse en él. Llámese iglesias, o llámese populismos, o llámese el último producto de consumo que nos obligan subrepticiamente a comprar, o llámese que nos dejemos hurtar derechos porque no lo merecemos.
No hemos sido buenos, quisimos tocar el cielo, reservado para la casta, los príncipes, los sacerdotes.