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Literatura
Robar bancos es divertido
“Cuando escribo soy un circo”, confesaba el autor a la revista Polar en 1982. Y añadía: “Me divierto tanto como ustedes mirando al que hace acrobacias. Hacer malabarismos es lo mejor que hay en el mundo. Espero que este placer que me produce se transmita en mis libros.” La literatura entendida como un juego, la lectura como goce sensorial, el gusto por el giro y la sorpresa, son los principios que conducen la fértil trayectoria del escritor norteamericano Donald Westlake (1933-2008), conocido entre los aficionados al noir más duro por sus novelas de la serie Parker, escritas bajo el seudónimo Richard Stark. Unos mandamientos siempre presentes en su obra –escribió, entre otros, el guion de Los timadores, de Stephen Frears, adaptación al cine de la novela de Jim Thompson– y que atraviesan la divertida colección de historias protagonizadas por el ladrón John Dortmunder, inaugurada a lo grande en 1970 con Un diamante al rojo vivo, a la que seguiría Atraco al banco dos años después.
Tras la descacharrante aventura del diamante, Dortmunder se entretiene ahora timando a sus vecinos de Nueva York, a los que vende suscripciones falsas de enciclopedias. Una faena para ir tirando, lejos de la ambición de su anterior trabajo, cuando el embajador de un país africano contrató sus servicios para recuperar una antigua joya expuesta en el Coliseum de la ciudad. Pero todo cambia cuando su colega Andy Kelp, ladrón habitual de coches, especialmente de médicos de servicio que se dejan las llaves puestas, le pone encima de la mesa el plan ideado por su sobrino Victor: se trata de robar un banco, pero en este caso llevándoselo... ¡entero! Así es, entero, con las paredes y todo. Nada de huir solo con la pasta. A priori, el objetivo no puede ser más disparatado, pero no olvidemos que la banda de Dortmunder, pese a que sus planes suelen irse al traste por los habituales errores y situaciones rocambolescas, se atreve con todo. Pronto nos daremos cuenta de que es un golpe con una peculiaridad muy especial.
Ladrones de conducta intachable
Viendo el punto de partida, no es de extrañar que la historia esté llena de momentos hilarantes y que el conjunto resulte extremadamente divertido, con el autor comprometido a no dejar ni una sola página sin su correspondiente dosis de comicidad y socarronería. Porque Westlake va colocando las piezas de una trama que avanza a ritmo vertiginoso, a golpe de escenas esperpénticas, un ejercicio de pura diversión, literatura de entretenimiento elevada al máximo. Además, el grupo de Dortmunder evita la violencia, son ladrones “buenos”, lo que convierte sus fechorías en aventuras muy digeribles, depositarias de muchas fantasías de la infancia, pese al constante recurso a la ironía y un buen puñado de guiños autoparódicos. Porque, ¿quién no soñó alguna vez con robar un banco? ¿Quién no quiso reunirse alguna vez en un garito como el O.J. Bar & Grill para planear un golpe con su banda y dejar una caja fuerte temblando?
La viveza de los diálogos –como los de George V. Higgins, tan inspiradores para Tarantino– y los capítulos cortos favorecen la lectura rápida, arrastrados por la maestría de Westlake para la descripción directa, al grano. Y las numerosas referencias al cine y la literatura de género son toda una invitación al lector curioso. Así, Dortmunder es descrito con la cara hastiada de Humphrey Bogart en Un gángster sin destino; Victor, el antiguo agente del FBI que se une al grupo, tiene una habitación llena de revistas baratas, libros de bolsillo y cómics, con foto incluida de George Raft en la primera versión cinematográfica de La llave de cristal; y May, la compañera de Dortmunder, habla con él mientras ve un fragmento por televisión de El gran objetivo. Más allá de su oficio de guionista, la relación de Westlake con el cine es larga. En 1974, Gower Champion dirigió una muy discreta adaptación de la novela, distribuida en España bajo el título El loco, loco asalto a un banco, con George C. Scott en el papel protagonista. Pero la locura de verdad, sin duda, está en el texto. En ese gran circo de pillos que el autor enfrenta a un almacén de pasta tan tentador que se puede robar entero. ¡Como para no intentarlo!