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Elecciones 10N
Cómo sobrevivir al otoño de la representación
Tras años de conformar nuevos espacios políticos, transitar nuevas y viejas narrativas sobre la democracia, de atravesar numerosas campañas electorales, ¿es posible hacer balance del camino y pensar otros horizontes?
Dolores Palacios ya no sabe cuál es el voto útil: “El problema es que si no votas, en realidad lo que haces es votar a otros todavía peores: creo que estamos tan decepcionados y tan dolidos que ya no sabemos qué es lo peor. Bueno, sí lo sabemos, pero es que nos toca elegir entre lo peor, lo malísimo y lo menos malo”. Esta funcionaria madrileña de 63 años no siempre pudo votar. El derecho a voto le llegó con la democracia, ya entrada la veintena. Cuarenta años después está a punto de votar por cuarta vez en unas elecciones generales en cuatro años. Y eso, como a gran parte de la población, no le hace ninguna gracia.
Hace algo más de ocho años se coreaba en las plazas “¡Que no!, ¡que no!, ¡que no nos representan!”. Hace casi seis se creaba una candidatura al Parlamento Europeo que apostaba por la democracia participativa, las listas abiertas y los programa colaborativos. Hace tres, la consigna era: “Es necesario feminizar la política”.
Pero, en estos tiempos, una imagen se impone en la narrativa política: la de cinco hombres que lideran, casi en épica soledad, sus respectivos partidos: Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Pablo Casado, Albert Rivera, Santiago Abascal. Y ahora también Íñigo Errejón. Sus nombres ocupan los titulares, sus declaraciones motivan artículos, sesudos análisis en incontables tertulias. La política se conjuga en singular y en masculino, en un personalismo que ha dejado caducos discursos que hace pocos años removieron los sólidos cimientos del bipartidismo.
I.
“Una candidatura que sea el resultado de un proceso participativo abierto a la ciudadanía, en la elaboración de su programa y en la composición de la lista paritaria, basada en los criterios de presencia de activistas sociales, políticos y culturales, con rotatividad de cargos”. Este era el punto 10 de Mover ficha: convertir la indignación en cambio político, considerado el texto fundacional de Podemos. Lola Sánchez Caldentey es una de las personas que se presentó a las primarias abiertas de las que salió una lista de candidatas y candidatos que optaron a ocupar un escaño en el Parlamento Europeo: quedó cuarta, y contra todo pronóstico —las encuestas no daban más de uno o dos eurodiputados a Podemos, pero sacó cinco—, entró en el Europarlamento. “En aquel momento, y con media mirada puesta en las esperanzas que abrió el 15M, pensé que era una obligación como ciudadana no-élite dejar de quejarme de la clase política y, esta vez, actuar para entrar en las instituciones y usarlas al servicio de la mayoría”, relata desde su retiro en el Bierzo.
El currículum preinstitucional de Sánchez Caldentey es casi un retrato generacional: una mezcla de títulos universitarios, trabajos precarios y salidas al extranjero. También activismos varios. Ahora contesta a El Salto desde el campo, cuando consigue un poco de cobertura. En medio, una experiencia en la que cuenta que constató los límites de las instituciones, sus inercias, pero también la posibilidad de influir, o al menos informar, sobre temas como el TTIP o el CETA, una labor que no fue fácil. Podemos “acabó adoptando forma, y fondo, de partido político al uso. Levantar una organización vertical iba a traer irremediablemente luchas internas por el poder, por el control. Y estos enfrentamientos, a su vez, permean toda la organización, y donde antes había colaboración apareció una brutal competición”.
Virginia Fernández, gestora cultural, tiene bastante que ver con Lola, en edad, trayectoria y desencanto. Quizás por eso votó a Podemos cuando surgió y lo sigue haciendo también ahora, aún entendiendo “que era mucho más complicado todo: partidos como Podemos iban a chocar frontalmente con ciertas políticas europeas”. Virginia todavía habla de Europa, de los límites que se imponen desde ahí, las decisiones que se toman en esa esfera y afectan a la vida de las personas. Hoy cada vez menos gente habla de ello. Pero las tensiones internas de Podemos no pasaron de moda.
Volvemos a 2014. Es otoño, como ahora. Podemos se enfrenta a su fundación, su primera gran asamblea como partido. Es Vistalegre I y el cineasta Fernando León de Aranoa está ahí, filmándolo todo. En 2016, con su documental Política: manual de instrucciones ya acabado, dirá que es en ese momento cuando se configura el ADN de todo lo que pasaría después. Una secuencia del documental muestra un pequeño tira y afloja entre Iglesias y Errejón, la previa al famoso discurso: “El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. Pablo quiere ir a por todas, Errejón no quiere asustar: cinco años después ambos líderes competirán en unas elecciones generales.
II.
Pero en esta historia breve donde se repiten los personajes principales hay más actores y muchos más capítulos. En 2015 llegan las elecciones municipales. Podemos, a pesar de las expectativas de muchos de sus círculos, no se ve con el músculo para presentarse. Del tejido social, activista y político de muchas ciudades brotan formaciones que se proponen el asalto a los ayuntamientos. “Con Ahora Madrid me ilusioné sin dudarlo: porque lo viví en primera persona y porque fue bien real. La verdad es que la calle se movilizó como nunca había visto en un impulso palpable de abajo hacia arriba. Múltiples alianzas y un deseo de revertir las corruptelas del Partido Popular, que duró bien poco”, cuenta Rubén González, que participó desde su barrio de Aluche, ajeno a los centros de decisión, pero no ingenuo ante “las enormes tiranteces y una cultura política surgida como brazo ejecutor del tándem Iglesias-Errejón, que se basó en anular con bloqueos todo lo que no fuera Podemos”.
Juan Ruiz, un diseñador gráfico que integra diversas organizaciones, se ilusionó menos, pero como contrapunto, también se frustró poco. “Yo no reniego per se de votar, soy más del mal menor”, cuenta este madrileño que se define, casi autoparódicamente, como comunista libertario pragmático. “Siempre me ha parecido que era más interesante que gobernasen unos que eran menos desagradables que los otros. Pero grandes ilusiones, nunca”. En esa línea, las políticas socialdemócratas de Manuela Carmena, dice, le alcanzaban. Cuando está desilusionado es ahora. “Harto de tener que estar en Madrid partiéndome la cara desde la Asociación de Familias del cole, o la asociación de vecinos de mi barrio porque nos están tirando atrás los proyectos que teníamos comprometidos con el Ayuntamiento”.
Mientras Rubén cuenta las bajas —“mucha gente valiosa completamente desilusionada que se fue a su casa y que va a ser difícilmente recuperable”—, Juan matiza los fracasos: “Sí que ha habido gente aprovechada, desde lo más cutre a nivel económico y también en términos de poder, pero también ha habido buenas intenciones, se ha tratado de contar con las organizaciones. Me encantaría ser más revolucionario, pero esta desilusión me lleva a pocos maximalismos. Estos axiomas de hay que hacer esto o lo otro no me convencen, se pueden hacer muchas cosas. ¿Que sirvan para cambiar? Pues cada vez lo dudo más. Por lo menos, que no cambie para mal tan rápido”.
Pasan los meses, los años, las elecciones, la gente que se va, la gente que se queda. En 2018, tras un desplazamiento de la agenda mediática, a la ilusión la va reemplazando el miedo. El susto lo da Vox en Andalucía, con sus 12 escaños, hace menos de un año. Las cosas están cambiando realmente para mal, sobre todo para algunas personas.
Mientras el panorama social y político es más diverso en términos raciales, el coste de la otredad va siendo cada vez mayor en los discursos políticos. Moha Gerehou, activista antirracista que —principalmente desde SOS Racismo— ha estado en el centro de esta emergencia de voces y colectivos no blancos en España, conjuga en estos términos sus desencantos: “En las elecciones andaluzas, en una campaña en la que Vox, PP y Ciudadanos dieron bastante caña con el tema de la migración, desde la izquierda nos encontramos un ninguneo de este tema. De hecho, cuando salieron los resultados, el mismo Pablo Iglesias hizo un llamamiento a las mujeres, a los estudiantes, a los jubilados, a los antifascistas. Y, sin embargo, no mencionó a la población migrante, cuando gran parte de la campaña se había basado en el racismo contra la población migrante”.
III.
Dejamos a Vox dispuesto en el escenario como principal antagonista del curso 2018-2019. Pero ha llegado la hora de hablar de Pedro Sánchez y de su epopeya personal, que podríamos resumir en varias secuencias. De momento, los giros de guión de este personaje son siempre amenos y variados.
1. Se erige en secretario general del partido en julio de 2014.
2. Tras ganar las elecciones en 2015, elige pactar con Ciudadanos.
3. Tras la repetición de las elecciones, entra en fase contestataria y se niega a abstenerse y dar el gobierno al PP.
4. Le expulsan, coge un coche, y recorre el país en busca del apoyo de las bases.
5. Recupera la secretaría general en primarias.
6. Moción de censura propiciada por Podemos, Rajoy cae y él accede al Gobierno.
7. Pasa un periodo progresista apuntalado por la cercanía de Podemos.
8. Consigue una gran remontada gracias al discurso del miedo ante la extrema derecha.
9. Lo de estos últimos meses.
“Pedro Sánchez es un oportunista de la situación, un tipo sin principios ningunos, con una ambición de poder completamente vacía”, le define Raúl Sánchez Cedillo, integrante de la Fundación de los Comunes. Pero algunas “cualidades” tiene: “Sabe mimetizarse con las tendencias que se van imponiendo a raíz de las crisis del régimen”. En definitiva, se convierte en “la apuesta regeneradora desde un fuerte personalismo”.
Un personalismo muy alejado de las demandas del 15M, pero propiciado por un marco de emergencia facilitado por las narrativas de Podemos en el que “la gente podía escuchar con facilidad un relato que dice que, en poco tiempo, podemos hacernos con los mecanismos del gobierno y cambiar rápidamente las cosas”. Lo que Podemos hace, valora Sánchez Cedillo, “es introducir un carisma vacío que consigue capturar el deseo: ya no te importan tanto los vectores de la política que esa persona encarna, sino que parece dotado de propiedades mágicas para hacer siempre algo bueno y hay que seguirlo. Pedro Sánchez se inserta claramente en esto”. Pero la magia quedó atrás.
“Lo que el PSOE ha hecho desde el 28 de abril ha sido una auténtica guerra psicológica, en el sentido de guerra psicológica de las dictaduras y de la CIA: destruir los nexos de sentido y los nexos narrativos ya no del propio Podemos sino de sus potenciales votantes”, apunta Sánchez Cedillo, quien no cree que esa apuesta haya sido eficaz: “Se ha convertido en un mal menor y además un mal menor de muy poca fiabilidad”. El escenario, el de una guerra de relatos: “De narraciones, imágenes, realmente fuera de cualquier coyuntura real, o cualquier debate público: son ellos quienes determinan el debate público en torno a la fidelidad o la verosimilitud de quién encarna un cambio aunque sea mínimo”.
¿Y AHORA?
Hace tiempo que la guerra de relatos, imágenes y narrativas le provoca hartazgo, pero para Virginia Fernández, aún decepcionada, votar es una cuestión de no dar el brazo a torcer ante el bipartidismo. Además, aunque su esperanza está más bien en la calle, piensa que “hay que estar vigilante ante la política institucional, no perderla de vista”. Juan dibuja un giro improbable de los acontecimientos en el que Unidas Podemos obtiene mayoría absoluta, algo que para él sería un escenario idílico aunque “a los tres años todo el mundo renegaría de ellos por fracasar en cambiar lo fundamental, como le pasó a Syriza”, ironiza. Él, sin embargo, lo tiene claro: “Prefiero construir organización popular desde un panorama político más amable que construirlo desde la trinchera y la precariedad y la tristeza más absoluta”.
Para Rubén González, a pesar de las oportunidades perdidas, ahora toca ser pragmático y “votar con la nariz tapada aunque el cuerpo me pide una abstención activa”. Su mirada, sin embargo, sigue fuera de los colegios electorales: “La clave estará en un apoyo mutuo entre las diferentes alternativas que ya están sobre la mesa —el feminismo, la ecología…— y una gran labor de pedagogía para reconstruir los espacios. Vendrá un nuevo ciclo antagonista con gente nueva y habrá que construir un relato que vertebre los derechos laborales, al final los grandes olvidados del ciclo post 15M”.
La necesidad de generar alianzas resuena también en el discurso de Moha Gerehou, quien llama a construir confluencias “ya no solo en el antirracismo sino dentro de todos los movimientos de cambio e interpelar a cuestiones comunes”. Defendiendo lo público, la sanidad, por ejemplo: “No solo estamos defendiendo la sanidad para la población migrante que queda excluida, estamos defendiendo la sanidad pública para todos, porque es la forma de cuidar a una gran parte de la sociedad dentro de la que está la población migrante y racializada, y porque todo lo que signifique privatizar a quienes más nos va a afectar es a nosotros”.
Lola Sánchez imagina formas de política muy lejanas a la que ella transitó: “Solo una organización ‘desorganizada’, horizontal y más bien anárquica, que de verdad empodere a la gente en los barrios y los pueblos, que transmita herramientas para la autogestión de la gente y, fundamental, con una gran mayoría de mujeres, podría conseguir objetivos sociales, políticos y económicos a medio y largo plazo”, afirma.
Hasta Sánchez Cedillo ve el vaso medio lleno: “La cuestión es que no nos han destruido, el que tengamos a Sánchez y que tengamos esta crisis del sistema político no es casualidad, es un efecto del 15M”, defiende. “La gran victoria para el sistema sería que perdamos la esperanza de que es posible una política de los muchos y un lazo de confianza para aventuras arriesgadas”.
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