Feminismos
Marusia López: "Si no combatimos la violencia cotidiana no podremos con la del Estado"

Marusia López es defensora de derechos humanos y miembro de JASS Just Associates, una organización internacional de educación popular feminista que nace para proporcionar un espacio de diálogo, aprendizaje y fortalecimiento de las voces femeninas en la lucha por un mundo con justicia social e igualdad.

Marusia López Cruz
Marusia López Cruz
17 jun 2019 10:51

Marusia López es una activista feminista mexicana defensora de derechos humanos, que desde hace tres años vive a este lado del charco. Es miembro de JASS Just Associates, una organización internacional de educación popular feminista, que surge a partir de las experiencias de participación política y de solidaridad internacionalista en México y Centroamérica, el Sudeste asiático y el sur de África. Esta organización se articula desde la lógica de la educación popular y el legado de los movimientos de liberación en distintos países, y se configura como una red con la que las mujeres han abierto un espacio de aprendizaje y de fortalecimiento de sus voces en la lucha por un mundo con justicia social e igualdad.

¿Cómo surge la creación de esta red de solidaridad entre mujeres?
En el caso de México y Centroamérica, somos parte de la Iniciativa Mesoamericana de Defensoras. Se trata de una red regional que se creó en 2010 en respuesta a la creciente violencia política que estábamos viviendo en la región. Por aquel entonces se consideraba un lugar democrático, donde se celebraban elecciones y se asumía que ya había pasado lo que en México llamamos “la época de la guerra sucia”. Sin embargo, las situaciones estructurales que habían motivado todos esos periodos de dictadura y de conflicto armado seguían ahí. Los poderes fácticos y las empresas depredadoras de los territorios seguían ahí, y los militares estaban muy presentes en la vida pública. Con la entrada del neoliberalismo se ha vuelto a recrudecer la represión contra activistas.

En esta situación nos dimos cuenta de que, como mujeres activistas, la violencia de la que estábamos siendo objeto no estaba siendo lo suficientemente reconocida. No sólo la más obvia, como la que sufrían las compañeras encarceladas o incluso asesinadas, sino que tampoco se estaban visibilizando las agresiones que vivíamos en nuestros espacios más cercanos. A veces en nuestras familias no se veía bien que saliéramos a alzar la voz y dejáramos nuestro rol tradicional de cuidadoras para tener una participación política. También se nos difamaba en nuestras propias comunidades, o se cuestionaba este liderazgo de las mujeres, incluso dentro de nuestros propios movimientos sociales sufríamos casos de acoso o falta de reconocimiento por parte de nuestros compañeros. Así que decidimos abrir un espacio seguro de diálogo entre mujeres de muy distintos movimientos sociales —el indígena, el campesino, sindical, de movimientos feministas y de la diversidad sexual— para entender cómo la violencia contra las mujeres estaba siendo usada como un mecanismo de control social.

"En nuestras comunidades e incluso en nuestros movimientos sociales sufríamos casos de acoso o de falta de reconocimiento, así que decidimos crear un espacio seguro de diálogo entre mujeres diversas"

Pero también quisimos crear nuestras propias estrategias de protección. De ahí viene la Iniciativa Mesoamericana que ahora es una red que integra cinco redes de defensoras de Derechos Humanos en México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Son redes que activan un mecanismo de respuesta urgente cuando una compañera ha sido criminalizada o amenazada; se hace una denuncia, se habilitan recursos de emergencia, se realizan análisis de riesgo… Pero sobre todo se responde dando voz a las compañeras, acompañando su proceso y construyendo con ellas las formas en las que consideran que necesitan protegerse.

¿Cuáles son las principales dificultades que os habéis encontrado a la hora de armar este proyecto y de ir fortaleciendo el papel de las mujeres?
Cuando empezamos, una de las cosas más difíciles fue reconocernos como defensoras de DDHH. Parecía que eso era algo de los abogados o de las ONGs y no de la compañera que estaba en el barrio luchando por el derecho al agua o en la comunidad contra la empresa minera; de las muchas que llevaban años haciendo un enorme trabajo por la justicia social. Reconocernos como defensoras de DDHH, darnos ese valor, esa legitimidad, fue un proceso para autoreconvencernos de nuestro potencial. 

También fue difícil reconocer estas violencias derivadas de la discriminación y de la violencia de género. Era tarea sencilla cuando alguna de nosotras era encarcelada o criminalizada, pero cuando sufríamos alguna forma de violencia sexual resultaba más difícil hablar de ello sin vergüenza, sin sentir culpa. Más aún cuando las violencias venían de nuestros entornos cercanos: nos costaba mucho decirlo porque nos sentíamos mujeres empoderadas y no queríamos reconocer que a nosotras también no pasara esto.

Pero nos dimos cuenta, y ha sido un proceso bonito. Entendimos que no somos ajenas al contexto en que vivimos, que el hecho de haber transitado por experiencias de liberación y de rebeldía no nos hacía ajenas a vivir las violencias que viven todas las mujeres. Reconocerlo nos permitió conectarnos de un modo más humano, más profundo, y nos hizo entender que si no trabajábamos y no combatíamos esas violencias, también era más difícil combatir la violencia del Estado y las transnacionales. Si en nuestras organizaciones no se nos escuchaba o estábamos en entornos donde se hacían bromas sexistas o donde había acoso sexual, también nuestra capacidad de respuesta a la violencia que venía de afuera era más difícil.

"Entendimos que no somos ajenas al contexto en que vivimos, que el hecho de haber transitado por experiencias de liberación y de rebeldía no nos hacía ajenas a vivir las violencias que viven todas las mujeres"

Otra de las principales dificultades fue que se nos reconociera la capacidad de encontrar nuestras propias respuesta y formas de protección. Necesitábamos darnos esa autoridad. A veces había una tendencia de algunas organizaciones a tratarnos como víctimas, se nos preguntaba poco qué sabíamos, dónde estaban nuestros poderes. A partir de aquí nació La Protección Integral Feminista. Cuando empezamos había muy pocos informes de la situación que vivían las mujeres activistas y mucho menos lo que vivíamos en nuestros espacios más cercanos. Ahora documentamos y tenemos un sistema de registro en los cinco países, además de tres casas de refugio especiales para mujeres activistas y sus familias, por si necesitaran salir un tiempo para reducir el riesgo.

"Cuesta salir de este activismo sacrificial, como mujeres nos han educado para resolver necesidades de otros y cuando se trata de ver por nosotras mismas nos cuesta un montón"

También hemos trabajado en el autocuidado, el activismo sostenible o el cuidado colectivo. Se trata de ocuparnos de nuestro bienestar, de descansar, de darnos el permiso de parar un poco y de entender que ese autocuidado es fundamental para que los movimientos sean sostenibles y puedan seguir sus luchas. Pero cuesta salir de este activismo sacrificial. Como mujeres que nos han educado para resolver necesidades de otros, cuando se trata de ver por nosotras mismas nos cuesta un montón. Hemos trabajado mucho desde una lógica colectiva en ser capaces de poner todo ese conocimiento aprendido de cuidar a los otros a disposición de nuestras necesidades. En este sentido también hemos tratado de poner en práctica lo aprendido de las compañeras de los pueblos originarios: lo que significa la sanación, cuidar nuestros cuerpos, entender que nuestro cuerpo es nuestro primer territorio y que sanándolo y defendiéndolo también abonamos la defensa del territorio y el cambio del sistema. 

A menudo nos llega desde Latinoamérica esa filosofía que mencionas de que el cuerpo forma parte del territorio y viceversa, ¿podrías explicarlo un poco más?
Es un aprendizaje que viene principalmente de las compañeras de los pueblos originarios y del feminismo comunitario. El territorio no es únicamente el lugar físico donde vivimos, es también donde descansan nuestros muertos, donde están nuestras ancestras, es el lugar donde hacemos comunidad, donde se construye nuestra experiencia de vida. Por lo tanto, el territorio es parte viva de nuestra propia existencia y lo que pasa en ese territorio tiene un impacto en nuestro cuerpo, en nuestras vidas y en lo que nos duele, en lo que nos da esperanza. Incluso podemos visualizar dónde nos duele el cuerpo y dónde le duele al territorio cuando lo explotan, cuando llega una empresa minera y lo depreda; lo mismo nos pasa en nuestro cuerpo cuando lo violentan, cuando somos agredidas o nos intentan callar. Entendernos como parte de una red de vida mucho más amplia donde estamos conectadas con otros seres de la naturaleza hace que nuestros cuerpos dejen de ser una cosa aislada y formen parte de esa red de vida. 

"Entendernos como parte de una red de vida mucho más amplia donde estamos conectadas con otros seres de la naturaleza hace que nuestros cuerpos dejen de ser una cosa aislada y formen parte de ella"

Generalmente en la tradición del aprendizaje vertical, más patriarcal tendemos a analizar todo lo que pasa desde grandes parámetros como la política, la economía, el desarrollo. Sin embargo cuando lo hacemos desde nuestras entrañas, cuando ubicamos eso que pasa en el mundo exterior, cómo afecta y cómo toca nuestras vidas y nuestros cuerpos, podemos entender mucho mejor cómo funciona el sistema y, además, podemos reconocer por qué es necesario cambiarlo.

En este sentido la educación popular feminista de la que has hablado sirve para cuestionar ese aprendizaje vertical al que estamos acostumbrados.
La educación popular tiene una larga trayectoria en América Latina. Es un aprendizaje que, efectivamente, cuestiona el sistema vertical que tenemos en las escuelas donde nos dicen lo que tenemos que aprender. La educación popular plantea que hay una experiencia colectiva y un saber popular desde donde se construye el aprendizaje y que éste es útil cuando resulta transformador y sirve para cambiar las situaciones de injusticia, de opresión, para resolver las necesidades que tenemos en nuestros barrios y en nuestras comunidades.

Algo que las feministas vimos en esta experiencia fue que nuevamente nuestras voces no estaban ahí, que cuando se hacía el análisis de nuestra realidad no se veía lo que estaba pasando en la familia, en nuestras relaciones personales. Las voces y las necesidades de las mujeres no estaban siendo retomadas y entonces surge la educación popular feminista. A veces no es fácil en espacios mixtos hablar de la violencia que estoy teniendo con mi compañero o alguna experiencia de violencia sexual, resulta más fácil hacerlo con otra compañera, con otra mujer. Entonces, hay que abrir esos espacios con mujeres para compartir esas experiencias, para analizarlas de manera colectiva y para pensar juntas cómo podemos transformarlo.

JASS se funda con educadoras populares de distintas partes del mundo que hemos aprendido de abrir estos espacios seguros entre mujeres, en nuestros barrios y comunidades. La protección más útil es aquella que surge del conocimiento y de la propia experiencia que tenemos nosotras como defensoras. Entender así la protección y no sólo como un chaleco antibalas, un guardia de seguridad o una cámara, tiene mucho más sentido.

¿Cómo habéis tejido esa red a nivel internacional que es JASS?
JASS ya es una organización bastante grande con sedes en distintos países. Comenzó como una comunidad de aprendizaje, de compañeras y compañeros que venían de experiencias de educación popular pero también de formar parte de la Revolución Sandinista, de la solidaridad internacionalista con Centroamérica, de luchar contra el Apartheid en Sudáfrica… La solidaridad internacionalista fue una de las razones que nos conectaron.

Somos conscientes de que la empresa minera que en Zimbabue está criminalizando y matando a las activistas, es la misma que actúa en Guatemala. Como existe este poder trasnacional, tiene que haber una respuesta internacional de defensa, anclada en las realidades y en los saberes que se gestan en los propios territorios. No una solidaridad asistencialista del norte hacia el sur, sino más bien una solidaridad guiada por los aprendizajes desde los movimientos y desde la gente que está confrontando directamente la opresión se pueda dar.

"Tiene que haber una respuesta internacional de defensa, anclada en las realidades y en los saberes que se gestan en los propios territorios"

¿Cómo describirías el papel que las mujeres están jugando en la lucha por la defensa de los Derechos Humanos en todo el mundo?
Algo de lo que podemos alegrarnos es que la presencia de las mujeres en las luchas y en los movimientos sociales es cada vez es más fuerte, más extendida y más transversal. Hay mujeres alzando la voz por muy distintas causas en América Latina. Las mujeres están representando un papel fundamental en la defensa del territorio porque como cuidadoras que somos, sabemos lo que significa que no haya agua limpia o falte tierra para cultivar. Nos toca alimentar a las hijas, a los hijos; por eso entendemos muy bien por qué depredar el territorio vulnera la vida de nuestras familias y de nuestras comunidades. Son las defensoras del territorio las que están poniendo el cuerpo para detener las máquinas que llegan a sus territorios, pero también para organizar la resistencia, para enfrentar los impactos, para sanar y para cuidar las comunidades.

Por ejemplo en México las mujeres han sido fundamentales en la lucha contra la desaparición forzada. Hay por lo menos 31.000 personas desaparecidas, decimos “desaparición forzada” porque el Estado ha sido culpable por hacerlo directamente, por complicidad con los grupos criminales o por permitirlo sin actuar. Han sido las mujeres, las madres, hijas, abuelas de las personas desaparecidas quienes han ido a las fosas clandestinas a buscar los restos de sus familias. Con su trabajo y su insistencia se han convertido en investigadoras y expertas en leyes. Quienes han dignificado la memoria de esas personas desaparecidas cuando el gobierno decía que si les pasó es porque en algo turbio estaban metidas, han sido esas mujeres.

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