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Hemeroteca Diagonal
Ciudadanos, la nueva sonrisa del régimen
¿Se imaginan un día sin Albert Rivera en televisión? Hubo un momento en el que eso, que ahora provoca recogidas de más de 5.000 firmas, era lo más normal del mundo. Hoy, la sonrisa de Ciudadanos se pasea por los programas de más audiencia, tanto en la televisión como en la radio. Es el partido que sube en las encuestas (no en todas) pero, sobre todo, el que copa los espacios comunicativos.
Con el empeño de hablar de la historia del partido naranja antes de su triunfo mediático, los periodistas Pep Campabadal y Francesc Miralles han publicado De Ciutadans a Ciudadanos, la otra cara del neoliberalismo. Con él buscan evitar la amnesia colectiva en torno a un partido “joven” de nueve años, nacido para servir a un proyecto de país (España) en un entorno considerado hostil a ese proyecto (Catalunya) y extendido desde ese entorno al resto del Estado tras no pocos, pero sí muy olvidados, pasos en falso.
“Ciudadanos sale del patriotismo constitucional aznarista indignado por las cesiones al nacionalismo de Aznar a Pujol –pacto del hotel Majestic (1996)– y de Zapatero a Maragall –pacto del Tinell (2003)–”, explica Campabadal.
El impulso del escritor Arcadi Espada, guardián de las esencias de una población catalana –y nacionalista española– victimizada por el pujolismo y su programa cultural y lingüístico, y algunas dosis de fontanería en el divertido episodio del congreso fundacional (2006) que dio lugar a la dirección del partido, pusieron en el disparadero la figura de Albert Rivera, el omnipresente.
Para Miralles, una de las constantes que rodean a Ciudadanos es la de ser “un partido en venta para un país en venta”
La primera aparición de Rivera en esta historia llamada segunda restauración borbónica ocurre sólo unos meses antes de ese primer Congreso. En una reunión de colmillos afilados por la tensión entre el grupo de Espada y otra facción hoy en el olvido llamada Iniciativa No Nacionalista (INN), habla un joven profesional que hace “una intervención irrelevante”, según los autores, pero viste muy bien y, lo más importante, se aleja del estereotipo predominante en la INN: el del izquierdista resentido con el PSC por el giro federalista del Gobierno de Pasqual Maragall. Aquel joven, que había coqueteado con las Nuevas Generaciones del PP, es invitado en el Congreso fundacional de Ciutadans a ocupar la presidencia del partido entre otras cosas porque se establece el orden alfabético para designar a los principales cargos.
La figura de Albert Rivera comienza a convertirse en un activo del partido a finales del verano de 2006, cuando el desconocido líder del desconocido partido Ciutadans aparece en pelotas en los medios de comunicación de todo el país. La campaña, algo burda aún entonces, sitúa al joven aunque sobradamente preparado empleado de La Caixa en un espacio que adaptará y moldeará a lo largo de los siguientes nueve años: Rivera es como tú, pero, más importante, Rivera no es como los políticos profesionales. A su alrededor, y lentamente, comienzan a arremolinarse los “perfiles” que hoy son la principal seña de identidad del partido. Para Miralles, no hay “diferencias significativas” entre el perfil en Catalunya y el resto del Estado. El tipo de candidato medio de Ciudadanos: “Es hombre, tiene entre 35 y 45 años, ha estudiado Derecho o Económicas, y trabaja en una empresa vinculada al sector inmobiliario y/o financiero, o algún otro directamente relacionado con ellos en la feliz España de los 75 años de milagros económicos: empresas del IBEX, consultoras para el sector público en materia urbanística, fiscal e incluso de seguridad”, dice Miralles, que destaca “la presencia notable” de exoficiales de las Fuerzas Armadas, Policía y Guardia Civil.
Miralles va más allá en el retrato robot de ese partido. “Ciudadanos es un partido hijo no sólo de la Barcelona post-1992, sino de aquella España del PSOE y Solchaga, ‘el país donde uno puede hacerse rico más rápidamente’, del que el 1992 olímpico y de la Expo no fue sino el primer gran escaparate internacional”. Así, para este periodista, autor del blog La Paella Rusa en el medio digital La Página Definitiva, “es exactamente la generación que ha crecido con el ‘milagro’ económico –muy simbólicamente, Rivera es nacido en 1978– y su perfil sociológico –de clase media ascendente con la burbuja inmobiliaria y financiera– y perfil laboral –profesiones alrededor de la burbuja– condiciona mucho su teoría –barra libre a hoteles, sector turístico y empresas de bajos salarios– y su práctica: opacidad absoluta en cuanto a donaciones y presupuestos. Ése es el espíritu del 1992 que Ciudadanos encarna”.
Los bajos fondos
Sin embargo, Ciudadanos no ha sido un “partido Disney”, es decir, un partido, como los grupos musicales de la compañía estadounidense, diseñado al milímetro para cubrir un solo objetivo. La muestra de ello son sus errores. El primero y más sonoro, que será convenientemente recordado durante la campaña electoral, el siroco pasajero que llevó a Rivera a pactar una bizarra alianza con el millonario irlandés Declan Ganley –una mezcla entre el villano de la organización ficticia Spectra y un requeté de Intereconomía– para las europeas de 2009. Un siroco con una única motivación: obtener financiación para el proyecto, y con un resultado igual de claro: la derrota por goleada en esas elecciones ante UPyD, primo hermano de Ciudadanos tanto en fachada como en la motivación de encabezar el discurso de la regeneración (prohibido bostezar a estas alturas del artículo) y, lo han adivinado, combatir los nacionalismos (catalán y vasco) desde el nacionalismo español.
Cautos en lo económico de puertas afuera, el caso Declan Ganley –muy resumido, la alianza para crear un partido europeo de corte ultraliberal e ideología ultra a secas, a cambio del dinero del irlandés– marca otra de las constantes que para Miralles rodean a Ciudadanos, la de ser “un partido en venta para un país en venta”.
La opacidad de sus cuentas –el hecho de que Transparencia Internacional le pusiese la mejor nota en su ránking sólo ha servido para que varios artículos denuncien la poca credibilidad de Transparencia Internacional como auditora de democracias– ha colocado una duda permanente sobre el partido naranja, pese a su nulo bagaje en la gestión de obra pública, verdadero maná de los partidos en la España-burbuja.
“En su web ofrecen unos números de muy baja calidad que no cuadran y no contemplan ni tan siquiera el impacto del chollo que supuso su entrada en el parlamento europeo”, resume Campabadal. “Teniendo en cuenta que esa gran familia que es el Tribunal de Cuentas se toma dos años para publicar sus informes, su probada capacidad –ni se enteraron de la Gürtel, ni se enteraron del caso de los ERE andaluces– y el hecho de que tiene el monopolio en el ámbito de auditoría de los partidos, es muy difícil saber dónde obtiene el dinero Ciudadanos y a qué lo destina”, explica este periodista, colaborador también de La Página Definitiva.
El voto económico
Lo que Ciudadanos sí comparte con las películas Disney es que, después de un sonoro chasco, el partido –tras una fútil ratificación a Rivera– volvió, con más fuerza que nunca, a enfocar su carrera y ésta se convirtió en lo que hoy (a 20 días de las elecciones) parece el artefacto-partido político más rápidamente perfeccionado de Europa.
Y es que, pese a esas veleidades ultras, y a pesar de que parte de la izquierda se empeña en considerarlo un partido inequívocamente de derechas, C’s ha visto un filón en el voto de socialistas desencantados. Para Miralles hay varias explicaciones a este fenómeno: “Ha habido –al menos desde principios de los 90– amplios segmentos de voto, fundamentalmente urbano, que se han movido por condicionantes no necesariamente ideológicos. Es aquello que algunos denominan ‘el centro’ o ‘el voto económico’. Es un perfil de voto más volátil, la mayoría del cual ya abandonó al PSOE entre 2010 y 2011 pero que éste aspiraba a recuperar, y del que Podemos esperaba nutrirse”.
Miralles cree que hay dos aspectos que convierten este sector del voto en poco susceptible de aceptar versiones realmente transformadoras de la democracia: “La propiedad inmobiliaria –de cuyo valor depende la capacidad de endeudamiento y por tanto de compra de las familias en un entorno de salarios reales estancados– y las pensiones –en una sociedad envejecida–, que marcan y mucho la estructura económica española”. Un arco de votantes lo suficientemente sujetos a la estructura de la Eurozona como para salirse del statu quo y decidida a “evitar experimentos a la griega e incluso a la portuguesa”, resume Miralles.
Un partido minoritario apenas tiene ocasión, y muchas veces apenas tiene interés, en desarrollar un programa de partido grande. Y eso fue Ciudadanos en el largo período que va desde 2006, cuando la ocurrencia de Espada y el carisma de Rivera se tradujo en tres diputados en el Parlament, hasta las europeas de 2014, cuando el partido obtuvo –tras dos intentos– su primer resultado reseñable fuera de Catalunya.
A partir de entonces, Rivera, fogueado en tertulias televisivas que fueron in crescendo desde los bajos fondos de las TV ultras hasta los formatos más respetados y familiares, ha generado en torno a sí un equipo especializado en vender una sola idea, la de “cambio tranquilo”, fuera del alcance de PP y PSOE, y que fugazmente pudo ocupar Podemos. Para ello, ha contado con un sambenito que no le perjudica excesivamente –aunque sí lo hubiera hecho en 2011–, la coletilla de que Ciudadanos es el partido del Ibex 35.
Los partidos del Ibex
Pero atribuirle el amor en exclusiva del selectivo grupo de las 35 empresas más importantes del Estado –34 si se descuenta a Abengoa–, es algo exagerado, en opinión de Campabadal: “Formalmente, en sus propuestas, Ciudadanos ha tratado de distanciarse del Ibex y el llamado capitalismo de amiguetes que rige en la economía española, para luego acabar apoyando –casos de Madrid o Andalucía– a los partidos más genuinamente Ibex, con sus miembros de consejos de administración y demás originalidades españolas”.
“Ciudadanos sale del patriotismo constitucional aznarista indignado por las cesiones al nacionalismo de Aznar a Pujol y de Zapatero a Maragall
Entre los empresarios más proclives al partido naranja, Campabadal destaca a las compañías catalanas, huérfanas por parte de PSC y PP –que han cosechado sus peores resultados en las elecciones autonómicas de septiembre y de los que no se espera nada en Catalunya de cara al 20D– y de la moderada Unió después de su separación de la “radicalizada” Convèrgencia.
Entre las virtudes que se valoran en el partido naranja está “la excelente y profesional manera en que han desarrollado un discurso para los temas llenapistas con la que, diciendo más bien poco, se mete en pocos jardines”, explica Campabadal. Con el beneplácito del Ibex y de los influyentes medios del Grupo Prisa –fue “milagrosa” la aparición de Ciudadanos en la encuesta de Metroscopia de enero de 2015– más otros sumados a la fiesta como El español de Pedro J. Ramírez, los problemas para Ciudadanos durante las dos semanas de campaña amenazan desde dos flancos. Estas amenazas son una posible metedura de pata de dimensiones cósmicas por parte de Rivera o por un ataque de los medios que hagan campaña por Rajoy: “Queda la incógnita de si el PP usará al Estado para destapar a sus candidatos, obligándoles a ponerse a la defensiva como sucedió hace unos meses con Podemos”.
Si se confirman las últimas encuestas, hablamos de un partido en velocidad de crucero hacia La Moncloa, adonde, si Rivera no llega en diciembre, apuntarán en las próximas elecciones por medio de lo que parece el mayor botín que, a día de hoy, un partido emergente puede obtener de un hipotético pacto con los dos partidos de Gobierno: la reforma de la ley electoral.
Para Campabadal, Ciudadanos ha demostrado hasta la fecha “talento para aprovecharse de una coyuntura muy favorable –proceso soberanista, desgaste del PPSOE, etc–”, pero según el autor de De Ciutadans a Ciudadanos, “una vez pasada la moda encontrará dificultades más serias, tanto en el día a día de los gobiernos autonómicos que sostiene como en el caso de que apuntale un gobierno del Reino del signo que sea y que continúe con el generoso reparto de miseria en el que estamos instalados después del pinchazo de la burbuja”.
Miralles complementa esta visión: “El segundo problema estriba en el carácter antinacionalista de la formación, que plantea importantes problemas a la hora de implantarse y conseguir pactos viables en las denominadas ‘comunidades históricas’”. Para este periodista, la capacidad de adaptación al terreno y “a la incorporación de élites locales variopintas” ha sido el punto fuerte de Ciudadanos, “y seguramente uno de los elementos clave en ganarle la mano a UPyD en su pugna por la ‘Tercera España’”. Pero, señala Miralles, “la estrategia dictada desde la cúpula contra el interés de esas mismas élites locales puede crearle graves problemas”. Pero ¿quién quiere oír hablar de problemas cuando puede oír a Rivera contando un chiste o levantando a toda la audiencia de El Hormiguero?
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