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La Colmena
La memoria del agua
Extremadura recuerda riadas como las acontecidas ahora en el este de la península y otros puntos de este convencionalismo que llamamos país o nación. En los primeros días de diciembre de 1876 un tremendo aguacero sumió en la inundación a numerosas poblaciones extremeñas, de las cercanas a Portugal. Las crónicas del momento adjetivaron la ciudad de Badajoz como de nuevo puerto de mar. A diario se podía navegar por sus calles, en barcas improvisadas sobre tablas y con palas de panadería como remos. Al igual que en otros municipios cercanos -Olivenza, Salvaleón, Almendral, Santa Marta, Valverde de Leganés, Lobón, Puebla de la Calzada…- se hundieron casas, derrumbaron muros, corrieron tierras, dejando un reguero de muerte y destrucción. Más de cien años después, en 1997, la riada del Rivillas sumió de nuevo en la desgracia a Badajoz: 25 muertos y más de mil familias sin casa.
Aquella desgracia de Cerro de Reyes recordó que es mala idea edificar entre cauces de ríos o regatos, por poca agua que lleven. El afán por esquilmar las riberas de vegetación y arbolado, para hacerlas más gratas a la vista humana, y la construcción donde sea y como sea, suponen una mala costumbre que suele tener un alto coste, aunque siempre son los pobres los que pagan.
El agua tiene memoria. Nos recuerda que antes de nuestras huellas sobre la tierra todo fue un océano. El paso de nuestra especie no es más que una brizna de polvo en mitad del tiempo, otro convencionalismo. Nombrar a la naturaleza como enemiga, culpable de lo que llamamos desastres naturales, es querer mirar hacia otro lado. A diferencia del resto de las especies, rehuimos de lo que en biología se llama simbiosis y en lo social apoyo mutuo. El modelo económico que ejercemos, base de las relaciones con el medio, se fundamenta en el desprecio al entorno. Pantomimas como la declaración de la agenda 2030 o los ODS, mientras se contribuye a mermar las condiciones de hábitat que nos permitirían sobrevivir, certifican que vamos hacia el colapso.
Después de todo, el planeta seguirá, sin nuestra especie, su órbita estelar, libre de una enfermedad pasajera.
Amech Zeravla.