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La semana política
Momento aplauso
Volodimir Zelensky está cumpliendo con nota el curso acelerado para convertirse en un líder de resonancia internacional. El escenario está dispuesto para que sea así. Desde el 24 de febrero, la guerra en Ucrania ha sido fijada en el marco de las sociedades occidentales, o en alguna situation room de la Casa Blanca, como un episodio final en la lucha entre la autocracia —la barbarie— y la democracia. Y, aunque el Gobierno Zelensky se establece en ese interregno en el que la democracia no alcanza su madurez —Ucrania está considerada un régimen híbrido según la escala occidental de The Economist para medir los sistemas políticos—, el compromiso de la Unión Europea con el progreso parte del principio de la aspiración: si te lo propones puedes conseguirlo todo. Tal vez Ucrania hubiera podido convertirse en una democracia liberal homologada. No lo hará.
El 5 de abril, mientras Zelensky seguía en Madrid su gira de búsqueda de adhesiones, el periódico israelí Haaretz publicaba un artículo plagado de realismo, basándose en declaraciones del presidente. Ucrania no será el país de la piruleta, sino que su futuro es convertirse en un Estado militarizado, como Israel, “rodeado de enemigos” y en constante tensión paranoica. La muestra de real politik de la que parten los mandatarios ucranianos es una ventana al futuro inmediato: el mal nunca será derrotado, no hay una solución feliz a la guerra en la que ha entrado a Europa. La masacre de Bucha no será la última. La paz del futuro será la amenaza constante.
Sin embargo, antes de abrir nuevos escenarios, podemos quedarnos unos minutos más en el aplauso.
Los integrados y los que están fuera de la foto
Hoy, el PSOE es el único partido que representa la ilusión de que el sistema que debe salvarse de la barbarie en Europa es reformable. Ese deseo, compartido por amplias mayorías, no se centra tanto en lo que necesita reformarse —lo que abriría un debate sobre la profundidad de esas reformas que desestabilizaría al statu quo— sino en que virtualmente las democracias liberales son las únicas que contemplan, o no condenan a priori, su propia transformación y la posibilidad de permitir una paz alejada de las violencias. Ya desde hace décadas lo que se trata de “exportar” al resto del mundo no es la justicia, ni la paz, sino esa posibilidad virtual. Esa estética que Putin se jacta de desafiar.
No existe una derecha civilizada en España, solo quedan estraperlistas, lo suficientemente hábiles para atar cabos legales, demasiado corruptos como para evitar su propia caída
El aplauso de la bancada socialista y las emocionadas palabras de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, para dar pie al discurso de Zelensky, es el que más ecos encuentra en el resto de la Unión Europea. Es el aplauso de una civilización encantada de conocerse, que no cuestiona el efecto que han tenido las intervenciones de la Alianza Atlántica en el pasado, que no aprendió nada de la guerra de Yugoslavia ni de la desestabilización planetaria que han generado los conflictos en Oriente Medio azuzados por la misión civilizatoria emprendida desde 2001. Que reclama más y más destructivas armas para alcanzar la raya del horizonte; la seguridad y eventualmente la paz.
Opinión
Sobre el futuro de Ucrania y las guerras interminables de la OTAN
El Partido Popular hoy es el espejo deformante de ese orden atlantista. Antes que la visión de un mundo ordenado, el PP parece ver en la guerra —como en la pandemia— la oportunidad de hacer dinero rápido a costa de la sociedad. No existe una derecha civilizada en España, solo quedan estraperlistas, lo suficientemente hábiles para atar cabos legales, demasiado corruptos como para creerse sus propios discursos. El aplauso al presidente ucraniano desde esa bancada se daba por descontado, al PP actual no le interesa demasiado si Ucrania deviene en el símbolo de una democracia rediviva o si se aplaude a una víctima propiciatoria, el cálculo es cuál será la próxima oportunidad para hacer un buen negocio. Los Fondos Next Generation justifican, por sí solos, el empeño de seguir en la cresta de la ola. Ningún partido como el PP sirve para observar que la guerra nunca ha dejado de ser un gran negocio, el lubricante que mueve las ruedas de un sistema económico agotado.
Vox es el rompeolas de todas las tendencias antidemocráticas: un partido marcialmente atlantista, fanáticamente monárquico, que encontró en la cosmovisión de Vladimir Putin —antiliberal y anticomunista— un alma gemela. La alusión a Gernika como símbolo internacional del horror cortocircuitó lo que parecía un aplauso de trámite. Pero Vox aplaudirá la guerra venga ésta de dónde venga y por los motivos que sea. Se trata de un partido militarista, formado con retales del golpismo de las fuerzas armadas, en el que no hay contradicción entre identificarse ideológicamente con un proyecto como el de Putin y combatirlo. El drama es que es un partido perfectamente integrado en la historia de Europa, que no se trata de un accidente.
Estaban los partidos independentistas y nacionalistas. Salvo en el caso de la CUP y BNG, alineados en otras coordenadas, el aplauso era un sacudirse los nervios de haber captado lo que la intervención imperial rusa contra Ucrania dice a los pueblos y naciones pequeños. Mejor estar en esta Unión Europea que regresar al tiempo de los imperios demófobos.
Estaba, todavía, Ciudadanos. Lo que en el PSOE es una consecuencia de ocupar el extremo centro, en el partido de Inés Arrimadas aparece como una versión autoparódica, como un actor haciendo de sí mismo haciendo de sí mismo frente a un espejo. La indignación moral de esa tarde vino porque Enrique Santiago, secretario general del PCE y secretario de Estado, había decidido no aplaudir a Zelensky por la reciente ilegalización de partidos y la no tan reciente ilegalización del partido comunista ucraniano. Para Ciudadanos todo lo que no es un escándalo es escandaloso. Todo lo que tocan lo convierten en farsa y no tocan lo que podría justificar su papel en política (véase alcaldía de Madrid).
En la denuncia de chivato de Ciudadanos sobre el no aplauso de Santiago, no obstante, se refleja algo que sí tiene trascendencia y es la difícil posición de la izquierda española respecto a la guerra. Había más motivos para reconocer en Zelensky al representante de un pueblo agredido que al jefe de una cuadrilla de nazis, pero también hay motivos para saber que no todo el aplauso iba sobre Ucrania, sino que también se sancionaba el inicio de una escalada que sitúa a la humanidad en el momento más peligroso.
El bloqueo respecto al papel de la OTAN —Enric Juliana lo ha comparado con un ciervo que se paraliza mirando los focos de un coche— y la difícil equiparación con la agresión rusa han dejado a la izquierda a merced de cualquier interpretación. Cualquier posición que no se integre automáticamente en el consenso del extremo centro corre el riesgo de ser acusada de ayuda activa o colaboración con los planes de Putin. Se asume que la única versión de la democracia es la que ofrece el sistema actual, tan limitada pero con una impecable puesta en escena.
Mientras los tres partidos más votados, cada uno a su manera, se integran perfectamente en el sistema que lleva a la guerra, la izquierda aun debe resolver —y no puede hacerlo en un solo país— cómo romper definitivamente con sus alas reaccionarias y militaristas, y cómo echa a andar un proyecto internacionalista que no solo no condene a priori un ensanchamiento democrático sino que lo comprenda como el único camino para la paz.
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buen texto pablo, ahora bien, en tu penultimo párrafo me sorprende que ahora si, veais la profunda manipulacion maniquea que ha impide cualquier debate y nos empuja en manos del autoritarismo y la militarización de un descenso en todos los sentidos, no solo energetico.
pero sin embargo durante la pandemia y con la inoculacion de las terapias genicas nos hayamos tragado igual la versión, la nula posibilidad de debate, la firme y autoritaria tragadera de una version oficial que ha hecho agua desde su mismo inicio con el abandono a su suerte de los geriatricos masificados.
replantearos que no es conspiranoia enarbolar la defensa de lo colectivo frente a este caballo de troya del mas nefasto tecnoptimismo contra la vida, los pueblos y en pro de la militarización de las sociedades capitalistas modernas en su decencia