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La semana política
Diez años en doce horas
De una manera extraña, todo termina en Vallecas. Es 5 de mayo, un día después de la incontestable victoria de Ayuso. Comparece en sede parlamentaria Andrés Gómez Gordo, comisario jefe de ese distrito de Madrid desde hace más de un año. El diputado Rafael Mayoral, de Unidas Podemos, felicita a Gómez Gordo por los resultados electorales del Partido Popular en la Comunidad de Madrid. El comisario no acusa recibo, no contesta a ninguna pregunta y, por ese motivo, pide mil disculpas al diputado de Podemos. Está en el Congreso de los Diputados porque se investiga “la utilización ilegal de efectivos, medios y recursos del Ministerio del Interior, con la finalidad de favorecer intereses políticos del PP y de anular pruebas inculpatorias para este partido en casos de corrupción, durante los mandatos de Gobierno del Partido Popular”.
La campaña electoral, que comenzó en Vallecas con una provocación de la extrema derecha, ha terminado con una nueva derrota aplastante del PSOE y, por extensión, de la izquierda. El mismo PP al que se investiga por el uso de medios y recursos para, entre otras cosas, ganar elecciones, ha pasado página sobre todo lo que se investiga en el Parlamento y en los juzgados. La sociedad madrileña también ha cerrado ese capítulo. La vida sigue.
Los medios de comunicación lo saben. La corrupción ha dejado de ser un tema. No significa que no se publiquen investigaciones, no significa que, en el caso de los periódicos con más personal en redacción, se deje de seguir al minuto el curso de casos como el de Gómez Gordo, Enrique García Castaño o José Villarejo. No, significa que la atención ya no está en eso. Gürtel, Púnica, Lezo; los sucios secretos del PP de la Comunidad de Madrid tienen la misma influencia electoral que los malos resultados del Club Estudiantes de Baloncesto. El momento es muy distinto respecto a 2011-2015, cuando el periodismo de investigación estaba de moda. Ahora se lleva la visualización de datos.
Los datos abruman. En doce horas, desde la apertura de las urnas hasta el recuento, se produce la derrota de la izquierda en toda la Comunidad. Ni rastro de cinturones rojos o de la participación salvadora de una clase obrera reencontrada a sí misma. Ni en el moderno centro de la capital ni en Rivas Vaciamadrid, la aldea gala. El PP arrasa y Vox halla el suelo electoral de la xenofobia sin coartada.
Los análisis gotean desde la madrugada del martes. La izquierda no ha podido disputar el significado del concepto de libertad —de hecho, ha funcionado la caricatura de la izquierda enemiga de la libertad— y ha perdido el poco terreno electoral ganado en una década. Pierden los anti. Antifascistas, antiliberales, anticorrupción. Los del ceño fruncido.
La sensación de desolación solo la mitiga el último golpe de efecto de Pablo Iglesias que, al dimitir, cambia el foco informativo inmediatamente. Pero, tras ese desplazamiento de la atención, que permite reactivar el pulso tras el primer golpe, se abren preguntas. Con la salida de Iglesias de la política termina una etapa.
Desaparecidas las bases, decepcionadas con la imposibilidad de proyectar la Comunidad como algo más que un mero accidente administrativo, el PSOE en la región da paso a un proyecto más conectado con el territorio
El espacio de transformación surgido a partir de 2011 —no es ajustado llamarlo la izquierda— obtiene buenos resultados el 4 de mayo, pero de nuevo se ponen en evidencia sus límites. Ese espacio nació con una contradicción dentro. Uno de los elementos que se impugnaron en el comienzo de la pasada década era el PSOE. “No nos representan” fue un grito primero contra el sistema en su totalidad, luego contra el PSOE, que apuraba horas en un gobierno sin proyecto, después contra Rajoy. Como un péndulo, todos tuvieron que esperar su turno para volver. El PP volvió el martes pasado.
Para el espacio de la nueva política la disyuntiva era abrazarse a una promesa de reformismo y apuntalar al PSOE o plantear un programa de máximos e ir reduciéndolos paulatinamente... para apuntalar al PSOE. Matar al padre o subirse a sus hombros. Con la certeza de que esa figura de referencia tenía también la necesidad de impedir que nada creciera demasiado a su alrededor. En el afuera, las señales eran equívocas y había tantas que era imposible no perderse en ellas.
La solución a la que se ha llegado no convence a nadie, menos cuando el PSOE se ha mostrado extremadamente débil en estas elecciones. Pero los resultados del martes dan ventaja a los defensores de la teoría de la asimilación. La confrontación, el desafío, salen perdiendo. Al menos en Madrid. Al menos de momento. La contradicción sigue en marcha, y continúa dependiendo del gran dilema que habita en el PSOE.
Las malas noticias
En esas doce horas, en Madrid, se produce un fenómeno nuevo y esperado. El rebasamiento por parte de Más Madrid al PSOE evidencia la desaparición de ese espacio maltratado llamado socialismo madrileño. Desaparecidas las bases, certificada la imposibilidad de proyectar la Comunidad como algo más que un mero accidente administrativo, el PSOE en la región da paso a un proyecto a priori más conectado con el territorio, audaz en cuanto a su propuesta de comunicación política y capaz de sustituirlo limpiamente en el mismo terreno mediático. Más Madrid ha sabido conectar con las generaciones nacidas todavía bajo el signo de la España feliz, el espacio aparentemente libre de conflictos que reventó en 2011. Ha conseguido cabalgar el bajón para que no parezca un bajón.
La izquierda es derrotada ampliamente. Unidas Podemos mejora sus resultados de 2019 pero se confirma su estancamiento. La campaña para poner el cordón sanitario al fascismo tiene algo tragicómico: el cordón sanitario al antifascismo estaba puesto antes (entre otros, por un sector del PSOE). Al día siguiente, la comparecencia de la cúpula policial en el Congreso lo confirma. En cualquier caso, el tiempo de Unidas Podemos está acabándose: la marca arrastra, al menos públicamente, las pasiones tristes de la izquierda de toda la vida.
No es casual ni fruto de un accidente. Al partido de Pablo Iglesias, y no solo a su líder, le ha tocado enfrentar la parte irreformable —hasta que alguien demuestre lo contrario— del Estado. La Ley Mordaza. El escarmiento a Catalunya. La reacción ultra monárquica a través de la prensa, la judicatura y las fuerzas de seguridad del Estado. La crisis del empleo y el modelo de desarrollo. La persecución mediante las nuevas herramientas de comunicación y creación cultural, de lo que antes se llamó el TDT Party hasta Ok Diario. Elementos cuya reforma no estaban explícitamente en la agenda del 15M, salvo la Ley Mordaza y la reforma laboral continua, pero sin los que no se entiende la última década. Asuntos de Estado a los que se tendrá que enfrentar cualquier partido con un proyecto de cambio real.
La última fase, la más identitaria, del proyecto de Unidas Podemos, solo se entiende por ese desgaste y la necesidad de Iglesias de rebelarse desde la condición de villano de la política española. Su derrota sin humillación se explica desde el punto de vista de quienes han encontrado la razón de Estado como un muro al final de un descenso a toda velocidad.
Pensamiento
Del Estado secreto
El secreto genera poder. Su práctica impide ver cómo es en realidad el semblante del Estado.
Un viaje que no ha terminado
Hasta aquí las malas noticias. Al menos por esta semana. El viaje hacia atrás exige un vistazo para ver aquello que no estaba en 2011 y ahora existe. Nunca se retrocede completamente. Hay que comenzar por la propia contradicción del PSOE, obligado a tomar una decisión que no puede dilatar por mucho más tiempo —o sí, pero no gratis— apuntalar a un sistema que necesita la desigualdad y la corrupción para sostenerse en pie, exactamente igual que en 2011, o transformarse en otra cosa. Su quinta columna le exige que se mantenga en el búnker. El contexto global invita a justamente todo lo contrario.
En un nivel aún microscópico, en una década han aumentado las herramientas de participación política. Los ejemplos son el movimiento por la vivienda, las redes de despensas solidarias, los medios de comunicación alternativos. Ampliando la lente, hay en marcha transformaciones profundas —aunque se encuentren en pausa— como los movimientos juveniles de defensa del clima o las huelgas feministas de 2017 y 2018.
No se vuelve a la casilla de salida. El proyecto del PP en Madrid, triunfante en la noche del martes, no cuenta con los mismos resortes que tuvo en la etapa anterior a 2011. Es cierto que su mejor proyecto es la ausencia de un proyecto alternativo, pero ese es el tipo de pensamiento que valía hace diez años por estas fechas. Y, unos días después, todo empezó a cambiar.
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Tu vecino el pijo vota fijo y al final es el cinturón rojo con Vallekas a la cabeza la que encumbra a Ayuso y todavía seguimos con la explicación del manual,el castigo al PSOE y Podemos, porque ha sido?
La gente cree en la rehabilitación y corrección de errores pasados por eso desde la izquierda nos oponemos a la cadena perpetua…o solo cuando nos interesa?
Congreso a la búlgara mientras los violinistas tocan "Bicefalia" de Sarasate. Bicefalia es completamente lo contrario de lo que se pretende. O en otras palabras menos pomposas, el repetido "un pie en la calle y otro en el gobierno" no consiste en convertir la Secretaría General en la asesoría de imagen de una ministra.
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El autoritarismo está en la base de la gobernanza occidental. La estructura de la Unión Europea, con un parlamento testimonial y una Comisión al margen de la ley pero como auténtica dirección continental, es la mejor expresión de lo que hablo.
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El reto es global, porque la amenaza es global. Y tiene nombre tecnológico.
El movimiento por la vivienda, las redes de despensas solidarias, los medios de comunicación alternativos, pequeñas válvulas de escape que el poder permite para que el sistema no estalle. Como Podemos, como Yolanda, capaces de desmovilizar como ninguno. Para nuestra, la manifestación del 1 de mayo, seguir soñando.