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La semana política
Un año cualquiera
Las instituciones financieras y los organismos internacionales alertan de la profunda recesión de la economía como consecuencia del coronavirus. Holanda y Alemania cierran la puerta a la mutualización de la deuda. El Gobierno acelera el ingreso mínimo vital para no quedar sepultado por la oleada de despidos.
Este iba a ser un buen año. No el mejor de los años, porque esa clasificación ya no tiene sentido después de cumplir una edad, pero un buen año. Probablemente había que escoger un buen momento para cambiar el portátil: después de seis años flaquea, la tecla de retroceso se atasca, nunca fue la pera, pero últimamente su lentitud es exasperante. Comprar un par de zapatos y, en otoño, un abrigo nuevo, uno al que no se le rompa el forro de los bolsillos. Vacaciones en la península. Un ritmo asumible de cenas fuera. El resto, para pagar el alquiler, una limpieza bucodental y guardar algo por si la tribu lo necesita. Un año (ajustado el IPC) como 2019, muy parecido a 2018 y a 2017, bastante mejor que 2016.
Iba a ser un buen año. Iban a desaparecer por fin los presupuestos generales de Cristóbal Montoro, ese peso muerto que ha echado a un pozo los avances en sanidad y en educación, que ha estrangulado la Ley de dependencia. Iba a reducirse el déficit público, lo que iba a permitir unas cuentas públicas que, si bien no iban a ser las mejores posibles, podían inyectar más dinero para la gente. Insuficiente, sí. Decepcionante, qué te apuestas. Un año en el que, casi con toda seguridad, no iban a tocarse los precios del alquiler ni iban a mejorar las condiciones de vida de miles de sin papeles. En el que nadie iba a derogar la reforma laboral o la Ley mordaza, en el que tampoco nadie iba a hacer la revolución. Un año como 2019, o quizá un poco mejor.
Los memes son insípidos, se repiten los argumentos y decrecen las ganas de comunicación, ya sea a través de los aplausos o de las pantallas. La semana se hace pesada, cuesta arriba
Ese tipo de año en el que se incorporan cientos de miles de jóvenes a trabajos precarios, primero con cierta ligereza, más tarde con creciente angustia. En el que decenas de miles de hogares aguardarían a una lista de espera de dependencia que nunca avanza. En el que cientos de miles de trabajadoras de hogar iban a seguir reclamando la ratificación del convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo. El típico año en el que seguiría siendo imposible conciliar tiempo de trabajo y vida, en el que seguiría sin brotar ese trabajador champiñón “libre de cuidados, sin responsabilidades ni necesidades”, del que habla la economista Amaia Pérez Orozco. Pero, aunque no brotase, aunque no exista, la ficción de esos trabajadores a los que puede encenderse y apagarse con un solo golpe de interruptor, iba a seguir funcionando en el mercado laboral.
Puede ser que las cosas no fueran bien, pero al menos iban a ir como siempre.
Difícil imaginar
“Ha llegado la madre de las recesiones” (título del informe de Unicredit de abril de 2020).
“Nunca en la historia del FMI hemos presenciado un estancamiento de la economía mundial como este” (Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional).
“En el transcurso de unas pocas semanas, las perspectivas para la zona del euro han cambiado fundamental y totalmente. Incluso desde el punto de vista actual de un aparente aplanamiento de la curva de contagios en Italia y otros países europeos, es difícil imaginar todas las formas en que la zona será diferente después del virus en comparación con la situación previrus” (informe del Deutsche Bank, 3 de abril de 2020).
“Más de cinco millones de canadienses habían solicitado todas las formas de ayuda federal de emergencia por desempleo desde el 15 de marzo, según mostraron los datos del gobierno el jueves, lo que sugiere que la tasa de desempleo real está más cerca del 25%”, (artículo del Financial Post, 11 de abril de 2020).
“El 6,2% de la población de la Comunidad de Madrid sufre inseguridad alimentaria severa (408.000 personas) y un 8,2% inseguridad moderada (540.000 personas)” (Informe “Hambre e inseguridad alimentaria en la Comunidad de Madrid”, abril 2020)
Las cifras abruman. Se estima que los PIB de Estados Unidos, Japón y Alemania, tres de los cuatro países con mayor PIB del mundo, pueden ver cómo su Producto Interior Bruto desciende un 20%. El de la Unión Europea puede caer otro 25%. La deuda soberana de Italia, escalar hasta el 167%, la de Grecia al 218% de su PIB. España puede ver su déficit bajar al -12,5%.
Pero las cifras no explican que al final de esos porcentajes está la vida. Pasar de necesitar unos zapatos nuevos a no tener ingreso alguno.
Un mínimo vital
La semana no se presentaba nada bien. Lo advirtieron al comienzo de la cuarentena: la extraña excitación que se había dado en los primeros días de confinamiento, la efervescencia y las propuestas, la oferta cultural y lúdica iban a declinar y se abriría un tiempo mucho más lúgubre y penoso. Los memes son insípidos, se repiten los argumentos y decrecen las ganas de comunicación, ya sea a través de los aplausos o de las pantallas. La semana se hace pesada, cuesta arriba.
El Gobierno español tiene que responder a una pregunta que alguien apuntó en un papel tras un taller de “inteligencia colectiva” en el tan lejano 15M: “Nada de lo que puedas hacer es suficiente, ¿qué vas a hacer?”
Se cierra la oportunidad, a medida que se miden las consecuencias de esta crisis; la semana termina con un portazo a los coronabonos, a garantizar una barrera contra la especulación financiera. Se niegan Alemania y Holanda, ese país que ha hecho de la elusión fiscal su modelo económico. El Parlamento de Bruselas y Estrasburgo ha quedado al margen de cualquier tipo de decisión. Malos tiempos para la ficción de una democracia supranacional. La Unión Europea se encoge y los gobiernos más golpeados por la crisis se contienen antes de anunciar más pasos de rescate social: saben que las garantías actuales pueden no ser suficientes. La consigna, no obstante, es “coge el dinero del BCE y corre”, no pienses mucho más allá de los próximos seis meses (iba a ser un año como todos los demás, pero ya no lo es).
El Gobierno español tiene que responder a una pregunta que alguien apuntó en un papel tras un taller de “inteligencia colectiva” en el tan lejano 15M: “Nada de lo que puedas hacer es suficiente, ¿qué vas a hacer?”. Las dudas se reflejan en las cuentas del escudo social. Los 18.000 millones anunciados el 17 de marzo (un 1,4% del PIB) no serán suficientes. Los nuevos “pactos de la Moncloa” anunciados serán poco menos que cháchara si no se plantean las líneas de una reforma fiscal profunda para el nuevo tiempo abierto en marzo de 2020.
La negociación en el Eurogrupo, desencallada desde el momento en el que los países del sur aceptaron que la ayuda esté atada a contrapartidas futuras, debe lanzar, a partir de la semana que viene, un nuevo paquete de rescate social. El Ingreso Mínimo Vital, en forma de “puente” hasta la consolidación de un modelo de rentas mínimas suficiente y homogéneo en todo el Estado, tiene vía libre para su puesta en marcha como decisión política antes que técnica. El Gobierno no podrá aguantar otro dato del paro sin presentar una garantía de ingresos.
Entender que las medidas sobre paralización de corte de suministros, las suspensiones de pago de alquiler y el ingreso mínimo vital son medidas de emergencia que se tendrán que hacer permanentes es, también, la diferencia entre un año en el que no iba a haber manera de hacer la revolución y uno en el que han saltado algunos candados. Mientras el Gobierno responde o naufraga en esa pregunta (“Nada de lo que puedas hacer es suficiente, ¿qué vas a hacer?”) la crisis del coronavirus se plantea en toda su crudeza como una crisis del trabajo. Como una suspensión, con consecuencias imprevistas, de la relación entre capital y vida. Se ha roto también el silencio sobre los sistemas nacionales de cuidados, sobre las pésimas condiciones de trabajo de las profesionales del sector sanitario.
Es ahí donde se va a dar la gran pugna que anticipa esta crisis: entre quienes, cueste lo que cueste, van a tratar de defender el anterior sistema de capital-trabajo, vigente y hegemónico hasta marzo de 2020, y quienes son conscientes de que esta crisis debe romper ese nudo de explotación e insatisfacción.
Se ha entrado, en unas pocas semanas, en un territorio desconocido en el que ningún Estado está sabiendo cómo operar, aunque el 7,5% del PIB movilizado por Trump en Estados Unidos o el 6,1% puesto encima de la mesa por Alemania para paliar la catastrófica crisis del empleo en el país indica que los países más poderosos del mundo son conscientes de que la posibilidad de un estallido es real. En España, esa posibilidad la ha enunciado la política-aristócrata Ana Oramas, de Coalición Canarias.
Nadie, a principios de año, hubiera sido capaz de imaginar que este año se iba a hablar tanto de la renta básica, algo tan lejos de la renta de pobres, tan cerca de un nuevo pacto social. Tampoco nadie, a comienzos de año, podía ser capaz de anticipar la velocidad a la que se iba a producir el cambio de hegemonía mundial a favor de China. 2020 iba a ser un año normal, con nacimientos y muertes, beneficios ajenos y penas nuestras. Se presentaba como otro año en el que nadie iba a ser capaz de hacer la revolución. Unos zapatos, un abrigo..., iba a ser un año cualquiera.
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Buena columna.
El título del texto tiene un doble sentido interesante y alerta precisamente del riesgo de que esa acelerada carrera por el supuesto retorno a una 'normalidad' que ya era distópica pero que ya no existe, sea la antesala para convertir la escepcionalidad (con una masiva huelga general global incluída) en un paréntesis (AKA - Shock/Trauma - Naomi Klein).
Mañana se reincorporarán algunas cobayas al experimento (para eso se introdujeron elementos discursivos bélicosos y militares). Serán los 'nadies', las clases populares, los trabajadores, los que se mueven en transportes colectivos, no serán los 'empresaurios' desde sus oficina confinadas e individuales, los que van en vehículo privado SUV y viven confinados en sus adosados liberales, los de la casta, los verdaderos parásitos de esta sociedad neofeudal.
¿De qué habrán servido los aplausos (hipócritas) al personal sanitario que nos cuida ó al personal esencial que nos procura alimentos?.
Conclusión: Aceptar la vuelta a una 'normalidad' que no existe sin negociar un nuevo contrato (económico, social, justo y global) sería un gran error.
Una crónica magnífica...
Pues si, todo se ha acelerado gracias al pequeño SARS-CoV-19, incluso la largamente esperada muerte del Capitalismo.
Momento de pasar pantalla para organizar el funeral a la vez que se van plantando la semillas de una nueva reorganización sistémica a todos los niveles con la vida, el planeta y la humanidad como prioridades.
Tiempo de audacia, visión y liderazgos transcendentales con perfil humanista, ecológico, ético y social.