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La semana política
Responsabilidad o indisciplina
Los días más extraños de la vida de la mayoría social han dado lugar, hasta el momento, a un ejercicio de disciplina social y una serie de mensajes emocionales. La semana se cierra sin medidas para el control de los precios de los alquileres.
Fijar una horario. No comer tarde, no cenar tarde. Hacer ejercicio. Despejar la mirada. Apagar el móvil. Ducharse y vestirse como un día cualquiera. Rutinas en un momento crítico que hay que pensar en “la casa”, un espacio privado que ha funcionado como motor de los llamados “proyectos de vida” de los ciudadanos. No son días cualquiera, son días que cambian el ritmo de un conjunto de pueblos que vivían felizmente acostumbrado a sus hábitos: saludar con dos besos, dar la mano, quedar en bares, fumar en terrazas, agruparse, tocarse, morrear. La pregunta de si esto va a fijar otros usos culturales, si esto va a modificar aquellos hábitos de primer destino Erasmus, queda para después. Un después en el que nos referiremos a estos días como los días del coronavirus. Se incidirá en cada uno de los aspectos ⎼y la crisis toca literalmente todos los aspectos: políticos, sociales y económicos pero también emocionales, culturales e ideológicos⎼ de lo que cambió en la cuarentena del covid19. Pero hasta entonces hay que pasarlo: fijando un horario, organizando las comidas, buscando con la mirada lo que sea que aparezca bajo nuestra ventana. Esperando que la curva, la famosa curva de contagios, decline.
El Estado de Alarma anunciado el pasado viernes, y operativo desde el domingo, ha sido acatado con obediencia por un pueblo disciplinado socialmente. La consigna era el civismo, la herramienta, la coerción. Las fuerzas de seguridad del Estado al completo iban a tener desde el sábado el mismo objetivo: vaciar las calles para frenar la curva de contagios. El mismo sábado, la policía municipal utilizaba drones para desalojar el paseo de Madrid Río. Pero no ha hecho falta un despliegue de efectos especiales, ha sido suficiente la habitual presencia de la Policía, que tiene en los delitos de desobediencia un comodín para cualquier disrupción, y la interiorización en cada ciudadano del imperativo categórico que funciona como referencia de conducta “europea” desde la Ilustración. Es la línea más clara para separar lo tolerable de lo antisocial, la que separa la responsabilidad de la indisciplina. Es una forma de dividir a quienes acatan el poder del Estado en esta situación y a los polos díscolos que introducen su propia agenda.
Disciplina territorial
El mensaje de Pedro Sánchez tras el Consejo de Ministros del mismo sábado iba a ser extraordinariamente duro: la cosa va tan en serio que el Estado se ha desplegado por todo el territorio. Y quien dice el Estado dice los uniformados. Un trago difícil de pasar para el Gobierno vasco que antes del virus que “lo que lo ha cambiado todo” convocó unas elecciones que iban a dar un nuevo empujón a la curva siempre ascendente del PNV ─ese partido cuya última votación perdida de cierto calado fue la elección de la presidencia del Athletic de Bilbao─. La negociación de los presupuestos, el sello de calidad que significa tener al partido jeltzale como aliado del Gobierno de coalición, debía ser rubricado con nuevas transferencias de competencias y mayor autogobierno. La respuesta a la crisis ⎼más Estado, competencias recentralizadas, ejército en las calles⎼ descoloca esa estrategia, por más que el PNV haya ejercido la responsabilidad y acatado el mandato del Ejecutivo. En Euskadi, no obstante, preocupa que se haya descorchado el tapón de la botella que había dejado al Ejército fuera del territorio incluso en los años de plomo de ETA.
Es el individualismo lo que ha entrado en crisis: nadie se salva solo, o solo se salvan solos los ultrarricos, que es como decir nadie
Más al este, y sin aparentes conflictos con la securitización, el independentismo hard de Quim Torra (afectado por el virus) y de los exiliados Clara Ponsatí y Carles Puigdemont ha visto en la crisis de covid19 una oportunidad para reivindicar la insumisión a la disciplina de Estado desde una posición deliberadamente confusa. Con toques macabros y crudos ─la eurodiputada Ponsatí tuiteó el dicho “de Madrid al cielo” cuando la capital ya contaba 213 fallecidos─ y fabricación de marcos informativos falsos ─Torra aseguró en la BBC que España no estaba recomendando el confinamiento─, el espacio indepe de Junts pel Catalunya sigue acercándose al proyecto de nacionalismo excluyente que le está predestinado como si nada estuviese pasando.
El del incendio y la distracción es un vector en el que el partido puede basar su crecimiento frente a la fuerza hegemónica en Catalunya, Esquerra Republicana de Catalunya que, como corresponde, ha mostrado disciplina en el acatamiento de la situación impuesta por los cuatro superministerios de gestión de la crisis.
Desde otra costa ideológica, Vox ha mantenido su agenda pirómana asumiendo solo a medias el mandato institucional. Los popes del partido ultra-monárquico parecieron creerse que el sábado podía terminar con un cisma en el Gobierno de Coalición y la apertura de un Gobierno de unidad nacional en términos de Gran Coalición que dejase al PP neutralizado políticamente.
Vox, a quien nadie cree capaz de asumir como partido gobernante una crisis sanitaria ─más allá de su capacidad incuestionable de sacar a los militares a la calle─ ha asumido como su papel sembrar la cizaña, aplaudir todo lo que favorezca la “agenda de unidad nacional” e intercalar sus mensajes habituales esperando que la situación se normalice. Mensajes en clave atlantista, en puro seguimiento de la agenda de José María Aznar, y reclamos xenófobos, que llevaron al diputado Javier Ortega Smith a borrar un mensaje sobre el “virus chino” que le tenía jodido en casa mientras escuchaba a un popular cantante y preparaba algún condumio.
Disciplina ciudadana
Esta crisis no incide sobre la representación y sus falencias, como hizo el 15M de 2011, si no que pone en crisis la propia reproducción de la ideología neoliberal. Por eso mismo su posible rebote o estallido no será visible desde las coordenadas del agotamiento aspiracional (jóvenes, sobradamente preparados y sin un pavo). Es el individualismo lo que ha entrado en crisis: nadie se salva solo, o solo se salvan solos los ultrarricos, que es como decir nadie. La propia noción de “libertad”, utilizada como ariete por parte del neoliberalismo realmente existente, se ha metido en una cuarentena. Es paradójico que la principal defensora del modelo de Hayek y los Chicago Boys, la expresidenta autonómica de Madrid, Esperanza Aguirre, acuda a la sanidad pública para tratarse su infección por covid19.
El expolio sostenido del sistema sanitario público, la política de privatizaciones, externalizaciones y terciarización de residencias o de la atención a la dependencia ─infrapresupuestada desde el Estado central─ ha estallado en una crisis que subraya la interdependencia, el peso decisivo de lo público y de una planificación económica en términos estratégicos. Pilares de la práctica neoliberal como el modelo “just in time”, la reducción al mínimo de los stock, o la desmembración de las cadenas de producción, han explotado en las manos de los Estados que fueron seducidos por la globalización del pensamiento neoliberal y que ahora las pasan canutas para conseguir los aparejos necesarios para la crisis sanitaria.
Del mismo modo, en una semana escasa han quedado suprimidas las reglas vigentes en la Comisión Europea sobre control del déficit y la deuda pública; han aparecido 17.000 millones para gasto social, y han mutado en presidentes sociales por accidente figuras como Giuseppe Conte, Emmanuel Macron o Pedro Sánchez. Una mutación que sería enternecedora si no fuera por el hecho de que esta ventana de oportunidad para la reestructuración en clave social de los Estados europeos puede cerrarse con un solo golpe de viento de los mercados financieros, entretenidos de momento en poner a prueba la libra esterlina.
Este recurso de urgencia al estatalismo, “el Estado se hace cargo”, aseguró Pedro Sánchez el 17 de marzo, es hasta ahora la contrapartida a la disciplina ciudadana autoimpuesta, a menudo con exceso de celo por parte de delatores espontáneos, vigilantes y castigadores. El pasado martes, el despliegue emo de Sánchez consiguió el objetivo de involucrar emocionalmente al cuerpo social o al menos a una mayoría de la opinión publicada. Desde los plebeyos balcones y ventanas, el aplauso a sanitarios y trabajadoras de los sectores sensibles está consiguiendo hacer más real y vivida esa resurrección de la sociedad tras el entierro organizado por Thatcher y otros ídolos de Esperanza Aguirre.
En otro orden de cosas, la sociedad existe pero no incluye a los Borbón. Es un hecho puramente descriptivo y algo que explica la frialdad con la que fue recibido, salvo por su grada de aficionados más fieles, su discurso motivacional del miércoles.
La próxima meta volante
Una semana después del decreto de Estado de Alarma, los movimientos díscolos de base no han cuestionado (o apenas han cuestionado) las medidas de distanciamiento social, pero plantean claramente un objetivo para el próximo Consejo de Ministros: una intervención sobre el mercado del alquiler a través de suspensiones, moratorias o fraccionamientos. Si no cobramos, no pagamos, es su consigna.
Un objetivo que, como ha explicado Nadia Calviño, apagafuegos de lo que queda de la disciplina austeritaria, puede producir un choque entre pequeños propietarios arrendatarios y arrendadores, asfixiados antes de que covid19 aterrizase en España y ahogados por las consecuencias económicas que está teniendo y sin duda va a tener.
Los años de indisciplina o “mano invisible” guiando las políticas de vivienda pueden, como señalan los Sindicatos de Inquilinos, estar llegando a su fin. No es casual que una crisis que hay que vivir “en casa” haya puesto de nuevo en primer plano el acceso y permanencia en la vivienda y que ese conflicto sea sobre la que se produce la tensión ante la emergencia social que ha creado el coronavirus. Nunca ha estado tan cerca de declinar la curva de la especulación inmobiliaria internacional, y su acumulación de espacios en los centros urbanos, que ha desfigurado ciudades y desestructurado la vida pública de las ciudades, esa que hoy añoramos desde nuestras ventanas.