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Terrorismo
Sympathy for the devil. Para hablar de terrorismo
En un entorno en el que la condena al terrorismo es más traducible como asunción del lenguaje del poder que como fría crítica al fenómeno y sus causas, la razón que quiere descubrir los mitos que envuelven al “diablo” se vuelve ella misma ciertamente un mito.
Como jóvenes —y precarios— investigadores sociales y, por tanto, como aspirantes más o menos inconfesos a formar parte de la academia, nuestra máxima para el logro de la adaptación debiera ser aquella frase de Heidegger de “diré lo que pienso cuando sea un profesor ordinarius” (Was ich denke, das sage ich, wenn ich Ordinarius bin). A raíz de la ácida discusión desarrollada por los periodistas Antonio Maestre y Jonathan Martínez en torno a la figura del antiguo militante de ETA Josu Urrutikoetxea, se ha abierto un ámbito de debate el cual no debe ser por más tiempo eludido por parte de la academia bien asentada. Un cuestión ante la que los jóvenes investigadores, con posible prejuicio de nuestras propias carreras por la siempre “tabuizada” cuestión del terrorismo, debemos participar de forma activa.
El ámbito del debate desarrollado por Maestre y Martínez lo abrió el autor de Franquismo S.A. al reprochar a la coalición EH Bildu el abrazo enviado a Josu Urrutikoetxea con motivo de su salida de la cárcel de La Santé. Maestre recriminó a la coalición abertzale el abrazo a Urrutikoetxea, sentenciando que “no se mandan abrazos a quien vacía la cabeza de un bebé”. Por su parte, Martínez explicó que la figura de Urrutikoetxea no podía centrarse exclusivamente en la consideración del pasado violento de Urrutikoetxea, sino que en su evaluación biográfica se debía atender también al papel que Urrutikoetxea y la propia izquierda abertzale tuvieron en el cambio de estrategia de ETA; en el cese de su actividad armada. De tal forma que, a partir de ambas posiciones se puede obtener grosso modo la visualización de una discusión aún no producida descarnadamente en el ámbito historiográfico vasco.
El criterio para afrontar una investigación sobre el terrorismo ha sido decir “no se puede sustraer el prejuicio condenatorio sobre quien vacía la cabeza de un bebé”
Generalmente, los estudios académicos sobre el fenómeno de ETA han sostenido sus análisis investigadores desde la premisa general de Maestre. Parafraseando su efectista afirmación aquí reproducida, podría indicarse que el criterio para afrontar una investigación sobre el terrorismo ha sido decir “no se puede sustraer el prejuicio condenatorio sobre quien vacía la cabeza de un bebé”. De este modo, el terrorismo, nada más empezar a investigar o a escribir sobre él, debe aparecerse como un Mal, como una aberración, que dirigida voluntariamente contra la población, se encontraría, por su misma naturaleza maligna, fuera de cualquier explicación realmente diacrónica.
Su reino, como el del enfermo mental, es de la biología y la química (nunca al de la política), pertenece a la sin razón, la anomia y la inmoralidad. Así, por ejemplo, el uso de la locución “banda terrorista” para referirse a ETA se extiende incluso a períodos en los que ETA no había llegado a cometer ningún atentado mortal.
En Alemania, ante este mismo problema, los investigadores de la RAF no han aceptado esa locución que, por serlo precisamente, más que una mera descripción levanta, en su autonomía significativa, una condena previa sobre el objeto de estudio. O lo que es igualmente pernicioso, contribuye, en su intento deslegitimador, a la misma construcción del tabú que en teoría debía deshacer. En este sentido, cabe decir que en Alemania se superó aquella afirmación del otrora Ministro-Presidente de Renania-Palatinado, Bernhard Vogel (CDU), para quien llamar a la RAF “grupo/organización” en vez de “banda” era la prueba de que se tenía simpatía/comprensión por el diablo. Su hermano, Hans-Jochen Vogel (SPD), Ministro Federal de Justicia entre 1974 y 1981, llegó a hablar de la necesidad de aislar a todo aquel que fuera sospechoso, aunque fuera subliminalmente, de mostrar compasión o comprensión con un acto violento.
Quizás, por seguir con los Stones, “el diablo” podía haber respondido a los hermanos Vogel aquello de: “Confío en que adivines mi nombre, pero lo que no consigues comprender es la naturaleza de mi juego”. En ese logro de la sympathy se hallaban personas como por ejemplo Heinrich Böll o buena parte del profesorado universitario del país que, como Johannes Agnoli, quedaron durante un tiempo suspendidos de sus empleos.
El aspecto del tabú, como indicó Joseba Zulaika, es común a la hora de tratar no solo el terrorismo de forma general, sino a la figura del terrorista de forma particular. Como personaje tabuizado, Urrutikoetxea es así concebible de una parte como una figura “sucia”, “peligrosa”, “extraña”, o “prohibida”, mientras que de otra parte, que, por cierto, no es la postura adoptada por Martínez, se imagina como una figura “consagrada a la defensa de la patria”. La primera se caracteriza por observar al terrorista desde su bestialidad, desde su barbarie irracional, asumiendo así su impureza en el tejido social normalizado. Como decíamos, esta postura, asumida por buena parte de investigaciones académicas sobre ETA, es esencialmente incapaz de mirar fijamente o de mantener la mirada sobre ese gran otro. De pensar quizás que la existencia de la violencia política clandestina dice más del “otro” sistema (su estructura simbólica colectiva), de su misma violencia como creador de subjetividades, del régimen de valores pasados y presentes, que del objeto localizado y clasificado como trasgresión y peligro para ese orden natural-legal de las cosas.
Lo realmente triste de esta postura, que pasa de puntillas sobre causas que no sean la supuesta perversidad congénita y totalitaria del nacionalismo vasco, es que comparte un reverso pasional con la postura sobre la que pretende sobreponerse. Es decir, con aquellos que consideran consagrado al militante de una organización practicante de la lucha armada. En ambos casos, el sujeto, el militante de ETA, queda reducido a un mandato simbólico, a una determinación. Esto es, Urrutikoetxea es de manera mutuamente excluyente /asesino-héroe/ un sujeto mandatado por una representación sin la que no es. Su figura es sometida a la verdad que se obtiene de su actuación como militante de ETA, sin la cual su vida deja de ser propiamente su vida.
De manera que solo cabrían dos opciones: o hablar de modo en que lo hace el Ministerio de Interior/Justicia de turno o hablar desde una actitud militante que vanagloria el asesinato político. Así pues, la batalla por el relato solo es, en efecto, la representación excremental del conflicto real: los que se esfuerzan desde la academia en decir apriorísticamente que no había bandos, demonizando desde ese plano como aberrante el fenómeno terrorista, llegan a visualizarse ya en uno.
Esa es también la paradoja que permeabiliza a partes muy importantes de la sociedad vasca del discurso de las distintas asociaciones de víctimas; que no se sabe si sus reivindicaciones son las justamente éticas de verdad, memoria, justicia y reparación o si su compromiso real se encuentra encaminado a destruir al nacionalismo vasco —pacífico la mayor parte de su historia— como doctrina que creó al “diablo”. Desde este plano, ¿tiene sentido convertir en tabú a la figura de Arnaldo Otegi llamándole terrorista? ¿no es esa tabuización proveniente de las víctimas, precisamente, el reverso de otra tabuización que lo convierte en héroe? Por extrapolar aún más y a decir de Zulaika: “Para la víctima, el asesinato no es más terrible por llamarlo ‘terrorista’, pero el calificativo lo somete a un proceso inaugural de clasificación que constituye una nueva clase de fenómenos con sus propias consecuencias jurídicas y políticas”.
La virtud del artículo de Martínez es que intenta afrontar una destrucción de ese tabú. En otros términos, se trató de un intento de acercamiento al fenómeno de la violencia vasca de una forma desapasionada, del modo en que alguien lo podría llegar a ver si no habitara el país que habita, sin entrar al juego de eso que Srećko Hovat ha denominado la posición discursiva dominante. En un entorno en el que la condena al terrorismo es más traducible como asunción del lenguaje del poder que como fría crítica al fenómeno y sus causas, la razón que quiere descubrir los mitos que envuelven al “diablo” se vuelve ella misma ciertamente en mito.
Si la academia continúa asumiendo esa jerga, si la investigación se estructura desde la autenticidad profesional de este a priori condenatorio y demonizador (los Lehendakaris Muertos cantaban aquello de “la construcción infernal comienza en San Sebastián”), habrá de considerarse peligrosamente que en la academia, y según qué temas, se ha instalado definitivamente la prohibición del pensamiento (Denkverbot).
Explicar el terrorismo saltándose precisamente esa posición discursiva dominante que se complace en oscurecer las insuficiencias sistémicas que provocan la actitud violenta clandestina, no puede constituir, tal y como indican Horvat y Žižek, una prohibición laboral (Berufsverbot) o una acusación de justificación (una caída a los infiernos del totalitarismo). Quizás sí debiéramos por tanto asumir esa sympathy. Abrir la puerta al Mefistófeles adorniano que niega siempre la reconciliación con la realidad y la asunción de un pensamiento objetivista sobre la realidad afirmada. Aquel que indica que “si los que piensan fuesen capaces de tal experiencia y estuviese dispuestos a ella, esta tendría que hacer vacilar la fe en la facticidad misma”.
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Pues si se da la vuelta al argumento, vale lo mismo para los asesinos franquistas: héroes para unos, torturadores para otros. Los ultraderechistas de los asesinatos de Atocha pueden ser analizados objetivamente con los mismos parámetros y observar sus motivaciones. En definitiva serán las mismas que las de un etarra. En fin...cuánta palabrería para justificar la violencia
Un truño, incontestable reflexión de como intentar que la retórica de las palabras confundan sobre aquello que es injustificable, dicho todo esto influenciado por el maligno
El truño, como usted dice, no trata de justificar. Usted, sí justifica el truño
Muy buen articulo, con profundidad, muy bien expresado y razonado.
Interesante y, en mi opinión, acertado... La cuestión es abrir la mirada y aplicar perspectiva para aproximarse a los detalles del objeto/fenómeno de estudio y análisis. No se trata de blanco/negro, evil/god, etc. hay mucho material matizable/explorable.
Nota: Es una práctica (tara, en mi opinión) demasido habitual en demasiados asuntos a los que se evita enfrentar con honestidad.
Otra nota: Lo que me alucina del ¿Sr.? Maestre, es que con el mismo cuajo te justifique una defensa cerrada de la industria militar (para salvar puestos de trabajo [SIC]) para que los Barbarian Saudí utilicen esas armas por ejemplo en Yemen.