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Medios de comunicación
La autonomía perdida de los periodistas
¿Pueden medios y periodistas recuperar esa autonomía que tenían en la Transición?
Hace unos días Juan Luis Cebrián afirmaba en El País que “hay que garantizar la autonomía de las redacciones y de los directores”, en una entrevista que le servía de despedida como presidente de PRISA. Bellas palabras como las que, de vez en cuando, expresan otros actores clave del régimen del 78 buscando reconectar con parte de la base social a la que, en años de deriva, han defraudado.
Es llamativo que Cebrián haya incidido en un aspecto –la autonomía de los profesionales– que no siempre llega al debate público y que es, sin embargo, clave en el funcionamiento diario de los medios y explica muchos de sus comportamientos.
Dado que con tanta frecuencia se hacen apelaciones al “espíritu de la Transición” y a los “consensos” generados en torno al 78 podemos preguntarnos cómo funcionaban entonces los medios de comunicación, qué presiones recibían de los poderes públicos y económicos y con qué “autonomía” contaban los periodistas hace 40 años.
Medios gallegos
En Galicia –creo que es imprescindible que en este país se comiencen a explicar procesos desde la periferia– medios y profesionales gozaron entre 1976 y 1980 de una insospechada libertad, motivada por varios factores. Era un mercado de prensa dominada por un grupo de cabeceras locales y provinciales de propiedad mayoritariamente familiar. Medios de ideología conservadora pero que adoptaron en un primer momento una actitud expectante ante una situación de inestabilidad y de incertidumbre sobre la dirección que iba a seguir la sociedad española y gallega.
El éxito de la operación política de la Transición, basada en el consenso y en la cooperación entre las élites, no debe ocultarnos la relegación que padeció la sociedad civil
A esto se unió otro factor, de importancia sobresaliente: a mediados de los setenta comenzó a llegar a las redacciones un grupo de jóvenes periodistas, muchos ya salidos de las primeras promociones de las facultades abiertas en Madrid y Barcelona. Mayoritariamente de izquierdas y en gran parte próximos al nacionalismo, consiguieron puestos de gran responsabilidad siendo muy jóvenes, sobre todo en las recién creadas áreas de información política, de las que quedaron encargados debido a su contacto con las fuerzas clandestinas de la oposición, lo que les garantizaba fuentes directas e informaciones de primera mano.
Eso llevó a que los medios gallegos del momento ofreciesen una visibilidad hoy impensable a protestas ciudadanas, sindicatos y partidos extraparlamentarios. Facilitó, además, que estas cabeceras tomasen partido a favor de la demanda de una autonomía de primer nivel para Galicia, cuando en un primer momento parecía reservada para Catalunya y Euskadi gracias al consenso alcanzado por UCD y PSOE con la aquiescencia de la mayor parte de los diarios de Madrid.
Chivo expiatorio
A Galicia, como tercera 'nacionalidad histórica' le correspondía el papel de chivo expiatorio y de ejemplo limitador para las demandas de los restantes territorios, empezando por Andalucía. Y de igual manera que en Andalucía, el 4 de diciembre de 1977 alrededor de medio millón de gallegos y gallegas se manifestaron en reivindicación de un régimen de autogobierno. Unas manifestaciones masivas que se repitieron en diciembre de 1979, consumado el recorte estatutario a cargo de la UCD.
Las cabeceras gallegas recogieron las críticas de las fuerzas políticas de izquierda y de destacados intelectuales, así como las movilizaciones ciudadanas. El hecho de informar debidamente de los debates y negociaciones que tenían lugar en el Congreso (y sus pasillos) hizo partícipe a la población (al menos a la más activa y mejor informada) del recorte que se intentaba ejecutar e impidió que determinados políticos ejerciesen un doble discurso –en Galicia y en Madrid– a favor y en contra del autogobierno.
Los medios tradicionales conservan una gran capacidad para marcar la agenda y los marcos de debate, sobre todo entre las personas por encima de 50 años
Sin embargo, una vez que el proceso de reforma política se consolidó, aprobada la Constitución en 1978 y los Estatutos de Autonomía de Catalunya y Euskadi en 1979, los actores sociales que abogaban por un mantenimiento de las relaciones de poder preexistentes y que hasta ese momento se habían mantenido a la expectativa, comenzaron a intervenir de una manera más activa en el proceso, procurando moldearlo y dirigirlo en su beneficio.
Los propietarios de las empresas informativas y aquellas organizaciones con poder para influir política y económicamente sobre ellos decidieron retomar las riendas, controlando con mucha más firmeza la línea editorial y reduciendo notablemente el pluralismo de los medios, que habían llegado a convertirse en un auténtico foro abierto de debate de los asuntos públicos.
En Galicia, los periodistas perdieron autonomía y capacidad de decisión y, finalmente, aquellos profesionales más activos y comprometidos fueron sustituidos como cronistas o jefes de la sección política, que pasaron a ser ocupadas por personas más fáciles de manejar.
Debilitamiento y cooptación de movimientos
El éxito de la operación política de la Transición, basada en el consenso y en la cooperación entre las élites de los partidos, no debe ocultarnos la relegación que padeció la sociedad civil. Una vez que estuvo en marcha, se procedió al debilitamiento o a la cooptación de movimientos sociales, cuyo espacio pasó a ser ocupado por los partidos y el poder público.
El embridamiento final del proceso acabó por controlar y reducir la capacidad de presión y de transformación social de las asociaciones de vecinos, decolectivos de trabajadores, de los grupos profesionales más activos, de las propuestas artísticas rupturistas y también de los periodistas más comprometidos y de los medios de comunicación alternativos.
La propia crisis de los medios tradicionales los ha hecho más dependientes de los grandes poderes
La pérdida de autonomía no fue casual y no solo tuvo lugar en España. En el informe de la Comisión Trilateral elaborado en 1975 se alertaba sobre el "peligro" que para la estabilidad del sistema suponía la excesiva autonomía de los periodistas y de los propios medios de comunicación. El texto advertía de que estos profesionales "poseen un papel crucial como definidores de una de las dimensiones centrales de la vida pública.Por lo tanto, los medios se han convertido en un poder autónomo.
Se ha hablado mucho sobre el cuarto poder, pero en la actualidad estamos siendo testigos de un cambio crucial por el que la profesión tiende a autogobernarse, de manera que resiste las presiones de los intereses financieros o gubernamentales".
La propia crisis de los medios tradicionales los ha hecho más dependientes de los grandes poderes, convertidos en instrumento de una serie de intereses privados. Frente a ellos ha ido surgiendo un conjunto de nuevos medios profesionales, sobre todo en el ámbito digital, en un proceso en el que podemos aplicar la frase de “lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no acaba de nacer”.
Los medios tradicionales conservan una gran capacidad para marcar la agenda y los marcos de debate, sobre todo entre las personas por encima de 50 años. Y aunque han visto muy reducido su número de lectores, en el actual escenario –más fragmentado y de atención difusa– quien es capaz de marcar los marcos de debate mantiene un gran poder.
Recuperar la autonomía
¿Pueden medios y periodistas recuperar esa autonomía que tenían en la Transición y que sorprendentemente reclama ahora Cebrián? Marina Garcés advirtió de que en la batalla por generar un sentido común nuevo “la tentación del centro no nos puede engañar y la de la marginalidad no nos puede atrapar” y apostaba por “crear los márgenes, en lugar de dejarse encerrar por ellos”.
De igual manera Nuria Alabao pedía “una comunicación de movimiento (...) que no se dedique a marcar fronteras, sino que las amplíe, identificando e integrando nuevas luchas y formas de resistencia que, aun hoy, quedan fuera del radar de los medios convencionales". La realidad, sobre todo la realidad mediática, tiene hoy algo de espacio en blanco, como lo tenía a finales de los años 70.