Opinión
La verdadera pregunta

En México, hace muchos años empezamos a ver en las noticias que “aparecían” cuerpos de mujeres asesinadas y con esos asesinatos vinieron los reclamos de justicia y con la ausencia de la misma, vinieron los movimientos sociales que hacían —y persisten en esta hechura— una especie de contrapoder ante la realidad inminente que significa la deshumanización de las mujeres en tanto cuerpos desechables de un sistema económico que, por un lado, les exige ser productivas y, por otro, les niega no solo los derechos ciudadanos, sino también el poder simbólico de una posible autonomía y capacidad de decisión cuando tienen ingresos económicos. Trabaja, sí, pero no creas que trabajar será tu liberación.
Con frecuencia, para tratar de dar un sentido a estos acontecimientos, nos preguntamos a dónde se van estas muertas cuando sus cuerpos ya no caminan entre y frente a nosotras
Con frecuencia, para tratar de dar un sentido a estos acontecimientos, nos preguntamos a dónde se van estas muertas cuando sus cuerpos ya no caminan entre y frente a nosotras. Personalmente, me gusta creer que son el polvo que se mete en nuestras casas y se impregna en la ropa y está suspendido en el aire que respiramos y se ve cuando el sol cae y la ventana hace una especie de lámpara microscópica y deja ver las partículas suspendidas frente a nuestros ojos. Me imagino que son ese polvo que ensucia los zapatos al andar y se vuelve lodo cuando llueve y al que tratamos de enjuagar cuando lavamos la ropa para que todo quede limpio, higiénico, pulcro; pero que persiste mediante las partículas necias, constantes, imposibles que no se van, que nunca se van y que así, con esa fina y delicada persistencia/existencia, casi imperceptible, que hay dentro de nosotras y de nuestras casas y de los parques y de las calles, me imagino que también todas aquellas personas que están siendo asesinadas alrededor del mundo hacen lo propio y que se van metamorfoseando dentro del clamor de justicia que va y viene siempre con el paso del tiempo. La crueldad es una espiral que no se detiene.
¿Cómo vamos a darle sentido a la ausencia de aquellas personas que han muerto por decisiones políticas que les han deshumanizado a través de tal crueldad?
Pero si mi ramplón y simple pensamiento no es verdad, entonces a dónde van las personas muertas a las que se recuerda sin rostro, sin voz, sin nombre, sin identidad, sin paz. ¿Dónde se instalan? ¿En la discusión viral? ¿En los campamentos de estudiantes? ¿En las marchas y manifestaciones públicas, en los sesudos artículos de opinión? ¿Qué espacio ocupan después de que ya no están vivas? También pienso en los feminicidios, pero también pienso en Gaza, en Sudán, en los activistas medioambientales que han sido asesinados por defender el territorio. Pero no encuentro otra respuesta que pensar que están en todos lados: entre la comida de las personas que les recuerdan, de sus amigues, de las fiestas, de los bailes, los cantos, las risas. Y que su silencio no es sino la perpetuación de sus voces a través de las nuestras y de las que vendrán. Quizá la pregunta no es a dónde se van, sino dónde los ponemos.
La filósofa belga Vinciane Despret dice en su libro A la salud de los muertos (La oveja roja, 2022) que “ayudamos a los muertos a ser o devenir lo que son, no los inventamos”. ¿Y cuál es esa responsabilidad de quienes estamos vivos? Esa es, posiblemente la verdadera pregunta: ¿cómo vamos a resignificar esas muertes en la forma en la que nos narramos y les narramos? ¿Cómo vamos a darle sentido a la ausencia de aquellas personas que han muerto por decisiones políticas que les han deshumanizado a través de tal crueldad? ¿Cómo vamos a asumir esa responsabilidad al narrarles? Esa es la cuestión ética que yo vengo a poner sobre la mesa.
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