Municipalismo
Dos años de “municipalismo” madrileño, un balance

Dos años de Ayuntamiento del cambio en Madrid. El autor, miembro del Instituto DM disecciona los principales ejes de la política de Ahora Madrid y los retos para el movimiento municipalista en la capital.

carmena
Manuela Carmena deposita su voto en las elecciones municipales de 2015. Álvaro Minguito
Emmanuel Rodríguez

@emmanuelrog, es miembro del Instituto DM.

29 may 2017 12:40

En el equinocio del mandato, las máquinas electorales se han puesto de nuevo en marcha con la promesa (también chantaje) de renovar en 2019. Juegos de posiciones, intercambios, incluso amagos de celebración. En este contexto, parece del todo pertinente evaluar qué se ha conseguido, y hacerlo no desde el tópico de la relación entre nueva política y ciudadanía (nexo siempre imaginario), sino de lo que pudiera ser una agenda de movimiento, esto es, de transformación de esta ciudad. Por eso aquí no se trata de ponerse en el lugar de lo mínimo pensable (“que el PP no gobierne en 2019”), cuanto de la física concreta que puede abrir oportunidades de conquistas sociales y organización política. El cuento de “que no vuelva la derecha” se lo tenemos que dejar a nuestros políticos. No es de momento nuestra preocupación.

En esta tarea, resulta necesario también pensar los límites de lo que se viene llamando municipalismo. En sentido estricto, el municipalismo, de raíz radicalmente federal y democrática, arranca de la presunción de que los municipios pueden ser la unidad política elemental de una construcción política hecha de abajo a arriba. El muncipalismo coloca la democracia municipal como la instancia central de un modelo de democracia que (tendencialmente) se apunta como superadora del monopolio de lo político por parte del Estado y de la representación como forma canónica de la democracia liberal. Conviene recordar que este proyecto, bajo el ordenamiento institucional español —la Ley de Bases del régimen local de 1984, y todavía más de la Ley Montoro—, y todavía más en una unidad administrativa como la madrileña que comprende a 3,2 millones de habitantes, no deja de ser una aspiración, pero en ningún caso un horizonte inmediato.

Por tamaño y posición, Madrid está identificado directamente con el Estado. Su gigantesco presupuesto de 5.000 millones de euros, similar al de una comunidad autónoma de mediano tamaño, lo convierte en un goloso objetivo de las alianzas financiero-empresariales anudadas con la clase política. Por eso en esta ciudad, la posibilidad del municipalismo se cifraba no sólo en proponer una radical descentralización institucional, probablemente dividiendo el supermunicipio en una veintena de instancias semiindependientes, a la vez que se instauraba una serie de mecanismos de democracia semidirecta (no confundir con métodos de participación), sino sobre todo en asumir un cierto nivel de violencia y conflicto capaz de modificar estas estructura institucional. La apuesta municipalista era, en definitiva, coincidente con un horizonte político constituyente: un principio de movilización antes que un programa definido.

En contraste con la ambición del reto, habría que añadir, que la candidatura madrileña fue entregada a una figura (Manuela Carmena) y a una posición (una suerte de reinvención de la “gobernanza progre” al estilo de Tierno) que difícilmente podía representar, cuando no entender, las aperturas políticas que abrió el 15M. En su aspiración de “ganar” por encima de todo, el rebajamiento de expectativas que impuso Podemos con esta candidata devolvió la alcaldía a lo que debemos considerar sencillamente como el relevo “progre” del PP, cuando éste ya no admite mayor desgaste. Para los sectores activos que confeccionaron el programa, el desengaño vino pronto. La alcaldesa tomó su programa como meras sugerencias, al tiempo que concentró rápidamente el gobierno en torno a sí misma, y su sobrino político Luis Cueto. Salvo en lo que se refiere a materia presupuestaria (ahora expansiva) y las formas y el estilo, tan singulares de la alcaldesa, la continuidad con las líneas esenciales de lo que podríamos llamar “política de Estado” en clave municipal ha sido prácticamente completa: promoción de la ciudad empresa (turismo, eventos como Bollywood), impunidad de los viejos poderes corporativos enquistados en el presupuesto público (renuncia a las grandes remunicipalización, lentitud de la auditoría de los anteriores consistorios, etc.), relanzamiento inmobiliario (operaciones heredadas, Quinta Torre de Villar Mir y pronto la Operación Chamartin) y un discurso aséptico de “administración” y responsabilidad institucional frente a cualquier amago de “aventurismo”.

¿Cabe todavía una estrategia “municipalista” en Madrid, o debemos ya sin ambages reconocer la vuelta a la normalidad institucional, con la única ventaja de una “izquierda renovada

La cuestión, tomados estos datos, es ¿cabe todavía alguna estrategia “municipalista” en la ciudad de Madrid, o debemos ya sin ambages reconocer la vuelta a la normalidad institucional, con la única ventaja de una “izquierda renovada” que puede volver a ganar elecciones? Conviene reconocer que la falta de estrategia política ha sido nota dominante en casi todos los segmentos presentes en el grupo municipal. Enfrentados a la centralidad de Carmena, la mayoría de los y las concejales han aprendido pronto que la principal virtud del político es su supervivencia y que cualquier enfrentamiento con Carmena, aunque fuera en defensa de lo que firmaron en su compromiso con el programa, era prioridad a evitar. En tal línea, han asumido justo lo contrario de lo que cabría esperar de su matriz “izquierdista” o “movimentista”: la idea de que gobernar es un servicio hecho al conjunto de la Ciudadanía (en abstracto y en mayúscula). Una idea con la que empresarios y políticos profesionales se mean de risa cada vez que cenan o comen en cualquier restaurante de la ciudad, pero que a los nuevos políticos les sirve para justificar su impotencia. O en otras palabras, su falta de compromiso con cualquier idea de transformación, valga decir, con la intuición municipalista que alumbró la candidatura.

Por debajo de esta idea de “Ciudadanía (en abstracto y en mayúscula)” no hay, desde luego, ninguna precisión sociológica o económica, mucho menos un dibujo de las tendencias y contratendencias con las que tendría que operar cualquier proyecto de ciudad. Apenas se atisba el principio de que mejor no tocar mucho la línea política de la alcaldesa, que la ciudadanía es básicamente conservadora y moderada, y que ésta rara vez entiende de “experimentos”. Se comprende así que el único término que los concejales han conseguido traducir del acerbo de la “nueva política”, la participación, haya tenido resultados tan parcos. Ya sea el proceso de participación de Plaza de España, la consulta referéndum que le siguió o los llamados “foros locales”, los procesos participativos han venido marcados por magnitudes numéricamente modestas y con efectos menos que mediocres en cuanto a democratización (o siquiera tendencia a la democratización) de la institución local.

Repetimos, ¿es posible una estrategia municipalista y en qué consiste en estas condiciones? Atreverse a dar algunas claves que sirvan de respuesta consiste quizás en mostrar algunos de los elementos que definen el negativo de las políticas municipales. Estos se pueden encontrar en la posición del ayuntamiento en materia de vivienda, invariablemente “de parte” del lanzamiento inmobiliario con un particular trato de favor a los agentes financiero-inmobiliarios (valga la singular negociación con Bankia de parte de su stock de vivienda vacía, pero ya “ocupado”, para personas con “necesidades habitacionales”) o la marginación de la PAH en las negociaciones bilaterales ayuntamiento-bancos; todo ello en una ciudad en la que los desahucios se suceden al ritmo de 50-150 a la semana. O también en el trato que se ha dado a los centros sociales, y que en demasiadas ocasiones ha basculado entre la cutrez (como la exigencia de licencias a espacios consolidados con La Enredadera) y la estupidez. Sirva al caso la reciente fundación de La Ingobernable. El edificio de propiedad municipal fue ocupado, tras varios intentos previos y fracasados por parte del Patio Maravillas en locales privados. Pero también después de probada la incapacidad de un consistorio en el que seis de sus miembros tienen un inequívoco pasado como okupas para encontrar una alojamiento a este colectivo (central por otra parte en la confección de la candidatura de Ahora Madrid).

No se trata de una política marginal, ni siquiera para la derecha de la ciudad, La Ingobernable va a recibir buena parte del protagonismo del próximo pleno municipal. La unánime petición de desalojo de PP, PSOE y Cs, se va a contestar con argumentos que ni siquiera conocía el consistorio: la previa cesión del edificio a la Fundación Ambasz, por mero amiguismo de la familiar Aznar con el arquitecto. De todos modos, es posible que la alcaldesa, todavía sujeta por la unanimidad de los apoyos externos a la ocupación, puede lavarse la manos ante el proceso administrativo iniciado por Ambasz y al que le ha pedido, a modo de tregua calculada, un mes para rehacer el proyecto que acompañó la cesión. Un mes en el que se podría producir el desalojo.

A partir de estos mimbres, conviene reconocer lo obvio: la agenda social de esta ciudad no sólo no va a venir marcada por el actual “ayuntamiento del cambio”, sino que éste tiende a orientarse sujeto a una fuerte inercia conservadora. Cabe concluir que el único municipalismo posible (siempre es así, por otra parte) sólo puede provenir de una agenda que definen los conflictos y marcan los movimientos. La aparente vuelta atrás —a la prioridad del movimiento frente a la institución— no debiera sin embargo esconder que la situación es hoy completamente distinta a la de 2014. La propia experiencia institucional ha contribuido a señalar rápidamente los límites de la institución, pero también ha contribuido a reconocer las fisuras de un gobierno que si bien no es “amigo”, está atravesado por dos factores de disrupción que desbaratan su propio acoplamiento institucional. El primero es su dependencia de la legitimidad 15M y la ola del cambio que empujó la candidatura. El segundo es su fractura interna con dos grupos de concejales (los de IU y los de matriz más municipalista, ambos reunidos en Ganemos) que pueden operar como oposición interna y en los momentos clave amagar con la ruptura del voto, e incluso del gobierno, si las circunstancias así lo requieren.

El municipalismo se presenta en Madrid principalmente como articulación de contrapoderes urbanos

Arrojados sobre un plano, estos elementos dibujan las formas elementales de la física de los poderes reales que actúan sobre el Ayuntamiento de Madrid, pero también de los contrapoderes efectivos y posibles. La oportunidad del municipalismo madrileño se encuentra hoy en la facilidad para plantear conflictos, explotar las contradicciones del gobierno municipal y obtener conquistas concretas: sea en materia de remunicipalizaciones (CGT acaba de iniciar una campaña en esta dirección), de centros sociales o de servicios públicos. Mucho más que en la preparación de la candidatura 2019, la pregunta clave es cómo plantear, en los próximos dos años, una serie de conflictos-batallas con soluciones positivas para los actores sociales en conflicto. Al menos en Madrid, el municipalismo se presenta principalmente como articulación de contrapoderes urbanos, en un contexto, además, en el que las contradicciones y la persistencia de la crisis social-urbana no van a dejar de actuar.

En forma de breve apunte estratégico, y como aviso contra cualquier pretensión de que caminamos sobre la autopista de la normalidad institucional, merece la pena destacar las tres líneas fundamentales que en Madrid determinan cualquier proyecto político a futuro.

1. La persistencia de la crisis iniciada en 2008. A pesar del repunte económico, las tonalidades siguen siendo similares a las de los años centrales de la crisis: inviabilidad de cualquier “modelo productivo” de sustitución a la especialización financiero inmobiliario española (y por ende madrileña), descolgamiento de amplios sectores sociales de las llamadas clases medias, agravamiento progresivo de la precariedad laboral y de la escasez de empleo formal, contracción a largo plazo de los presupuestos públicos como mecanismos redistributivos, a veces incluso paliativos, de las tendencias de crisis. Como se ve nada parecido a la “ciudadanía” normada y pacífica que imagina el consistorio.

2. Los efectos contradictorios del relanzamiento del ciclo económico, que en clave territorial implica el relanzamiento inmobiliario. El problema reside no sólo en la fragilidad de la recuperación económica, también en la debilidad de la propia base inmobiliaria del crecimiento (el incremento del turismo urbano, los pisos turísticos, el aumento de las rentas y los precios del suelo en los espacios centrales). Esto determina que los efectos positivos de la recuperación sean superados, de largo, por los negativos, en forma de incrementos del precios de los alquileres, nuevas rondas desahucios y mayor dependencia de las rentas inmobiliarias. En todas estas fracturas se abren espacios interesantes de conflicto desde posibles reactivaciones de la PAH hasta las propuestas del nuevo sindicato de inquilinos.

3. La concentración de problemas en la “zona oscura” de la nueva política, que en clave madrileña son los barrios “populares”, o de forma más precisa, las periferias viejas y nuevas, poco o nada comprometidas (por no decir incluidas) en la llamada “política del cambio”. La desposesión de estos segmentos sociales ha sido soportada durante estos años a las espaldas de sus propias redes (familiares, economía informal, trabajo negro, etc.), pero es posible que estos soportes tengan una flexibilidad limitada a medio plazo. Madrid lleva desde los años setenta sin ser atravesado por movimientos sociales y políticos de “base periférica”, y hasta el momento no ha conocido la complejidad política y social de las banlieues francesas o de los pockets multiétnicos de Londres o de las ciudades del decaído norte industrial británico. No hay ninguna razón para que esta aparente calma se mantenga en la próxima década.

Sobre estos mimbres se define la política municipal de los próximos años. Una política en la que obviamente los relatos y cuentos de lo “nuevo” (la ciudadanía, la participación, el “gobernar escuchando”, “las instituciones de la gente”) van a ir dejando paso a dinámicas de conflicto-conquista más claras, y sobre todo más productivas.

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Alberto González Marcos
13/1/2018 17:31

De nuevo con el infantilismo izquierdista. Emmanuel, con tu discurso estamos seguros de perder el municipio de Madrid.
Son puras elucubraciones, que nadie entiende, y el único objetivo es desprestigiar a la alcaldesa Carmena.
Hacwr

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