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En este caminar contando historias de mujeres andaluzas de orígenes pobres me he encontrado con muchas de vosotras afirmándome que, gracias a los feminismos andaluces, habéis iniciado un nuevo andar en vuestra mirada en el que el barrio, la casa y las mujeres cercanas empiezan a formar parte del puzle de las sabidurías que necesitamos para sobrevivir.
La exclusión sistemática de los terrenos conocidos —los barrios y las calles donde nos hemos criado— en nuestras formas de generar conocimiento, ha sido aceptada muchas veces como obvia. Por lo general, tendíamos a buscar referentes siempre fuera provocando una especie de caminar enajenado y extraño en el que la lengua materna tenía que ser superada. Nunca integrada. Y en el que no cabía resignificación o reciclaje sobre prácticas que, no sabíamos exactamente por qué, se presentaban ante nuestros ojos como involución irremediable.
La estructura de generación de saberes y las formas que tenemos de entender qué puede ser un referente y qué no, no escapa a la imposición de esquemas que provienen del mismísimo status quo. Como afirma la escritora cordobesa Remedios Zafra, “los modos de hacer están cargados de patriarcado. El feminismo no sólo tiene que hacer discurso, sino escritura”.
¿Qué es un referente feminista y cómo se construye?
Lo primero que me parece importante aquí es afirmar que es muy difícil hablar de referentes así, en general, para la vida. Es decir, los referentes van a depender del concepto que estemos manejando sobre feminismo, en este caso.Un referente para la escritura será una persona que escriba. Un referente para la música será una persona vinculada a la música. Si situamos el referente feminista en prácticas determinadas, tendremos primero que decidir cuáles. ¿Es ser feminista una forma de estar en el mundo? ¿Tiene una feminista una identidad concreta? ¿Puede tenerla? ¿Qué efectos tendría trazar esa identidad? ¿Qué poder tienen quienes lo deciden? ¿Quiénes quedan fuera? ¿Qué dinámicas se imponen en estas decisiones?
Hay una especie de feministómetro que hemos interiorizado. Pero, ¿puede encontrarse realmente alguna mujer que no esté dentro del esquema?
La tendencia actual insiste en el juicio y no parece superar esquemas fuertemente dogmáticos. La mayoría de las veces se habla de las referentes feministas como mujeres inmaculadas dotadas de una coherencia casi de santa que, bajo condiciones materiales, puede incluso que ni se sostenga. Un referente ejemplar en todos los campos de la vida que, viviendo bajo el yugo, no lo representa. Que está por encima de él. Que parece haberlo superado.
Se establece así una especie de escalada jerárquica en la que tienen mayor legitimidad feminista quienes parecen haber burlado los esquemas machistas que quienes más lo sufren. Como el fanzine murciano Vulva Estelar apuntó en uno de sus números, hay una especie de feministómetro que hemos interiorizado. Pero, ¿puede encontrarse realmente alguna mujer que no esté dentro del esquema? ¿Es necesario no sufrir un sistema para poder hablar de él? ¿No es esto —hablar por…— lo que la masculinidad hegemónica ha hecho con nosotras durante siglos?
Este modus operandi de generación de referentes parece, de por sí, problemático en varios aspectos. Resultaría difícil comprender, por ejemplo, una práctica feminista que no se atreviera a bajar a las diosas al frío suelo de los asfaltos. ¿No es la idealización una forma de construcción de nuevos mesías? ¿No es el Mesías la forma más directa de construir de manera no colectiva? Urge un feminismo que no tienda a la idealización sino que, simplemente, se atreva a ponerse en juego tal y como somos: precarias, cansadas, a veces entusiastas, a veces confusas, a veces hartas… Un feminismo que, como he escuchado decir alguna vez a la asociación chiclanera Kódigo Malva, hace lo que puede con lo que tiene. En resumen, un “feminismo como puedas”.
Urge un feminismo que no tienda a la idealización sino que, simplemente, se atreva a ponerse en juego tal y como somos: precarias, cansadas, a veces entusiastas
En la práctica, a los referentes feministas los hemos canonizado. Entender, en mi caso, que mis referentes no son perfectas, que son de carne y hueso, que tienen limitaciones y se ven obligadas a conjugar su lucha con sus yugos, me ha acercado desde una mirada más justa a mis madres y abuelas espirituales. Las mujeres con las que me crié: mis cercanas y mis vecinas. Al admirarlas a ellas, se abría otro camino interesante: yo pasaba a ser, también, más valiosa. Mis orígenes no eran indeseables. Por ende, yo empezaba a ser un poco más deseable en mi constante autoodio. Tenía, como todas, conocimientos y limitaciones. Era, a su vez, conocedora e ignorante.
Precariedad y resistencia
Partiendo de una definición concreta, si el feminismo tiene como objetivo la construcción de una sociedad donde las vidas y los cuerpos de otras personas importan. Es decir, donde el individualismo extremo del capitalismo no es el valor a seguir, entonces serán los cuerpos que han labrado estas prácticas quienes —desde esta mirada no mesiánica— pueden ser considerados referentes.Si, por otra parte, los feminismos persiguen la construcción de prácticas más comunitarias y colectivas… Prácticas que cambian el mundo desde lo cotidiano… entonces se puede afirmar que las mujeres pobres andaluzas son referentes en estas prácticas y nos han dado ese sostén. Que comare o vecina son los nombres de nuestras intenciones colectivas de desintegración, por así decirlo, de las paredes del ego-capital; de nuestras colaboraciones cotidianas e incluso anticapitalistas.
Podríamos afirmar también que, bajo el nombre de abuelas y madres —nombres a los que, por cierto, la sociedad no ha dado ningún valor público— se han concentrado muchas de estas prácticas. Son nombres que están ahí para ocultar bajo una deliberada etiqueta, trabajos no remunerados que las mujeres hemos ejercido a lo largo de la historia. El status quo, a la vez que obligaba a las mujeres a acogerse a esa categoría y a ese rol, invisibilizaba cada tarea que había detrás de ellas.
Éste es, en parte, el doble filo de la opresión. Por un lado, sentimos la necesidad de librarnos de lo que se nos impone y, por el otro, no queremos dejar de señalar que, detrás de lo que se impone, está gran parte del trabajo indispensable para la vida. ¿Cómo generar ese mundo más justo rechazando estas prácticas? ¿No hay que poner más en cuestión las estructuras y las formas bajo las que se llevan a cabo y no tanto a las prácticas en sí y a las personas que las ejecutan?
Sin idealizar a “madres” o “abuelas”, la propuesta del feminismo andaluz en mi caso, pasa por desmenuzar esos nombres que sustituyeron a los nombres propios y destapar todo el trabajo y el aporte que había y hay detrás. No caer, de nuevo, en el desprecio hacia ese hacer constante a la vez que ponemos en cuestión el término y la obligación del rol. Denunciando, por supuesto, su imposición social. Se trata de afirmar que “madre” o “abuela” no son términos vaciado de contenido social y político.
Feminismos
¡Feministas andaluzas! Hagamos como si no existieran
Andalucía ha aportado a la historia un gran puñado de mujeres del tipo que la Historia oficial valora: ilustradas, estudiosas, políticas o revolucionarias al modo que la militancia dicta.
Por otra, sin que muchas hayan sido ni madres ni abuelas, son las mujeres de orígenes pobres quienes más sabiduría atesoran sobre construcción de mundos más comunitarios y con más miramiento. Atesoran prácticas de resistencias cotidianas que no ponen la productividad en el centro.
Si siempre consideramos que los referentes feministas son —sin quitarles valor alguno— mujeres de clase alta, ilustradas, de latitudes lejanas; algo chirría. ¿Qué nos lleva irremediablemente a ellas? ¿Qué modos de pensar y de hacer?
Buscar al referente siempre lejos responde a patrones capitalistas en los que se impone un recorrido concreto hasta alcanzar la forma, el barrio, el entorno, las lógicas, el acento o las maneras en las que nos sentiremos legítimas para generar discurso. En nuestros puntos de partida, todas lo estamos: partidas y con esta losa encima. Haciendo lo que podemos como podemos.
No paguemos más peajes de los necesarios en este viaje que necesita de referentes accesibles y de una urgente antropología de lo cercano.